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junio de 2005 Amenazas golpistas y
maniobras derechistas
contra consignas de “Obreros al poder” Bolivia estalla:
encarnizada batalla de clases
1o DE JUNIO —
Después
de tres semanas de masivas movilizaciones, decenas de miles de obreros
y
campesinos sitiaron ayer la Plaza Murillo, sede del gobierno boliviano.
A lo
largo del día, mineros se enfrentaron a dinamitazos con los
policías antimotines, quienes
lanzaban gas lacrimógeno contra los manifestantes que intentaban
romper las
líneas policíacas para llegar al centro de La Paz y
cerrar el congreso
boliviano controlado por la derecha. Hasta 50.000 personas participaron
en la
mayor y más agitada protesta desde la “guerra del gas” de
octubre del 2003.
Voceros gubernamentales amenazan con reprimir a dirigentes sindicales.
La
batalla de clases está llegando al punto crítico. La
disyuntiva se presenta:
avanzar hacia una salida revolucionaria, o verse derrotados a manos de
la
burguesía, ya sea bajo una guisa “democrática” o mediante
la fuerza militar
abierta. Policías
antimotines lanzan gas lacrimógeno contra los manifestantes que
el 27 de mayo exigen la nacionalización de los recursos
energéticos de Bolivia.
(Foto: David Mercado/Reuters)
A lo largo de los
últimos días, miles de habitantes de los barrios
populares bajaron a la
capital, provenientes de El Alto, la enorme ciudad empobrecida que
ocupa los
altos sobre La Paz. Grupos sindicales y campesinos bloquean caminos y
autopistas. Además de la huelga general indefinida en El Alto
que ya ha entrado
en su segunda semana, se han convocado paros indefinidos en varias
ciudades
importantes, incluidos los centros mineros de Oruro y Potosí.
Mineros del
estaño se han colocado a la cabeza de las protestas que exigen
la
nacionalización de los hidrocarburos. Mineros, maestros y otros
sectores corean
la consigna “Obreros al poder”, mientras que los trabajadores hablan
cada vez
más de revolución. Si el parlamento no aprueba de
inmediato la nacionalización,
“lo vamos a quemar en cualquier momento”, anunció ayer el
líder de la Central
Obrera Boliviana (COB). Las protestas se
oponen también a las exigencias derechistas de
“autonomía” para los
departamentos (provincias) más ricos y “blancos” de este
país predominantemente
indígena. Algunos dirigentes del movimiento campesino exigen que
se convoque
una “asamblea constituyente” que, en realidad, sería una
válvula de escape
parlamentaria para desviar el descontento de las masas. En tanto que
sus bases
apoyan cada vez más la consigna de la nacionalización,
los autodenominados
“moderados” quieren que las compañías energéticas
de propiedad extranjera
paguen más regalías. Recordando la masacre a manos del
ejército de más de 100
manifestantes hace dos años, los manifestantes corean: “Ayer, las balas. Hoy, el
hambre. Solución: revolución”.
Sin embargo, los dirigentes sindicales reformistas intentan usar la
radicalización de las masas para abrir paso a un régimen
“cívico-militar” que
sería “como el de Hugo Chávez” en Venezuela. En este momento lo que urge es
una dirección genuinamente
revolucionaria.
Las resquebrajaduras en el seno de la clase dominante, así como
las
divisiones entre los manifestantes, han producido un empate temporal.
Pero esta
situación no puede durar. Mientras tanto, siniestras fuerzas
contrarrevolucionarias se están juntando. Han aparecido pintas
en las paredes
de La Paz con consignas como “Haga
patria, mate a un sindicalista”. Periódicos influyentes
como La Razón tachan al presidente Carlos
Mesa de impotente, por temer que el primer “muertito” pueda
desencadenar una
insurrección. Los ávidos complots de políticos
derechistas, junto con la
turbulencia en el seno de las fuerzas armadas, proyectan el espectro de
un
golpe militar. Este peligro quedó ayer de manifiesto cuando
congresistas de
derecha boicotearon abiertamente la programada sesión de
reapertura del
Congreso tras un “receso” de dos semanas, impidiendo que se reuniera el
quórum
mínimo. Esta nueva crisis
es una consecuencia directa de la “guerra del gas” de 2003, en la que
el
entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada (“Goni”), uno de
los favoritos de
Washington en la región, fue echado del poder después de
que la salvaje matanza
de manifestantes desencadenara un levantamiento obrero. En ausencia de
una
dirección revolucionaria, las fuerzas armadas y la embajada
norteamericana
entregaron el poder a Mesa, el vicepresidente de Goni. Asumiendo el
cargo con
palabrería de reconciliación, el ex periodista
intentó canalizar la ira de
octubre hacia vacuos rituales democráticos. Dirigentes obreros y
campesinos
reformistas garantizaron al nuevo gobierno una “cuarto intermedio”.
Pero en los
meses que siguieron a la llegada al poder de Mesa, las masas han
sufrido una
creciente desesperación, mientras sectores de la clase dominante
buscan una
“solución de fuerza” que aplaste la rebelión con
puño de hierro. Hoy, los obreros
han tomado las calles planteando llevar a cabo la “agenda de octubre de
2003”.
Dirigentes sindicales han hecho llamados para echar al corrupto y
desacreditado
parlamento, un resabio de la presidencia de Goni, y a favor de un
“gobierno de
obreros, campesinos y pobres”. Pero ¿qué significan
semejantes llamados cuando
varios de estos dirigentes están maniobrando con oficiales del
ejército? La
Liga por la IV Internacional insistió entonces, como lo hace
hoy, en que la clave
es forjar una dirección revolucionaria que luche sobre la base
del programa de
la revolución permanente. Como escribimos en el momento
culminante del
levantamiento de 2003: “Es urgente mostrar
un camino clasista y revolucionario: comités de huelga elegidos,
de delegados
revocables en cualquier momento por las bases; comités y grupos
de autodefensa
obrera. Ni el vicepresidente Carlos Mesa ni una ‘constituyente’
burguesa sino
consejos revolucionarios de obreros, campesinos y soldados rumbo al
gobierno
obrero-campesino-indígena. Hay que dar carne y hueso al grito
‘Los obreros al
poder’. Para hacerlo, urge conformar el núcleo de un verdadero
partido
revolucionario, un partido bolchevique trotskista.”
– “Arde Bolivia: la
guerra del gas. ¡Obreros al poder!”, El Internacionalista No.
4, mayo de
2004
Ésta es la agenda revolucionaria que
hoy, una vez más, se
impone. Lucha de clases en torno al gas, el petróleo y el poder
Las actuales
protestas fueron detonadas el 5 de mayo cuando el Congreso boliviano
aprobó una
nueva ley de hidrocarburos (gas y petróleo) que mantiene a salvo
las ganancias
de los conglomerados energéticos imperialistas. Ésta fue
la gota que derramó el
vaso para los obreros y pobres en El Alto, La Paz y otros centros
urbanos, en
los que hace 19 meses las calles se tiñeron de rojo con su
sangre en las
protestas contra los contratos leoninos de Goni con los consorcios
energéticos.
Mesa, temiendo un estallido masivo de descontento, se negó a
firmar él mismo la
ley, dejando que el jefe del Congreso, Hormando Vaca Díez,
senador de Santa
Cruz que dirige un bloque de partidos derechistas íntimamente
asociados con el
depuesto Goni, se encargara del trabajo sucio. Después de que Vaca
Díez firmara la ley el 17 de mayo, la explosión de
descontento masivo fue
inmediata. El Congreso huyó de la capital y Mesa se fue en lo
que un periódico
calificó como “un operativo parecido a una fuga” (Página
12, [Buenos Aires], 25 de mayo). En marzo, Mesa dijo que
renunciaría en protesta contra las “locas” exigencias de los
sindicatos y los
grupos campesinos, para poco después retractarse y afirmar que
permanecerá en
su puesto hasta 2007. La debilidad de este presidente improvisado ha
llevado a
algunos sectores burgueses a pedir elecciones anticipadas para
remplazarlo, en
tanto que otros apelan al ejército en pos de la salvación. La explosiva
situación en Bolivia es el resultado de dos fuerzas motrices.
Una es la
creciente combatividad de obreros y campesinos que exigen que las
enormes
reservas de gas y petróleo beneficien a las masas. Otra es la
ofensiva
“autonomista” de fuerzas burguesas en las regiones productoras de gas
en el
oriente y el sur del país para apoderarse de mayores riquezas y
excluir a las
masas indígenas del altiplano a las que estos ultraderechistas
desdeñan con
abierto racismo. Santa Cruz fue la base de los dictadores militares que
gobernaron Bolivia durante una década después de 1971. Al haber vivido
durante generaciones sumidos en la pobreza, millones de bolivianos
sienten que
la historia les ha arrebatado la riqueza generada por los recursos de
los que
este país ha dependido desde la Conquista Española: las
minas de plata de la época
de la Colonia que hicieron de Potosí un sinónimo de
riqueza; el estaño que los
imperios británico y estadounidense necesitaban, en particular
para el
armamento y el enlatado de víveres durante las dos guerras
mundiales. Ahora,
las vastas reservas de gas natural se están exportando en
beneficio de
compañías “transnacionales” (es decir, imperialistas) –
Enron, Shell, British
Petroleum, Repsol, entre otras – mientras que Bolivia sigue siendo el
segundo
país más pobre de América. Incluso gran parte de
la clase media boliviana
resiente amargamente los siglos de saqueo que ha sufrido Bolivia. A la combatividad
de las masas subyace la sensación de que Carlos Mesa
engañó a la población con
falsas promesas de reforma tras el derrocamiento de Goni en octubre de
2003. En
julio de 2004, Mesa llevó a cabo un referéndum tramposo
usando un lenguaje
engañoso para legitimar las ganancias estratosféricas de
las compañías gaseras,
así como su propio gobierno no elegido. Ha servido lealmente a
las
corporaciones imperialistas y a la embajada estadounidense, logrando
incluso
que el senado boliviano aprobara la inmunidad para soldados
norteamericanos.
Mesa cedió ante las exigencias de “autonomía” de los
empresarios derechistas de
las regiones más ricas de Bolivia, programando elecciones para
los gobernadores
de los departamentos en agosto. Ahora, visita los cuarteles del
ejército en
busca de apoyo para la represión contra los obreros, campesinos
e indígenas
rebeldes. Evo Morales,
dirigente de los campesinos cocaleros predominantemente quechuas de la
región
cochabambina y jefe del Movimiento al Socialismo (MAS), ha jugado un
papel
fundamental en apuntalar a Mesa. A nivel internacional, Morales ha sido
idealizado por la izquierda y satanizado por portavoces derechistas,
pero en cada
coyuntura su reformista MAS ha otorgado un apoyo crucial a Mesa.
Morales dio un
falso toque “antiimperialista” al referéndum-trampa de Mesa;
hoy, hace juegos
de palabras para insinuar que el gas “ya está” nacionalizado en
virtud de las
regalías y los impuestos que tienen que pagar las
compañías que explotan estos
recursos. Están también los enviados del gobierno del
frente
popular de Lula en
Brasil y del presidente peronista argentino Néstor Kirchner, que
han actuado
como apagafuegos del imperialismo yanqui para sofocar las llamas de la
revolución en la región. Mientras que el MAS
intenta desesperadamente apagar la combatividad de las protestas,
Morales se
desacredita cada vez más y dice que “las bases nos han
superado”. Sin embargo,
cuando Carlos Mesa asumió el poder, el nuevo mandatario
recibió el apoyo
abierto, así como una “tregua” explícita, de todo
el espectro de dirigentes sindicales, barriales y campesinos –
desde el rival de Morales en el movimiento campesino Felipe Quispe,
hasta Jaime
Solares de la COB y Roberto de la Cruz de la Central Obrera Regional
(COR) de
El Alto. Muchos izquierdistas cantaron “victoria” con la caída
de Goni. Pero
como escribimos en ese momento, “tumbar al odiado presidente para poner
en su
lugar a su delfín no es una victoria”. La LIVI denunció
“la traición de
los falsos dirigentes obreros y campesinos – incluso de los que se
hacen pasar
por revolucionarios – al dar una ‘tregua’ al nuevo presidente.”
Enfatizamos: “Mesa es un
fantoche de las fuerzas armadas y del imperialismo, que goza del aval
de la
Casa Blanca, del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.
Advertimos
que el presidente flamante está aferrado al mismo programa de
privatización,
miseria y saqueo del país por parte de las ‘transnacionales’ que
su padrino
‘Goni’. Mas el resultado final aún está por determinarse.
Los trabajadores
siguen a la expectativa, dispuestos a movilizarse de nuevo. Subrayamos
que
sigue vigente la consigna, ‘¡Obreros al poder!’ La tarea urgente sigue siendo la
construcción del núcleo de un genuino partido bolchevique
trotskista.”
– “Bolivia:
levantamiento obrero apuñalado, los trabajadores todavía
en pie de lucha”, El
Internacionalista No. 4, mayo de 2004Embestida “autonomista”
y
Asamblea Constituyente
La segunda fuerza
motriz de la situación actual proviene de la derecha con las
exigencias de
“autonomía” regional presentadas por el “Comité
Cívico” del departamento de
Santa Cruz de la Sierra en el oriente boliviano, limítrofe con
Brasil, y
Tarija, departamento que hace frontera con Argentina en el sur. Los
capitalistas y terratenientes de Santa Cruz siguen el ejemplo de los
esclavistas del sur de Estados Unidos al amenazar con la
secesión si sus
exigencias de más poder y riqueza no se ven satisfechas. Cuanto
más les da
Mesa, tanto más exigen. Después de que el presidente
accedió a su petición de
que se eligiera a un nuevo gobernador, usaron esto para convocar su
propio
referéndum de “autonomía”. Aunque
esporádicamente la élite de Santa Cruz presenta sus
demandas en fraseología
democrática, es abiertamente racista: como una de las regiones
“más blancas” de
Bolivia, quiere “autonomía” de las protestas lanzadas por los
mineros y
campesinos indígenas del altiplano occidental de Bolivia. En
este sentido, sus
exigencias de “autonomía” son lo contrario de los llamados por
autonomía de
pueblos oprimidos como los indígenas de Chiapas, en
México. Lo que la burguesía
cruceña quiere es una tajada más grande de las ganancias
en dólares obtenidas
por la producción de gas y petróleo centrada en esta
región. Los Camisas Negras
(cuerpos de choque de una organización fascistoide que se
autodenomina “Nación
Camba”) han jugado un papel prominente en las movilizaciones en Santa
Cruz.
Hoy, matones armados de la UJC, grupo juvenil del Comité
Cívico, atacaron una
marcha de 500 campesinos que exigían la nacionalización
de los hidrocarburos y
una asamblea constituyente, hiriendo brutalmente a varias mujeres. Las
amenazas
y los chantajes de los capitalistas de Santa Cruz han despertado la
indignación
de obreros y campesinos en el resto de Bolivia. Las demandas de
“autonomía” han
sido también condenadas por miembros de las propias fuerzas
armadas de la
burguesía, que las ven como amenazas contra la “integridad
territorial”. Mientras tanto, la
burguesía de estas regiones enfrenta conflictos en su propio
patio trasero.
Ayer, manifestantes en la capital del departamento de Tarija tomaron
las
oficinas de la brigada parlamentaria en solidaridad con las protestas
en el
altiplano. El mes pasado en Santa Cruz, soldados y policías
desalojaron de una
hacienda de Los Yuquises a ocho familias pertenecientes al Movimiento
de los
Sin Tierra (MST) boliviano. Representantes del pueblo guaraní,
así como de
otros pueblos indígenas del oriente boliviano, denuncian la
discriminación que sufren
a manos de las autoridades locales, afirmando que si Santa Cruz y otras
regiones orientales obtienen la autonomía, querrían
separarse de ellas. Por su parte, Evo
Morales y el MAS pide “consensuar” la “agenda” de las protestas de La
Paz y la
“agenda” de la burguesía de Santa Cruz. El mecanismo para
alcanzarlo debería
ser, supuestamente, una asamblea constituyente. El MAS ha llamado desde
hace
mucho a convocar un órgano tal para rehacer la
constitución boliviana,
esperando hacerse de un trozo mayor del poder. La promesa de convocar a
una
asamblea constituyente fue uno de los medios esenciales de los que Mesa
se
valió para desactivar el levantamiento de octubre de 2003. En
Bolivia, el
llamado por una asamblea constituyente difícilmente puede
hacerse pasar como
una consigna revolucionaria, pues este país ha tenido una decena
o más de
dichas asambleas desde que consiguió la independencia. La idea
que las
encarnizadas luchas de clase en Bolivia en torno a la riqueza y el
poder puedan
resolverse mediante este mecanismo supuestamente democrático, es
la utopía
reformista de que puede haber paz entre las clases. No sorprende, por
lo tanto, que el plan a favor de una asamblea constituyente ha sido
aprobado
por el mismísimo Banco Mundial. En el caso boliviano, no se
trata de un
levantamiento popular contra una dictadura o una monarquía, o de
sectores
enteros excluidos de la democracia parlamentaria formal, en el que un
llamado a
favor de una asamblea constituyente podría resultar apropiado.
En Bolivia la
disyuntiva ineluctable que se enfrenta es revolución obrera o
contrarrevolución
capitalista. La burguesía del oriente del país intenta
convertir a esta región
en una versión boliviana de la reaccionaria Vendée, que
se opuso a la
Revolución Francesa de 1789. Como tal, lejos de ser conciliada,
debe ser
decisivamente derrotada. En Bolivia hoy en día, el
llamado a favor de una asamblea constituyente representa una trampa
contrarrevolucionaria a la que se debe oponer la lucha por una
exitosa
revolución obrera. Lo que se necesita
urgentemente es formar consejos obreros
(como los soviets de las revoluciones rusas de 1905 y 1917). Estos
consejos
pueden agrupar a los pobres del campo y la ciudad, a los pueblos
indígenas, a
los jóvenes y mujeres oprimidos, a los soldados rasos que no
están dispuestos a
cumplir con las órdenes asesinas del cuerpo de oficiales
burgueses. Con la
febril agitación social, es preciso formar
ahora consejos de obreros,
campesinos y soldados como un
paso concreto para hacer avanzar la lucha y sacarla de este impasse.
Aunque los
“cachorros” de dinamita detonados en las manifestaciones hacen mucho
ruido, no
pueden verse como un sustituto de la necesidad de armar a la clase
obrera: milicias obreras y campesinas son
cruciales para defender a los trabajadores bolivianos hoy. Para quitar los
hidrocarburos de las garras capitalistas, lejos de confiar en los
politiqueros
parlamentarios ni en una nacionalización a la burguesa, la clase
obrera “debe apoderarse de las instalaciones”
petroleras,
de gas y mineras, “imponiendo su expropiación sin
indemnización y el
control obrero por las bases de la producción y
distribución”, como escribimos
en 2003. La única salida es
un gobierno obrero, campesino e indígena
basado en la democracia proletaria de
los consejos obreros. “¡Obreros al
poder!” puede trasformarse en Bolivia de una mera consigna a una
realidad,
sólo como parte de la lucha por una federación
andina de repúblicas obreras, por una revolución
socialista que se extienda
también a los obreros de los centros imperialistas. Amenazas golpistas de
derecha
y de “izquierda” Minero
de la mina de estaño Caracoles con cachorro de dinamita durante
la protesta del 19 de mayo contra la ley de hidrocarburos.
Los rumores acerca
de un golpe de estado se multiplican a cada hora, centrándose en
la figura del
senador derechista de Santa Cruz, Hormando Vaca Díez, quien de
acuerdo con la
constitución sucedería a Mesa si el presidente renuncia
(justo como Mesa se
colocó la banda tricolor presidencial cuando su ex jefe
huyó a Miami). Pero
ésta es sólo una de las variantes de los muchos
escenarios de un posible golpe
de estado en un país que ha sufrido tantos golpes militares que
frecuentemente
se le ha llamado “Golpilandia”. Durante casi dos décadas los
liberales han
sembrado la ilusión de que estos golpes son cosa del pasado,
pero la función de
las fuerzas armadas es precisamente usar la violencia organizada en
defensa del
poder y la riqueza de la clase dominante. No es por nada que en Bolivia
el
símbolo de la Policía Militar es un voraz perro de
guardia que muestra
amenazante los dientes. Sin embargo,
dirigentes obreros, campesinos y de organizaciones de “izquierda”
siembran
mortales ilusiones en los oficiales y la policía capitalistas.
Evo Morales del
MAS lanza demagógicos llamados para que el ejército y la
policía ocupen los
campos petroleros y de gas. Jaime Solares de la COB ha llamado en
repetidas
ocasiones a favor de una “alianza” con oficiales “patrióticos”
del ejército,
así como “un militar honesto como Hugo Chávez”. En
discursos contra el
referéndum del año pasado, Solares se regodeó de
manera grotesca de sus
contactos con generales que querían una línea más
dura contra la “amenaza” de
Chile (país ante el que Bolivia perdió su salida al mar
hace 125 años en la
Guerra del Pacífico). La dirección de la
Federación Minera también ha sembrado ilusiones suicidas
en “militares
patrióticos”, al alabar explícitamente a dos coroneles,
Julio Herrera y Julio
César Galindo, que lanzaron un pronunciamiento el 26 de mayo en
el que
proclamaba un “movimiento generacional” y se ofrecía dirigir una
junta
cívico-militar en la que “los oficiales jóvenes nos
hagamos cargo del gobierno de
este país”. El apoyo a un militar que “salve a la nación”
es un viejo camino en
América Latina que está cubierto de cadáveres de
obreros y oprimidos. Hace poco
en Ecuador, el ex coronel Lucio Gutiérrez utilizó la
demagogia populista para
engañar a la clase obrera, los campesinos y la izquierda, para
luego volverse
contra ellos al servicio de Washington y el Fondo Monetario
Internacional, tal
como la Liga por la IV Internacional advirtió que haría. Dirigentes de la
COB también anhelan un régimen como el del general Juan
José Torres en 1970-71,
cuando la izquierda y el movimiento obrero formaron una “Asamblea
Popular”
cuyas ilusiones en el populismo militar de Torres prepararon el camino
para el
sangriento golpe derechista de Hugo Banzer. Esta política de
colaboración de
clases se cristalizó en el “Frente Revolucionario
Antiimperialista” (FRA)
formado en el exilo por Torres y otros oficiales, junto con
prácticamente toda
la izquierda boliviana, en particular la principal organización
que falsamente
se describe como trotskista, el Partido Obrero Revolucionario (POR) de
Guillermo Lora. Hoy, portavoces del
POR en la dirección del sindicato de maestros en La Paz
advierten contra un
golpe de estado y critican las ilusiones en una asamblea constituyente
sembradas por la mayor parte de la izquierda reformista. Sin embargo,
el POR se
ha aferrado a la estrategia del FRA, afirmando incluso que este frente
“puede
englobar a la policía en su conjunto, como institución” y
exigiendo
“bolivianizar el ejército”. Una organización
centrista más pequeña que también se reclama del
trotskismo es la Liga Obrera
Revolucionaria-Cuarta Internacional (LOR-CI), que integra la
Fracción
Trotskista dirigida por el PTS argentino. La LOR-CI ha sembrado sus
propias
ilusiones en la posibilidad de que la policía haga un
“compromiso a la defensa
de los trabajadores y el pueblo” (Lucha
Obrera, 24 de febrero de 2003).* Su marca registrada, sin
embargo, ha sido añadir el adjetivo “Revolucionaria”
al llamado de Evo Morales a favor de una Asamblea Constituyente. El fetichismo en
torno a la asamblea constituyente es parte de la tradición de
Nahuel Moreno, el
seudotrotskista argentino del que se deriva la tendencia del PTS y la
LOR-CI.
En los años 80, Moreno se pronunció a favor de una
“revolución democrática” en
América Latina y de “nuevas revoluciones de febrero”,
refiriéndose al
derrocamiento del zar ruso en febrero de 1917. Los genuinos trotskistas
luchamos por nuevas revoluciones de octubre. En el período
reciente, la LOR-CI ha puesto cada vez más énfasis en el
llamado a favor de una
Asamblea Popular. La palabra “popular” se elige siempre para enfatizar
que el
carácter de clase de estos cuerpos no sería
proletario. Así, los estalinistas llamaron a su estrategia de
colaboración de
clases el Frente Popular; Salvador Allende denominó a su alianza
con políticos
burgueses y oficiales “constitucionalistas” la Unidad Popular (entre
ellos un
tal general Augusto Pinochet), y los reformistas en todo el mundo
corean la
consigna, “El pueblo unido jamás será vencido”,
preparando de esa manera nuevas
derrotas. Marchistas bajan de El Alto a La Paz, el 30
de mayo. Gritan, “¡Fusil,
metralla, El Alto no se calla!” La
bandera
exige, “¡Revolución Ahora!” La principal
lección de la Asamblea Popular boliviana de 1971 es justamente
que ésta ató a
los obreros a Torres, no haciendo nada para
prepararlos contra el golpe de Banzer. Al nivel programático,
esta traición fue
preparada por las llamadas “Tesis Socialistas” aprobadas por la COB en
1970,
que como parte de un acuerdo entre los estalinistas, el POR y otros,
mezclaban
frases izquierdistas con llamados a favor de un “frente popular
antiimperialista”. Con todo, hoy la LOR-CI se pronuncia por un programa
“apoyado en los mejores aportes de los documentos históricos de
la COB, como la
Tesis de Pulacayo y las Tesis Socialistas de 1970” (declaración
de la LOR-CI,
21 de enero de 2005). Más que en
cualquier otro país de América Latina, el lenguaje
político de Bolivia ha sido
influido por lo que es ampliamente considerado como “trotskismo”,
comenzando
con la Tesis de Pulacayo escrita por el POR y aprobada por el sindicato
minero
en 1946. Esto ha sido tanto resultado de – y factor que ha contribuido
a – la
enorme combatividad mostrada por generaciones de obreros bolivianos.
Sin
embargo, en cada coyuntura crucial, quienes se presentan abanderados
del
trotskismo se han subordinado a políticos y militares
nacionalistas burgueses.
Esto es justo lo contrario del verdadero contenido del programa de
Trotsky de
la revolución permanente, que está
diseñado para situaciones precisamente como la que hoy enfrenta
Bolivia. Como Trotsky concluyó a
partir de la experiencia de
las revoluciones en Rusia y China, los problemas fundamentales de un
país
semicolonial como Bolivia sólo pueden resolverse mediante una
revolución en la
que la clase obrera tome el poder, apoyada por el campesinado y la
población
urbana empobrecida. Sólo una revolución socialista puede
romper la garra
imperialista, resolver el problema de la tierra (incluyendo la
expropiación de
los latifundios en Santa Cruz, que dejó intactos la reforma
agraria de la
Revolución Nacional boliviana de 1952) y garantizar verdaderos
derechos democráticos
para los oprimidos, sobre todo, para la mayoría indígena
boliviana. Como
enfatizó Trotsky, esta revolución permanente debe abrir
la vía para el genuino
socialismo – una sociedad de abundancia sin clases – mediante su
extensión a
los centros industriales avanzados del capitalismo mundial. La clave radica en
construir un partido obrero auténticamente comunista para
encabezar la lucha.
Lo que se requiere para dirigir a las masas de trabajadores, campesinos
y a
todos los oprimidos a la victoria contra los peligrosos enemigos que
los
confrontan, no son unos militares populistas ni una asamblea
“constituyente”,
“constituyente revolucionaria” o “popular”, sino el poder
revolucionario de clase de soviets y milicias
obreras. Esto implica librar una lucha
política contra los dirigentes actuales, que buscan caminos
siempre nuevos para
promover el viejo nacionalismo burgués, aprovechándose
del relativo aislamiento
geográfico del país.
Los obreros de Bolivia no
están solos.
Este nuevo
levantamiento ocurre en el contexto de una creciente inestabilidad en
América
Latina. En Ecuador, el populista militar Lucio Gutiérrez es el
más reciente de
una serie de presidentes echados del poder en los últimos
años. En Brasil, la
colaboración de clases ha mostrado su bancarrota una vez
más, ahora que el
frente popular de Lula enfrenta un agudo rechazo entre la clase obrera.
Perú se
ha visto estremecido por una serie de rebeliones locales. Acciones
obreras y
crisis políticas han sacudido a México. En Estados
Unidos, donde los obreros
enfrentan el represivo “frente interno” de la guerra imperialista
contra Irak,
un dinámico y creciente sector de la clase obrera, el de los
trabajadores
inmigrantes, forma un “puente humano” con las convulsiones sociales de
América
Latina. Únicamente una perspectiva internacionalista
para la extensión de la revolución por toda
América, al norte y al sur, y al
resto del mundo, puede confrontar el peligro de una intervención
imperialista
que enfrentaría toda auténtica revolución. La revolución socialista
internacional era el programa de los bolcheviques de Lenin, que
dirigieron a
los obreros rusos a la toma del poder bajo la consigna de “¡Todo
el poder a los soviets!” Con el Ejército Rojo encabezado por
León Trotsky, derrotaron la intervención imperialista de
14 potencias
capitalistas. Este programa fue defendido por la IV Internacional de
Trotsky,
que hoy luchamos por reforjar. Al dejar La Paz en
octubre de 2003, los mineros bolivianos gritaban “¡Volveremos!”,
diciendo que
“si hay que derrocar, nos llaman”. Los analistas superficiales que
dieron por
extinguido el poder de los mineros, se han equivocado de nuevo. Ahora
han
vuelto los mineros, y va en serio. Ya es hora de construir la
dirección
revolucionaria, el verdadero partido bolchevique trotskista, que es la
clave
para que logren la victoria a la cabeza de los heroicos obreros y
campesinos de
Bolivia. n * En respuesta a nuestras críticas de su línea en torno al motín policíaco de febrero de 2003, la LOR-CI nos acusó de falsificar su posición (Revista de los Andes, otoño de 2004). Después de mostrarles citas de su propio periódico, cuadros de la LOR-CI admitieron no sólo que no había falsificación alguna, sino también que nuestra crítica era correcta desde el punto de vista político. Hasta donde sabemos, sin embargo, aún no publican la corrección que prometieron escribir en torno a este asunto. Para contactar el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional, escribe: internationalistgroup@msn.com |
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