. |
diciembre de 2005 No al “capitalismo andino” del MAS –
¡Luchar por la revolución obrera! Elecciones
en Bolivia:
Evo Morales en la cuerda floja
30 DE DICIEMBRE — La aplastante
victoria del dirigente campesino indígena
Evo Morales en las
elecciones bolivianas del 18 de diciembre fue recibida con
júbilo por la mayor
parte de la izquierda a escala internacional, y alarmados
pronunciamientos del imperialismo norteamericano. Al
haber obtenido cerca del 54 por ciento de la votación, el
dirigente del
Movimiento al Socialismo (MAS) es el primer candidato en la historia
boliviana
reciente que gana con una mayoría absoluta. Sin embargo, a pesar
de las
esperanzas que en él depositan sus seguidores indígenas y
campesinos, señalamos
que el MAS ni es socialista ni forma parte del movimiento obrero, y que
el
gobierno nacionalista burgués de Morales administrará a
Bolivia en el marco del
capitalismo, condenando a las masas a sufrir más miseria.
El voto a favor de Morales fue
casi el doble
del que recibió el derechista que quedó en segundo lugar,
el ex presidente
Jorge “Tuto” Quiroga, que contaba con el favor del gobierno de EE.UU.,
además
de haber sido el protegido del difunto dictador Hugo Banzer. Pese a que
la
Corte Nacional Electoral rasuró a muchos
votantes del padrón en varios bastiones del MAS, el
partido de Morales
también obtuvo tres gubernaturas, así como la
mayoría en la Cámara de
Diputados. Los partidos tradicionales de los corruptos operadores
políticos
bolivianos fueron prácticamente borrados del mapa electoral; no
obstante, formaciones
derechistas obtuvieron algunos triunfos en varias contiendas
departamentales y
locales. La toma de posesión de Morales está programada
para el 22 de enero. El presidente electo boliviano Evo Morales
(derecha) y el vice presidente electo Alvaro
García Linera portando coronas de hojas de coca mientras
hacían proselitismo electoral en la región boliviana del
Chapare en noviembre pasado. La elección como
presidente de un indígena aymara ex cultivador
de coca, en el turbulento corazón de
Sudamérica, fue una noticia de primera plana en la prensa
mundial. El New York Times (24 de diciembre de 2005)
dijo que la elección constituía la más reciente
“sacudida de la izquierda
demagógica” en América Latina. Tras señalar la
amistad de Morales con los
presidentes Hugo Chávez de Venezuela y Fidel Castro de Cuba, el
editorial se
quejaba de que “las denuncias contra el imperialismo yanqui” provienen
ahora no
sólo de las calles, sino también de los palacios
presidenciales. Poco antes de
las elecciones, el Times se
preguntaba si Morales representaría el
“segundo advenimiento” de Che
Guevara. La pregunta refleja el delirio que aflige a
los imperialistas yanquis y a sus marionetas en el
ejército boliviano (que, junto con la CIA, asesinaron a
Guevara). Aunque la imagen de Guevara
aparece
frecuentemente en las movilizaciones del MAS, y que el vicepresidente
electo
Álvaro García Linera, el preeminente intelectual
de la izquierda indigenista boliviana, fue el teórico del
Ejército Guerrillero
Tupac Katari, Evo Morales y García Linera defienden hoy en
día un “capitalismo
andino y amazónico”. En dos levantamientos obreros y campesinos
(el de octubre
de 2003 y el de mayo-junio de 2005), Morales jugó un papel clave
para obstaculizar una
revolución obrera, ayudando en cambio a instalar a nuevos
gobernantes burgueses para desviar la lucha hacia un callejón
sin salida
parlamentario. Debe señalarse también que, a pesar de la satanización de Morales por parte del
gobierno norteamericano, importantes sectores del movimiento obrero
boliviano
no apoyaron al MAS en las elecciones. El triunfo de Morales
ciertamente refleja la
urgente esperanza en un cambio social fundamental que tiene la
mayoría oprimida
en Bolivia, el país más pobre de Sudamérica, donde
en los últimos dos años las
turbulentas luchas de masas han
derribado a dos presidentes respaldados por Estados Unidos. La
elección del
primer presidente indígena en la
historia del país ha generado grandes expectativas entre las
masas excluidas
del poder por la élite k’ara
(blanca). Morales, quien ganó popularidad como dirigente de los cocaleros perseguidos por EE.UU. en el marco de su “guerra
contra las drogas”, se autodenomina la “pesadilla de Washington”. Sin embargo, incluso antes
de
las elecciones, un portavoz de la
embajada de EE.UU. afirmó: “Vamos a trabajar y colaborar con
él,
que ustedes elijan”. Si Quiroga era la Opción A de
Washington, trabajar a
través de Morales para desmantelar las luchas de masas es su
Opción B (“EE.UU.
ya juega con la opción Evo presidente”, Econoticias Bolivia, 14
de diciembre de
2005). El MAS fue clave en la
“solución
constitucional” implementada para salvaguardar los intereses
fundamentales de
la clase dominante boliviana y sus padrinos yanquis en la primera y
segunda
Guerras del Gas. Cuando el presidente
y asesino en masa Gonzalo Sánchez de Lozada fue echado en
octubre de 2003,
Morales se las ingenió para que el vicepresidente del “Goni”, Carlos
Mesa, tomara posesión del cargo. Después, cuando masivas
protestas desembocaron
en la salida de Mesa en junio del año pasado, Morales se
pronunció a favor del
jefe de la Suprema Corte, Eduardo Rodríguez, para que fuera
nombrado como
presidente interino, y que se convocaran elecciones anticipadas. Buscando tranquilizar al capital
doméstico y foráneo, el MAS eliminó puntos
“radicales” de su programa, mientras
asiduamente le hacía la corte a empresarios “patrióticos”. En sus
primeras declaraciones tras el
triunfo en las elecciones, Morales prometió
que su gobierno respetará la propiedad privada y “no
confiscará ni expropiará
las propiedades en manos de las multinacionales” – los conglomerados
imperialistas del petróleo y el gas, cuyos contratos leoninos
con los
predecesores del nuevo mandatario boliviano desencadenaron los
recientes
levantamientos. Intentando balancearse entre fuerzas sociales que
estuvieron a
punto de enfrentarse en una guerra civil en los últimos
años, insistió en que
su gobierno representará e incorporará a los movimientos
sociales de Bolivia. Lo que realmente se
propone es
subordinar dichos movimientos a los capitalistas. El 23 de diciembre Morales hizo
un pacto con
dirigentes de El Alto, la ciudad obrera aymara
cerca de La Paz que fue el epicentro de las protestas que
derribaron a
los presidentes Mesa y Sánchez de Lozada. Cuatro días
después, el presidente
electo viajó a la ciudad oriental de Santa Cruz para reunirse
con dirigentes de
la élite empresarial derechista de línea dura. El
presidente de la Cámara de
Industria y Comercio Gabriel Dabdoub declaró: “Evo Morales fue
claro al asegurar
que va a atraer inversiones y que la nacionalización que plantea
no es de
expropiación sino de manejo de los recursos con base en los
ingresos que se
pueda tener” mediante impuestos y regalías al petróleo y
al gas. En la reunión,
Morales accedió a la exigencia
del Comité Cívico Pro Santa Cruz de privatizar los ricos depósitos de hierro
y manganeso de Mutún. Lo más llamativo de
esta visita es que Morales
alabó a la racista élite de Santa
Cruz
por exigir la “autonomía” –con respecto al altiplano
indígena– y prometió
ayudarles a conseguirla. “No quiero expropiar ni confiscar
ningún bien”,
reiteró Morales en la reunión. “Quiero aprender de los
empresarios” (Página 12 [Buenos Aires], 28 de
diciembre de 2005). El departamento de Santa Cruz es gobernado como el
coto de
caza privado de los “empresarios” agroindustriales, que utilizan
escuadrones de
matones fascistoides para impedir la sindicalización de la mano
de obra
predominantemente indígena. En junio, el político cruceño Hormando
Vaca Díez, jefe del senado, llevó al
país al
borde de la guerra civil con su intento de asumir la presidencia,
llamando a
los manifestantes indígenas “demonios” y prometiendo “poner orden” mediante la represión masiva. Por su parte, García
Linera, teórico del MAS,
enfatiza que su gobierno será de
“centro-izquierda”. Al abundar en su consigna a favor de un
“capitalismo
andino”, dice que éste estará “ligado a
los mercados globales” y a los “sectores empresariales” y que
durará al menos
40, 60 o hasta 100 años. Esta consigna es utópica y
reaccionaria, por su
apelación a una forma imaginaria de explotación de clase
“nacional”. Su
contenido real es el intento de
dar un rostro “andino” a la subordinación semicolonial de
Bolivia al
capitalismo real, internacional
(esto es, el imperialismo). Ahora
el MAS se esfuerza por mostrar
que los empresarios con los que se quiere aliar incluyen a la
élite de Santa
Cruz, cuyo intento de tomar una tajada aún más grande de
las ganancias por la
venta de hidrocarburos ha encolerizado
a las empobrecidas masas bolivianas. El régimen burgués
de Morales no merece ni la
más mínima confianza por parte
de los obreros y campesinos. Incorporará
a varios dirigentes indígenas, campesinos y obreros, pues
los políticos
tradicionales se han mostrado incapaces de domar a
las masas. Se les unirán figuras de partidos abiertamente
capitalistas. El MAS mismo es un partido nacionalista
pequeñoburgués con vocabulario reformista, entre
cuyos diputados se cuentan varios políticos burgueses que han
abandonado otros
partidos. Ya en las antecámaras del Palacio Quemado, se está convirtiendo en un partido
burgués para defender el dominio de
clase de los capitalistas. El principio de la
independencia de clase del proletariado es cuestión
de vida o
muerte en Bolivia, donde dirigentes nacionalistas han llevado a las
masas al
matadero una y otra vez. Las organizaciones de izquierda que se
pronunciaron
por el voto a favor de Morales han traicionado una vez más los
intereses de los
obreros bolivianos, héroes de algunas de
las más duras batallas de clase en la historia del hemisferio. Hoy, hasta la prensa liberal de
EE.UU. cita las
advertencias de algunos activistas bolivianos en el sentido de que si
Evo
Morales no cumple, podría desencadenarse
una “guerra civil”. La respuesta no es exigir “que Evo cumpla” con su programa burgués, sino
construir un
partido revolucionario que pueda dirigir a los trabajadores a la
victoria en la
guerra de clases. Esto exige una política de intransigente
oposición proletaria
al nuevo régimen. Significa forjar
un genuino partido trotskista basado en
el programa de la revolución
permanente, desde el corazón de Sudamérica hasta las
“entrañas del monstruo”, donde la huelga
de los
trabajadores del transporte público en Nueva
York dio recientemente una muestra del enorme poder del proletariado multirracial de
EE.UU. El nacionalismo populista del MAS no
resolverá nada Una mirada a la historia de
Bolivia muestra una
larga tradición de “socialismo” burgués: tras la
devastadora Guerra del Chaco
(1932-1935), los coroneles nacionalistas David Toro y Germán
Busch calificaron
a sus regímenes de “socialistas” para cooptar a sectores obreros
y campesinos.
Toda una serie de regímenes populistas, notablemente los del
Movimiento
Nacionalista Revolucionario (MNR) que llegó al poder con la
Revolución de 1952,
llevaron a cabo nacionalizaciones (como las del estaño y el
petróleo) mucho más
audaces que cualquiera de las propuestas por Morales, las cuales en el
contexto
histórico distan de ser radicales y lo parecen tan sólo desde el punto de vista de la “guerra contra las
drogas” de
EE.UU. Entre 1982 y 1985 el gobierno
de frente popular de la UDP (Unión Democrática y Popular)
impuso las medidas
hambreadoras dictadas por el Fondo Monetario Internacional, allanando
así el
camino para los regímenes derechistas que cerraron las minas
nacionalizadas y
privatizaron todo cuanto pudieron. Cada ciclo de colaboración de
clases bajo el
signo del populismo o del frentepopulismo abre la vía a un nuevo
ciclo de
represión derechista. Hoy, Morales se balancea en la
cuerda floja sobre un abismo. Miembros de su
equipo
de transición dicen que cambiarán las políticas
“neoliberales de libre
comercio”, en particular la ilimitada importación de
mercancías del exterior y
las leyes antisindicales de “libre contratación” que han operado
durante las
dos últimas décadas. Dicen también que el
nuevo gobierno rechazará la intervención
militar norteamericana so
pretexto de la “guerra contra las drogas”. A la vez que
reafirma su oposición a la política de
Washington de
la erradicación de la coca, Morales ha enfatizado que trabajaría con la Casa
Blanca en lo que llama un “genuino” esfuerzo
contra el narcotráfico. (En un episodio
que subraya la relación
semicolonial de Bolivia con respecto a Estados Unidos, el
Pentágono retiró
recientemente 30 misiles tierra-aire al ejército boliviano.)
Morales ha
intentado ganarse la aprobación de gobiernos europeos lo
suficientemente
astutos como para sacar provecho de la torpeza del gobierno
norteamericano en
América Latina. Las cuestiones que hacen que la
sociedad boliviana sea tan explosiva son asuntos de clase.
El país tiene el segundo lugar en cuanto a reservas de gas
natural en América Latina. ¿Quién
controlará, poseerá y se beneficiará de esta
riqueza? Obreros, campesinos y vecinos pobres están
perfectamente conscientes
de que desde la conquista española, el país ha dependido
de una materia prima
tras otra: la mayoría indígena se hundió en una
miseria cada vez mayor,
mientras que los españoles se llevaban fabulosas riquezas en
plata; después, los
“barones del estaño”, socios menores
del capital británico y norteamericano, hicieron lo propio. La
exclusión
racista de los pueblos indígenas ha ido de la mano con su brutal
explotación en
las minas y el campo. En ocasiones, bajo la
presión de las protestas
masivas, el MAS ha hablado vagamente a favor de la
nacionalización del gas,
dejando claro al mismo tiempo que lo que quiere decir es que hay que
incrementar los impuestos y las regalías por su
extracción. (Morales no fue el
único que intentó dar su propio giro a la palabra
“nacionalización”: frente la
indignación de las masas contra los conglomerados
energéticos, prácticamente
todos los candidatos presidenciales usaron esta palabra en sus
campañas.)
Morales trabajó estrechamente con el ex presidente Mesa en el
diseño del referendo-trampa de junio de
2004, con
el que se estampaba un sello “democrático” al control
imperialista del gas
natural. Hoy, Morales promete que ni siquiera habrá una
recuperación
nacionalista burguesa de los recursos naturales. Sin embargo, como
muestra la
historia de Bolivia (lo mismo que la de México, Argentina,
Brasil y otros
países) incluso la nacionalización
no lograría más que limitar el saqueo imperialista de la
riqueza boliviana,
sujeta a los dictados del mercado internacional y a las leyes de la
explotación
capitalista. Los trotskistas insistimos en que la única forma en
que las empobrecidas masas bolivianas se beneficiarán de las reservas del gas
consiste en que éstas sean expropiadas por los
trabajadores. Para ello es necesaria una revolución
social que dé el poder a un gobierno obrero-campesino-indígena. Los pueblos originarios
bolivianos representan el 62 por ciento de la
población. Según el Banco Mundial, más de la mitad
(el 52 por ciento) de los
indígenas bolivianos viven en condiciones de “pobreza extrema”;
en áreas
rurales, la cifra se elevó hasta
el 72 por ciento entre 1997 y 2002. El ingreso promedio para los
indígenas que
tienen un empleo remunerado es de 63 dólares al mes, en
comparación con el salario de hambre de
los no
indígenas que es de 140 dólares al mes (La
Jornada [México], 20 de diciembre). Las cifras en lo que
toca a educación,
saludo, trabajo infantil y otros indicadores
sociales muestran el mismo patrón: una desigualdad escandalosa
en el
contexto general de pobreza
inaguantable y explotación despiadada. La vida diaria es
aún más difícil para
las mujeres indígenas triplemente oprimidas. ¡Esto el lo
que el capitalismo
significa par la mayoría oprimida en Bolivia! Tímidas
reformas no pueden
hacerle mella. ¿Qué hay de la
tierra? Un día después de las
elecciones, Morales dio un discurso en su local en
Cochabamba en el que dijo: “El MAS va a respetar la
propiedad privada, excepto las tierras improductivas. Esto tiene que
revertirse
porque hay gente sin tierra y para que el campesino tenga trabajo.”
Tras la
revolución de 1952, Bolivia experimentó una de las
más extensas reformas
agrarias en toda América Latina. No obstante, el marco
capitalista implicó que
el campesinado permaneció sumido en la pobreza, mientras que los
intereses
agroindustriales en Santa Cruz recibieron enormes subsidios
gubernamentales. Hoy en día, 100 familias son
propietarias de 25 millones de hectáreas de tierra, en tanto que
dos millones
de personas trabajan cinco millones de hectáreas. El sesenta por
ciento de las
tierras productivas se encuentran en Santa Cruz (Clarín
[Buenos Aires], 20 de diciembre de 2005). Hace falta una revolución
agraria, como parte de una revolución socialista, contra
el sistema de explotación de clase en su conjunto, para que los
campesinos
pobres y sin tierra salgan de la pobreza mediante la
expropiación de las
granjas capitalistas y el desarrollo de una agricultura moderna,
mecanizada y
científica al fomentarse la producción
colectiva. Sólo mediante dicha
revolución podrán los
oprimidos pueblos indígenas tomar ellos mismos
los derechos y el poder que se les han negado
por siglos. La “guerra contra las drogas”, por su parte, es un pretexto
para la
intervención imperialista en América Latina y la
represión racista en los ghettos negros y barrios latinos de
Estados Unidos. Los
marxistas revolucionarios nos oponemos
a todas las leyes que criminalizan las
drogas y defendemos el
derecho de los campesinos bolivianos a cultivar
y vender la coca de manera ilimitada.
¡Echar a las tropas, agencias de
espionaje y “asesores” norteamericanos! La élite derechista de
Santa Cruz, Tarija y
otras regiones ricas en gas en el este y el sur del país llama desdeñosamente a la base plebeya
de Morales “indios revoltosos”. El que el dirigente del MAS busque congraciarse con estos racistas
sólo los va a fortalecer.
Mientras tanto, el alto mando del ejército expresó su inconformidad frente a la petición de Morales
de que el presidente
saliente Eduardo Rodríguez congelara las transferencias y
promociones militares
hasta después del 22 de enero, cuando Morales asuma la
presidencia. En un
abierto acto de insubordinación, el comandante del
ejército, general Marcelo
Antezana, objetó públicamente la petición del
presidente electo. El ejército y
la policía bolivianos son tristemente célebres por sus
interminables masacres; la más reciente fue el asesinato de más de 80
manifestantes en octubre de 2003. No obstante, Morales –al igual que
Salvador
Allende en los años 70 y la República española en
los 30– se pliega a respetar
la “institucionalidad” del ejército, que resguarda
brutalmente el
dominio y privilegios de los
capitalistas. El portavoz para asuntos de defensa del MAS, Juan
Ramón Quintana,
afirmó que “Morales se ha comprometido a respetar la
institucionalidad de las
FFAA, y que garantiza el cumplimiento de sus reglamentos” (Clarín,
24 de diciembre de 2005). La defensa de los intereses
más elementales, y
de la vida, de los explotados y oprimidos en Bolivia exige que se
derrote de
manera decisiva y que se expropie a los oligarcas de Santa Cruz, lo
mismo que a
los industrialistas de La Paz y Cochabamba, y que se desmantele
al cuerpo de oficiales del ejército, que está
empapado con la sangre de generaciones de trabajadores.
Como en todos los demás asuntos fundamentales de la
lucha de clases en Bolivia, esta tarea no puede ser realizada mediante
la
fórmula del MAS de “refundar” la democracia burguesa a través de una Asamblea Constituyente, en un país que casi ha tenido tantas constituciones
como golpes miliares. Los obreros y
campesinos necesitan sus propios comités de autodefensa, que
conduzcan a la
formación de milicias y consejos (soviets) de obreros y
campesinos. Estos podrán ganar a su lado
a los soldados rasos en oposición a la
casta de oficiales que sirve a la clase dominante. Una revolución socialista
en Bolivia, en el
corazón mismo de América Latina, tendría
consecuencias inmediatas en esta cada
vez más polarizada región. El núcleo más
poderoso del proletariado de
la región es la clase obrera de Brasil, donde el frente popular
de Luiz Inácio
Lula da Silva enfrenta un extendido descontento obrero. Lo mismo que el
presidente argentino Néstor Kirchner, Lula anunció
recientemente que haría un
pago anticipado de la deuda de miles de millones de dólares al
FMI mientras que
el ejército y la policía atacan a campesinos sin tierra y
a vecinos de las
barriadas pobres. En Perú, el capitalismo con rostro “cholo” del
presidente
Toledo ha utilizado la represión abierta en contra de masivas
protestas
sindicales. En Ecuador, la izquierda y las organizaciones
indígenas ayudaron a
llevar al poder al oficial derechista Lucio Gutiérrez, quien
incluyó a
dirigentes indígenas en su gabinete para desecharlos cuando
cumplieron con su
propósito de desmovilizar el descontento obrero, campesino e
indígena, para
luego ser él mismo echado por masivas protestas en abril pasado. Más al norte, en
México, el diario
frentepopulista La Jornada (19 de
diciembre de 2005) expresa la esperanza de que la victoria de Morales
sea un
presagio de que la voz de la “gente” se “escuchará con fuerza en las elecciones presidenciales de
2006” en México. Con ello quiere decir que espera el triunfo del
candidato del
Partido de la Revolución Democrática, que ha gobernado la
Ciudad de México en
interés del capital mexicano e imperialista, enviando a sus
granaderos a
romperle la cabeza a estudiantes y profesores en huelga. El nuevo muro
que
Washington intenta construir en la frontera con México no puede
aislar a EE.UU.
de los levantamientos sociales de América Latina. Los
trabajadores inmigrantes
–un “puente humano” entre América Latina y América del
Norte– son un sector
dinámico del multiétnico proletariado norteamericano. La intranquilidad de Washington
por las
estrechas relaciones de Morales con el presidente venezolano Hugo
Chávez tiene
su réplica en las esperanzas de la mayoría de la
izquierda en una alianza
Caracas-La Paz. Una situación de bonanza debida a
los altos precios
del petróleo da al régimen de Chávez un margen de
maniobra cualitativamente
mayor que el que tendrá Morales en la empobrecida Bolivia.
Mientras tanto, los esfuerzos de Venezuela y
otros
países sudamericanos para formar un cartel –el “anillo
energético regional”–
han preocupado a voceros del
MAS, ansiosos de proteger los intereses particulares de Bolivia como
proveedor de gas. Lo más
fundamental es que el gobierno
nacionalista en Caracas descansa sobre las fuerzas armadas del estado burgués; su retórica “bolivariana” no
puede romper el dominio imperialista en América Latina. Los
trotskistas defendemos militarmente a Venezuela
contra las intentonas golpistas y amenazas de intervención
norteamericana (como
haríamos en caso de que EE.UU. emprendiera acciones contra el
gobierno de
Morales en Bolivia) sin dar el menor apoyo político a este
régimen nacionalista. Un mes antes de las elecciones,
un análisis de
la Andean Information Network (18
de noviembre de 2005) señala que aunque el MAS “enfrenta
una
considerable presión popular para que ponga en práctica reformas de envergadura”,
se ha “esforzado por tranquilizar
a los intereses internacionales y calmar
temores de que establezca un régimen socialista
radical”. Así, “son
muchos en los movimientos sociales bolivianos los que
consideran que las posiciones de Morales y del MAS no van
lo suficientemente lejos” La victoria electoral de Evo Morales pone de
manifiesto las contradicciones de clase que su régimen
burgués será incapaz de
conciliar o suprimir. Ante la dura realidad del
capitalismo bajo un
gobierno del MAS, amplios sectores de las masas bolivianas pueden experimentar una mayor y rápida
radicalización. La revolución rara vez
está lejos de la mente de quienes
viven en el empobrecido altiplano. Pero la
victoria revolucionaria exige que se rompa con la
tradición de estrechez
nacional que caracteriza hasta a la “extrema izquierda” en Bolivia. Exige la lucha por una Federación
Andina de Repúblicas Obreras que forme parte de los Estados
Unidos Socialistas
de América Latina, extendiendo la revolución al
proletariado norteamericano y
mundial. La izquierda y Evo Morales Los trabajadores mineros marchan en La Paz, el 8 de junio de 2005. Los mineros constituyen un sector clave del proletariado boliviano. Urge forjar una dirección revolucionaria. (Foto: El Internacionalista) Bolivia, con su historia de
violentos
conflictos sociales y su
movimiento obrero dotado de un alto
nivel de conciencia de clase, es un país sumamente
politizado. Así,
varias asociaciones de vendedores de los mercados ponen la
imagen del
Che Guevara en sus mantas. En los años 90, surgió en la
región del Chapare en
Cochabamba el movimiento de cocaleros dirigido por Evo Morales, quien
pronto
llamó la atención de sectores de la izquierda boliviana.
Los seguidores del
“trotskista” argentino Nahuel Moreno se jactaron durante varios
años de que
eran asesores clave del movimiento dirigido por Morales. Hasta que una
rencilla
parlamentaria los dividió recientemente, el No. 2 de Evo era el
ex dirigente
minero Filemón Escobar, quien había sido en
décadas previas el dirigente
sindical de más alto rango del Partido Obrero Revolucionario de
Guillermo Lora,
la principal organización boliviana que se describe como
trotskista. Desde la
febril campaña electoral nacional que
realizó en 1985, el
POR se ha rehusado a votar en las elecciones, aduciendo que la
revolución se
encuentra a la vuelta de la esquina. En
las elecciones de diciembre de 2005, mantuvo esta
posición, escribiendo:
“el repudio a las elecciones que ahora se palpa, pone en evidencia que
avanza
aceleradamente la revolución proletaria” (Masas
No. 1966, 30 de septiembre de 2005). Al mismo tiempo, este partido
mostró una
vez más su naturaleza centrista (revolucionaria en palabras,
oportunista en los
hechos) durante el levantamiento de mayo-junio de 2005. El POR
ayudó a la
burocracia de la COB (Central Obrera Boliviana) a montar una efímera “Asamblea Nacional Popular
Originaria” en la que dirigentes sindicales, campesinos y de juntas vecinales se dedicaron a
pronunciar encendidos discursos para denunciar que Morales había
vendido las
masivas protestas, para luego alinearse con el MAS cuando ayudó
a transferir el
poder al presidente interino Rodríguez (ver “Mito y realidad: El
Alto y la
‘Asamblea Popular’”, junio de 2005). Después del levantamiento
de mayo-junio, los
dirigentes de la COB hablaron vagamente de establecer algún
tipo de “Instrumento Político de los Trabajadores”,
mientras
regateaban con varias
agrupaciones nacionalistas. Más
recientemente, a principios de diciembre en El Alto,
la COB, la Central Obrera Regional de El Alto y la
Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia
celebraron una “Primera
Cumbre Nacional Obrera Popular”
que declaró que las elecciones “convocadas para desarticular la
lucha tenaz de
los explotados del país no resolverán los problemas que
estrangulan a los
bolivianos ni defenderán la soberanía y la dignidad de la
nación” (Econoticias
Bolivia, 12 de diciembre de 2005). Su “respuesta” al electorerismo del
MAS
consistió en anunciar que van a
resucitar la abortada “Asamblea Popular”
... en una reunión programada para abril. Los burócratas
nacionalistas intentan
encubrir su impotencia con nombres grandilocuentes para organizaciones
inexistentes. La abortiva campaña a
favor de un “Instrumento
Político de los Trabajadores” hizo que un pequeño grupo,
la Liga Obrera
Revolucionaria-Cuarta Internacional (LOR-CI, parte de la tendencia
dirigida por
el PTS argentino, una escisión de la corriente morenista), emprendiera un nuevo esfuerzo para
presionar hacia la izquierda a
los dirigentes de la COB. La LOR-CI
fue socia menor del POR en el bloque de mayo-junio a favor de la
Asamblea
Popular. En las últimas elecciones, la LOR-CI
se rehusó correctamente a votar por Morales, pero sigue llamando
a la COB, a
las juntas vecinales y a otros
grupos a establecer una
“verdadera” Asamblea Popular, mientras que se pone a la cola de la
consigna del
MAS a favor de una Asamblea Constituyente. En días recientes se han
visto furiosas
diatribas del Partido Obrero argentino de Jorge Altamira, en defensa de
su exaltado
apoyo a Morales. El Obrero Internacional
(diciembre de 2005), órgano de la campaña de Altamira por
la “refundación de la
IV Internacional” llevó como encabezado “Llamamos a votar por
Evo Morales y el
MAS”. Un día después de las elecciones, Altamira
publicó una declaración
titulada “El Partido Obrero saluda la victoria de Evo Morales y el
MAS”. A esto
siguió un artículo que proclamaba que las elecciones
bolivianas representaron
un “‘Tsunami’ popular” (Prensa Obrera,
22 de diciembre de 2005). Aunque critica el programa de Morales, el PO
dice
entre otras cosas que hay diputados electos bajo las siglas del MAS
“que son
verdaderos militantes revolucionarios cuyas candidaturas fueron
resueltas por
votación en Asambleas Populares”. Reprochado por el PTS por su
abierto apoyo a
la colaboración de clases, el PO respondió con la calumnia tipo estalinista
de que aquéllos que no
hayan votado a favor de Morales apoyaron
a la derecha y “trabajaron por una ‘derrota de conjunto’
de las masas” (Prensa Obrera, 22 de
diciembre). Otra de las muchas tendencias de
izquierda que llamaron a votar por “Evo” es la
agrupación internacional organizada en torno a Ted Grant y Alan
Woods,
laboristas británicos que ahora se
ufanan de ser asesores
“marxistas” de Hugo Chávez en Venezuela. Escriben lo siguiente: “La experiencia de un gobierno
de Morales es un paso necesario en el desarrollo de la conciencia de
las masas
en Bolivia. El deber elemental
de los revolucionarios en Bolivia es acompañarlas en esta
experiencia. No
tienen alternativa, sino llamar a favor de un voto crítico por
el MAS....” –“Bolivian elections: What
position should the Marxists take?” (16
de diciembre). Encubierto
bajo un manto de objetivismo, éste es el mismo argumento que
utilizaron los oportunistas en 1917 para
apoyar a Kerensky en Rusia, a los frentes populares español y
francés en 1936,
al de Allende en 1970, así como a los innumerables
regímenes nacionalistas en
América Latina: la colaboración de clases, así
como las derrotas que implica
para la clase obrera, son un “paso necesario” para las masas, en el que
los
“revolucionarios” deben acompañarlas. Esto nada
tiene en común con la perspectiva y el programa de León
Trotsky, cuya IV
Internacional codificó en sus reglas que es preciso decir la
verdad a las masas
y nadar contra la corriente de la colaboración de clases,
luchando por la
oposición proletaria a todo gobierno burgués, como la
única manera de defender
a las masas en contra del enemigo de clase y preparar verdaderas
victorias
revolucionarias. Mientras que varios
seudotrotskistas compiten
entre sí al ponerse a la cola
del MAS o de los burócratas de la COB con sus respectivos
llamados colaboracionistas a favor de asambleas
“constituyentes” o “populares”, la Liga por la IV Internacional ha
insistido en
que la tarea de la hora en
Bolivia es la de comenzar a
construir un auténtico partido trotskista
que dirija la lucha por genuinos consejos
obreros como el centro organizador de la revolución
proletaria (ver la
serie de artículos y reportes de El
Internacionalista de junio
de 2005 en directo desde Bolivia). Por su parte, la ahora centrista
tendencia espartaquista ha alcanzado
un nuevo nadir histórico: los
miembros de su grupo mexicano nos han criticado
por plantear la formación
de soviets en los sucesos bolivianos
de mayo-junio. Dicen que
se trata de algo imposible pues,
según ellos, “no existe en Bolivia hoy en día una clase
obrera” (olvídense de
las miles de fábricas que se ubican tan sólo en la ciudad
de El Alto). En otras
palabras, estos seudotrotskistas creen que es imposible una
revolución
socialista en Bolivia. Esto es
notablemente similar a lo que
expuso García Linera en una conferencia en la Universidad de la
Ciudad de
México, en la que el teórico del MAS intentó
defender esta línea en contra de
camaradas del Grupo Internacionalista (sección mexicana de la
LIVI) que lo
cuestionaron en el debate. Hoy en día, el programa
del auténtico
trotskismo es más relevante que nunca en Bolivia. Portavoces de
Washington han
expresado su temor de que pudiera estallar una revolución en el
país andino: a
pesar de que les disgusta Morales, se dan cuenta de la
posibilidad de que éste no logre contener
a las masas por mucho tiempo. El verano pasado, un asesor
del ministro de guerra norteamericano Donald Rumsfeld advirtió
en una charla
pública: “Ahí tienen ustedes una revolución en
curso en Bolivia, una revolución
que podría tener consecuencias tan extensas
como las que tuvo la Revolución Cubana en 1959”; estos
acontecimientos “podrían
tener repercusiones en América Latina y en otros lugares
con las que ustedes tendrían que
lidiar por el resto de su vida” (New York Times Magazine,
20 de noviembre
de 2005). Con su ejército empantanado en
la sucia ocupación colonial de Irak, los gobernantes
norteamericanos están cada
vez más nerviosos respecto a su
capacidad para asegurar su “patio trasero” latinoamericano. El día de las elecciones en Bolivia, el corresponsal del New York Times Juan Forero citó las palabras de un dirigente comunitario indígena: “Lo que realmente necesitamos es transformar este país. Tenemos que acabar con el sistema capitalista”. Definitivamente. En efecto, Bolivia es terreno fértil para el programa de la revolución permanente. La tarea que ahora enfrentamos es la de forjar el núcleo de un verdadero partido trotskista en intransigente lucha contra el nuevo régimen burgués, los partidos tradicionales de la derecha y el “centro”, los burócratas reformistas y nacionalistas y los oportunistas que les van a la zaga. Hacer realidad las esperanzas de las masas indígenas y trabajadoras significa realizar lo que los imperialistas más temen: una revolución socialista que sea la chispa que encienda la lucha revolucionaria en todo el hemisferio y más allá. n Para contactar el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional, escribe: internationalistgroup@msn.com |
|