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marzo de 2009 ¡Derribar a la burguesía mediante la revolución obrera! El capitalismo mundial cae en picada
19 de MARZO – Mes a mes, la
crisis económica global sigue profundizándose. Con el estallido de la crisis
financiera en septiembre de 2008, el sistema crediticio internacional se
paralizó, haciendo virtualmente imposible –hasta para las compañías más grandes
y con mejores calificaciones financieras– la obtención de préstamos. En lo que
representa un crac financiero en cámara lenta, los valores bursátiles a
escala internacional representan hoy la mitad de lo que valían en 2007. Desde
entonces, la caída ha pasado del ámbito de lo que Karl Marx llamó “capital
ficticio”, al terreno de la economía real. En los últimos cinco meses, se ha
registrado una pronunciada caída en la producción industrial, las inversiones,
las exportaciones, el gasto para el consumo, la construcción y en casi todos
los indicadores principales de actividad económica, en prácticamente todos los
países del mundo capitalista. Esto constituye una diferencia significativa con
respecto a todas las crisis económicas recientes, en las que determinados
países podían recuperarse mediante la exportación a otros mercados
(principalmente al norteamericano) o a través de la inversión de más dinero en
nuevas burbujas especulativas. Esta vez no es así. Aunque la atención se ha
concentrado en la crisis financiera –y en los banqueros de Wall Street,
operadores de fondos de cobertura (hedge funds) y ejecutivos de
aseguradoras que se han salido con la suya– la verdad es que el declive
económico comenzó un año antes. En EE.UU., ésta es ya la más larga recesión
desde la Segunda Guerra Mundial, y no va a terminar pronto. En los mercados más
importantes, los precios de la vivienda cayeron un 20 por ciento el año pasado,
en tanto que el 10 por ciento de todas las hipotecas está en atraso o en mora
de pago; 19 millones de casas y apartamentos están hoy desocupados en
todo Estados Unidos, en tanto que crece la cantidad de personas que viven en la
calle. Se han perdido más de 4,4 millones de puestos de trabajo hasta la fecha,
650 mil por mes en el último trimestre. Aunque la tasa oficial de desempleo es
del 8,1 por ciento, la tasa real es considerablemente mayor (el gobierno
maquilla las estadísticas al no contabilizar a los que han dejado de buscar
trabajo). El registro más amplio del desempleo es ahora del 14,8 por ciento de
la fuerza laboral, y sigue incrementándose. El gasto en bienes de consumo ha
caído por los suelos, especialmente en el caso de bienes de consumo duradero de
alto precio relativo como los automóviles (cuyas ventas cayeron en un 41 por
ciento en febrero). Un economista comentaba que
hace poco, la gente compraba carros, televisores de gran formato y
refrigeradores como si se fueran abarrotes; ahora, en cambio, compra abarrotes
como si se tratara de carros. Justo como en los años 30 cuando los granjeros
tiraban la leche “sobrante” mientras la gente no tenía que comer, hoy la venta
de productos lácteos ha caído en tal magnitud que hay una “sobreoferta” de
vacas, de modo que los granjeros están vendiendo (y matando) a su ganado (¡!). Otro
signo de los tiempos que corren: General Electric, que se consideraba como el
punto de referencia en lo que toca a títulos con rentabilidad asegurada debido
a que pagó dividendos a sus inversores a lo largo de los años 30, anunció a
finales de febrero que recortaba su dividendo en dos tercios. Una jubilada
angustiada escribió en respuesta:
“Estamos retirados. Mi esposo tiene más de 90 años, y deberá comerse la comida
que tendré que buscar en los basureros. Necesitábamos ese dividendo para la
comida.” ¿Recesión o depresión? Súbitamente los
gobernantes han empezado a pronunciar la temida palabra “depresión”. Los
economistas burgueses han descrito las recesiones recientes diciendo que tienen
la forma de una “V”: a una aguda caída sigue una rápida recuperación. Al
principio dijeron que la crisis actual sería una recesión con forma de “U”, en
la que habría un período más largo en el fondo, antes de que comenzara la
recuperación. Ahora, varios de estos economistas afirman que la crisis tendrá
una forma de “L”: después de una caída en picada, se permanecerá en el fondo
por tiempo indefinido. El gerente general de Microsoft, Steve Ballmer, dijo al
anunciar el despido de 5 mil trabajadores, en lo que constituye el primer
despido en masa de la historia de este gigante de la informática: “El modelo
que tenemos en mente no es el de una rápida recuperación. Pensamos que las
cosas van para abajo, para luego reiniciarse. La economía se contrae” (New
York Times, 23 de enero). O como lo dijo John Silvia, jefe de economistas
del Wachovia Bank (New York Times, 7 de marzo): “Estos empleos no van a recuperarse…. Una buena
parte de la producción, o bien no se va a realizar, o bien va ser realizada
fuera de Estados Unidos. Va a haber menos tiendas, menos fábricas, menos
operaciones financieras. Las empresas están tomando la decisión estratégica de
que no quieren seguir en sus respectivos negocios.” ¿Qué hacer? En resumen, la
recesión se está convirtiendo rápidamente en una depresión, aunque los
gobernantes capitalistas no quieren decirlo porque temen generar un pánico aún
mayor. Por lo general, los economistas “ortodoxos” dicen que una depresión (que
según ellos era un fenómeno que ya no podía repetirse) no es más que una
recesión agravada. La serie de recesiones que uno puede encontrar entre cada 5
y 7 años a lo largo de la historia del capitalismo, son expresión de la
naturaleza cíclica de un sistema que produce para la obtención de ganancias. Sin
embargo, el que la producción se mantenga atorada durante años en niveles
severos de depresión no es producto de los ciclos, sino que es resultado de una
crisis del sistema capitalista mismo. En los años 30, el economista John
Maynard Keynes sostuvo que la economía se quedó atrapada en lo que denominó una
“trampa de liquidez”, de modo que los gobiernos tendrían que inyectar fuertes
cantidades de dinero para lograr que la producción se reiniciara. Hoy en día
los economistas burgueses admiten que esta medida fue insuficiente, y que sólo
la Segunda Guerra Mundial pudo poner fin a la Gran Depresión de los años 30. La receta de los economistas
“libremercadistas” para enfrentar una caída de la economía consistía en bajar
las tasas de interés. El secretario de la Reserva Federal, Ben Bernanke, lo
intentó, disminuyendo las tasas de interés prácticamente hasta cero por ciento,
pero los bancos no hacían préstamos. El secretario del tesoro de la
administración Bush, Henry Paulson, intentó entonces regalar dólares al por
mayor a los banqueros (con el “rescate” de 750 mil millones de dólares), pero
éstos sólo pusieron el dinero en sus reservas (o se dieron primas a sí mismos).
Ni siquiera el dinero gratis reinició el motor económico parado. Ahora Obama
está intentando llevar a la práctica la solución keynesiana clásica,
consistente en inyectar dinero a la economía mediante la realización de obras
públicas, con su proyecto de ley “estímulo” de 825 mil millones de dólares.
Pero esta medida también tendrá un impacto limitado, mientras el desempleo
seguirá a la alza. No funcionará porque presume que el problema básico de la
economía es el subconsumo: si así fuera, al darle dinero a la gente,
compraría más y las empresas producirían más, los bancos darían más préstamos,
etc. Pero el problema que desencadenó esta crisis no radicaba en que la gente
no consumiera; al contrario, azuzada por los bancos y las compañías
crediticias, los consumidores norteamericanos se la pasaban gastando dinero que
no tenían, sumiéndose así en las deudas. Lo que subyace tanto a la ola
de especulación financiera como a la actual caída en picada de la economía real,
es la sobreproducción de capital –y consecuentemente de mercancías–
junto con la concomitante caída en la tasa de ganancia. La tasa de
formación de capital real en los países capitalistas avanzados ha sido
extremadamente baja desde finales de los años 80 debido a que los
inversionistas creen que no pueden obtener una tasa adecuada de recuperación
del capital invertido en la producción. Es por ello que “invirtieron”, en
cambio, en la especulación bursátil, en las burbujas de la tecnología
informática y la vivienda, y cuando éstas explotaron, simplemente dejaron de
invertir su dinero. Construir autopistas o establecer proyectos “verdes” de
energía no contaminante no va a cambiar la situación, pues el “efecto
multiplicador” de gasto deficitario será mínimo. Bajo el capitalismo, la única
manera en que se puede incrementar la tasa de ganancia es mediante la destrucción
de capital ya sea a través de bancarrotas masivas que produzcan millones de
desempleados, o de guerras imperialistas que destruyan toda capacidad
productiva. O de una combinación de ambas, como ocurrió en los años 30 y 40.
Una vez que el baño de sangre haya llegado a su fin y se haya restablecido una
“razonable” tasa de ganancia, el ciclo productivo se reiniciará … a un costo
enorme de miseria para la inmensa mayoría de la población. La actual crisis capitalista
global no es cíclica, y ni siquiera estructural, sino sistémica. Ni los
monetaristas ni los keynesianos la pueden resolver. Pero como señalaron
enfáticamente Lenin y Trotsky, el capitalismo no se colapsará por sí solo. La
respuesta capitalista a una crisis de sobreproducción es la barbarie:
los guerreristas imperiales intentarán resolver manu militari (por la
fuerza de las armas) el desastre que los capitalistas han creado. La única
manera de defender la existencia misma del proletariado consiste en movilizar
nuestro poder de clase para exigir lo que necesitemos. Es preciso presentar
toda una serie de reivindicaciones transicionales que señalen la
necesidad de derribar a la burguesía e instituir un gobierno obrero (ver
discusión acerca de las reivindicaciones transicionales). Esto exige, a su vez, romper la garra de los partidos capitalistas,
y construir un partido obrero revolucionario que luche por la revolución socialista
internacional. Ésta podrá sentar las bases para una economía planificada que
produzca para satisfacer las necesidades de los seres humanos, y no para la
obtención de ganancias. ■ |