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mayo de 2003    

¡Por la defensa de Cuba contra la contrarrevolución, externa o interna!

Décadas de guerra biológica de EE.UU. contra Cuba

En mayo de 2002, el subsecretario de estado de EE.UU. para el control de armas, John Bolton, pronunció un discurso ante la ultraconservadora Heritage Foundation, en el que acusaba a Cuba de tener “al menos un proyecto limitado de investigación y desarrollo de armas biológicas”. También sustuvo que Cuba habría “provisto de biotecnología de uso dual a otros estados delincuentes” e hizo un llamado a Cuba para que cumpla las obligaciones que estipula la Convención de Armas Biológicas (CAB). ¡Que descaro, de la boca de EE.UU., que en julio de 2001 abandonó una reunión para fortalecer los poderes de la CAB! La amenaza era clara: el discurso de Bolton ostentó el título ominoso, “Más allá del Eje del Mal”, y en él amenazó a los estados que no “renuncien al terror y abandonen las armas de destrucción masiva”, diciendo que “se convertirán en nuestros blancos”. Como Irak, en fin. Un portavoz de la Oficina de Intereses de Cuba en Washington calificó este ataque como “una gran mentira y una gran calumnia”.

Bolton es un rabioso derechista y es el protegido del [recién fallecido] ex senador ultraconservador Jesse Helms. Sin embargo, no hablaba sólo por él. Dos meses antes, el subsecretario de estado encargado de inteligencia e investigación, Carl Ford, hizo la misma acusación durante una comparecencia ante el Congreso. Ésta es la primera vez que EE.UU. acusa a Cuba de desarrollar armas químicas y biológicas. Washington no ha ofrecido pruebas de sus afirmaciones, y cuando se cuestionó al portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, éste se escudó en nebulosas afirmaciones sobre “preocupaciones”. Eso no impidió que la “experta” en armas biológicas, Judith Miller, escribiera un insidioso artículo en el New York Times (7 de mayo de 2002) en el que se repiten estas falsas acusaciones y se cita a “fuentes oficiales” anónimas que dicen que EE.UU. “cree que Cuba ha realizado experimentos con ántrax”. En Center for Defense Information publicó un artículo desmintiendo a Bolton titulado “Cuba: Bioweapons Threat or Political Punching Bag?” [Cuba: ¿amenaza de armamento biológico o chivo expiatorio político?] (22 de mayo de 2002). Incluso el expresidente norteamericano Jimmy Carter rechazó estas acusaciones políticas durante una visita al celebre centro de investigación biomédica en Cuba.

Lo que es cierto es que Cuba se ha convertido en un líder mundial en la investigación y producción biotecnológicas. Los investigadores cubanos del Instituto Finlay y del Polo Científico de Occidente de la Habana han producido toda una serie de nuevos medicamentos, entre los cuales destaca una vacuna contra la meningitis, una vacuna contra la hepatitis B, así como medicinas para tratar enfermedades que afectan a las empobrecidas poblaciones de los países del “Tercer Mundo” y que son típicamente ignoradas por los gigantes farmacéuticas multinacionales que operan únicamente con el fin de multiplicar sus ganancias. La inversión cubana en la educación científica (Cuba tiene el 2 por ciento de la población de América Latina y el 22 por ciento de los científicos de la región) podría acarrear grandes beneficios por la exportación en divisas duras.

Al mismo tiempo que Washington intenta hacer más sofocante el bloqueo que fue impuesto contra Cuba desde hace cuatro décadas con el propósito de estrangular económicamente al país, EE.UU. pretende desmantelar esta industria clave. El estado obrero burocráticamente deformado de Cuba ha sido uno de los blancos principales del imperialismo yanqui en su campaña para “echar atrás” la Revolución Cubana y acallar las luchas revolucionarias a lo largo y ancho del hemisferio. Los trotskistas defendemos a Cuba contra la contrarrevolución, externa e interna, al mismo tiempo que luchamos por una revolución política proletaria para remplazar a la burocracia de Castro, con su perspectiva nacionalista, por un gobierno obrero revolucionario e internacionalista dedicado a la extensión de la revolución a Centro-, Sur- y Norteamérica y el Caribe.

Al mismo tiempo que las acusaciones de guerra biológica contra Cuba son completamente falsas, y no son más que una campaña de “desinformación” típica de la Guerra Fría, el gobierno de Estados Unidos tiene una larga historia en el uso de armamento químico y biológico contra la isla caribeña. En 1961-62, la infame “Operación Mangosta” de la CIA tuvo como propósito causar enfermedades a los obreros de la caña de azúcar al esparcir químicos en los cañaverales. Los agentes norteamericanos intentaron en repetidas ocasiones contaminar el azúcar cubano para la exportación. Más tarde la CIA admitió que durante los años 60 emprendió una “investigación” clandestina para montar una guerra contra las cosechas de varios países bajo el programa MK-ULTRA, pero dijo que sus registros habían sido destruidos. Al final de la década, cuando Castro intentó movilizar a la población para conseguir una zafra de 10 millones de toneladas de azúcar, al margen de las estupideces de la rampante burocracia, la CIA saboteó la cosecha manipulando nubes para producir lluvias torrenciales en las provincias vecinas y dejando los campos de caña secos (ver William Blum, Killing Hope: U.S. Military and CIA Interventions Since World War II [Common Courage Press, 1995]).

Después de dicho “éxito”, EE.UU. se preparó para introducir la fiebre porcina africana en Cuba en 1971. Éste fue el primer brote de fiebre porcina en el Hemisferio Occidental. Como resultado de la epidemia, Cuba se vio forzada a sacrificar por completo a su población porcina (alrededor de medio millón de animales), eliminando así el abasto de carne de puerco, pilar de la dieta cubana. Cuando portavoces del gobierno cubano acusaron por primera vez a Washington de haber lanzado un ataque biológico, miembros del gobierno norteamericano negaron su responsabilidad con desdén. Sin embargo, seis años después, tras las investigaciones del Congreso que siguieron al escándalo Watergate sobre los tejemanejes de las agencias de inteligencia norteamericanas, un periódico neoyorquino informó que una “fuente de la inteligencia de EE.UU.” dijo al periódico que “había recibido el virus en un contenedor sellado y sin etiqueta en una base militar de EE.UU. con campo de entrenamiento de la CIA en Panamá con instrucciones de entregarlos a un grupo anticastrista” (“CIA Link to Cuban Pig Virus Reported”, Newsday, 10 de enero de 1977). El artículo explicaba en detalle cómo el virus fue transferido de Fort Gulick a Cuba.

Una década más tarde, EE.UU. introdujo una virulenta variedad de dengue en Cuba, que tuvo como resultado el que 273,000 personas contrajeran la enfermedad en la isla y murieran 158, de los cuales 101 eran niños. Un artículo en Covert Action (verano de 1982) describía en detalle los experimentos de EE.UU. con dengue en el centro de armamento químico y biológico del Ejército en Fort Detrkick, así como sus investigaciones sobre el mosquito Aedes aegypti que lo transmite. El artículo señalaba que Cuba fue el único país de la región del Caribe que se vio afectado por esta enfermedad, y concluía que “la epidemia del dengue pudo haber sido una operación norteamericana encubierta”. Dos años más tarde, un dirigente del grupo terrorista gusano Omega 7, Eduardo Víctor Arocena Pérez , admitió (en un juicio en Manhattan en el que fue sentenciado por el asesinato de un miembro de la misión diplomática cubana ante la ONU) que uno de sus grupos tuvo como misión “introducir algunos gérmenes en Cuba para usarlos contra los soviéticos y contra la economía cubana, para empezar lo que se ha llamado una guerra química” justo antes de que se reportaran brotes simultáneos de dengue hemorrágico, conjuntivitis hemorrágica, moho del tabaco, hongos en la caña de azúcar, así como un nuevo brote de fiebre porcina africana (Covert Action, otoño de 1984).

Éstos son apenas algunos de los casos más espectaculares y mejor documentados de la guerra biológica lanzada por EE.UU. contra Cuba. James Banford en su libro Body of Secrets (Doubleday, 2001) reveló que mientras el Pentágono se encontraba refinando sus planes para llevar a cabo un ataque biológico contra Cuba, en la “Operación Northwoods”, el ejército norteamericano desarrolló planes para simular accidentes y causar ira popular. Esto incluyó el asesinar personas en la calle en los EE.UU., el hundimiento de barcos de refugiados en alta mar, así como la destrucción de un barco norteamericano en Guantánamo. No se trató de meros planes de contingencia. Fueron esbozados por el general Lyman Lemnitzer, rabioso anticomunista que encabezó el Estado Mayor Conjunto, a sugerencia del presidente norteamericano (y ex general) Eisenhower, y recibieron el visto bueno de todos los jefes del servicio. Pero palidecen en comparación con la operación cuyo nombre código fue “Plan Marshall”, que habría de lanzarse si las fuerzas norteamericanas hubieran invadido Cuba durante la crisis de los misiles en 1962.

El plan consistía en atacar toda Cuba con agentes incapacitantes, como parte de un ataque biológico que afectaría a millones de cubanos. El director científico en Fort Detrick dijo que una alternativa considerada era la de rociar las tropas cubanas con la letal toxina botulínica, argumentando que eso “sería buena cosa”, puesto que salvaría vidas norteamericanas en la invasión. Judith Miller, que habla sobre este plan en su libro Germs: Biological Weapons and America’s Secret War (Simon  & Schuster, 2001) dice que se trataba de un “cocktail” de dos gérmenes y toxinas biológicas que producían náusea extrema, fiebres de hasta 40 grados (cercanas a las que producen estados de coma y la muerte), encefalitis equina venezolana y fiebre Q. “Equipos de Pine Bluff [la principal planta de armas químicas de EE.UU.] prepararon cientos de galones de este cocktail, suficientes para llenar una alberca”, según dice Miller. El jefe de Pine Bluff dijo: “Podríamos movilizar nuestras fuerzas, tomar el país y eso sería todo”.

El director de Fort Detrick dijo que había un “aspecto humanista” del plan, puesto que reduciría el número de bajas debidas al combate. El plan consistía en rociar de oriente a poniente, para aprovechar los vientos alisios para cubrir a La Habana. Esta “humana” guerra biológica de Estados Unidos “únicamente” mataría al 1 ó 2 por ciento de la población cubana. Dado que la población cubana en esa época era de 7 millones, esto significa que el Pentágono planeaba asesinar a entre 70,000 y 140,000 civiles cubanos. El número real de muertes habría sido, probablemente, muchísimo mayor. Cuando el biólogo de Harvard Matthew Meselson supo del plan, fue con su antiguo colega McGeorge Bundy, el genio maligno de la Guerra de Vietnam que fungió como asesor de seguridad nacional del presidente John Kennedy. Bundy prometió que el Plan Marshall ya no sería considerado entre los planes de guerra. Sin embargo, según Miller, “la verdad es que los gérmenes se mantuvieron en los planes de guerra, según dijeron ex funcionarios”.

¡Y el gobierno de EE.UU. se atreve a acusar a Cuba de intentar emprender una posible guerra biológica!

¡Defender a Cuba contra el sanguinario imperialismo yanqui!

Ver también: ¡Por la defensa revolucionaria e internacionalista de Cuba!


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