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abril de 2005   

Cae el “dictócrata” Gutiérrez... ¿Y luego?
Se instala otro presidente igual


Manifestación quiteña tras renuncia de Gutiérrez
Manifestantes frente al Palacio de Carondelet después de que el Congreso destituyó
al presidente Lucio Gutiérrez, 20 de abril.
(Foto: Guillermo Granja/Reuters)

 La “rebelión de los forajidos”: un análisis marxista 



26 DE ABRIL – Por tercera vez en menos de una década, el presidente ecuatoriano es botado de la silla del poder a raíz de explosivas manifestaciones callejeras ... y es remplazado con otro mandatario burgués, no menos reaccionario, instrumentado por los altos mandos del ejército y la embajada estadounidense. Abdalá Bucaram en 1997, Jamil Mahuad en 2000, y ahora Lucio Gutiérrez: en cada caso fueron destituidos después de meses de airadas protestas contra sus políticas de austeridad, la corrupción rampante de sus regímenes, y su entreguismo al imperialismo yanqui – para que luego todo quedara como antes. Gutiérrez fue sustituido por su vicepresidente, Alfredo Palacio, cardiólogo que estudió en los EE.UU., quien después de algunos gestos huecos de seudoindependencia, gobernará esta semicolonia capitalista como siempre. Esto sucede no sólo en Ecuador: en Bolivia en octubre de 2003, un levantamiento obrero derroca al presidente asesino Gonzalo Sánchez de Lozada, hay júbilo general, se instala a su vicepresidente Carlos Mesa... y todo sigue igual. Estamos viendo el reestreno de una ya vieja película, cuyo desenlace trágico bien conocemos.

Hay que poner fin, de una vez por todas, a este ciclo infernal de brutales gobiernos sumisos y levantamientos frustrados que no rompen el marco capitalista. En Quito, en medio de la satisfacción generalizada por la huida del coronel golpista, muchos se quejan de que no recibió su merecido. El “dictócrata” Gutiérrez (como se autotildó), un dictador disfrazado de demócrata, pudo salvarse por un pelo, volando a un asilo dorado en el Brasil de Lula; los cleptócratas prófugos como Bucaram, Gustavo Noboa y Alberto Dahik se han escapado una vez más. Pero no se trata de un solo hombre, o de un puñado de ladrones, por muy odiados que resulten. Más allá del carácter descaradamente ilegítimo de la Corte Suprema instalada por el presidente recién fugado, nunca habrá justicia para los explotados en los tribunales burgueses. Los intentos de las masas de trabajadores, campesinos e indígenas para deshacerse de la avariciosa casta de politiqueros que ha dominado la política ecuatoriana desde tiempos de la colonia siguen frustrándose. “¡Que se vayan todos!” gritan los manifestantes. Pero, ¿cómo se los echará? ¿Qué los reemplazará?

Hartos de las corruptelas en el régimen de Lucio Gutiérrez, muchos de los manifestantes quiteños en estos días provienen de la clase media o, incluso, de la burguesía. Por mucho ruido que hagan con sus cacerolazos, reventones de globos y cláxones, no harán nada para cambiar el sistema que produce los presidentes Gutiérrez, Noboa, Mahuad y Bucaram y otros de su calaña. En realidad, buena parte de la oposición proviene de la tradicional clase alta oligárquica, de generales a los que nunca les gustó recibir órdenes de un coronel, y de matronas decentes que consideran a Gutiérrez, el antiguo edecán de Bucaram, un vulgar e inculto arribista. Lo que urge es una respuesta obrera, una ofensiva revolucionaria clasista, para echar a toda la podredumbre que habita los círculos del poder. Gutiérrez era candidato de un frente popular, que encadena los trabajadores a sectores de la clase dominante burguesa. Desde España en los años 30 hasta Chile en los 70 y Ecuador hoy en día, estas coaliciones de colaboración de clases siempre terminan mal para los trabajadores que las eligen. No basta con derribar al presidente o dictador en turno: hay que barrer con todo el sistema capitalista que produce y reproduce la miseria, ahora dolarizada, de sus hambrientos esclavos asalariados.

No olvidemos ni por un minuto que Lucio Gutiérrez fue elegido presidente con el apoyo de prácticamente toda la izquierda ecuatoriana y del movimiento indígena. Fue considerado un héroe por su papel durante el levantamiento de enero de 2000, cuando formó parte de la efímera Junta de Salvación Nacional. Mientras los oportunistas alababan la falsa “unidad” indígena-militar, los trotskistas de la Liga por la IV Internacional advertimos sobre el peligro de aliarse con la oficialidad del instituto castrense. Afirmamos en el título de nuestro volante, fechado el 27 de enero de 2000, que la “Alianza con burgueses y militares = derrota para los explotados”. Al momento de la investidura de Gutiérrez, señalábamos en el periódico de nuestra sección brasileña: “este populista burgués en verde olivo no es ningún ‘rojo’; gobernará el país andino a favor de los ricos y poderosos, implementando fielmente las medidas hambreadoras del Fondo Monetario Internacional y demás instituciones ‘multinacionales’ a órdenes de Washington” (Vanguarda Operária N° 7, enero-febrero de 2003). Y así fue.

Para que todo ya no siga igual, la LIVI subraya que hay que ir más allá de las repetidas rebeliones populares y asumir la lucha por un gobierno obrero, campesino e indígena que emprenda la revolución socialista, no solo en este estrecho país andino, sino que se extienda por toda la región, desde Bolivia hasta Venezuela, hoy un polvorín de descontento social, y hasta los mismos centros imperialistas, donde viven cientos de miles de trabajadores ecuatorianos. Entre las tareas principales para los trabajadores, campesinos e indígenas ecuatorianos, y para todos los que luchan contra la opresión secular en el país del huasipungo, deben figurar: luchar por derrotar al imperialismo, concretada en la movilización obrera para echar los militares EE.UU. fuera de la base de Manta y del país y ahogar el Tratado de Libre Comercio; al contrario del enfoque “democrático” de los reformistas, hay que luchar por consejos obreros y campesinos, potenciales órganos de poder proletario, y por que los más conscientes se unan para forjar el núcleo de un partido obrero revolucionario que se base en el programa de la revolución permanente y se erija en un tribuno del pueblo, un defensor de todos los oprimidos.

Una movilización de clase media

Las protestas contra el gobierno de Gutiérrez fueron constantes casi desde el inicio de su mandato. A pocos meses de su entrada en funciones, los ministros indígenas y de izquierda fueron obligados a renunciar con las manos sucias por haber ayudado a embellecer al gabinete dominado por economistas de derecha y siniestras figuras militares del partido de Gutiérrez, la Sociedad Patriótica 21 de Enero. En la segunda mitad del año pasado hubo una serie de marchas y ocupaciones por parte de trabajadores jubilados, que exigían el alza de sus míseras pensiones y se oponían a los planes de privatizar el Seguro Social. También hubo huelgas de trabajadores públicos y de la salud. Pero las luchas obreras sólo influyeron indirectamente en la actual movilización antigubernamental, y por primera vez en 15 años el movimiento indígena estaba ausente de las protestas. El punto de partida fue una disputa entre la burguesía en torno a la depuración de la Corte Suprema de Justicia ordenada por Gutiérrez en diciembre. La antigua corte estaba dominada por el Partido Social Cristiano (PSC) de León Febres Cordero, la nueva por jueces del Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE) de Bucaram, aliado de Gutiérrez.

El 16 de febrero, el PSC e Izquierda Democrática (ID) convocaron a una manifestación de 200.000 personas en la capital, entre las cuales hubo un contingente de 14.000 empresarios. Las recientes protestas fueron desencadenadas por la decisión de la Corte Suprema de Gutiérrez a finales de marzo de cancelar los procesos penales contra Bucaram, Gustavo Noboa y Alberto Dahik, el vice de Sixto Durán. La medida desató una explosión de ira popular. Al mismo tiempo, los sindicatos protestaban contra la llamada “Ley Topo”, que sería discutida en el Congreso el 6 de abril. El proyecto gubernamental quería responder a exigencias del Fondo Monetario Internacional, al modificar 18 leyes con el fin de privatizar los servicios públicos y criminalizar las protestas. Habría penas de hasta 16 años de reclusión, por ejemplo, para quienes afecten a la actividad (o sea, hagan huelgas) en los campos petroleros. Debido a la presión de la calle y las riñas entre los partidos burgueses, la Ley Topo fue rechazada por el Congreso el día 7.

Con las protestas en aumento, el alcalde de Quito, Paco Moncayo, llamó a un paro cívico para el 13 de abril, que resultó poco concurrido. Moncayo no ha ganado la simpatía de los trabajadores quiteños con sus despidos de empleados municipales. No obstante, la misma noche la radio La Luna, una emisora local, convocó a los primeros cacerolazos. Al próximo día, Gutiérrez afirmó que sus contrincantes sólo eran unos cuantos “forajidos”. Radio La Luna respondió al imprimir letreros diciendo “yo también soy forajido”. Luego, asediado en el Palacio de Carondelet, el día 15, Gutiérrez decretó el estado de sitio. La respuesta de la población quiteña fue inmediata: salió a la calle para desafiar a las fuerzas militares y policiales.

La policía desató una represión feroz. Se lanzó incontables bombas de gas lacrimógeno – hasta 1.500 en una hora – dejando un saldo de 3 muertos y 130 asfixiados. Desde el Ministerio del Bienestar se disparó a mansalva sobre los pacíficos manifestantes que, en respuesta, quemaron el edificio. Gutiérrez intentó traer autobuses del oriente con sus partidarios de la Federación de Indígenas Evangélicos (FEINE) para formar grupos de choque. Esta medida desesperada fracasó cuando fueron bloqueados por los manifestantes quiteños. Durante toda una semana, del 13 al 20 de abril, día tras día, noche tras noche, decenas de miles marcharon en distintos puntos de la capital. Se autoconvocaron con celulares y por correo electrónico. El día 19, con los estudiantes en frente, se concentraron alrededor de 100.000 personas en la Plaza Grande. Se anunció el fin de Lucio Gutiérrez.

Si bien las protestas callejeras sirvieron como el detonador, la destitución del presidente se llevó a cabo desde dentro del aparato estatal burgués y con el beneplácito de Washington. El día 20 a las 8 a.m., la embajadora norteamericana, Kirstie Kenney, fue a consultar con el presidente en Carondelet. Al final, la portavoz de la embajada declaró que Washington estaba preocupado por la crisis, y que era preciso solucionarla pronto. Minutos después, el jefe de la policía renunció a su cargo. Ya antes, cuando Gutiérrez proclamó el estado de sitio, fue notoria la ausencia a su lado del comandante general del ejército, Luis Aguas. Ante la persistencia de las manifestaciones, al mediodía del 20, el jefe del Comando Conjunto informó que las fuerzas armadas habían decidido “retirar el apoyo al presidente Gutiérrez”, para que el país “retorne a un ambiente de paz”. Diez minutos después, el Congreso, al final de una sesión maratónica que duró toda la noche, votó la destitución del presidente, por “abandono del cargo”, aunque Gutiérrez en ese momento se encontraba en el Palacio dando órdenes. Fue así como en el 97 depusieron al “Loco” Bucaram por “insania”.

“¡Se fue el dictócrata! ¡Victoria forajida!” proclamaba eufórica una editorial de Llacta! (20 de abril). Se fue un presidente antiobrero y ahora hay otro. El sistema sigue intacto: ¿dónde está la victoria? Hasta el archirreaccionario ex presidente Febres Cordero saludó al pueblo de Quito por haber “dado una lección histórica y haber dicho a la dictadura basta”, aunque su n° 2, Jaime Nebot, alcalde de Guayaquil, agregó “No aceptaremos anarquía de ningún tipo” (Hoy, 21 de abril). Si EE.UU. demoró un poco la aprobación del nuevo gobierno por parte de la Organización de Estados de América (OEA), denominada por el “Che” Guevara el “ministerio yanqui de colonias”, eso tiene el objetivo de dejar bien en claro para el nuevo mandatario quien realmente manda. El presidente Palacio ha nombrado un ministro de finanzas, Rafael Correa, que antes de asumir el cargo declaró “inmoral” que un país pague el 40 por ciento de su presupuesto para cubrir los intereses de la deuda externa. El ministro de Gobierno, Mauricio Gandará, habló de revisar el tratado sobre la base de Manta. Pero en un país semicolonial como Ecuador, tales declaraciones para el consumo interno serán pronto sustituidas en los hechos por la sumisión a los dictados de sus amos imperialistas. El 25, Palacio se encontró con la embajadora Kenney y anunció al final que no se tocaría al tratado sobre Manta, ni ningún otro acuerdo con EE.UU.

La izquierda oportunista, edecanes de Lucio y la burguesía

Con la caída de Lucio Gutiérrez, y el insistente reclamo de la calle de “¡Que se vayan todos!” los políticos burgueses y reformistas están nerviosos. Si todos los políticos se van, “entonces, quién gobernaría”, pregunta el diputado Salvador Quishpe de Pachakutik, y responde: “Sería el caos”. Quishpe dice que se resolverá el asunto de la Corte Suprema, se adelantarán las elecciones, “y entonces sí nos vamos.” Pachakutik, partido indígena burgués, que por temor a perder sus puestos ministeriales no quiso romper con el presidente en el 2003 hasta que fueron finalmente puestos a la calle por Gutiérrez, no va a tocar al estado burgués. El jefe del Partido Comunista (PCE), estalinista de orientación cubana, era asesor de Gutiérrez hasta mediados de 2004, y el PCE se quedó con el presidente casi hasta el final. Por su parte, Luis Villacís, diputado del Movimiento Popular Democrático (MPD), frente electoral del Partido Comunista Marxista-Leninista de Ecuador (PCMLE), respondió a la demanda que se vayan todos: “Es respetable que un sector piense así, pero nosotros no cabemos en el mismo saco de los que se vendieron.” No señor: ustedes caben perfectamente en ese saco. El MPD se vendió primero para tener un ministro, un asesor presidencial y un gobernador en recompensa por su apoyo a Gutiérrez, y después de que ellos fueron defenestrados en julio de 2003, se vendió de nuevo en diciembre de 2004 a cambio de un juez en la Corte Suprema fantoche del presidente.

En cambio, los trotskistas de la Liga por la IV Internacional señalamos desde el primer minuto cómo Gutiérrez se declaró “mejor aliado y amigo” del presidente norteamericano Bush en América Latina, y subrayamos los “frutos amargos” del apoyo de la izquierda y el movimiento indígena al presidente populista (“Ecuador: el ‘coronel del hambre’ impone los dictados del FMI”, El Internacionalista N° 3, mayo de 2003). Mientras ministros del Movimiento Popular Democrático y de Pachakutik se acomodaron en las poltronas ministeriales, el presidente alzó las tarifas de combustible, electricidad, transporte público y medicamentos, además de conceder el uso de la base militar de Manta a las fuerzas armadas norteamericanas, que la utilizaron para su “Plan Colombia” contra los insurgentes en el vecino país. El mismo año publicamos un folleto, “Ecuador: Hervidero al borde del estallido” (julio de 2003), advirtiendo que frente a la bancarrota evidente de los politiqueros indígenas burgueses y reformistas estalinistas urgía más que nunca conformar el núcleo de un partido que enarbole la teoría y estrategia de León Trotsky de la revolución permanente.

Basándose en el análisis de las tres revoluciones rusas (de 1905, febrero de 1917 y octubre de 1917), Trotsky subrayó que en los países de desarrollo capitalista tardío, semifeudales y/o semicoloniales, es imposible en la época imperialista realizar las metas democráticas de las grandes revoluciones burguesas sin que el proletariado tome el poder, con el apoyo de los campesinos pobres y sin tierra, para enseguida pasar a las primeras tareas de la revolución socialista internacional. Ese fue el programa de la Revolución Bolchevique, liderada por V.I. Lenin y Trotsky. El mismo 7 de noviembre de 1917, Lenin anunció desde la tribuna del congreso de los soviets (consejos de obreros, soldados y campesinos): “Debemos ahora iniciar la construcción de un estado proletario socialista en Rusia. ¡Viva la revolución socialista mundial!” Sin embargo, luego de la muerte de Lenin en 1924, un triunvirato encabezado por Stalin se apoderó del gobierno del estado soviético e impuso otra política, nacionalista y conservadora. Ante el cerco imperialista en torno a Rusia y la ausencia de revoluciones proletarias en Europa, la naciente burocracia sucumbió al derrotismo inventando el dogma del “socialismo en un solo país”.

Este engendro contradice por el vértice al marxismo, que sostiene que aunque la revolución puede estallar en cualquier lugar, el socialismo, una sociedad de abundancia, sin clases ni estado, sólo puede construirse a escala internacional, con la participación de los países de más alto desarrollo económico. La contrapartida en el exterior del contrabando antimarxista de Stalin y sus secuaces fue la revolución “por etapas”, en la que la primera etapa sería la “democrática” (burguesa). Hace 70 años, esta política reformista fue sintetizada en la forma de los frentes populares, que atan a los trabajadores y sus organizaciones (sindicatos, partidos) a sectores burgueses, supuestamente progresistas. La etapa socialista se posterga hasta “las calendas griegas” (tiempos que nunca han de llegar), y la democrática termina siempre en una derrota para la clase obrera – y con gran frecuencia en una masacre de izquierdistas llevada a cabo por los demócratas o “dictócratas” burgueses. La experiencia del gobierno de Lucio Gutiérrez, elegido por los votos de obreros, campesinos e indígenas, es otro resultado nefasto del frentepopulismo.

Los estalinistas ecuatorianos (y otros reformistas) pretenden que no existe un proletariado en este depauperado país con gran población campesina e indígena. Esta no es la opinión de la burguesía, en todo caso, que moviliza sus huestes uniformadas para reprimir con golpes y tiros a trabajadores en huelga. Cada vez que los petroleros entran en acción, decretan el arresto de sus líderes sindicales. Este falso esquema sociológico es sólo un pretexto para justificar la política “etapista” de no luchar por la revolución obrera, y en lugar de eso apoyar a todo populista burgués que se presente, llámese Lucio Gutiérrez o como se quiera. Para Ecuador, al igual que para casi todos los países capitalistas de América Latina, Asia y África, la perspectiva trotskista de la revolución permanente preserva toda su vigencia, mientras el frentepopulismo estalinista o francamente socialdemócrata representa el camino a la derrota. Sin embargo, muchos de los que se reclaman del trotskismo hoy han abandonado el camino de la revolución obrera y hablan de “democracia”.

Una constante de casi todas estas corrientes, es que buscan formar un ala de izquierda de un movimiento “democrático” burgués. Consecuentes con eso, los seguidores del seudotrotskista Secretariado Unificado (S.U.) del difunto Ernest Mandel se disolvieron tiempo atrás en las filas de Pachakutik. La mayor tendencia seudotrotskista latinoamericana, la Liga Internacional de los Trabajadores (LIT), anuncia a bombo y platillo que “Ecuador vive una revolución” (nota fechada el 22 de abril, publicada por el Partido Socialista dos Trabalhadores Unificado [PSTU] brasileño, el principal partido de la LIT). ¡Hasta ofrecen una salvapantalla de computadora con este lema! Prueba de tal “revolución” es que “las masas ecuatorianas...pasaron por encima de todas las instituciones del Estado burgués – la Justicia, el Congreso, la Presidencia y las Fuerzas Armadas – para exigir ¡Lucio Fuera! ¡Que se vayan todos!’”. La LIT pasa por alto que el grueso de esas “masas” eran de la clase media, y que esta consigna se originó en Argentina en las manifestaciones contra el gobierno del presidente radical De La Rua a finales de 2001, donde junto con los cacerolazos, se expresó la exasperación de una pequeña burguesía arruinada por la crisis económica. Los obreros industriales estaban en gran parte ausentes de aquella movilización, y después de tener cinco presidentes en espacio de dos semanas, terminaron con elecciones que instalaron... a un nuevo presidente peronista, Néstor Kirchner.

Si Ecuador vive ya una revolución, en lugar de un período agitado que podría volverse una situación prerevolucionaria, cabe preguntarse qué clase de revolución está en curso. El artículo de la LIT habla de formar un “poder popular” basado en “asambleas populares” que serían “órganos alternativos a las instituciones del Estado burgués”. “Popular” en la boca de los oportunistas quiere decir no obrero, y siendo que no hay otro tipo de estado intermedio, esto quiere decir que serían órganos de otro tipo de estado burgués. El Movimiento al Socialismo (MAS) en Ecuador, afiliado a la LIT, en un volante del 30 de abril (“¡Fuera Lucio y el TLC! ¡Que se vayan todos!”) donde hace suya la consigna popular, habla de un “gobierno de la clase trabajadora en unidad con los campesinos y los sectores oprimidos”, pero con un programa democrático-burgués: no pagar la deuda externa, no al TLC y al ALCA, no al Plan Colombia y la base militar de Manta, reforma agraria (en lugar del llamado de Trotsky por una revolución agraria en conjunto con la insurrección obrera), cumplir las exigencias de las naciones indígenas, defensa de los derechos de los trabajadores, más dinero para la educación y la salud, y punto.

El enfoque reformista pequeñoburgués de correr a los politiqueros corruptos dista mucho del programa obrero revolucionario de luchar contra el capitalismo y hasta puede ser cooptado por fuerzas derechistas. Otra corriente seudotrotskista que se entusiasma por el “que se vayan todos” es el grupo Militante, que aboga por generalizar las asambleas barriales que se formaron en algunas partes de Quito y de elegir delegados a un “cabildo general” (“Ecuador: La rebelión popular derroca a Lucio Gutiérrez”, 21 de abril). Este programa democrático-burgués no es casual: en México, el grupo Militante forma parte del PRD (Partido de la Revolución Democrática), un partido capitalista nacionalista; en Venezuela Militante da apoyo político entusiasta a otro presidente coronel de un ejército burgués, Hugo Chávez. Una corriente morenista disidente, el PTS (Partido de Trabajadores por el Socialismo) argentino, llama en un artículo sobre Ecuador por establecer “formas democráticas de autoorganización” y de un “frente único de las masas”, conceptos que nada tienen de obrero en cuanto a su carácter de clase. “Las masas deben pelear para que se Vaya Palacio y se Vayan Todos y luchar por una Asamblea Constituyente verdaderamente libre y soberana”, escribe (La Verdad Obrera, 22 de abril). Los llamados por una asamblea constituyente, siempre y en todas partes, caracterizan a los morenistas desde que su maestro descubrió la “revolución democrática” en los años 80.

¡Forjar un núcleo trotskista en Ecuador!

En determinados momentos, sobre todo en la lucha contra una dictadura bonapartista o regímenes autoritarios semifeudales y precapitalistas (como fue la Rusia zarista), sería correcto para los revolucionarios proletarios presentar tácticamente la consigna de una asamblea constituyente para movilizar las masas campesinas y pequeñoburguesas en general, a favor de demandas democráticas incumplidas. Durante más de siglo y media de independencia, Ecuador negó a los indígenas en los hechos el derecho de votar, se mantuvo la servidumbre en forma del huasipungo y persistía el latifundio semifeudal. Pero hoy es una típica seudodemocracia burguesa semicolonial, con todo lo que esto implica: violencia policíaca contra los trabajadores, discriminación contra indígenas y negros, sumisión incondicional al imperialismo. Ecuador ha tenido siete asambleas constituyentes en el último siglo, la última en 1997, superando así incluso el número de golpes de estado. La respuesta al fracaso de los múltiples levantamientos indígenas desde comienzos de los años 90, y ahora de la “rebelión de los forajidos” de la pequeña burguesía urbana, no es tener otra asamblea constituyente o hacer revivir el “parlamento de los pueblos”, en un intento de darle a una futura revolución un carácter democrático (burgués), sino luchar por un gobierno obrero, campesino e indígena para iniciar la revolución socialista.

Esta revolución, por su propia naturaleza, debe ser internacional en su extensión e internacionalista por su programa. El “socialismo” nacional en un pequeño país andino es un sueño nacionalista reaccionario e imposible. La “rebelión de los forajidos” ha estado marcada por un fuerte nacionalismo, sobre todo al principio cuando fue omnipresente la tricolor ecuatoriana. Varios de sus artífices son figuras nacionalistas burguesas, como el alcalde de Quito, Paco Moncayo de ID, el ex general que dirigió las fuerzas ecuatorianas en la guerra del Cenepa en 1995 contra el Perú. (Gutiérrez participó en esa guerra también, mientras el PCMLE acusó al gobierno de “vendepatria” por abandonar territorio nacional.) Una organización trotskista en Ecuador habría tomado una posición derrotista en esa reaccionaria guerra fronteriza (como lo habrían hecho los trotskistas peruanos también), y hoy debe ser el abanderado de la unidad con la clase obrera peruana. Dada las constantes movilizaciones antigubernamentales de los obreros, campesinos e indígenas en Bolivia, las luchas de los trabajadores peruanos contra el gobierno de Alejandro Toledo, la tenaz guerra de guerrillas en Colombia, y la creciente radicalización de los trabajadores venezolanos bajo el régimen populista burgués de Hugo Chávez, la perspectiva de una federación andina de repúblicas obreras, y de unos estados unidos socialistas de América Latina, es bien actual.

La clave es construir núcleos de partidos auténticamente trotskistas en todos los países, organizaciones de vanguardia revolucionaria que no abandonen en los hechos el programa de la revolución permanente, sin la cual no habrá liberación de los trabajadores ecuatorianos, bolivianos, peruanos, colombianos y venezolanos. Un núcleo trotskista lucharía contra todo apoyo político a los gobiernos populistas, sea el de Gutiérrez en Ecuador o Hugo Chávez en Venezuela; contra todo tipo de nacionalismo, frentepopulismo y reformismo democratista, advirtiendo sobre el carácter burgués de la “rebelión de los forajidos” (bien diferente del levantamiento obrero e indígena de Bolivia en 2003). Al mismo tiempo, buscaría maneras de abrir brechas para que la rebelión de las masas trabajadoras pueda romper los cauces capitalistas, que de otro modo traerían consigo otra derrota para los explotados y oprimidos. Lucharía también en estrecha colaboración con los trotskistas en los países imperialistas, en particular de Estados Unidos y Europa, a favor de una movilización obrera en contra de las invasiones y ocupaciones coloniales y para aplastar el sistema imperialista mediante la revolución socialista internacional. ¡Por el reforjamiento de una IV Internacional auténticamente trotskista! n


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