junio de 2018
Elecciones
en México: López Obrador
al rescate de la burguesía
Encuentro de Andrés Manuel López Obrador (en el centro) con la cúpula de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) en mayo de 2018.
¡Ni un voto a
los partidos de la patronal: PRI, PAN, PRD, Morena y sus
satélites!
¡Forjar un partido obrero revolucionario!
Reproducimos a continuación una transcripción ligeramente editada de la conferencia “El marxismo y las elecciones burguesas” que ofreció un portavoz del Grupo Internacionalista, sección mexicana de la Liga por la IV Internacional, el pasado 30 de mayo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
Uno de los temas que ocupan las noticias todos los días en este país es el de las elecciones que van a realizarse en poco más de un mes. Desde el amanecer, hay una avalancha de noticias en televisión y radio, columnas de opinión en los diarios y chismes en las redes sociales que tienen que ver con el actual proceso electoral. La encuesta publicada por el diario Reforma el día de hoy, 30 de mayo, deja bastante en claro que es altamente probable que resulte electo el 1° de julio Andrés Manuel López Obrador, candidato del populista burgués Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Según esta encuesta, López Obrador tiene un 52 por ciento de preferencias electorales. Esto representa el doble de lo que tiene el segundo lugar en la misma encuesta, Ricardo Anaya de la coalición conformada por el clerical reaccionario Partido Acción Nacional (PAN) y del desdibujado Partido de la Revolución Democrática (PRD). En un lejano tercer lugar vegeta el candidato oficial del gobierno de Enrique Peña Nieto, José Antonio Meade, un tecnócrata gris al servicio de los gobiernos libremercadistas en turno.
Obviamente, la enorme ventaja que muestra AMLO en estas encuestas, contrasta con la ventaja más moderada que tenía en las de las elecciones de 2006, cuando fue “derrotado” por menos de un punto porcentual por Felipe Calderón, por lo que hay mucha discusión sobre la posibilidad de que vuelva a haber un fraude electoral.
Para nosotros como marxistas es claro que en estas elecciones que los contendientes por la presidencia la república –pero también por las gubernaturas, los escaños en el senado, la cámara diputados, las presidencias municipales, etc.– representan sin excepción a la patronal. En esta virtud, los trabajadores y los oprimidos no tienen ninguna opción por la cual votar. Lo que hay, pues, es una contienda en la que cuatro opciones burguesas a escala federal se presentan como la mejor alternativa para rescatar al capitalismo y mantener los negocios de los patrones en funcionamiento.
El hecho de que Andrés Manuel López Obrador tenga según las encuestas una preferencia electoral tan alta parece ser muestra de que amplios sectores de la población ven en él una esperanza de mejora para sus condiciones de vida. La verdad, estas esperanzas están infundadas. AMLO, al igual que los otros contendientes por la presidencia de la república defienden, si acaso, recetas ligeramente diferentes para mantener en funcionamiento al capitalismo mexicano y evitar un estallido social. Más allá de sus episódicas diferencias tácticas, los cuatro candidatos están de acuerdo en lo esencial, como lo han mostrado una y otra vez sus partidos cuando llega la hora de aplastar las luchas de los trabajadores.
Parte de la aureola de antisistema de que se beneficia López Obrador es producto de los constantes ataques a que lo someten sus contrincantes y, en general, los medios burgueses. Su principal “estigma” es el de ser un “populista”. De hecho, López Obrador es un populista burgués. Sin embargo, sus acusadores entienden por “populista” algo muy distinto a lo que nosotros. Cuando Meade, Anaya y los plumíferos al servicio del régimen dicen que López Obrador es un populista, simplemente quieren decir que supuestamente no seguiría con las políticas llamadas “neoliberales”. Afirman, contra toda evidencia, que López Obrador implementaría un modelo económico distinto al del libre mercado que sería una suerte de copia del priato los años 1950. Supuestamente, AMLO remplazaría con el modelo de “sustitución de importaciones” al sistema de “libre comercio”. Sin embargo, AMLO ha dejado bien en claro que pretende colaborar con los grandes capitalistas mexicanos, socios menores del imperialismo norteamericano, que han sido los principales beneficiarios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Ha postulado una y otra vez la necesidad de establecer una “república amorosa” en la que los explotados y oprimidos trabajen armoniosamente con sus explotadores.
En todo caso, incluso si AMLO quisiera volver a la economía del “Milagro Mexicano”, no podría hacerlo. La razón fundamental por la que no se puede volver a ese viejo modelo de sustitución de importaciones es esencialmente un fenómeno económico mundial. La economía de los países semicoloniales como México no representa una ínsula separada de la economía mundial: al contrario, la economía de todos los países en la época del capitalismo decadente está estrechamente integrada al mercado mundial. Esto es fundamental para comprender cualquier cuestión económica en México, pero también a escala internacional. Pues bien: la economía capitalista internacional se encuentra sumida en una profunda crisis que comenzó en 2007-2008 y de la que todavía no hay salida a la vista. Esta crisis es producto de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, consecuencia inevitable de la economía capitalista. Así, en el marco de una economía mundial en crisis, la economía mexicana seguirá fundamentalmente estancada, sin importar qué medidas implemente el próximo gobierno.
De hecho, López Obrador es bastante modesto en lo que toca a sus promesas de crecimiento económico. Según él, la economía bajo su gobierno crecerá un 4 por ciento anual, que en realidad no es suficiente ni siquiera para que en seis años disminuyera significativamente ya no digamos el desempleo sino ni siquiera el subempleo en la economía altamente informal que prevalece en México (y esto por no hablar del carácter esencialmente maquilador de esta economía).
Es cierto que en los medios aparecen todos los días ataques frontales tanto del gobierno de Peña Nieto como de confederaciones patronales en contra de AMLO. Esto pareciera sugerir que hay una especie de complot entre el gobierno y las confederaciones empresariales para evitar a toda costa la llegada de López Obrador a la presidencia. Sin duda se trata de un hecho curioso y vale la pena tratarlo con cierto detalle. Si bien es cierto que algunos de los organismos patronales están auspiciando hoy campañas negras en contra de López Obrador, la verdad es que esta arremetida no corresponde a la burguesía mexicana en su conjunto, sino tan sólo a un pequeño sector de la patronal en este país. En general, es más que evidente que la burguesía mexicana ha aceptado ya el prácticamente inevitable triunfo de AMLO y que de hecho lo auspicia como una necesaria alternativa de recambio capitalista. Esto se puede ver en el hecho de que los principales indicadores económicos se mantienen estables pese a los anuncios de las encuestas, y a que banqueros, inversores bursátiles, calificadoras, etc., señalan que la economía mexicana se mantendrá estable aún si triunfa López Obrador en las elecciones.
El artículo que publicó el 28 de mayo en El Universal Leonardo Curzio, un comentarista reaccionario que con frecuencia ataca a López Obrador, plantea que, para su propia sorpresa, no hay motivos de alarma para la patronal ante un eventual triunfo de AMLO:
“[D]esconcierta que la realidad no parece ser tan escabrosa como algunos la planteaban. Sin TLCAN y con AMLO mayoritario, las variables económicas disponibles no sólo no reflejan nerviosismo, más bien reflejan una especie de continuidad asegurada. El mercado de trabajo sigue registrando altos niveles. La inversión extranjera directa, reportaba el propio gobierno, está a niveles sorprendentemente altos y, además, la confianza el consumidor sobre el futuro de la economía nacional y personal tiene una muy notable vitalidad”.
Más allá de que estos “indicadores económicos” parecen pintar una inexistente Jauja, la verdad es que, como dice Curzio, AMLO representa la continuidad económica. Así, lo que hoy se publica en la primera plana de Excélsior como el temor del Grupo México de Germán Larrea de que habrá un gobierno populista ante el cual habría que tomar medidas de protección, no es más que la opinión exagerada de un pequeño número de capitalistas nacionales. Los patrones en México básicamente están aceptando que López Obrador llegue a la presidencia. La verdad es que la acusación de que AMLO no va a continuar con las políticas libremercadistas por ser un populista es realmente injusta: AMLO va a continuar con las políticas neoliberales porque no tiene alternativa.
Esto se ve confirmado por la posición de López Obrador con respecto al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Según él, en las actuales renegociaciones del TLC habría que defender un TLC “justo” en contra de las amenazas de Trump de desmantelarlo. Lo cierto es que este tratado es una herramienta de rapiña imperialista en contra de la economía mexicana, a la vez que ha resultado en la pérdida de muchos empleos industriales en Estados Unidos y Canadá. Desde su firma en 1994 el TLC ha sido la principal causa de la caída en los niveles de vida de los trabajadores mexicanos. Los principales afectados por las políticas de corte neoliberal en México han sido precisamente los trabajadores mexicanos, porque lo que ofrece la burguesía mexicana en el altar de libre comercio es esencialmente mano de obra barata. Lo que esto representa es la posibilidad de que los grandes consorcios imperialistas puedan establecer maquiladoras en México que se benefician fundamentalmente de salarios bajos. Literalmente de salarios de hambre.
Ha habido algún rejuego demagógico con respecto a la posibilidad de elevar los salarios de los trabajadores mexicanos a los niveles de los salarios de los trabajadores de Estados Unidos. De hecho, el propio Trump ha dicho eso, para hacer de México un destino menos atractivo para los negocios burgueses. Sin embargo, esto no va a ocurrir en el marco del sistema imperialista: los salarios de los trabajadores en México van a seguir siendo bajísimos. La economía norteamericana ha absorbido en gran medida a la economía mexicana, en cuya franja fronteriza ha establecido grandes maquiladoras. Se puede ver ahí como la tasa de ganancia para los explotadores es altísima precisamente porque los salarios de los trabajadores mexicanos son muy inferiores a los que recibirían trabajadores con la misma cualificación en Estados Unidos.
¿Cuál es la posición de López Obrador con respecto al TLC? No es ni siquiera una posición “nacionalista” burguesa que pretenda pelear por alguna forma de soberanía económica. Es, en realidad, una de mantener a toda costa al TLC, al cual todos los políticos burgueses en disputa le encuentran grandes virtudes. Esto entraña, desde la perspectiva de López Obrador, un beneficio para sus socios actuales que son buena parte de los capitalistas mexicanos, representados por Alfonso Romo, uno de los industriales regiomontanos.
El proletariado mexicano: un gigante dormido
Mitín del sindicato minero de apoyo a López Obrador en Veracruz, en mayo de 2018.
Si no es un cambio económico, ¿qué es entonces lo que está en juego en estas elecciones? Lo que está en juego es la estrategia de control social para mantener a salvo al capitalismo mexicano. Los candidatos sí ofrecen recetas (ligeramente) distintas para mantener a la burguesía con el control del país.
México tiene un proletariado enorme, tanto numéricamente como por su poderío social. Lo que más temen los capitalistas mexicanos y sus amos imperialistas es una erupción del poder de la clase obrera a la cabeza de los oprimidos. Les aterra que pueda haber algún tipo de insurgencia proletaria que pudiera afectar no sólo los negocios de los capitalistas mexicanos, sino también que pudiera transmitirse al otro de la frontera, a Estados Unidos. Lo que está en juego en esas elecciones es esencialmente el modelo de control social que se implementará en este país. No obstante, sus críticas a la militarización, no quiere esto decir en lo absoluto que López Obrador pudiera, de la noche la mañana, dejar de utilizar el despliegue militar en todo el país como el principal mecanismo de control social.
Desde el año 2006 hay un despliegue policiaco y militar en el país ha ocasionado lo que muchos comentaristas burgueses califican como una guerra civil de baja intensidad. Ha habido, de hecho, entre 200 y 300 mil muertos en apenas doce años, lo que hace de México uno de los países más mortíferos en todo el orbe. Esto es producto de la “guerra contra el narcotráfico” implementada por el entrante gobierno de Felipe Calderón a instancias de los imperialistas norteamericanos, a cambio de la falta de respaldo social que resultó de lo que a todas luces un fraude electoral el cometido en el 2006.
Ésta ha sido una guerra contra los pobres y los trabajadores. Tras doce años de ocupación militar de zonas enteras del país, es evidente que la “guerra contra el narco” ha estado dirigida en contra de la población empobrecida. Han sido también evidentes sus características represivas y hasta contrainsurgentes. Precisamente, en las ciudades con mayor presencia militar policiaca, como Ciudad Juárez, por ejemplo, el principal objetivo del ejército y de la policía ha sido impedir las movilizaciones sociales de los trabajadores, los estudiantes y de cualquier grupo que parezca “contestatario”. Vale la pena recordar cómo hasta movilizaciones estudiantiles bastante moderadas políticamente, e incluso abiertamente burguesas comco las del Movimiento 132 en 2012, fueron brutalmente reprimidas en diversas ciudades del país: Juárez, Tijuana, Tepic, Culiacán, Los Mochis, etc. No obstante, el ejemplo que resulta más obvio de la función del despliegue militar-policiaco tal vez sea precisamente lo ocurrido con los 43 normalistas de Ayotzinapa: sin la “guerra contra el narco” no se puede explicar la tragedia de Iguala de septiembre de 2014. En efecto, la masacre de Iguala y la desaparición de los normalistas es producto directo de la militarización del país implementada por Calderón, continuada por Peña Nieto, auspiciada por gobernantes de todos los partidos burgueses.
Aunque AMLO ha prometido mantener el despliegue militar mientras “se capacita” a las policías locales, considera también que esta guerra ha sido ya demasiado cara y que conviene a la burguesía mexicana implementar algún otro tipo de mecanismo de control social que resulte más barato, pero sobre todo más confiable. Es evidente, en efecto, que la presencia militar en todo el país no va a funcionar indefinidamente. Eso se vio a principios del año pasado, en enero de 2017, cuando se extendieron protestas airadas en contra del gasolinazo (ver “¡Aplastar el gasolinazo mediante la movilización obrera”, Revolución Permanente n° 7, abril-mayo de 2017). A pesar de los grandes despliegues militares y de los múltiples actos de represión, hubo muchos casos en que las tropas tanto del ejército como la policía fueron rebasadas por la población indignada. Resultó claro entonces que la estrategia bonapartista abierta ya no era tan confiable como lo fue una década antes.
López Obrador se jacta de haber mantenido en 2006 a los miles de sus seguidores bajo un estrecho control. A pesar de la enorme indignación causada por el fraude electoral, suele repetir AMLO, no se rompió ni un vidrio. Hoy ofrece sus buenos oficios para mantener a la indignada población trabajadora del país bajo control con una mezcla de esperanza de cambio y un poco más de zanahoria donde sus antecesores sólo recurrieron al garrote.
La clase obrera no requiere de ensueños ni de pócimas adormecedoras. Lo que requiere es enfrentar la guerra de los capitalistas en su contra con la movilización de su poder social. Para ello hace falta un programa clasista de lucha, basado en las experiencias de lucha revolucionaria de la clase obrera internacional. En lugar de poner la ora mejilla en “amorosa resignación”, explotados y oprimidos deben derrotar la guerra contra los pobres del campo y la ciudad. Como marxistas insistimos en la necesidad de eliminar toda legislación concerniente al cultivo, comercio y consumo de drogas. Insistimos también en que los inmigrantes centroamericanos que atraviesan México deben disfrutar de derechos plenos de ciudadanía. Lograr esto requiere enfrentar a la burguesía y romper con los políticos de la patronal que se presentan como “amigos” de los trabajadores.
¡Por la revolución socialista internacional!
Manta del Grupo Internacionalista fue atacado durante la marcha del Primero de Mayo en Oaxaca por partidarios de Morena, el partido populista burgués de Andrés Manuel López Obrador.
México es un país de desarrollo capitalista tardío. Esto significa es que el capitalismo se desarrolló industrialmente muy tarde en este país, lo que implica que prevalece un desarrollo desigual y combinado: junto a las fábricas de tecnología más avanzada perviven tanto tecnología como sectores del país muy rezagados. Esto hace que la burguesía mexicana sea muy débil: es numéricamente muy pequeña y se encuentra además entre la espada y la pared, entre unos amos imperialistas poderosos y exigentes y, por otro lado, un proletariado muy grande y poderoso. Lo que se produce en México es fundamental para la economía imperialista de Estados Unidos. Si los trabajadores en México desplegaran su poder, realmente pondrían en jaque no sólo la burguesía mexicana sino también a la burguesía norteamericana.
Históricamente el hecho de que haya esta contradicción entre una burguesía débil y un proletariado muy poderoso en México, ha hecho de vital importancia establecer mecanismos de control social que eviten a toda costa un estallido social en este país. Desde los años 1930, como resultado de la consolidación paulatina de los gobiernos de los que abortaron la Revolución Mexicana, lo que se estableció en México fue un modelo de control corporativista sobre la población, y más específicamente sobre el movimiento obrero. Plutarco Elías Calles copió la legislación laboral mexicana de la de la Italia fascista de Mussolini. Más importante aún que esa legislación en abstracto, fue la integración bajo Lázaro Cárdenas de los sindicatos mexicanos al aparato estatal burgués.
Cuando la CTM se integró al PRM de Cárdenas en 1938 el propósito gubernamental era garantizar la movilización de los trabajadores en apoyo de las medidas de Cárdenas. Esto no impidió que el gobierno de Cárdenas reprimiera brutalmente huelgas de ferrocarrileros electricistas etc. En los años 1940, sin embargo, la CTM y los sindicatos afiliados a ella dejaron de movilizarse para apoyar al régimen porque lo que éste necesitaba era más bien la desmovilización de la clase obrera. En el curso de la Segunda Guerra Mundial, la CTM y hasta el Partido Comunista (estalinizado por completo desde finales de los años 1920) se comprometieron con el gobierno y la patronal a no realizar huelgas. Luego firmaron toda una serie de pactos “obrero-patronales” para garantizar la “paz social”. Tras los “charrazos” de la posguerra, la principal función de los “sindicatos” corporativistas fue la represión directa de las disidencias obreras. Ya como organismos plenamente corporativistas – o sea, incorporados al aparato estatal burgués – estos “sindicatos” se convirtieron en la policía laboral de un régimen bonapartista (y luego con su desgaste, semibonapartista): la “dictadura perfecta”, como la llamó el escritor derechista peruano Mario Vargas Llosa.
Este sistema de control corporativista se basaba en una economía burguesa altamente estatizada. Ya desde los años 1970, pero sobre todo como resultado de los procesos de privatización de los años 1980, el corporativismo perdió buena parte de su base económica. Además, tras décadas de represión abierta los propios “sindicatos” charros empezaron a perder efectividad. La burguesía necesitaba de una alternativa burguesa de recambio, que tomó la forma en 1988 de un frente popular de colaboración de clases. Priístas preocupados por un estallido social por la política privatizadora, agrupados en torno a Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas, abandonaron al PRI. Los estalinistas mexicanos, que añoraban la alianza que habían establecido desde 1936 hasta 1952 con el PRI, sintieron que había llegado su hora y se sumaron masivamente, junto con los sindicatos “independientes” así como sectores del seudotrotskismo y ex guerrilleros, al frente popular neocardenista, como nosotros del Grupo Internacionalistas hemos subrayado.
Aunque a nivel nacional ese frente popular cardenista no logró hacerse del poder, sí consiguió en 1997 la jefatura de gobierno de la Ciudad de México. Desde entonces, el frente popular erigido primero en torno a Cuauhtémoc Cárdenas, y desde 2006 en torno a López Obrador, mostró su enorme eficacia para canalizar el descontento de los trabajadores y los pobres del campo y la ciudad hacia las seguras vías de la política parlamentaria burguesa. Hoy en día las direcciones de los sindicatos que se dicen independientes todavía siguen con su política frentepopulista.
Por otro lado, los “sindicatos” corporativistas se mantuvieron en pie y fueron fundamentales para los gobiernos de la “alternancia” con el PAN. Apoyaron sin empacho alguno a Fox en 2000, apoyaron a Calderón en 2006 y a Peña Nieto en 2012 y en 2018 van a apoyar a López Obrador. Para ellos lo que importa es lo que manda el jefe, nada más. En todo caso, este aparato de control corporativista no ha podido ser eliminado. No es ninguna exageración decir que los principales aliados de Fox y luego de Calderón, panistas los dos, fueron precisamente los gremios corporativistas fundados por el PRI, como el “sindicato” petrolero de Romero Deschamps, y el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación de Elba Esther Gordillo, defenestrada por Peña Nieto para colocar en su lugar a quien fuera su delfín, Juan Díaz de la Torre. Estos seudosindicatos han sido instrumentales para que los últimos gobiernos impongan contrarreformas antiobreras, como las que en este sexenio Peña Nieto impuso en educación, energía y legislación laboral. Van a jugar exactamente el mismo papel al servicio de López Obrador cuando llegue a la presidencia.
Hoy los charros muestran un apoyo dividido a sus patrones burgueses. Si bien es cierto que la CTM y los principales organismos charros le han dado un toque “tradicional” a la campaña del tecnócrata priísta José Antonio Meade, ha sido notorio también el apoyo, a veces explícito, a veces soterrado, que los jerarcas corporativistas ofrecen a AMLO. No hay duda de que la maestra Elba Esther apoya a AMLO, aun si ya no cuenta con suficiente ascendiente dentro del SNTE. Sin embargo, los dirigentes estatales de los gremios corporativistas son bastante abiertos en lo que toca a su apoyo a AMLO, como lo muestra la dirección charra de la Sección 35 del SNTSA que regimienta a los trabajadores de la salud en Oaxaca.
¡Por el camino de Trotsky!
Ni AMLO ni sus competidores representan a los trabajadores. Ninguno puede garantizar ni siquiera un avance mínimo en la resolución de los problemas que aquejan a los explotados y los oprimidos de este país.
Un gobierno López Obrador no va a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Incluso si recurre a políticas asistencialistas, el precio de la principal materia prima que exporta México, el petróleo, no es lo suficientemente alto como para implementar dádivas a la población que alivien significativamente sus condiciones de vida tras 40 años de retroceso sistemático.
¿Qué hay con respecto a los derechos democráticos? ¿Un gobierno de López Obrador representaría un avance sustancial en los derechos democráticos de, por ejemplo, de las mujeres? Obviamente no: AMLO, como un evangélico declarado se opone al derecho de la mujer a abortar. Aunque ha guardado silencio sobre la cuestión en la campaña electoral, su posición explícita ha sido la de someter la cuestión a “consulta popular”, lo que efectivamente pondría en peligro las raquíticas conquistas en este terreno (por ejemplo, la posibilidad de interrumpir legalmente el embarazo en la Ciudad de México en las primeras doce semanas).
¿Qué hay con respecto a los derechos de los homosexuales y las lesbianas los transexuales? ¿Acaso tiene López sobre una política de defensa de sus derechos? No. No sobra decir lo que señalan hasta algunos comentaristas burgueses, López Obrador ha elegido como aliado electoral al Partido Encuentro Social (PES) que es un partido ultra reaccionario, confesional evangélico, opuesto abiertamente a los derechos de gays, lesbianas y transexuales. De hecho, el PES ataca los derechos de la mujer con una posición abiertamente misógina, y su crítica a la separación de la iglesia y el estado representa un riesgo considerable para los derechos que hoy en día se ha logrado arrancar a la burguesía.
¿Qué habría con respecto a los trabajadores inmigrantes de Centroamérica, o África que atraviesan por México para intentar llegar a Estados Unidos? ¿Habría alguna mejora en su situación? En realidad, no: el gobierno de México ha decidido funcionar como policía migratoria al servicio de Estados Unidos, y la situación va a continuar bajo un gobierno de AMLO. Los marxistas revolucionarios exigimos: ¡plenos derechos de ciudadanía para los inmigrantes en México!
¿Qué decir con respecto a la educación o la salud? ¿Tiene AMLO un programa que no sea el de la privatización? Tampoco. Esto puede inferirse de quienes ha propuesto como parte de su gabinete para encargarse de estas áreas. En el caso de la educación, en 2012 propuso como su ministro a Juan Ramón de la Fuente, el rector de la UNAM que en 2000 exigió una intervención de la Policía Federal Preventiva para romper una huelga estudiantil de casi diez meses que peleaba en contra de la implementación de cuotas en la más grande universidad de América Latina. Para esta campaña, su ministro de educación sería Esteban Moctezuma Barragán, quien hasta hace poco fungía como presidente de Fundación Azteca. La política educativa de Moctezuma Barragán y de su jefe, Raúl Salinas Pliego, dueño de TV Azteca, es explícitamente la de la privatización a gran escala.
¿Un gobierno de López Obrador importaría algún tipo de ruptura con el imperialismo? Obviamente tampoco. AMLO ha asegurado que pretende colaborar como “buen vecino” con el gobierno de Trump. Pero a la vez pretende rescatar al TLC a como dé lugar, propósito que comparte con la burguesía mexicana en su conjunto y con todos los partidos patronales.
La única manera de avanzar en la resolución de las cuestiones democráticas es la que señala la perspectiva teórico-programática de la revolución permanente de León Trotsky. Para garantizar derechos democráticos, para lograr que los campesinos puedan hacer producir sus tierras y no tengan que abandonarlas o perderlas, para romper con la garra del imperialismo, hace falta una revolución obrera que establezca un gobierno obrero y campesino que extienda la revolución al resto del continente, especialmente al norte de la frontera, a las entrañas de la bestia imperialista. Esta es la única verdadera alternativa para los trabajadores mexicanos hoy en día.
Votar por cualquiera de los candidatos en estas elecciones entraña más hambre y más represión. El sexenio de Ayotzinapa lo ha dejado bien claro: para los pobres y los trabajadores no importa si gobierna el PRI, el PAN, el PRD o Morena, lo que está garantizado es la represión y el hambre. Es indispensable construir una alternativa política de la clase obrera un partido obrero revolucionario, que no será un vehículo electorero (mientras la burguesía esté al mando, las elecciones en este país siempre serán una farsa y siempre se caracterizarán por el fraude).
La revolución proletaria no es una quimera. Es, de hecho, la única respuesta realista al capitalismo en su época de decadencia imperialista. Para hacerla posible es necesario recurrir al modelo probado de la Revolución de Octubre de 1917: hace falta forjar, al fragor de las luchas de explotados y oprimidos, un partido como el de los bolcheviques de Lenin. Este partido debe estar armado con el programa del Octubre Rojo, es decir, el de la revolución socialista internacional. Con un partido tal se podrá resolver la crisis de la humanidad que, en palabras de Trotsky, se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria de la clase obrera. A contribuir a forjar un partido bolchevique-leninista es a lo que nos dedicamos en el Grupo Internacionalista. Queremos instarles a que se sumen a esta lucha. ■