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junio de 2013 Bolivia: Evo Morales desata brutal
represión contra huelga general Policía ataca a trabajadores huelguistas en La Paz, el 18 de mayo. (Foto: EFE) 6 de
JUNIO – En
una capital latinoamericana, miles de trabajadores
empobrecidos realizan una huelga general y
enfrentan a la policía antimotines mientras las
calles se llenan de gas lacrimógeno. Al mismo
tiempo que el gobierno realiza arrestos masivos,
los huelguistas lo denuncian como instrumento del
capital y enemigo de la clase obrera. Desde el
palacio presidencial se lanza una cacería de
brujas al condenar la huelga, tachándola de
siniestra conspiración izquierdista, mientras que
los partidarios del gobierno se movilizan para
“defender la democracia” contra los trabajadores.
El escenario no es nuevo, pero en este caso el
régimen en cuestión ha sido objeto de la adoración
de la “izquierda antineoliberal” a escala
internacional. El
país es Bolivia y el gobierno es del presidente
Evo Morales y su vicepresidente Álvaro García
Linera, dirigentes del Movimiento al Socialismo
(MAS), que dice llevar a cabo una “revolución
cultural y democrática”. El 6 de mayo, la Central
Obrera Boliviana (COB) inició la más importante
movilización proletaria desde la elección de
Morales en 2005 como el primer presidente indígena
de la nación más pobre de Sudamérica. La
confrontación –uno de los más agudos conflictos de
clase de los años recientes– subraya que el
régimen capitalista
indigenista se contrapone a las necesidades
elementales de los obreros y campesinos indígenas
que constituyen la mayoría de la población del
país, y a sus
derechos conquistados tras duras luchas. Los
combativos mineros encabezaron la huelga general
junto con trabajadores fabriles, de la salud, la
educación y de otros sectores con la exigencia de
una “jubilación digna”, en un país en el que los
mineros desde siempre han tenido más
probabilidades de morir antes de cumplir 40 años,
que de jubilarse con una paga decente. En las
calles de La Paz, Oruro y Potosí, las
tradicionales explosiones de los cachorros de
dinamita de los mineros acompañaban las consignas
sindicales: los huelguistas criticaban a Morales
por conservar lo básico del antiobrero esquema de
pensiones heredado del odiado expresidente “Goni”,
el derechista Gonzalo Sánchez de Lozada, favorito
de Washington, derrocado en la “Guerra del Gas”
que sacudió al altiplano hace una década. Las amas
de casa mineras jugaron un papel prominente en los
bloqueos callejeros con los que las protestas
obreras cortaron el tráfico en 40 carreteras y
caminos vitales. Movilización
clasista contra el hambre y la represión (Arriba) Mineros de
Huanuni, la mina más grande de Bolivia,
responden a la arremetida policíaca
dinamitando el puente de Caihuasi, el 8 de
mayo. (Abajo) La policía de Evo Morales caza a
los mineros en los cerros, deteniendo a 337
huelguistas. (Fotos: Kyrios; Radio Nacional de
Huanuni; Víctor Guitiérrez/La Razón) Desesperado por romper la huelga, el
gobierno de Morales lanzó una andanada de medidas
represivas, con el arresto de 400 sindicalistas
(para algunos de los cuales exige condenas
carcelarias de hasta seis años), la imposición la
detención domiciliaria en contra de dirigentes de
la Central Obrera Departamental (COD) de Oruro
–junto con 20 mineros de Huanuni, la mina más
grande del país – y la movilización de una campaña
mediática para calumniar a los sindicalistas con
la patraña de que son instrumento de la derecha.
El 17 de mayo, Morales declaró la huelga “ilegal”.
Ante la represión violenta por parte de las mismas
fuerzas policíacas y militares que han manchado de
sangre minera el altiplano una y otra vez a lo
largo del último siglo, se informó que los
trabajadores de Huanuni habrían capturado a tres
policías, manteniéndolos dentro de los socavones
para canjearlos por sindicalistas arrestados. Durante
un ataque particularmente salvaje contra los
mineros de Huanuni en la carretera entre Oruro y
Cochabamba, un dirigente de la COD de Oruro, Juan
Carlos Guarachi, dijo a la Cadena A de televisión
en entrevista telefónica, “Estamos aquí en los
cerros, seguimos haciéndole frente a los policías
y al mismo tiempo con la furia y la rabia de los
trabajadores se ha hecho volar el puente que
conecta de Caihuasi hacia Caracollo”. El
sindicalista agregó: “El Gobierno una vez más está
actuando como los gobiernos neoliberales y por
ende una vez más con soberbia y la incapacidad de
todos sus ministros, por no dar solución a la
demanda de los trabajadores” (ANF-Erbol, 9 de
mayo). Por
su parte, el dirigente sindical de Huanuni, Ronald
Colque, denunció al MAS por llevar a cabo una
campaña de “represión al puro estilo de los
gobiernos neoliberales” (ANF, 17 de mayo). Esta
acertada observación refleja la amargura de muchos
trabajadores y campesinos pobres que pusieron sus
esperanzas en el MAS, cuya llegada al poder se dio
en medio de torrentes de retórica en contra de la
política económica neoliberal, que (como el resto
de la “izquierda” populista y nacionalista)
criticaba al mismo tiempo que afianzaba el sistema
de explotación capitalista. En
una operación particularmente cínica, el MAS
convocó una manifestación contra la huelga para el
23 de mayo “en defensa de la democracia”, en la
que reunió a asociaciones campesinas y vecinales
alineadas con el gobierno para que se opusieran a
los trabajadores. En el discurso que pronunció en
dicha movilización, Morales dijo: “Si no hay la
unidad del pueblo boliviano, tal vez el esfuerzo
de autoridades, el esfuerzo de dirigentes no puede
ser consolidado para seguir garantizando esta
revolución democrática y cultural”. Luego enfatizó
los vínculos de su régimen con los “procesos
revolucionarios en Latinoamérica... en Ecuador,
Argentina, Brasil...” en los que otros presidentes
de la “marea rosada” latinoamericana combinan
políticas capitalistas con retórica
populista/nacionalista (video en YouTube, 23 de
mayo). En
Bolivia, país en el que décadas de convulsas
luchas de clase produjeron una conciencia
histórica particularmente fuerte, el paralelismo
que hay entre Morales y sus predecesores
populistas y nacionalista salta a la vista. La
movilización de sectores del campesinado atados al
partido gobernante como ariete en contra de los
mineros y otros sectores proletarios fue una marca
distintiva del Movimiento Nacionalista
Revolucionario (MNR), que llegó al poder con la
revolución de 1952. Cuando el ejército
reconstruido por el MNR lo derrocó en el golpe de
estado respaldado por Washington en 1964, el jefe
de la junta militar, René Barrientos, forjó un
Pacto Militar Campesino dirigido explícitamente en
contra de los sindicalistas mineros, los
estudiantes y profesores radicales, y otros
“elementos subversivos”. Sombría
realidad del “capitalismo andino” de Morales Volvieron. Marcha de los combativos mineros de Huanuni entra a la capital, La Paz, el 20 de mayo. (Foto: AFP) Durante
la “década perdida” de los años 1990, gobiernos a
lo largo y ancho de América Latina siguieron las
políticas libremercadistas dictadas por Washington
y Wall Street que devastaron los niveles de vida
de la clase obrera. Desde fines del siglo XX ha
entrado en funciones una serie de gobiernos
populistas burgueses que sueltan retórica
izquierdista al mismo tiempo que reprimen a los
trabajadores. Hugo Chávez y su sucesor Nicolás
Maduro en Venezuela, se jactan de construir el
“socialismo del siglo XXI”, pero los mandatarios
de Bolivia han sido más francos. Durante la
campaña electoral de 2005, García Linera resumió
su política económica como “un tipo de capitalismo
andino” (Econoticias Bolivia, 1o de
septiembre de 2005). Luego, en un ensayo aparecido
en Le Monde
Diplomatique (enero de 2006), el flamante
vicepresidente boliviano proclamó un “nuevo modelo
económico” que resumió como un “capitalismo
andino-amazónico”. La huelga general de mayo de
2013 revela lo que esto significa. “La
huelga de la COB visibiliza la polarización
política en Bolivia”, fue el encabezado del sitio
liberal Otramérica (Ciudad de Panamá, 17 de mayo).
La huelga dista de ser la primera confrontación
entre el gobierno de Morales y el movimiento
obrero, o sectores de sus bases campesinas,
plebeyas y de clase media (ver “Bolivia: Evo
Morales Against the Workers and Oppressed”, The
Internationalist, septiembre de 2007). A
pesar de sus orígenes como dirigente de los
cocaleros, Morales ha usado al ejército para
reprimir a campesinos en algunas regiones en que
se cultiva coca y a los pueblos amazónicos de la
zona del TIPNIS (o sea del Territorio
Indígena y Parque Nacional Isidoro Secure) que lo
acusan de complacer a compañías multinacionales
con su plan de construir una autopista a través de
una reserva selvática indígena. Tras
chocar en repetidas ocasiones con los maestros y
otros sectores sindicales disidentes desde el
inicio de su administración, Morales enfrentó
huelgas y marchas de obreros fabriles en 2010 tras
imponer un tope del 5 por ciento a los aumentos
salariales a la vez que mantenía un salario mínimo
de hambre. A finales de ese año, eliminó los
subsidios a los combustibles que tan
desesperadamente necesitan los pobres del campo y
la ciudad. Protestas enardecidas lo obligaron a
dar marcha atrás a esta medida, cuyo parecido con
las medidas de austeridad típicamente exigidas por
el Fondo Monetario Internacional fue señalado
hasta por comentaristas favorables a su gobierno.
Sin embargo, como señalaron algunos entusiastas
norteamericanos de Evo Morales a principios de
este año, “Las exportaciones han crecido, y las
reservas monetarias internacionales de Bolivia
alcanzaron un nuevo tope de 14 mil millones de
dólares” (People’s
World, 14 de enero). La
huelga general de mayo de 2013 llevó la
confrontación de clases a su punto más
álgido bajo el régimen del MAS, en una lucha
en la que los mineros y otros sectores proletarios
jugaron indiscutiblemente el papel central,
dirigente. Al
destacar los fuertes elementos de continuidad
entre el “capitalismo andino” de Morales y García
Linera y el “consenso de Washington” que
impulsaron sus predecesores derechistas, la
cuestión de las pensiones de los trabajadores es
tanto ilustrativa como profundamente sentida por
la clase obrera. La manía privatizadora que se
extendió por América Latina puso bajo la mira las
pensiones de “beneficio definido” desde 1980,
cuando el dictador chileno Augusto Pinochet
–asesorado por los libremercadistas Chicago Boys
de Milton Friedman– entregó los fondos
pensionarios a los fondos privados de inversión
con el objetivo de canalizar nuevos recursos a la
especulación financiera. México siguió la pauta a
finales de los años 90, cuando el presidente
Ernesto Zedillo, un Yale Boy, impuso el sistema
privatizado de pensiones de las Afores. En
Bolivia, durante su primer período en el Palacio
Quemado, el Harvard Boy “Goni” Sánchez de Lozada
privatizó las pensiones en 1996, al establecer un
nuevo sistema “basado en la capitalización
individual de las cuentas” de acuerdo con la
“capitalización” (privatización) de casi todas las
empresas nacionalizadas (Banco Mundial, The Bolivian
Pension Reform, julio de 1997). Hace tres
años, Evo Morales realizó una nueva reforma
pensionaria que bajaba la edad mínima para la
jubilación pero con la cual, para la abrumadora
mayoría de los trabajadores, llegar a la edad de
jubilación siquiera con una mínima posibilidad de
escapar la miseria sigue siendo un sueño
inalcanzable. Como
señaló entonces el Centro de Estudios para el
Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA), la ley
pensionaria de Morales representaba la
“continuidad de la política neoliberal” pues no
sólo “propugna el mantenimiento del sistema de
capitalización individual impuesto por el
neoliberalismo” (los patrones hacen poca o ninguna
contribución), sino que lo hace “a costa del
esfuerzo de los asalariados, a quienes considera
un sector social privilegiado”. La ley de Morales
prometía al ejército y a la policía pensiones del
100 por ciento de los sueldos, en tanto que decía
a los trabajadores que tras años de contribuciones
recibirían (supuestamente) el 70 por ciento de su
paga (CEDLA, Nueva Ley de
Pensiones, diciembre de 2010). Durante
la huelga general del mes pasado, el CEDLA publicó
un nuevo estudio que demuestra que el actual
sistema pensionario “no garantiza el pago de
rentas de jubilación dignas que alcancen a los
trabajadores para cubrir sus necesidades básicas
cuando pasen a ser trabajadores pasivos y las
fuerzas físicas y el mercado de trabajo no les
permitan continuar trabajando”. La reforma de
Morales de 2010 tuvo el efecto de “nivela[r] las
pensiones hacia abajo”, de modo que incluso un
trabajador que consiga realizar contribuciones
regulares a
lo largo de treinta años, de todas maneras viviría
en la miseria. Esto ocurre en un país en el que el
salario mínimo equivale a 116 dólares mensuales,
la expectativa de vida de los varones es de 65
años, y en el que los mineros enfrentan
tradicionalmente de morir de silicosis antes de
cumplir 40 años. Los
huelguistas denunciaron las “mentiras del gobierno
sobre Huanuni” al refutar con hechos y cifras las
demagógicas acusaciones de que la mina de Huanuni
–que forma parte de la empresa minera estatal
COMIBOL– supuestamente representa una sangría para
la economía nacional y de que sus 4.800
trabajadores constituyen un sector privilegiado.
Los mineros enfatizaron que con la ley pensionaria
de Morales, un minero necesitaría cotizar durante
35 años para obtener una pensión equivalente a 535
dólares mensuales. Entretanto, en “el trabajo de
interior mina no existen las condiciones de
ventilación... ocasionando continuas muertes de
jóvenes trabajadores”; se estima que actualmente
un 20 por ciento de los mineros ya “padecen
silicosis y enfermedades relacionadas con los
pulmones” (Radio Nacional de Huanuni, 14 de mayo). Con
la triste perspectiva de morir en la pobreza que
enfrentan millones de obreros y campesinos
bolivianos, lo mismo que sectores empobrecidos de
la clase media, la reivindicación de la COB de una
“jubilación digna” tocó una fibra sensible. La
Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia
(FSTMB) comenzó la huelga con la exigencia de
una pensión equivalente al salario promedio de
un minero (pensión cien por cien). Frente a la
intransigencia del gobierno y la campaña
represiva que desató –y sin comités de huelga
electos facultados de debatir y tomar decisiones
sobre cuestiones fundamentales– la dirección
sindical redujo la demanda al 70 por ciento. El
22 de mayo, la COB “suspendió” la huelga al
aceptar de manera tentativa un acuerdo para
reducir el número de años que los mineros tienen
que trabajar para poder optar por el retiro, con
otros detalles sin clarificar. Aunque
los líderes dijeron que la central obrera
permanecería en “estado de emergencia” durante un
período de 30 días para evaluar el acuerdo, varios
sectores sindicales expresaron su fuerte oposición
a la decisión de desmovilizar a los trabajadores y
detener la huelga. Evo
Morales y la izquierda El
presidente boliviano Evo Morales
demagógicamente pretende ser de izquierda
mientras reprime a trabajadores huelguistas.
Derecha: con un retrato de Ernesto Che Guevara
hecho de hojas de coca, en 2006. (Foto: Reuters) Deslumbrados
con el “fenómeno Evo”, muchos supuestos
izquierdistas han alegado que una perspectiva
específicamente proletaria
para Bolivia –país históricamente conocido por
algunas de las luchas de clase más agudas del
hemisferio– ha sido superada con la elección de un
presidente indígena en virtud de la “unidad del
pueblo”, “nuevas formas comunitarias de hacer
política” y otras fórmulas del estilo. Reflejando
este el mismo impresionismo burgués, añadiendo una
pizca de palabrería seudomarxista, la Spartacist
League –como parte de su descenso en un
idiosincrático centrismo de izquierda centrado en
EE.UU.– llegó a afirmar que la clase obrera
boliviana dejó
de existir (ver “Spartacist League
Disappears the Bolivian Proletariat,” The
Internationalist n° 24, verano de 2006). Estas
fórmulas hicieron eco de las justificaciones de un
régimen cuyo principal logro ha sido dotar de un
nuevo rostro a la vieja función del aparato
estatal burgués: defender las relaciones de
propiedad capitalistas en contra de los
trabajadores, los campesinos pobres y la población
urbana empobrecida. Que el MAS preside un régimen
capitalista jamás ha sido un secreto (excepto para
aquellos cegados por sus propias ilusiones):
Morales y García Linera han gobernado durante casi
ocho años bajo la bandera de lo que ellos mismos
llaman el “capitalismo andino”. Como
escribimos inmediatamente después de las
elecciones de diciembre de 2005 en las que el MAS
consiguió la presidencia, “El triunfo de Morales
ciertamente refleja la urgente esperanza en un
cambio social fundamental que tiene la mayoría
oprimida”, así que la elección del primer
presidente indígena del país “ha generado grandes
expectativas entre las masas excluidas del poder
por la élite k’ara (blanca)”. Justo por
ello, era la responsabilidad de los marxistas
decir la verdad fundamental de que el gobierno de
Morales usaría su prestigio para fortalecer el
estado capitalista para usarlo más efectivamente en contra
de los trabajadores indígenas que lo llevaron a la
presidencia. Así lo señalamos: “Por
su parte, García Linera, teórico del MAS, enfatiza
que su gobierno será de ‘centro-izquierda’. Al
abundar en su consigna a favor de un ‘capitalismo
andino’, dice que éste estará ‘ligado a los
mercados globales’ y a los ‘sectores
empresariales’ y que durará al menos 40, 60 o
hasta 100 años. Esta consigna es utópica y
reaccionaria, por su apelación a una forma
imaginaria de explotación de clase ‘nacional’. Su
contenido real es el intento de dar un rostro
‘andino’ a la subordinación semicolonial de
Bolivia al verdadero capitalismo internacional
(esto es, el imperialismo)…. El régimen burgués de
Morales no merece ni la más mínima confianza por
parte de los obreros y campesinos.” –“Elecciones
en Bolivia: Evo Morales en la cuerda floja”, El
Internacionalista, diciembre de 2005 La
perspectiva de lucha proletaria revolucionaria en
Bolivia, confirmada una vez más por la huelga
general del mes pasado, requiere de una dirección
forjada sobre la base del programa de León Trotsky
de la revolución permanente, según la cual la
clase obrera a la cabeza del campesinado pobre y
otros sectores oprimidos resuelve tareas
democráticas al tomar el poder y pasar a medidas
socialistas. El país tiene una larga tradición de
luchas realizadas por militantes que se
identifican con el trotskismo, muchos de los
cuales se han caracterizado por una valentía y una
dedicación ejemplares. La tragedia del movimiento
revolucionario de Bolivia es su adaptación desde
hace décadas a la burocracia sindical y al
nacionalismo burgués, que comenzó aún antes de la
revolución de 1952 (ver S. Sándor John, Bolivia’s
Radical Tradition: Permanent Revolution in the
Andes [University of Arizona Press, 2009]). La
principal organización que se identifica con el
trotskismo en Bolivia es el Partido Obrero
Revolucionario (POR). Liderado por Guillermo Lora
hasta su muerte en 2009, el POR dirige el
sindicato magisterial de La Paz. En los
levantamientos de masas que precedieron a la
elección de Morales, el POR jugó un papel
clásicamente centrista, al ayudar a dar una
cobertura de izquierda a la burocracia sindical y
a los dirigentes de las asociaciones vecinales que
descarrilaron los levantamientos de la Guerra del
Gas de 2003 y 2005 y abrieron así la vía para la
llegada del régimen del “capitalismo andino”. La
LORCI (Liga Obrera Revolucionaria Cuarta
Internacional), una organización más pequeña que
pertenece a la Fracción Trotskista encabezada por
el Partido de los Trabajadores Socialistas,
secundó al POR en esta tarea. Sindicato magisterial paceño,
dirigido por el POR, marcha el 8 de mayo. Durante
la huelga general de mayo de 2013, un número tras
otro del semanario del POR, Masas,
combinaba vívidos reportes de la represión
policiaca con fervientes llamados a la policía
misma a “incorporarse a la lucha del pueblo”. Así,
Masas (17
de mayo) informa que una protesta planeada para
realizarse en el aeropuerto internacional de la
ciudad de Santa Cruz enfrentó “una
cavernícola reacción de la policía
antidisturbios”, que golpeó a “las compañeras
maestras ya adultas y en algunos casos ya de
tercera edad”. La asociación de los policías había
advertido que organizaría acciones a menos de que
sus demandas (que incluían el pago de horas
extras, presumiblemente para las ocasiones en que
la labor de golpear y gasificar a profesores
mayores sobrepasa la jornada laboral usual) fueran
satisfechas en menos de un mes. Un texto del POR
reproducido en el mismo número incluye el llamado:
“POLICÍAS: No esperar el mes de plazo. ¡Empezar
ya!” Demagógicamente,
el MAS utilizó llamados de esta índole para
intensificar sus calumnias macartistas contra la
izquierda, al acusar al POR de promover un “golpe
de estado” contra el gobierno. El verdadero
peligro de pretender que los policías son
“trabajadores en uniforme” es para la clase
obrera y los oprimidos: “unirse” a las
fuerzas represivas del estado burgués significa
dejar a las masas a merced de una sangrienta
derrota tras otra. Esta política del POR se
remonta a su llamado por la “bolivianización de
las fuerzas armadas” y la conformación en 1971 del
Frente Revolucionario Antiimperialista (FRA) junto
con el depuesto presidente, el general Juan José
Torres. Hasta
la fecha, el POR sostiene que el FRA es un modelo
para la lucha de clases en América Latina, junto
con la Asamblea Popular que le precedió: un
impotente cónclave en el que el POR y el Partido
Comunista pro Moscú sirvieron de cobertura desde
la izquierda para los lugartenientes laborales de
Torres en la burocracia sindical mientras ésta
desarmaba política y militarmente a la clase
obrera ante el sangriento golpe militar encabezado
por el general Hugo Banzer. En
2005, durante el levantamiento de masas que
derrocó al sucesor de Sánchez de Lozada en la
presidencia, Carlos Meza, el POR y la LORCI
jugaron un papel clave en ensamblar un intento de
reedición de la Asamblea Popular, en la que
burócratas sindicales y dirigentes populistas
hablaban de revolución tan sólo para desmovilizar
las protestas de masas en el momento decisivo (ver
“El Alto y la ‘Asamblea Popular’,” El
Internacionalista, junio de 2005). Es
posible detectar una cierta simbiosis en la
relación entre estos dos grupos que se reclaman
como trotskistas. La LORCI ayuda a perpetuar la
mitología del POR acerca de la Asamblea Popular de
1971, pero critica al FRA lo mismo que el apoyo
que da el POR a las “huelgas” policíacas
(intentando simultáneamente encubrir su propia
capitulación al motín policíaco de febrero de
2003). Por
su parte, el POR regaña a la LORCI porque se hizo
eco de los llamados de Evo Morales a favor de una
asamblea constituyente, y por ponerse a la cola de
la burocracia de la COB en discusiones acerca de
la conformación de un Partido de los Trabajadores
(PT), al mismo tiempo que tacha a la LORCI en
términos chovinistas como “pelagatos reformistas
llegados del exterior que se reclaman trotskistas”
(Masas,
31 de mayo). En marzo pasado se celebró en Huanuni
el primer congreso del PT con 1.300 delegados.
Aunque este hecho refleja una creciente desilusión
con el MAS de Morales y el enojo contra su
política antiobrera, la burocracia sindical
encabezada por el secretario general de la COB,
Juan Carlos Trujillo, ha hecho lo mejor a su
alcance para canalizar al PT dentro de los límites
seguros del reformismo electoral, con el
propósito, sin duda, de usarlo como un mero
instrumento para presionar al MAS. Durante
varios años, la LORCI ha llamado por la formación
de un “Instrumento Político de los Trabajadores”,
o IPT, haciendo eco al llamado similar de los
dirigentes de la COB. Claro está, dicen que un tal
IPT debería encarnar la independencia de clase.
Para todo trotskista auténtico, esto significa
luchar por un programa revolucionario, pero la
agitación de la LORCI, antes, durante y después de
la huelga de mayo, se ha centrado en gran parte en
llamados reformistas clásicos a “que paguen los
ricos”. En un artículo sobre la inminente huelga
por las pensiones, escribió: “La solución es
sencilla: hay que sacar los fondos jubilatorios de
un fuerte aumento de los aportes de las patronales
que se benefician de nuestra explotación, de más
impuestos a los ricos, a las trasnacionales, a los
banqueros y el capital financiero” (Palabra
Obrera, mayo de 2013). En
lugar de la panacea de cobrar más impuestos a los
ricos, los trotskistas genuinos enfatizan que el
empobrecimiento de obreros y campesinos a manos
del capitalismo sólo puede ser superado mediante
la expropiación
de la clase capitalista en una revolución
proletaria. Hace algunos meses, la LORCI se
preguntaba si el PT resultaría “un instrumento de
organización política obrera o un ‘partido de los
burócratas’” (24 de enero, sitio de la LORCI).
Como admite la misma LORCI, los dirigentes
cobistas relegaron al PT al silencio durante las
manifestaciones del Primero de Mayo de este año, y
esta supuesta expresión política de los
trabajadores no jugó ningún papel durante la
reciente huelga general. Pero en todo caso, sin un
programa político revolucionario, sólo podría
promover una variante de populismo con tinte
obrerista. Cuando
el MAS hizo campaña a favor de una “asamblea
constituyente” (burguesa) durante las
sublevaciones de obreros y campesinos en 2003 y
2005, la LORCI enarboló la consigna de asamblea
constituyente, aunque revolucionaria por supuesto.
Cuando los dirigentes de la COB llamaron por un
“instrumento político de los trabajadores”,
también lo hizo la LORCI, buscando siempre ser el
ala de izquierda de todo movimiento popular en
boga. El arraigado seguidismo de la LORCI (una
marca registrada de la Fracción Trotskista), su
constante adaptación a la perspectiva de “unidad
del movimiento” que utilizan los dirigentes
sindicales y de la izquierda reformista para
propiciar la colaboración de clases, puede medirse
en su proclama en el actual número de su
periódico: “Hay
que prepararse en la perspectiva de grandes
convulsiones sociales alimentadas por la crisis
capitalista mundial organizando las fuerzas
conscientes de la lucha anticapitalista, tanto en
los sindicatos como en el movimiento estudiantil
para crear fuerzas afines a la clase obrera y
convocando a la unidad a todos los movimientos
sociales de los oprimidos, populares, ecologistas,
feministas, a hermanarse en una causa común para
terminar con este sistema decadente junto a la
clase trabajadora en todos los países.” –Palabra
Obrera, junio de 2013 Su
lema pues: unámonos todos en un gran “movimiento
popular”. Es un programa para la derrota. Lo
que se necesita para derrotar el populismo burgués
de Morales y García Linera, para unir a los
trabajadores y el empobrecido campesinado
indígena, es una lucha intransigente por forjar
una vanguardia proletaria sobre la base de la
perspectiva de la revolución permanente de
Trotsky. Crear el núcleo de ese partido es urgente
ahora que duras luchas de clase abren camino para
desvanecer las ilusiones en el más reciente
régimen nacionalista que intenta domar al
altiplano rebelde. Este es el elemento
indispensable para llevar adelante la lucha hacia
la revolución socialista en Bolivia, y más allá. En un
extenso análisis del primer año y medio de Evo
Morales en el poder, publicado en 2007, detallamos
cómo de “una manera populista, Morales se valió
de... gestos y retórica para embellecer acciones
que sirven a la clase dominante”: entre ellas el
fortalecimiento de la “institucionalidad de las
fuerzas armadas”, la conciliación de la derecha
racista de línea dura en los departamentos
orientales, una seudo “nacionalización” del gas y
el petróleo, la movilización de “movimientos
sociales” progubernamentales para atacar a
sectores obreros críticos de su régimen, así como
una “reforma agraria” que en los hechos ha
aumentado el poder de los terratenientes. Al
enfatizar la perspectiva de la Liga por la IV
Internacional, escribimos: “Un
gobierno obrero-campesino-indígena
es la única manera en que las masas indígenas
puedan realmente tomar y ejercer el poder,
efectuando su emancipación como parte de una
revolución socialista internacional…. La materia
prima de una lucha revolucionaria está presente en
Latinoamérica. Esto se puede observar en muchas
partes de la región y sigue brotando en Bolivia…. “Una
dirección revolucionaria es lo que se necesita, y
las verdaderas lecciones de la experiencia
boliviana pueden ayudar a construirla sobre el
programa de la revolución permanente, con la
voluntad y determinación de nadar contra la
corriente y luchar por el genuino comunismo en
Latinoamérica, en los Estados Unidos y el resto
del mundo”. –“‘Andean
Capitalism’ vs. Permanent Revolution, Bolivia: Evo
Morales Against the Workers and Oppressed”
(“‘Capitalismo andino’ versus
revolución permanente. Bolivia: Evo Morales contra
los trabajadores y oprimidos”), The
Internationalist, septiembre de 2007 ■
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