agosto de 2021
Fuera ya
tropas, fuerzas de seguridad y agencias
norteamericanas del Medio Oriente! ¡Mercenarios también!
Afganistán: humillante derrota
del
asesino imperialismo norteamericano
Gobierno títere se colapsa, personal norteamericano huye, los talibanes toman el poder
Combatientes talibanes ingresan a Kabul el 15 de agosto en un Humvee capturado de las fuerzas gubernamentales. El colapso del ejército títere ante la ofensiva de los talibanes tomó por sorpresa a Estados Unidos.
26 DE AGOSTO – El 15 de agosto, dos décadas de ocupación de Afganistán a manos de los imperialistas occidentales con Estados Unidos a la cabeza llegaron a su ignominioso y predecible fin. Ante el rápido avance de las fuerzas talibanas, reaccionario movimiento fundamentalista islámico, el gobierno títere –corrupto hasta la médula– se colapsó y su presidente Ashraf Ghani huyó del país. La policía se deshizo de sus uniformes. Una estampida de miles de colaboradores –pero también muchos profesionistas de clase media– se encaminó hacia el aeropuerto con la intención de huir. Helicópteros despegaron desde los terrenos de la embajada norteamericana para transportar personal a un área de espera en las cercanías del aeropuerto. Al día siguiente, multitudes se treparon encima de aviones de pasajeros y se colgaron de aviones militares cuando éstos avanzaban por la pista de despegue, muriendo poco después al caer. El caos reinante fue el punto final de la fallida guerra de terror imperialista.
En Washington comenzó inmediatamente el juego de buscar al culpable, a “quien perdió Afganistán”. Los republicanos, por supuesto, culpan al presidente demócrata Joe Biden, quien ha dicho que las tropas norteamericanas habrán de retirarse completamente para septiembre. Ciertamente, no dicen que el presidente republicano Donald Trump firmó un acuerdo con los talibanes para salir de Afganistán para el 1º de mayo. Demócratas “moderados” estaban molestos con Biden por hacerlos vulnerables a los ataques de los republicanos. Demócratas “progresistas” se enojaron con Biden debido a que los hizo quedar mal a ojos de liberales y jóvenes antiguerra. Biden de hecho es culpable, por supuesto, lo mismo que todos los demás, de imponer dos décadas de brutal ocupación contra los pueblos afganos. Entretanto, toda su pretensión de ser un administrador competente de los asuntos de estado del imperialismo norteamericano se fue por el caño con las escenas de caos en Kabul.
Los medios se preguntaban “¿cómo es posible que un ejército que EE.UU. entrenó, con todo ese dinero en equipamiento y demás, se colapsara tan rápidamente”? Los imperialistas efectivamente gastaron un montón de dinero en su fallida empresa: no sólo los 83 mil millones de dólares que EE.UU. gastó en el entrenamiento y equipamiento del ejército afgano, el costo total de la invasión y ocupación norteamericanas superó los 2.26 billones de dólares.1 El ejército y la policía afganos supuestamente tenían más de 300 mil efectivos, aunque el número real de elementos en sus filas era mucho menor, toda vez que comandantes corruptos cobraban los salarios de “soldados fantasma”. Los soldados luchaban por la paga –que era mala y con frecuencia no llegaba– y se enfrentaban a combatientes dispuestos a morir por el Islam. Un ejército mercenario se encuentra en desventaja estratégica frente a una fuerza motivada que lucha por una causa –desventaja que puede superarse únicamente por medio de un poder de fuego ampliamente superior. Con la retirada de EE.UU., ese factor desapareció. Y, por supuesto, los talibanes fueron patrocinados por Pakistán, algo de lo que poco se ha dicho en estos días.
La invasión y ocupación norteamericana de Afganistán fue promocionada como una guerra en contra del terrorismo, y como una acción de represalia por el ataque del 11 de septiembre de 2001 en contra del World Trade Center en Nueva York y del Pentágono. En realidad, al igual que la subsecuente invasión y ocupación de Irak en 2003, fue parte de una guerra por el dominio imperialista global de EE.UU. Fueron un intento de monopolizar el “Nuevo Orden Mundial” que George Bush I había proclamado en torno a la contrarrevolución de 1991-1992 que destruyó a la Unión Soviética. Aún antes de que cayeran las primeras bombas norteamericanas cuando George Bush II invadió Afganistán, en medio del intenso frenesí patriotero azuzado por los medios, llamamos inmediatamente a derrotar al imperialismo norteamericano y a defender a Afganistán e Irak. En un artículo publicado tres días después del ataque del 11 de septiembre, dijimos:
“El Grupo Internacionalista, sección estadounidense de la Liga por la IV Internacional, llama a la clase obrera en todo el mundo a combatir y derrotar la campaña imperialista de guerra y represión. Mientras EE.UU. se prepara para invadir Afganistán, los revolucionarios lo defendemos, lo mismo que a Irak y a cualquier otro país atacado por los aspirantes a policías globales del Nuevo Orden Mundial dirigidos por Bush y Cía. – que son, con mucho, los mayores asesinos de masas…
“El infierno afgano fue creado por EE.UU. Exigimos: ¡Estados Unidos fuera!” [énfasis en el original]
–“EE.UU. fomenta frenesí de guerra imperialista, se precipita hacia un estado policíaco” (14 de septiembre de 2001), reimpreso en español en El Internacionalista No. 2, mayo de 2002.
Afganos masacrados en el altar de la hegemonía imperialista de EE.UU.
Hombres cargan el ataúd de uno de los 30 agricultores asesinados en un ataque estadounidense con un dron en el distrito de Khogyani, provincia de Nangarhar, Afganistán en septiembre de 2019. Otros 40 resultaron heridos. Estaban descansando alrededor una fogata después del trabajo.
Los ocupantes imperialistas desataron una carnicería que entre 2001 y 2021 cobró la vida de un cuarto de millón de personas en Afganistán y en la zona fronteriza con Pakistán. Estas cifras incluyen un estimado de 47 mil civiles en Afganistán y 24 mil en Pakistán, así como 66 mil elementos del ejército y la policía afganos y 51 mil “combatientes contrincantes”. Asimismo, murieron 3,600 soldados de EE.UU. y sus aliados, además de al menos 3,800 contratistas (mercenarios). Si los métodos característicos del asesinato en masa por parte de EE.UU. en Vietnam consistieron en lanzar napalm sobre las aldeas y en el bombardeo en alfombra desde los aviones B-52, en Afganistán consistió en los ataques de “precisión” con drones, que regularmente fueron lanzados contra bodas, funerales, campesinos en los campos, pasajeros en autobuses, tenderos y niños en bazares. Entre 2009 y 2017 todos los ataques fueron personalmente aprobados por Barack Obama.
A lo largo de los años, los objetivos que los gobernantes pretendían conseguir mediante la ocupación de Afganistán cambiaron constantemente. Al principio, supuestamente todo se trataba de Osama bin Laden, el saudita fundador de Al Qaeda que fue declarado autor intelectual del ataque del 11 de septiembre. Bin Laden fue asesinado por un escuadrón despachado por el presidente demócrata Barack Obama en mayo de 20112, así que luego el acento se puso en el imperialismo “humanitario”, la “edificación nacional” democrática con énfasis en el “empoderamiento de la mujer”. Cuando el “Estado Islámico en Irak y Siria” proclamó un califato en 2014, EE.UU. extendió la terrorista guerra imperialista a Siria e intensificó los bombardeos en contra de los talibanes en Afganistán. Pero dado que el ejército títere afgano fue incapaz de derrotar a los islamistas, EE.UU., primero durante el gobierno de Obama y después bajo el de Trump, comenzó pláticas con los talibanes con la intención de llegar a un acuerdo negociado.
Lo que mantuvo a EE.UU. en Afganistán durante 20 años no fue una “expansión subrepticia de la misión”, propósitos poco claros o mentiras abiertas, aunque hubo abundancia de todo esto, como plantea en detalle en el proyecto The Afghanistan Papers del Washington Post.3 Hubo una serie interminable de proyecciones simplistas, desde la afirmación de Bush II de que “Los días de los talibanes han llegado a su fin” (agosto de 2006) hasta la de Biden de que “el gobierno y la dirección afganos … claramente tienen la capacidad para mantener al gobierno en funciones” y “la probabilidad de que los talibanes desborden todo y se adueñen de la totalidad del país es muy baja” (8 de julio de 2021).4 Sin embargo, la razón subyacente para la ocupación de Afganistán fue la búsqueda por parte del imperialismo norteamericano del dominio militar global, para con ello disfrazar el declive de su poderío económico. El Medio Oriente ha sido y sigue siendo un eslabón fundamental en esa estrategia geopolítica.
Galería de asesinos de masas: George W. Bush, Barack Obama, Donald Trump, Joe Biden. Presidentes estadounidenses, tanto republicanos como demócratas, comandaron guerras imperialistas en las que han asesinado a unas 240 mil personas en Afganistán, 600 mil en Irak.
Aunque bajo Obama, Trump y Biden, la Casa Blanca y el Pentágono han buscado “girar hacia Asia” –es decir, acosar a China– la importancia estratégica de Medio Oriente no ha cambiado. Hay en la actualidad 45 mil efectivos norteamericanos estacionados en bases y portaviones en la región. Además, EE.UU. empleó un vasto número de mercenarios en Afganistán: alrededor de 22,500 el año pasado (en contraste con los 4 mil soldados), dos tercios de los cuales no son ciudadanos norteamericanos. En los nueve años transcurridos entre 2011 y 2019, casi 97 mil millones de dólares fueron pagados a “contratistas” en Afganistán,5 más que lo que se gastó en mantener el ejército afgano. Exigimos: ¡Fuera la totalidad de las tropas, fuerzas militares y de seguridad, agencias (CIA, DEA, USAID, etc.) y mercenarios de todo Medio Oriente, ya!
La huida del gobierno títere de Afganistán y la salida de las fuerzas de EE.UU. y la OTAN es una derrota mayúscula para los jefes supremos imperialistas que se creen los amos del mundo. Esto debe ser saludado por todos los que se oponen al imperialismo en cualquier parte del mundo. El hecho de que esta derrota haya sido espectacularmente caótica es igualmente bueno. Portavoces republicanos en el Congreso se han lamentado de que esto vaya a envalentonar a China, el estado obrero burocráticamente deformado que es el blanco principal de la campaña de guerra imperialista auspiciada por los partidos Demócrata y Republicano. Tanto mejor. El Washington Post (16 de agosto) señaló que el colapso de las fuerzas militares afganas “pasará a la historia como la peor debacle en una guerra por procuración”. Y el hecho de que este desastre para el imperialismo haya sido obra del demócrata Biden y no por del pirómano republicano Trump es otro tanto a favor. La cultivada imagen de invencibilidad imperialista ha sufrido un duro golpe.
Los talibanes en el poder: amenaza reaccionaria para los oprimidos
Evacuados con helicópteros de las embajadas de Estados Unidos en Saigón (1975) y Kabul (2021). En los dos casos, se trató de derrotas del imperialismo, pero el derribo del capitalismo en Vietnam fue una victoria para los oprimidos, La victoria de los talibanes significa más represión.
No obstante, la victoria de los reaccionarios islamistas de los talibanes no representa ningún triunfo de los oprimidos. Imágenes de helicópteros despegando desde las embajadas de EE.UU. durante la caída de Saigón en 1975 y la caída de Kabul en 2021 han sugerido un paralelo superficial entre estas dos derrotas para el imperialismo. Sin embargo, en Vietnam los trotskistas revolucionarios saludamos la victoria de la República Democrática de Vietnam y del Frente de Liberación Nacional de Vietnam del Sur. Como escribimos entonces:
“[Este triunfo] representa el derrocamiento del dominio del capital en Vietnam del Sur, por lo que representa una conquista histórica para la clase obrera en todo el mundo, una conquista que debe ser incondicionalmente defendida por los trabajadores con conciencia de clase en contra del ataque imperialista”.6
La consigna de los trotskistas era: ¡Toda Indochina debe hacerse comunista! Al mismo tiempo, advertimos que “aunque ha tenido lugar una revolución social victoriosa, la lucha para establecer estados obreros revolucionarios e internacionalistas en la región dista de haber terminado”, pues los nuevos gobernantes estalinistas estaban “comprometidos con la política traidora de la ‘coexistencia pacífica’ con el imperialismo”.
En Afganistán, en contraste, la clase obrera y las poblaciones oprimidas enfrentan ahora un nuevo régimen reaccionario bajo el cual incluso los más elementales derechos democráticos son negados. Los talibanes son un Frankenstein creado por EE.UU. Se desarrollaron a partir de los muyajedines financiados y armados por la CIA para combatir al gobierno respaldado por la Unión Soviética que implementó derechos para las mujeres en los años 1980. Además, cuando los talibanes tomaron el poder en 1996, lo hicieron con la aprobación tácita de Washington. En el Emirato Islámico de Afganistán previo a la invasión norteamericana de 2001, portavoces talibanes declararon que la democracia y los partidos políticos eran contrarios a la ley islámica (Sharia). Se ejecutó a comunistas, funcionarios del pueblo tayiko en el norte fueron remplazados por pastunes (la base étnico/tribal del Talibán) provenientes del sur, en tanto que los musulmanes chitas hazara en el centro y el occidente de Afganistán fueron masacrados. Se prohibió a mujeres y niñas que fueran a la escuela y la universidad y se les prohibió trabajar. Fueron esencialmente confinadas al hogar bajo condiciones de purdah (encierro femenino) a menos de que estuvieran acompañadas por un pariente masculino y estuvieran cubiertas con la burqa, el sofocante velo que cubre de la cabeza a los pies.
Funcionario talibán usa látigos contra mujeres en burqas, 2001.
En meses recientes, representantes conocedores de los medios han proyectado una imagen de un “Talibán 2.0”. Un día después de la toma de Kabul, un funcionario talibán fue entrevistado por una comentarista de noticias en la televisión. El principal portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid declaró en una conferencia de prensa que “no habrá violencia contra las mujeres” y que la mujer podrá trabajar “en los confines de la ley islámica”. Sin embargo, ya habían dicho lo mismo la primera vez. Las pretensiones de “moderación” fueron refutadas por el bombazo del 8 de mayo de una preparatoria en Kabul en el que murieron 90 personas, muchas de las cuales eran mujeres adolescentes que salían de clase, en un área con una considerable población hazara. Ahora las guardias talibanes en las entradas de la Universidad en Herat ya han mandado a las mujeres de vuelta a sus casas y manifestantes en Jalalabad y Kabul que ondeaban la bandera de la república fueron atacados a balazos por fuerzas del Talibán.
La cuestión de la opresión de la mujer estará en el primer plano de lo que ocurra en Afganistán en la medida en que los talibanes consoliden su dominio. Pero aunque la ocupación norteamericana auspició el crecimiento de una capa de mujeres profesionistas de clase media promoviendo el objetivo feminista de la “diversidad”, esto dista considerablemente del logro de algo que se asemeje a la igualdad. Bajo el gobierno títere de los imperialistas de la República Islámica de Afganistán, lo mismo que bajo el Emirato Islámico de los talibanes, las mujeres enfrentan una sociedad profundamente patriarcal en la que se les niega los derechos más elementales.7 Aunque el grado pueda variar, esto ocurre también en cualquier régimen islamista en que prevalezca la sharia. En países de democracia burguesa, también, la opresión de la mujer es inherente al capitalismo –tanto más en sociedades en las que se rechaza de plano la igualdad de derechos–, lo que hace falta para liberar a la mujer es una revolución socialista.
Los imperialistas patrocinaron a los misóginos muyajedines
Los medios occidentales están llenos de referencias a los 20 años de invasión y ocupación de Afganistán como “la guerra más larga de Estados Unidos”. Sin embargo, los pueblos afganos han padecido más de 40 años de guerra ininterrumpida instigada por el imperialismo estadounidense. Las guerras comenzaron con el lanzamiento de la “Operación Ciclón” en 1979, la campaña encubierta de la CIA que financió, pertrechó, entrenó y asesoró a los muyahidines islamistas (soldados de dios) para combatir al gobierno de izquierda del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA). Aunque no eran “comunistas”, como los calificaba la prensa occidental, los modernizadores pequeñoburgueses del PDPA se aliaron con la Unión Soviética. Su programa, una modesta reforma agraria y la organización de un sistema de educación secular, enfureció a los kanes (líderes tribales), mullahs (clero islámico) y zamindari (terratenientes), particularmente en las áreas pastún al sur del país.
Poco después de que la República Democrática de Afganistán, dirigida por el PDPA, comenzara estas reformas a mediados de 1979, el presidente estadounidense Jimmy Carter emitió una “determinación” secreta para financiar a las reaccionarias bandas religiosas. Esto constituyó el comienzo de la Segunda Guerra Fría, tras el breve período de “distensión” que siguió a la derrota de Estados Unidos en Vietnam. El asesor de seguridad nacional de Carter, Zbigniew Brzezinski, dijo más tarde que esto “aumentó a sabiendas la probabilidad” de que los líderes soviéticos se vieran obligados a intervenir para apuntalar al amenazado gobierno afgano. Durante la guerra subsiguiente que duró desde 1980 hasta que las fuerzas soviéticas se retiraron en 1989, fundamentalistas islámicos respaldados por Estados Unidos asesinaron sistemáticamente a “maestros comunistas” en el campo por el “crimen” de educar a niñas. Fue la operación encubierta de la CIA más grande, más larga y más cara (6 mil millones de dólares) en la historia, durante la cual se conectó (a través de la agencia de inteligencia paquistaní) con Osama bin Laden, para construir campamentos para los muyajedines anticomunistas.
Instructora soviética con estudiantes afganos en Instituto Politécnico de Kabul, 1981.
Bajo el PDPA hubo una considerable ampliación de los derechos de la mujer. Se puso límite al precio de la novia,8 en tanto que el matrimonio forzoso y el matrimonio de niñas de menos de 16 años fueron prohibidos. Ante un analfabetismo femenino del 99 por ciento, se lanzó una campaña de alfabetización y se declaró como obligatoria la educación tanto para niñas como para niños. La constitución de 1987 de la República Democrática de Afganistán declaraba que “hombres y mujeres tienen iguales derechos y deberes ante la ley”. Mujeres sin velo trabajaban en fábricas, estudiaban en universidades e institutos técnicos, se volvieron maestras, dirigían milicias del Grupo Revolucionario de Defensa. Para 1989, de acuerdo con el Consejo Afgano de Mujeres, había más de 7 mil mujeres en la educación superior, 233 mil niñas en la escuela y 22 mil maestras.9 Todo esto llegó a su fin cuando el régimen del PDPA fue derribado en 1992 por los fundamentalistas islámicos respaldados por EE.UU. Obviamente, no hubo la menor protesta contra esto en los medios occidentales, ni en los de la izquierda oportunista.
La caída de Kabul, 2021: la “izquierda” se pone a la cola de la ocupación imperialista
Los talibanes ocupan el palacio presidencial en Kabul, el 15 de agosto.
Al volver a 2021, ¿qué es lo que la izquierda dice con respecto a la caída de Kabul a manos los talibanes? Se reconoce universalmente que el resultado representa una derrota punzante para el imperialismo norteamericano y sus aliados. Los imperialistas mismos lo admiten. Pero buena parte de la izquierda culpa de la debacle a la política norteamericana, no a la ocupación imperialista de por sí. La International Socialist Alternative (ISA) sostuvo en una declaración publicada el 18 de agosto: “Si el imperialismo hubiera, en cambio, ayudado a desarrollar una economía propia, muchos de los involucrados en el tráfico de drogas (la principal fuente del comercio exterior de Afganistán) o que apoyan a los talibanes por razones económicas, podrían ahora tener un trabajo socialmente útil, además de que el fundamentalismo habría perdido su base”. Además, como en todo lo que la ISA escribe estos días, añade párrafos enteros para criticar al “imperialismo” chino –nuevamente, en línea con Washington.
La Corriente Marxista Internacional (CMI) encabezó uno de sus artículos: “Afganistán: la cínica traición del imperialismo estadounidense” (La Izquierda Socialista, 17 de agosto). ¿Traición? El imperialismo norteamericano es el enemigo. ¿A quién traicionó? La CMI apela a las muchas decenas de miles que se tragaron la pretensión de los imperialistas de que, como la CMI lo formuló, el propósito de la ocupación era “erradicar el fundamentalismo islámico y construir una nación moderna y democrática”. También arremete en contra de los políticos títeres por su “traicionero fracaso a la hora de oponer resistencia” a los talibanes. Con respecto a los 6 mil efectivos norteamericanos despachados a la capital afgana, se lamenta: “Pero la única intención de enviar tropas a Kabul no es luchar contra los talibanes, sino facilitar la evacuación de hasta 20.000 ciudadanos y personal estadounidenses atrapados en Kabul”. ¡¿Entonces las tropas estadounidenses deberían haber luchado contra los talibanes?! ¡Vaya disparates socialimperialistas!
Como la ISA, la CMI no se opone realmente al imperialismo, y mucho menos lucha para derrotarlo, sino que se pone a su cola tras avivar las ilusiones de la pequeña burguesía urbana afgana en los invasores imperialistas y sus lacayos. Esto no es ninguna sorpresa: ambos grupos provienen de la tendencia Militant del laborismo británico. Hoy expresan preocupación por el destino de “los trabajadores, los pobres, las mujeres y todos los demás que van a sufrir a manos de los talibanes”. Pero en los años 1980, cuando la Unión Soviética intervino para poner alto a las bandas islamistas patrocinadas por la CIA en la sanguinaria lucha contra la reforma agraria y las leyes del PDPA a favor de los derechos de la mujer, la tendencia Militant arremetió contra la Unión Soviética. Sostuvo entonces que “Cualesquiera conquistas logradas mediante la defensa de medidas que abolan el latifundismo y el capitalismo en Afganistán … serán completamente sobrepasadas por los efectos adversos en la conciencia de la clase obrera a escala internacional”.10 Con esto quieren decir que apoyar la intervención soviética les habría causado problemas en su medio socialdemócrata en la izquierda laborista.
Ahora, con decenas de miles de afganos que buscan escapar del gobierno talibán, la cuestión de los refugiados afganos está al frente y en el centro. Las agencias de refugiados estiman que “al menos 300 mil afganos están en peligro inminente de ser blanco de los talibanes por haberse asociado con los estadounidenses y los esfuerzos estadounidenses para estabilizar Afganistán” (New York Times, 25 de agosto). El medio virtual Left Voice en una publicación de Facebook (18 de agosto) llamó a “abrir las fronteras y dar una bienvenida digna a quienquiera que desee refugiarse”. ¿Quienquiera? La foto que acompaña la publicación es una toma, ahora famosa, del interior de un avión de carga C-17 Globemaster con unos “640 afganos” a bordo, más niños. Pero todos esos “civiles afganos” fueron preaprobados por Estados Unidos, lo que significa que eran colaboradores que trabajaban con los invasores estadounidenses. Y se puede ver en la foto que son hombres en su abrumadora mayoría.
Sin duda, hay decenas de miles de afganos que tenían alguna conexión con el gobierno títere, Estados Unidos u otras agencias internacionales. Casi todas las mujeres que trabajaban en una ONG (organización no gubernamental) estaban, al menos indirectamente, en la nómina de EE.UU., lo supieran o no. Obviamente, la mayoría no eran opresores de los pueblos afganos. Por otro lado, están los miles de “traductores”. ¿Para quiénes traducían? ¿Para los equipos de búsqueda que irrumpieron en casas afganas por la noche para interrogar a los aterrorizados vecinos sobre el paradero de presuntos talibanes, que serían asesinados en caso de que los atraparan? ¿Qué hay de los traductores en la infame prisión de Bagram donde los reclusos eran torturados? ¿O los más de 20 mil mercenarios que trabajan para el Pentágono en Afganistán? Se trata de colaboradores imperialistas que tienen las manos empapadas de sangre.
La consigna de “abrir las fronteras” es una utopía liberal sin sentido: habrá fronteras incluso después de una revolución socialista, bajo un estado obrero. La cuestión de clase es clave. Tras la caída del régimen de Vietnam de Sur en 1975, cuando Washington llevó a 125 mil de sus lacayos a EE.UU., lejos de llamar a favor de dejar entrar a todos los refugiados, declaramos: “¡Ningún asilo para los reaccionarios indochinos!” En cambio, llamamos a favor de asilar a los refugiados chilenos de la sangrienta dictadura de Pinochet.11 Los marxistas revolucionarios no proponemos una política migratoria general a los países imperialistas, que siempre será racista y excluyente. En crisis particulares, hemos llamado a dar refugio a quienes huyen de las devastaciones causadas por el imperialismo, como en el caso de los refugiados sirios, haitianos y centroamericanos. En el caso actual, donde un régimen opresor es sustituido por otro, los marxistas no llamamos a favor de dar refugio a los agentes de la ocupación imperialista que llamamos a derrotar.
Afganistán y la lucha por la revolución socialista internacional
Afganistán se ha visto desgarrado por conflictos prácticamente desde que se fundó el país en el siglo XVIII. Esto se debe, en parte, a que está situado a horcajadas de la frontera entre Asia Central y Asia del Sur, y ha sido objeto de disputa entre las potencias dominantes en cada una de estas regiones. También se debe a que es un estado artificial: no existe una nación afgana históricamente consolidada, ni siquiera un solo pueblo afgano. Una mayoría pastún en el sur (aproximadamente el 50 por ciento de la población total) se ha considerado históricamente como la gobernante legítima del país, una opinión que no comparten los pueblos centroasiáticos tayikos y uzbecos en el norte o los chiitas hazara en el centro y occidente. Los pastunes (antes llamados Pathan) son la población más grande organizada tribalmente en el mundo, contando un total de 63 millones, de los que tres cuartas partes viven en Pakistán. Los talibanes son casi exclusivamente pastunes, y su poder de resistencia refleja esta base regional.
En este momento no se puede saber qué es lo que sucederá en Afganistán en el futuro próximo. Ahmed Rashid, autor del libro Taliban: Militant Islam, Oil and Fudamentalism in Central Asia (2001), ha señalado que la evidente contradicción entre el discurso de moderación e inclusión de los líderes talibanes históricos y las acciones de los combatientes refleja una división social interna. Los ancianos han vivido en Pakistán, se han vuelto más educados, tienen familias y negocios allí, mientras que a los comandantes más jóvenes en el campo de batalla los describe como “mucho más ferozmente islámicos y radicales. Muchos de estos comandantes han estado encarcelados en Guantánamo o han pasado años en cárceles estadounidenses ”.12 Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido a finales de la década de 1990, cuando casi no existía en realidad un gobierno de los talibanes, ahora éstos gobernarán un país con una población urbana muy engrosada que cuenta con educación y con comunicaciones modernas.
Al haber perdido la guerra, es casi seguro que el imperialismo estadounidense intente llegar a un acuerdo con los nuevos gobernantes afganos, aunque sólo sea para limitar la influencia de Rusia y China. Los generales que gobiernan Pakistán seguirán dando respaldo a los talibanes, para capitalizar su influencia con sus clientes e impedir cualquier impulso de formar un “Pastunistán” que podría dividir su país. Podría haber rebeliones locales, pero tendrán dificultades para encontrar patrocinadores poderosos o líneas de suministro seguras. Es posible que estallen protestas en áreas urbanas, como ya ha ocurrido esporádicamente en Kabul y Jalalabad. Pero Afganistán sigue siendo un país abrumadoramente rural, con tres cuartas partes o más de la población que vive en la pobreza extrema. Ahora, con el corte de los miles de millones de dólares anuales que Estados Unidos inyectaba en Afganistán, una enorme crisis económica es prácticamente inevitable.
Como escribimos durante la invasión norteamericana en 2001:
“El régimen talibán que ha controlado la mayor parte de Afganistán desde 1996 ha hecho del país una cámara de horrores, especialmente para las mujeres. Pero lo mismo hicieron los señores de la guerra que lo precedieron, los dirigentes de la yihad (guerra santa) islámica que fueron financiados, entrenados y pertrechados por Estados Unidos para librar una guerra en su representación contra la Unión Soviética y el gobierno reformista de Kabul aliado con la URSS durante la década de los 80….
“Afganistán es un empobrecido y atrasado país, en gran parte del cual reinan condiciones feudales e, incluso, prefeudales… Debido a su extremo atraso económico, las fuerzas sociales dentro de Afganistán son demasiado débiles como para realizar una revolución obrera. Ésta es una razón clave por la cual era necesaria la intervención soviética para impedir el triunfo de la reacción islámica en los años 80 y por la que los trotskistas la apoyamos decididamente. Pero Afganistán no puede verse aisladamente de la región que lo rodea.”
–“¡Derrotar al imperialismo norteamericano! ¡Defender a Afganistán e Irak!”, El Internacionalista No. 2 (mayo de 2002).
Poco ha cambiado en la situación global dese entonces. El futuro de los derechos de la mujer y de los derechos democráticos en general en Afganistán, dependerá en gran medida de lo que ocurra en otros países de la región. La partición imperialista del subcontinente tras la Segunda Guerra Mundial produjo cuatro estados burgueses hostiles, todos dominados por partidos derechistas, militaristas y religiosos/comunalistas. En Pakistán, el gobierno populista apenas maquilla el dominio del ejército y de la agencia de Inteligencia Inter-Servicios, que están estrechamente aliados con grupos islamistas y con las madrasas (escuelas religiosas patrocinadas por Arabia Saudita) islámicas wahabíes que han sido el semillero de los talibanes (que significa “estudiantes”), y que han sido el verdadero poder en el estado desde la independencia de 1947.
India, Bangladesh y Sri Lanka tienen clases obreras de considerable envergadura y un historial de agitación política de izquierda. Sin embargo, el movimiento obrero organizado está a la defensiva y cada uno de estos países está desgarrado por conflictos comunales (singaleses vs. tamiles en Sri Lanka, hindúes vs. musulmanes en la India) y/o con grupos étnicos divididos por fronteras artificiales (bengalíes divididos entre India y Bangladesh, Cachemira dividida entre India y Pakistán). En la India, enemiga mortal de Pakistán, el partido chovinista hindú Bharatiya Janata del primer ministro Nahendra Modi, en alianza con el fascistoide RSS, ha intensificado cada vez más las provocaciones y hasta pogromos antimusulmanes. Los trotskistas han llamado desde la partición de 1947 a favor de una federación socialista voluntaria de repúblicas obreras del sur de Asia.
Globalmente, el impresionante colapso de la ocupación imperialista de Afganistán marca el fin de un “nuevo orden mundial” unipolar bajo la hegemonía estadounidense. La “guerra sin fin” proclamada por el ex vicepresidente Dick Cheney acaba de terminar con una espectacular derrota para EE.UU. Contrario a la afirmación del presidente Biden de que “Estados Unidos ha vuelto”, Washington ya no tiene los medios para actuar a solas como gendarme del mundo. Pero EE.UU. sigue siendo la mayor potencia imperialista, con la fuerza militar más poderosa de la historia. Dolido por este golpe, EE.UU. podría estar considerando cómo mostrar fuerza, tal vez por medio de nuevas provocaciones contra China. Mientras que buena parte de la izquierda se le ha unido en sus arremetidas antichinas, la Liga por la IV Internacional llama por la defensa de China y de los demás estados obreros deformados –Cuba, Corea del Norte y Vietnam– en contra del imperialismo y la contrarrevolución.
La derrota de EE.UU. en Afganistán también tendrá repercusiones dentro de Estados Unidos. Hay más de 750 mil veteranos de la guerra y ocupación de Afganistán, y muchos de estos exsoldados se están preguntando si pasaron por ese infierno por nada. Algunos dicen que “El Afganistán por el que yo peleé del lado de EE.UU. era una mentira”, “Fui un Marín en Afganistán. Sacrificamos nuestras vidas por una mentira”,13 y otras cosas del estilo. Los suicidios de militares han alcanzado su récord más alto, con más de 1,500 soldados en activo que se han quitado la vida entre 2016 y 2018.14 Un estudio mostró que el número de personal militar en activo y de veteranos de las guerras posteriores al 11 de septiembre que se han suicidado (30,177) sobrepasa con mucho el número de los que murieron en combate (7,057).15 En total, la enorme cantidad de 86,100 veteranos del ejército se suicidaron entre 2005 y 2018, con una tasa 50 por ciento más alta que la de los civiles.16
Pero algunos otros veteranos de las guerras de Afganistán e Irak se han movido en una dirección distinta, al unirse a grupos fascistas y milicias fascistoides, tales como las que encabezaron el ataque del 6 de enero contra el Congreso estadounidense. Pronto va a escucharse la especie de que los soldados fueron “apuñalados por la espalda” por políticos en Washington, especialmente demócratas. Esto evoca la Dolchstoss-Legende de que judíos y comunistas habrían sido supuestamente responsables de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial que alentó el ascenso de los nazis hitlerianos. Entretanto, los veteranos constituyen un enrome componente de las fuerzas policíacas en EE.UU., de las que conforman el 20 por ciento del total,17 mientras estudios muestran que policías que previamente fueron soldados tienen tres veces más probabilidad de disparar sus armas.[18] Algunos veteranos que han “traído la guerra a casa” son un factor capital en la plaga de asesinatos a manos de policías de gatillo fácil: ha habido más de 29 mil civiles asesinados a manos de policías en los EE.UU. desde el 11 de septiembre de 2001.19
Muchos en los grupos fascistas y milicias fascistoides que encabezaron el asalto del 6 de enero al Congreso de los Estados Unidos son veteranos de guerra de Afganistán e Irak.
Como hemos enfatizado desde el principio, la guerra imperialista en el exterior implica la represión racista “en casa”. Los estragos causados por la “Guerra Global contra el Terrorismo” de los gobernantes norteamericanos han sido abrumadores, desde Afganistán e Irak hasta Siria, así como en el “frente interno”. Se trata de la continuación de la matanza imperialista de la Guerra de Corea (2 millones de muertos) y de la Guerra de Vietnam (3 millones de muertos), encima de las carnicerías de las guerras imperialistas mundiales, la Primera (más de 21 millones de muertos) y la Segunda (más de 73 millones). Hoy, la devastación de la pandemia del COVID-19 y el caos que ha ocasionado en todo el mundo capitalista dejan bien en claro la incapacidad de este putrefacto sistema imperialista de preservar las vidas y de satisfacer las necesidades más elementales de la población.
La alternativa en esta época imperialista, como escribió la revolucionaria comunista germano-polaca Rosa Luxemburg con respecto a la matanza de la Primera Guerra Mundial, es socialismo o barbarie. En los campos de la muerte de las “guerras sin fin” de EE.UU. en Medio Oriente y Asia Central, hasta los tráileres llenos de cadáveres afuera de los hospitales norteamericanos y las fosas masivas en Brasil, podemos ver en frente de nuestros ojos el horrible rostro de la barbarie. La respuesta debe ser la construcción de partidos obreros revolucionarios que luchen para reforjar una IV Internacional auténticamente trotskista. Localizado en el cruce de caminos de Asia, Afganistán ha sido durante los últimos 40 años una prueba fundamental para distinguir entre el marxismo revolucionario y la política socialdemócrata proimperialista. En cada coyuntura, hemos luchado por la defensa del programa bolchevique de Lenin y Trotsky en la construcción del partido mundial de la revolución socialista, que es la esperanza de la humanidad. ■
- 1. Según el proyecto la Universidad de Brown Costs of War. Véasehttps://watson.brown.edu/costsofwar/figures/2021/human-and-budgetary-costs-date-us-war-afghanistan-2001-2021.
- 2. “U.S./NATO Murder, Inc.”, The InternationalistNo. 33, verano de 2011.
- 3. “The Afghanistan Papers: A secret history of the war,” Washington Post, 9 de diciembre de 2019.
- 4. Glenn Greenwald, “The U.S. Government Lied for Two Decades About Afghanistan” (16 de agosto).
- 5. Congressional Research Service, “Department of Defense Contractor and Troop Levels in Afghanistan and Iraq: 2007-2020” (actualizado el 22 de febrero de 2021).
- 6. Workers Vanguard, (9 de mayo de 1975), periódico de la Spartacist League, entonces voz del auténtico trotskismo que hoy continúa la Liga por la IV Internacional (LIVI).
- 7. En 2012, el presidente títere de Afganistán, Hamid Karzai, respaldó un “Código de Conducta” del Consejo de Ulemas, el más alto cuerpo del clero en Afganistán, que explícitamente rechaza la igualdad entre hombres y mujeres, al declarar que las mujeres son “secundarias”, al mismo tiempo que decretaba que las musulmanas deben usar burqas, no pueden salir de la casa sin acompañamiento masculino ni mezclarse con hombres en escuelas, mercados y oficinas. Véase: “Hamid Karzai backs clerics’ move to limit Afghan womens’s rights”, Guardian, 6 de marzo de 2012.
- 8. El mahr islámico, que es la cantidad que el novio paga por la novia al momento de casarse.
- 9. Valentine Moghadam, “Fundamentalism and the Woman Question in Afghanistan,” en Lawrence Kaplan, ed., Fundamentalism in Comparative Perspective (University of Massachusetts Press, 1992).
- 10. “Afghanistan and the Russians,” Militant, 10 de febrero de 1989.
- 11. Workers Vanguard, 9 de mayo de 1975.
- 12. Radio Pública Nacional, 15 de agosto.
- 13. Daily Beast, 17 de agosto; New York Times, 16 de agosto.
- 14. U.S. Department of Defense Annual Suicide Report, Calendar Year 2018.
- 15. Brown University Cost of War Project, 21 de junio de 2021.
- 16. Reporte anual para la prevención de suicidios del Departamento de Veteranos de EE.UU., 2020.
- 17. “When Warriors Put on the Badge” The Marshall Project (30 de marzo de 2017).
- 18. “Police With Military Experience More Likely to Shoot,” The Marshall Project (15 de octubre de 2018).
- 19. Véase fatalencounters.org. Desde el 11 de septiembre de 2001 hasta el 4 de agosto de 2021, ha habido 29,262 asesinatos con policías involucrados de los que se ha informado públicamente.