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diciembre de 2005  

No al “capitalismo andino” del MAS –
¡Luchar por la revolución obrera!

Elecciones en Bolivia:
Evo Morales en la cuerda floja


Miles de partidarios del MAS (Movimiento al Socialismo) de Evo Morales portando la bandera wiphala
multicolor del movimiento indígena arriban a La Paz el 23 de mayo de 2005,  después de marchar desde
Caracollo. Los manifestantes exigieron la nacionalización de los campos petrolíferos y de gas bolivianos.
Morales llamó sólo por reafirmar los derechos proprietarios del estado, dejando el control en manos de
los consorcios energéticos imperialistas. 
(Foto: Indymedia Bolivia)

30 DE DICIEMBRE — La aplastante victoria del dirigente campesino indígena Evo Morales en las elecciones bolivianas del 18 de diciembre fue recibida con júbilo por la mayor parte de la izquierda a escala internacional, y alarmados pronunciamientos del imperialismo norteamericano. Al haber obtenido cerca del 54 por ciento de la votación, el dirigente del Movimiento al Socialismo (MAS) es el primer candidato en la historia boliviana reciente que gana con una mayoría absoluta. Sin embargo, a pesar de las esperanzas que en él depositan sus seguidores indígenas y campesinos, señalamos que el MAS ni es socialista ni forma parte del movimiento obrero, y que el gobierno nacionalista burgués de Morales administrará a Bolivia en el marco del capitalismo, condenando a las masas a sufrir más miseria.

El voto a favor de Morales fue casi el doble del que recibió el derechista que quedó en segundo lugar, el ex presidente Jorge “Tuto” Quiroga, que contaba con el favor del gobierno de EE.UU., además de haber sido el protegido del difunto dictador Hugo Banzer. Pese a que la Corte Nacional Electoral rasuró a muchos votantes del padrón en varios bastiones del MAS, el partido de Morales también obtuvo tres gubernaturas, así como la mayoría en la Cámara de Diputados. Los partidos tradicionales de los corruptos operadores políticos bolivianos fueron prácticamente borrados del mapa electoral; no obstante, formaciones derechistas obtuvieron algunos triunfos en varias contiendas departamentales y locales. La toma de posesión de Morales está programada para el 22 de enero.

Alvaro García Linares y Evo Morales en campaña.El presidente electo boliviano Evo Morales (derecha) y el vice presidente electo Alvaro García Linera portando coronas de hojas de coca mientras hacían proselitismo electoral en la región boliviana del Chapare en noviembre pasado.
(Foto: Noah Friedman-Rudovsky/New York Times)

La elección como presidente de un indígena aymara ex cultivador de coca, en el turbulento corazón de Sudamérica, fue una noticia de primera plana en la prensa mundial. El New York Times (24 de diciembre de 2005) dijo que la elección constituía la más reciente “sacudida de la izquierda demagógica” en América Latina. Tras señalar la amistad de Morales con los presidentes Hugo Chávez de Venezuela y Fidel Castro de Cuba, el editorial se quejaba de que “las denuncias contra el imperialismo yanqui” provienen ahora no sólo de las calles, sino también de los palacios presidenciales. Poco antes de las elecciones, el Times se preguntaba si Morales representaría el “segundo advenimiento” de Che Guevara. La pregunta refleja el delirio que aflige a los imperialistas yanquis y a sus marionetas en el ejército boliviano (que, junto con la CIA, asesinaron a Guevara).

Aunque la imagen de Guevara aparece frecuentemente en las movilizaciones del MAS, y que el vicepresidente electo Álvaro García Linera, el preeminente intelectual de la izquierda indigenista boliviana, fue el teórico del Ejército Guerrillero Tupac Katari, Evo Morales y García Linera defienden hoy en día un “capitalismo andino y amazónico”. En dos levantamientos obreros y campesinos (el de octubre de 2003 y el de mayo-junio de 2005), Morales jugó un papel clave para obstaculizar una revolución obrera, ayudando en cambio a instalar a nuevos gobernantes burgueses para desviar la lucha hacia un callejón sin salida parlamentario. Debe señalarse también que, a pesar de la satanización de Morales por parte del gobierno norteamericano, importantes sectores del movimiento obrero boliviano no apoyaron al MAS en las elecciones.

El triunfo de Morales ciertamente refleja la urgente esperanza en un cambio social fundamental que tiene la mayoría oprimida en Bolivia, el país más pobre de Sudamérica, donde en los últimos dos años las turbulentas luchas de masas han derribado a dos presidentes respaldados por Estados Unidos. La elección del primer presidente indígena en la historia del país ha generado grandes expectativas entre las masas excluidas del poder por la élite k’ara (blanca). Morales, quien ganó popularidad como dirigente de los cocaleros perseguidos por EE.UU. en el marco de su “guerra contra las drogas”, se autodenomina la “pesadilla de Washington”. Sin embargo, incluso antes de las elecciones, un portavoz de la embajada de EE.UU. afirmó: “Vamos a trabajar y colaborar con él, que ustedes elijan”. Si Quiroga era la Opción A de Washington, trabajar a través de Morales para desmantelar las luchas de masas es su Opción B (“EE.UU. ya juega con la opción Evo presidente”, Econoticias Bolivia, 14 de diciembre de 2005).

El MAS fue clave en la “solución constitucional” implementada para salvaguardar los intereses fundamentales de la clase dominante boliviana y sus padrinos yanquis en la primera y segunda Guerras del Gas. Cuando el presidente y asesino en masa Gonzalo Sánchez de Lozada fue echado en octubre de 2003, Morales se las ingenió para que el vicepresidente del “Goni”, Carlos Mesa, tomara posesión del cargo. Después, cuando masivas protestas desembocaron en la salida de Mesa en junio del año pasado, Morales se pronunció a favor del jefe de la Suprema Corte, Eduardo Rodríguez, para que fuera nombrado como presidente interino, y que se convocaran elecciones anticipadas. Buscando tranquilizar al capital doméstico y foráneo, el MAS eliminó puntos “radicales” de su programa, mientras asiduamente le hacía la corte a empresarios “patrióticos”.

En sus primeras declaraciones tras el triunfo en las elecciones, Morales prometió que su gobierno respetará la propiedad privada y “no confiscará ni expropiará las propiedades en manos de las multinacionales” – los conglomerados imperialistas del petróleo y el gas, cuyos contratos leoninos con los predecesores del nuevo mandatario boliviano desencadenaron los recientes levantamientos. Intentando balancearse entre fuerzas sociales que estuvieron a punto de enfrentarse en una guerra civil en los últimos años, insistió en que su gobierno representará e incorporará a los movimientos sociales de Bolivia. Lo que realmente se propone es subordinar dichos movimientos a los capitalistas.

El 23 de diciembre Morales hizo un pacto con dirigentes de El Alto, la ciudad obrera aymara cerca de La Paz que fue el epicentro de las protestas que derribaron a los presidentes Mesa y Sánchez de Lozada. Cuatro días después, el presidente electo viajó a la ciudad oriental de Santa Cruz para reunirse con dirigentes de la élite empresarial derechista de línea dura. El presidente de la Cámara de Industria y Comercio Gabriel Dabdoub declaró: “Evo Morales fue claro al asegurar que va a atraer inversiones y que la nacionalización que plantea no es de expropiación sino de manejo de los recursos con base en los ingresos que se pueda tener” mediante impuestos y regalías al petróleo y al gas. En la reunión, Morales accedió a la exigencia del Comité Cívico Pro Santa Cruz de privatizar los ricos depósitos de hierro y manganeso de Mutún.

Lo más llamativo de esta visita es que Morales alabó a la racista élite de Santa Cruz por exigir la “autonomía” –con respecto al altiplano indígena– y prometió ayudarles a conseguirla. “No quiero expropiar ni confiscar ningún bien”, reiteró Morales en la reunión. “Quiero aprender de los empresarios” (Página 12 [Buenos Aires], 28 de diciembre de 2005). El departamento de Santa Cruz es gobernado como el coto de caza privado de los “empresarios” agroindustriales, que utilizan escuadrones de matones fascistoides para impedir la sindicalización de la mano de obra predominantemente indígena. En junio, el político cruceño Hormando Vaca Díez, jefe del senado, llevó al país al borde de la guerra civil con su intento de asumir la presidencia, llamando a los manifestantes indígenas “demonios” y prometiendo “poner orden” mediante la represión masiva.

Por su parte, García Linera, teórico del MAS, enfatiza que su gobierno será de “centro-izquierda”. Al abundar en su consigna a favor de un “capitalismo andino”, dice que éste estará “ligado a los mercados globales” y a los “sectores empresariales” y que durará al menos 40, 60 o hasta 100 años. Esta consigna es utópica y reaccionaria, por su apelación a una forma imaginaria de explotación de clase “nacional”. Su contenido real es el intento de dar un rostro “andino” a la subordinación semicolonial de Bolivia al capitalismo real, internacional (esto es, el imperialismo). Ahora el MAS se esfuerza por mostrar que los empresarios con los que se quiere aliar incluyen a la élite de Santa Cruz, cuyo intento de tomar una tajada aún más grande de las ganancias por la venta de hidrocarburos ha encolerizado a las empobrecidas masas bolivianas.

El régimen burgués de Morales no merece ni la más mínima confianza por parte de los obreros y campesinos. Incorporará a varios dirigentes indígenas, campesinos y obreros, pues los políticos tradicionales se han mostrado incapaces de domar a las masas. Se les unirán figuras de partidos abiertamente capitalistas. El MAS mismo es un partido nacionalista pequeñoburgués con vocabulario reformista, entre cuyos diputados se cuentan varios políticos burgueses que han abandonado otros partidos. Ya en las antecámaras del Palacio Quemado, se está convirtiendo en un partido burgués para defender el dominio de clase de los capitalistas.

El principio de la independencia de clase del proletariado es cuestión de vida o muerte en Bolivia, donde dirigentes nacionalistas han llevado a las masas al matadero una y otra vez. Las organizaciones de izquierda que se pronunciaron por el voto a favor de Morales han traicionado una vez más los intereses de los obreros bolivianos, héroes de algunas de las más duras batallas de clase en la historia del hemisferio.

Hoy, hasta la prensa liberal de EE.UU. cita las advertencias de algunos activistas bolivianos en el sentido de que si Evo Morales no cumple, podría desencadenarse una “guerra civil”. La respuesta no es exigir “que Evo cumpla” con su programa burgués, sino construir un partido revolucionario que pueda dirigir a los trabajadores a la victoria en la guerra de clases. Esto exige una política de intransigente oposición proletaria al nuevo régimen. Significa forjar un genuino partido trotskista basado en el programa de la revolución permanente, desde el corazón de Sudamérica hasta las “entrañas del monstruo”, donde la huelga de los trabajadores del transporte público en Nueva York dio recientemente una muestra del enorme poder del proletariado multirracial de EE.UU.

El nacionalismo populista del MAS no resolverá nada

Una mirada a la historia de Bolivia muestra una larga tradición de “socialismo” burgués: tras la devastadora Guerra del Chaco (1932-1935), los coroneles nacionalistas David Toro y Germán Busch calificaron a sus regímenes de “socialistas” para cooptar a sectores obreros y campesinos. Toda una serie de regímenes populistas, notablemente los del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) que llegó al poder con la Revolución de 1952, llevaron a cabo nacionalizaciones (como las del estaño y el petróleo) mucho más audaces que cualquiera de las propuestas por Morales, las cuales en el contexto histórico distan de ser radicales y lo parecen tan sólo desde el punto de vista de la “guerra contra las drogas” de EE.UU. Entre 1982 y 1985 el gobierno de frente popular de la UDP (Unión Democrática y Popular) impuso las medidas hambreadoras dictadas por el Fondo Monetario Internacional, allanando así el camino para los regímenes derechistas que cerraron las minas nacionalizadas y privatizaron todo cuanto pudieron. Cada ciclo de colaboración de clases bajo el signo del populismo o del frentepopulismo abre la vía a un nuevo ciclo de represión derechista.

Hoy, Morales se balancea en la cuerda floja sobre un abismo. Miembros de su equipo de transición dicen que cambiarán las políticas “neoliberales de libre comercio”, en particular la ilimitada importación de mercancías del exterior y las leyes antisindicales de “libre contratación” que han operado durante las dos últimas décadas. Dicen también que el nuevo gobierno rechazará la intervención militar norteamericana so pretexto de la “guerra contra las drogas”. A la vez que reafirma su oposición a la política de Washington de la erradicación de la coca, Morales ha enfatizado que trabajaría con la Casa Blanca en lo que llama un “genuinoesfuerzo contra el narcotráfico. (En un episodio que subraya la relación semicolonial de Bolivia con respecto a Estados Unidos, el Pentágono retiró recientemente 30 misiles tierra-aire al ejército boliviano.) Morales ha intentado ganarse la aprobación de gobiernos europeos lo suficientemente astutos como para sacar provecho de la torpeza del gobierno norteamericano en América Latina.

Las cuestiones que hacen que la sociedad boliviana sea tan explosiva son asuntos de clase. El país tiene el segundo lugar en cuanto a reservas de gas natural en América Latina. ¿Quién controlará, poseerá y se beneficiará de esta riqueza? Obreros, campesinos y vecinos pobres están perfectamente conscientes de que desde la conquista española, el país ha dependido de una materia prima tras otra: la mayoría indígena se hundió en una miseria cada vez mayor, mientras que los españoles se llevaban fabulosas riquezas en plata; después, los “barones del estaño”, socios menores del capital británico y norteamericano, hicieron lo propio. La exclusión racista de los pueblos indígenas ha ido de la mano con su brutal explotación en las minas y el campo.

En ocasiones, bajo la presión de las protestas masivas, el MAS ha hablado vagamente a favor de la nacionalización del gas, dejando claro al mismo tiempo que lo que quiere decir es que hay que incrementar los impuestos y las regalías por su extracción. (Morales no fue el único que intentó dar su propio giro a la palabra “nacionalización”: frente la indignación de las masas contra los conglomerados energéticos, prácticamente todos los candidatos presidenciales usaron esta palabra en sus campañas.) Morales trabajó estrechamente con el ex presidente Mesa en el diseño del referendo-trampa de junio de 2004, con el que se estampaba un sello “democrático” al control imperialista del gas natural. Hoy, Morales promete que ni siquiera habrá una recuperación nacionalista burguesa de los recursos naturales. Sin embargo, como muestra la historia de Bolivia (lo mismo que la de México, Argentina, Brasil y otros países) incluso la nacionalización no lograría más que limitar el saqueo imperialista de la riqueza boliviana, sujeta a los dictados del mercado internacional y a las leyes de la explotación capitalista. Los trotskistas insistimos en que la única forma en que las empobrecidas masas bolivianas se beneficiarán de las reservas del gas consiste en que éstas sean expropiadas por los trabajadores. Para ello es necesaria una revolución social que dé el poder a un gobierno obrero-campesino-indígena.

Los pueblos originarios bolivianos representan el 62 por ciento de la población. Según el Banco Mundial, más de la mitad (el 52 por ciento) de los indígenas bolivianos viven en condiciones de “pobreza extrema”; en áreas rurales, la cifra se elevó hasta el 72 por ciento entre 1997 y 2002. El ingreso promedio para los indígenas que tienen un empleo remunerado es de 63 dólares al mes, en comparación con el salario de hambre de los no indígenas que es de 140 dólares al mes (La Jornada [México], 20 de diciembre). Las cifras en lo que toca a educación, saludo, trabajo infantil y otros indicadores sociales muestran el mismo patrón: una desigualdad escandalosa en el contexto general de pobreza inaguantable y explotación despiadada. La vida diaria es aún más difícil para las mujeres indígenas triplemente oprimidas. ¡Esto el lo que el capitalismo significa par la mayoría oprimida en Bolivia! Tímidas reformas no pueden hacerle mella.

¿Qué hay de la tierra? Un día después de las elecciones, Morales dio un discurso en su local en Cochabamba en el que dijo: “El MAS va a respetar la propiedad privada, excepto las tierras improductivas. Esto tiene que revertirse porque hay gente sin tierra y para que el campesino tenga trabajo.” Tras la revolución de 1952, Bolivia experimentó una de las más extensas reformas agrarias en toda América Latina. No obstante, el marco capitalista implicó que el campesinado permaneció sumido en la pobreza, mientras que los intereses agroindustriales en Santa Cruz recibieron enormes subsidios gubernamentales. Hoy en día, 100 familias son propietarias de 25 millones de hectáreas de tierra, en tanto que dos millones de personas trabajan cinco millones de hectáreas. El sesenta por ciento de las tierras productivas se encuentran en Santa Cruz (Clarín [Buenos Aires], 20 de diciembre de 2005).

Hace falta una revolución agraria, como parte de una revolución socialista, contra el sistema de explotación de clase en su conjunto, para que los campesinos pobres y sin tierra salgan de la pobreza mediante la expropiación de las granjas capitalistas y el desarrollo de una agricultura moderna, mecanizada y científica al fomentarse la producción colectiva. Sólo mediante dicha revolución podrán los oprimidos pueblos indígenas tomar ellos mismos los derechos y el poder que se les han negado por siglos. La “guerra contra las drogas”, por su parte, es un pretexto para la intervención imperialista en América Latina y la represión racista en los ghettos negros y barrios latinos de Estados Unidos. Los marxistas revolucionarios nos oponemos a todas las leyes que criminalizan las drogas y defendemos el derecho de los campesinos bolivianos a cultivar y vender la coca de manera ilimitada. ¡Echar a las tropas, agencias de espionaje y “asesores” norteamericanos!

La élite derechista de Santa Cruz, Tarija y otras regiones ricas en gas en el este y el sur del país llama desdeñosamente a la base plebeya de Morales “indios revoltosos”. El que el dirigente del MAS busque congraciarse con estos racistas sólo los va a fortalecer. Mientras tanto, el alto mando del ejército expresó su inconformidad frente a la petición de Morales de que el presidente saliente Eduardo Rodríguez congelara las transferencias y promociones militares hasta después del 22 de enero, cuando Morales asuma la presidencia. En un abierto acto de insubordinación, el comandante del ejército, general Marcelo Antezana, objetó públicamente la petición del presidente electo. El ejército y la policía bolivianos son tristemente célebres por sus interminables masacres; la más reciente fue el asesinato de más de 80 manifestantes en octubre de 2003. No obstante, Morales –al igual que Salvador Allende en los años 70 y la República española en los 30– se pliega a respetar la “institucionalidad” del ejército, que resguarda brutalmente el dominio y privilegios de los capitalistas. El portavoz para asuntos de defensa del MAS, Juan Ramón Quintana, afirmó que “Morales se ha comprometido a respetar la institucionalidad de las FFAA, y que garantiza el cumplimiento de sus reglamentos” (Clarín, 24 de diciembre de 2005).

La defensa de los intereses más elementales, y de la vida, de los explotados y oprimidos en Bolivia exige que se derrote de manera decisiva y que se expropie a los oligarcas de Santa Cruz, lo mismo que a los industrialistas de La Paz y Cochabamba, y que se desmantele al cuerpo de oficiales del ejército, que está empapado con la sangre de generaciones de trabajadores. Como en todos los demás asuntos fundamentales de la lucha de clases en Bolivia, esta tarea no puede ser realizada mediante la fórmula del MAS de “refundar” la democracia burguesa a través de una Asamblea Constituyente, en un país que casi ha tenido tantas constituciones como golpes miliares. Los obreros y campesinos necesitan sus propios comités de autodefensa, que conduzcan a la formación de milicias y consejos (soviets) de obreros y campesinos. Estos podrán ganar a su lado a los soldados rasos en oposición a la casta de oficiales que sirve a la clase dominante.

Una revolución socialista en Bolivia, en el corazón mismo de América Latina, tendría consecuencias inmediatas en esta cada vez más polarizada región. El núcleo más poderoso del proletariado de la región es la clase obrera de Brasil, donde el frente popular de Luiz Inácio Lula da Silva enfrenta un extendido descontento obrero. Lo mismo que el presidente argentino Néstor Kirchner, Lula anunció recientemente que haría un pago anticipado de la deuda de miles de millones de dólares al FMI mientras que el ejército y la policía atacan a campesinos sin tierra y a vecinos de las barriadas pobres. En Perú, el capitalismo con rostro “cholo” del presidente Toledo ha utilizado la represión abierta en contra de masivas protestas sindicales. En Ecuador, la izquierda y las organizaciones indígenas ayudaron a llevar al poder al oficial derechista Lucio Gutiérrez, quien incluyó a dirigentes indígenas en su gabinete para desecharlos cuando cumplieron con su propósito de desmovilizar el descontento obrero, campesino e indígena, para luego ser él mismo echado por masivas protestas en abril pasado.

Más al norte, en México, el diario frentepopulista La Jornada (19 de diciembre de 2005) expresa la esperanza de que la victoria de Morales sea un presagio de que la voz de la “gente” se “escuchará con fuerza en las elecciones presidenciales de 2006” en México. Con ello quiere decir que espera el triunfo del candidato del Partido de la Revolución Democrática, que ha gobernado la Ciudad de México en interés del capital mexicano e imperialista, enviando a sus granaderos a romperle la cabeza a estudiantes y profesores en huelga. El nuevo muro que Washington intenta construir en la frontera con México no puede aislar a EE.UU. de los levantamientos sociales de América Latina. Los trabajadores inmigrantes –un “puente humano” entre América Latina y América del Norte– son un sector dinámico del multiétnico proletariado norteamericano.

La intranquilidad de Washington por las estrechas relaciones de Morales con el presidente venezolano Hugo Chávez tiene su réplica en las esperanzas de la mayoría de la izquierda en una alianza Caracas-La Paz. Una situación de bonanza debida a  los altos precios del petróleo da al régimen de Chávez un margen de maniobra cualitativamente mayor que el que tendrá Morales en la empobrecida Bolivia. Mientras tanto, los esfuerzos de Venezuela y otros países sudamericanos para formar un cartel –el “anillo energético regional”– han preocupado a voceros del MAS, ansiosos de proteger los intereses particulares de Bolivia como proveedor de gas. Lo más fundamental es que el gobierno nacionalista en Caracas descansa sobre las fuerzas armadas del estado burgués; su retórica “bolivariana” no puede romper el dominio imperialista en América Latina. Los trotskistas defendemos militarmente a Venezuela contra las intentonas golpistas y amenazas de intervención norteamericana (como haríamos en caso de que EE.UU. emprendiera acciones contra el gobierno de Morales en Bolivia) sin dar el menor apoyo político a este régimen nacionalista.

Un mes antes de las elecciones, un análisis de la Andean Information Network (18 de noviembre de 2005) señala que aunque el MAS “enfrenta una considerable presión popular para que ponga en práctica reformas de envergadura”, se ha “esforzado por tranquilizar a los intereses internacionales y calmar temores de que establezca un régimen socialista radical”. Así, “son muchos en los movimientos sociales bolivianos los que consideran que las posiciones de Morales y del MAS no van lo suficientemente lejos” La victoria electoral de Evo Morales pone de manifiesto las contradicciones de clase que su régimen burgués será incapaz de conciliar o suprimir.

Ante la dura realidad del capitalismo bajo un gobierno del MAS, amplios sectores de las masas bolivianas pueden experimentar una mayor y rápida radicalización. La revolución rara vez está lejos de la mente de quienes viven en el empobrecido altiplano. Pero la victoria revolucionaria exige que se rompa con la tradición de estrechez nacional que caracteriza hasta a la “extrema izquierda” en Bolivia. Exige la lucha por una Federación Andina de Repúblicas Obreras que forme parte de los Estados Unidos Socialistas de América Latina, extendiendo la revolución al proletariado norteamericano y mundial.

La izquierda y Evo Morales


Los trabajadores mineros marchan en La Paz, el 8 de junio de 2005. Los mineros constituyen un sector
clave
del proletariado boliviano. Urge forjar una dirección revolucionaria.  (Foto: El Internacionalista)

Bolivia, con su historia de violentos conflictos sociales y su movimiento obrero dotado de un alto nivel de conciencia de clase, es un país sumamente politizado. Así, varias asociaciones de vendedores de los mercados ponen la imagen del Che Guevara en sus mantas. En los años 90, surgió en la región del Chapare en Cochabamba el movimiento de cocaleros dirigido por Evo Morales, quien pronto llamó la atención de sectores de la izquierda boliviana. Los seguidores del “trotskista” argentino Nahuel Moreno se jactaron durante varios años de que eran asesores clave del movimiento dirigido por Morales. Hasta que una rencilla parlamentaria los dividió recientemente, el No. 2 de Evo era el ex dirigente minero Filemón Escobar, quien había sido en décadas previas el dirigente sindical de más alto rango del Partido Obrero Revolucionario de Guillermo Lora, la principal organización boliviana que se describe como trotskista.

Desde la febril campaña electoral nacional que realizó en 1985, el POR se ha rehusado a votar en las elecciones, aduciendo que la revolución se encuentra a la vuelta de la esquina. En las elecciones de diciembre de 2005, mantuvo esta posición, escribiendo: “el repudio a las elecciones que ahora se palpa, pone en evidencia que avanza aceleradamente la revolución proletaria” (Masas No. 1966, 30 de septiembre de 2005). Al mismo tiempo, este partido mostró una vez más su naturaleza centrista (revolucionaria en palabras, oportunista en los hechos) durante el levantamiento de mayo-junio de 2005. El POR ayudó a la burocracia de la COB (Central Obrera Boliviana) a montar una efímera “Asamblea Nacional Popular Originaria” en la que dirigentes sindicales, campesinos y de juntas vecinales se dedicaron a pronunciar encendidos discursos para denunciar que Morales había vendido las masivas protestas, para luego alinearse con el MAS cuando ayudó a transferir el poder al presidente interino Rodríguez (ver “Mito y realidad: El Alto y la ‘Asamblea Popular’”, junio de 2005).

Después del levantamiento de mayo-junio, los dirigentes de la COB hablaron vagamente de establecer algún tipo de “Instrumento Político de los Trabajadores”, mientras regateaban con varias agrupaciones nacionalistas. Más recientemente, a principios de diciembre en El Alto, la COB, la Central Obrera Regional de El Alto y la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia celebraron una “Primera Cumbre Nacional Obrera Popular” que declaró que las elecciones “convocadas para desarticular la lucha tenaz de los explotados del país no resolverán los problemas que estrangulan a los bolivianos ni defenderán la soberanía y la dignidad de la nación” (Econoticias Bolivia, 12 de diciembre de 2005). Su “respuesta” al electorerismo del MAS consistió en anunciar que van a resucitar la abortada “Asamblea Popular” ... en una reunión programada para abril. Los burócratas nacionalistas intentan encubrir su impotencia con nombres grandilocuentes para organizaciones inexistentes.

La abortiva campaña a favor de un “Instrumento Político de los Trabajadores” hizo que un pequeño grupo, la Liga Obrera Revolucionaria-Cuarta Internacional (LOR-CI, parte de la tendencia dirigida por el PTS argentino, una escisión de la corriente morenista), emprendiera un nuevo esfuerzo para presionar hacia la izquierda a los dirigentes de la COB. La LOR-CI fue socia menor del POR en el bloque de mayo-junio a favor de la Asamblea Popular. En las últimas elecciones, la LOR-CI se rehusó correctamente a votar por Morales, pero sigue llamando a la COB, a las juntas vecinales y a otros grupos a establecer una “verdadera” Asamblea Popular, mientras que se pone a la cola de la consigna del MAS a favor de una Asamblea Constituyente.

En días recientes se han visto furiosas diatribas del Partido Obrero argentino de Jorge Altamira, en defensa de su exaltado apoyo a Morales. El Obrero Internacional (diciembre de 2005), órgano de la campaña de Altamira por la “refundación de la IV Internacional” llevó como encabezado “Llamamos a votar por Evo Morales y el MAS”. Un día después de las elecciones, Altamira publicó una declaración titulada “El Partido Obrero saluda la victoria de Evo Morales y el MAS”. A esto siguió un artículo que proclamaba que las elecciones bolivianas representaron un “‘Tsunami’ popular” (Prensa Obrera, 22 de diciembre de 2005). Aunque critica el programa de Morales, el PO dice entre otras cosas que hay diputados electos bajo las siglas del MAS “que son verdaderos militantes revolucionarios cuyas candidaturas fueron resueltas por votación en Asambleas Populares”. Reprochado por el PTS por su abierto apoyo a la colaboración de clases, el PO respondió con la calumnia tipo estalinista de que aquéllos que no hayan votado a favor de Morales apoyaron a la derecha y “trabajaron por una ‘derrota de conjunto’ de las masas” (Prensa Obrera, 22 de diciembre).

Otra de las muchas tendencias de izquierda que llamaron a votar por “Evo” es la agrupación internacional organizada en torno a Ted Grant y Alan Woods, laboristas británicos que ahora se ufanan de ser asesores “marxistas” de Hugo Chávez en Venezuela. Escriben lo siguiente:

“La experiencia de un gobierno de Morales es un paso necesario en el desarrollo de la conciencia de las masas en Bolivia. El deber elemental de los revolucionarios en Bolivia es acompañarlas en esta experiencia. No tienen alternativa, sino llamar a favor de un voto crítico por el MAS....”

–“Bolivian elections: What position should the Marxists take?” (16 de diciembre).

Encubierto bajo un manto de objetivismo, éste es el mismo argumento que utilizaron los oportunistas en 1917 para apoyar a Kerensky en Rusia, a los frentes populares español y francés en 1936, al de Allende en 1970, así como a los innumerables regímenes nacionalistas en América Latina: la colaboración de clases, así como las derrotas que implica para la clase obrera, son un “paso necesario” para las masas, en el que los “revolucionarios” deben acompañarlas.

Esto nada tiene en común con la perspectiva y el programa de León Trotsky, cuya IV Internacional codificó en sus reglas que es preciso decir la verdad a las masas y nadar contra la corriente de la colaboración de clases, luchando por la oposición proletaria a todo gobierno burgués, como la única manera de defender a las masas en contra del enemigo de clase y preparar verdaderas victorias revolucionarias.

Mientras que varios seudotrotskistas compiten entre sí al ponerse a la cola del MAS o de los burócratas de la COB con sus respectivos llamados colaboracionistas a favor de asambleas “constituyentes” o “populares”, la Liga por la IV Internacional ha insistido en que la tarea de la hora en Bolivia es la de comenzar a construir un auténtico partido trotskista que dirija la lucha por genuinos consejos obreros como el centro organizador de la revolución proletaria (ver la serie de artículos y reportes de El Internacionalista de junio de 2005 en directo desde Bolivia).

Por su parte, la ahora centrista tendencia espartaquista ha alcanzado un nuevo nadir histórico: los miembros de su grupo mexicano nos han criticado por plantear la formación de soviets en los sucesos bolivianos de mayo-junio. Dicen que se trata de algo imposible pues, según ellos, “no existe en Bolivia hoy en día una clase obrera” (olvídense de las miles de fábricas que se ubican tan sólo en la ciudad de El Alto). En otras palabras, estos seudotrotskistas creen que es imposible una revolución socialista en Bolivia. Esto es notablemente similar a lo que expuso García Linera en una conferencia en la Universidad de la Ciudad de México, en la que el teórico del MAS intentó defender esta línea en contra de camaradas del Grupo Internacionalista (sección mexicana de la LIVI) que lo cuestionaron en el debate.

Hoy en día, el programa del auténtico trotskismo es más relevante que nunca en Bolivia. Portavoces de Washington han expresado su temor de que pudiera estallar una revolución en el país andino: a pesar de que les disgusta Morales, se dan cuenta de la posibilidad de que éste no logre contener a las masas por mucho tiempo. El verano pasado, un asesor del ministro de guerra norteamericano Donald Rumsfeld advirtió en una charla pública: “Ahí tienen ustedes una revolución en curso en Bolivia, una revolución que podría tener consecuencias tan extensas como las que tuvo la Revolución Cubana en 1959”; estos acontecimientos “podrían tener repercusiones en América Latina y en otros lugares con las que ustedes tendrían que lidiar por el resto de su vida” (New York Times Magazine, 20 de noviembre de 2005). Con su ejército empantanado en la sucia ocupación colonial de Irak, los gobernantes norteamericanos están cada vez más nerviosos respecto a su capacidad para asegurar su “patio trasero” latinoamericano.

El día de las elecciones en Bolivia, el corresponsal del New York Times Juan Forero citó las palabras de un dirigente comunitario indígena: “Lo que realmente necesitamos es transformar este país. Tenemos que acabar con el sistema capitalista”. Definitivamente. En efecto, Bolivia es terreno fértil para el programa de la revolución permanente. La tarea que ahora enfrentamos es la de forjar el núcleo de un verdadero partido trotskista en intransigente lucha contra el nuevo régimen burgués, los partidos tradicionales de la derecha y el “centro”, los burócratas reformistas y nacionalistas y los oportunistas que les van a la zaga. Hacer realidad las esperanzas de las masas indígenas y trabajadoras significa realizar lo que los imperialistas más temen: una revolución socialista que sea la chispa que encienda la lucha revolucionaria en todo el hemisferio y más allá. n


Para contactar el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional, escribe: internationalistgroup@msn.com

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