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marzo de 2004  
 
Golpe instrumentado por los imperialistas con el aval de la ONU
EE.UU. y Francia imponen ocupación colonial
¡Echar a los imperialistas de Haití!


Soldados estadonunidenses y franceses llegan a Haití el 1° de marzo. Marines norteamericanos (con cascos) y tropas coloniales de Francia ocupan el aeropuerto Toussaint Louverture en Haití el 1° de marzo.
Foto: Ricardo Mazalán/AP


1° DE MARZO – El domingo 29 de febrero al amanecer, el presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide fue sacado del país a bordo de un avión norteamericano, sin saber siquiera su destino. Unas cuantas horas antes, un portavoz del gobierno norteamericano había declarado que “Aristide debe irse”, sin importar su autoridad constitucional. Poco tiempo después de su partida llegaron los primeros marines estadounidenses, secundados luego por policías de asalto de Francia, llegando de sus colonias caribeñas. El mismo día el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reunió en sesión de emergencia para dar su aval a esta ocupación colonial. Las diferencias tácticas entre los rivales imperialistas sobre la invasión a Irak parecen estar superadas, y serán las masas haitianas que sufren las consecuencias. En nombre de la “democracia” y el “mantenimiento de la paz” las potencias imperialistas están reimponiendo un gobierno de los escuadrones de la muerte que causaron miles de muertos en el pasado. El llamado en el volante lanzado el 28 de febrero por el Grupo Internacionalista (reproducido a continuación) por la formación de grupos obreros y campesinos de autodefensa para detener al ejército de los escuadrones de la muerte y echar a los imperialistas de Haití se ha vuelto aún más urgente.

¡Combatir a los golpistas, ningún apoyo político a Aristide!
¡Organizar una resistencia bajo dirección obrera
contra los escuadrones de la muerte invasores!

28 DE FEBRERO – A lo largo de las últimas tres semanas, sanguinarios rebeldes derechistas han lanzado un golpe de estado armado en contra del gobierno haitiano de Jean-Bertrand Aristide. No debe confundirse la naturaleza de estos siniestros “insurgentes”: sus dirigentes son ex jefes de escuadrones de la muerte, unidades policíacas y del ejército que masacraron a miles de personas cuando estuvieron antes en el poder. Los golpistas se han aliado con una coalición supuestamente “democrática” que ha sido subrepticiamente financiada por el régimen Bush a través del International Republican Institute. En su avance, las fuerzas rebeldes han tomado una población tras otra sin encontrar apenas resistencia, y en algunos casos incluso han recibido apoyo de la población empobrecida, abatida por años de miseria. Éste es el resultado de la política económica de austeridad y privatización impuesta por Aristide en cumplimiento de las órdenes del Fondo Monetario Internacional. Con todo, en la medida en que las fuerzas militares se acercan a la capital, Puerto Príncipe, residentes de las ciudades de miseria y miembros de las “organizaciones populares” pro Aristide, han montado barricadas como medida de autodefensa. Saben bien que una victoria de los rebeldes implicará un baño de sangre entre los trabajadores y los pobres.

A pesar de que Estados Unidos ha fingido adoptar una posición neutral en este conflicto y de que Aristide mismo fue instalado en el poder mediante el envío de barcos de guerra norteamericanos a órdenes del presidente demócrata Bill Clinton, la verdad es que esta intentona ha sido claramente preparada en Washington. Recientemente, se han escuchado voces, esencialmente de los liberales del Partido Demócrata, a favor de una intervención norteamericana en Haití para respaldar al gobierno electo de Aristide. No obstante, ahora que el Pentágono se prepara para enviar una fuerza expedicionaria, resulta cada vez más claro que su propósito será destituir al presidente haitiano. Además, el gobierno francés ha dejado de lado sus diferencias tácticas con EE.UU. con respecto a la invasión de Irak, y se ha unido a sus rivales imperialistas en el intento de deshacerse de Aristide. Junto con los canadienses, imperialistas de segunda categoría, los otrora amos coloniales de Haití han propuesto organizar una “fuerza de paz multinacional” en conjunto con marines norteamericanos, que imponga una nueva ocupación de Haití, quizás bajo la cubierta de las Naciones Unidas. Trabajadores, minorías raciales, estudiantes y todos los que se oponen al imperialismo – particularmente en los Estados Unidos, Francia y Canadá – deben movilizarse para oponerse a esta intervención imperialista, cualquiera que sea su propósito declarado. Esta lucha debe incluir acciones obreras, dondequiera que éstas sean posibles, para bloquear el suministro de pertrechos a los invasores. ¡Hay que echar a los imperialistas de Irak, Afganistán y Haití!

Al mismo tiempo, es preciso que los trabajadores haitianos no den ningún apoyo político al régimen de Aristide. El exsacerdote católico y partidario de la teología de la liberación, ha sido desde hace mucho instrumento del dominio imperialista sobre Haití. Después de haber sido elegido con el voto de la inmensa mayoría en las elecciones de 1990, fue destituido por algunos de los elementos que ahora han regresado. Pasó varios años en el exilio en Washington, donde se convirtió en protegido de congresistas negros del Partido Demócrata y contó con la asesoría de la administración Clinton. Aristide fue reinstalado por EE.UU. en 1994; llegó a Haití por avión en compañía del secretario de estado Warren Christopher, mientras cruceros de la marina estadounidense hacían un despliegue de fuerza en las aguas de Puerto Príncipe. Una vez de vuelta, siguió los dictados de Washington y Wall Street y privatizó un conjunto de industrias, dejando el saldo de miles de trabajadores despedidos. Debido a las medidas de austeridad dictadas por el FMI, la miseria se hizo aún más profunda, con una tasa de desempleo que rebasa el 70 por ciento. Ahora Aristide está cosechando los frutos amargos que resultan de ser secuaz del imperialismo: los jefes se deshacen de sus servidores una vez que han dejado de serles útiles, tal como le ocurrió en 1990 al otrora hombre de la CIA en Panamá, Manuel Noriega.

La prensa imperialista, siguiendo obedientemente los lineamientos que ha recibido de la Casa Blanca en Washington y del Palacio del Elíseo en Paris, ha presentado casi unánimemente al régimen de Aristide como una dictadura de matones criminales (mientras guarda silencio acerca de los criminales asesinos que ahora están montando un golpe de estado en nombre de la “democracia”). En realidad, el rápido avance de los rebeldes se debe al hecho de que Aristide disolvió al ejército y no cuenta más que con unos 5,000 policías pertrechados solamente con armas ligeras (entre los cuales se cuentan la mayor parte de los 80 muertos que ha producido hasta el momento la revuelta derechista). Pero la virtual destrucción de la economía haitiana ha significado que, aparte del tráfico de drogas, la única fuente de riqueza es el gobierno mismo, con su magra recaudación de impuestos y la menguante ayuda internacional. Esto ha dado como resultado una sórdida batalla por el control de la maquinaria gubernamental entre bandas rivales, por un lado las milicias pro Aristide llamadas chimères, y por otro los remanentes de los tontons macoutes de la dictadura de François (“Papa Doc”) y Jean-Claude (“Baby Doc”) Duvalier que gobernó al país desde 1950 hasta 1986 con el beneplácito (y el dinero) de Washington. En los meses recientes, la situación en Haití se parece cada vez más a la de Jamaica en los años 70, cuando el PNP (Progressive National Party) del Michael Manley se enfrentaba al JLP (Jamaica Labour Party) de Edward Seaga, llevando frecuentemente a tiroteos entre los residentes de urbanizaciones controladas por pandillas políticas rivales. En el extremo, esta situación podría conducir a un colapso total del estado, tal como ocurrió en Somalia a comienzos de los años 90.

Muchas de las quejas acerca de la brutal represión lanzada por el gobierno del populista Aristide vienen de la oposición frentepopulista que agrupa a izquierdistas socialdemócratas como Gérard Pierre-Charles (ex dirigente del Partido Comunista de Haití y hoy dirigente de Convergencia Democrática) y sindicalistas, por un lado, y por otro a burgueses como Andy Apaid (un patrón de los talleres del sudor nacido en EE.UU. que dirige el “Grupo de los 184”). Esta alianza de colaboración de clases se asemeja considerablemente a la oposición pro imperialista al gobierno populista del hombre fuerte venezolano Hugo Chávez – y de hecho, han usado muchas de las mismas tácticas (incluida una fallida “huelga general” que fue, en realidad, un lockout, o paro patronal convocado por la Cámara de Comercio y que contó con la colaboración de los falsos dirigentes sindicales pro capitalistas). Aunque se disfraza como representante de la “sociedad civil”, la oposición política es en los hechos un vehículo de la élite burguesa y pequeñoburguesa, predominantemente mulata, que se congrega en el acomodado suburbio de Pétionville, que se ve a sí misma como recuperando el poder que había perdido ante la base de Aristide entre los empobrecidos negros de la barriada de Cité Soleil. Las manifestaciones rivales tienen la apariencia de un choque entre “los que tienen” y “los que no tienen”.


Dirigentes de los escuadrones de la muerte Chamblain and Philippe are back. Por su parte, los líderes de los militares rebeldes son asesinos de masas certificados. Entre los principales dirigentes se encuentra Jean Tatoune del escuadrón de la muerte eufemísticamente conocido como el Frente para el Desarrollo y el Progreso de Haití (FRAPH); Louis Jodel Chamblain, quien dirigió los escuadrones de la muerte paramilitares que asesinaron a cientos de personas durante el régimen de Raul Cedras de 1991-1994; y Guy Philippe, el ex jefe de la policía de la ciudad de Cap-Haitien e hijo de un terrateniente cafetalero que “se entrenó en una academia militar en Ecuador después de que el Sr. Aristide desbandó al ejército, donde recibió instrucción de soldados franceses y del servicio secreto de EE.UU.” (Guardian [Londres], 27 de febrero).


Conocido asesino sanguinario Louis Jodel Chamblain (izquierda) consulta con Guy Philippe, entrenado por el Servicio Secreto estadounidense en la academia militar en Ecuador. EE.UU. impone de nuevo una
“democracia de los escuadrones de la muerte” en Haití.  (Foto: Haïti-Progrès)

En los EE.UU., varias agrupaciones seudoizquierdistas están dando apoyo político a Aristide y su partido Lavalas (avalancha en la lengua créole) por ser víctimas de una intriga imperialista. De hecho, muchos de estos grupos, como el Workers World Party y el Socialist Workers Party, han estado aliados con el portavoz de Aristide en Nueva York, Ben Dupuy, ex director del Haïti-Progrès y quien dirige ahora el PPN (Partido Popular Nacional) pro Aristide. Pero Aristide no es ningún antiimperialista. Por el contrario, fue el hombre del Partido Demócrata norteamericano en Puerto Príncipe y quien recibió un fuerte apoyo de congresistas demócratas negros como Charles Rangel de Nueva York, Maxine Waters de Los Ángeles y Barbara Lee de Oakland. Ahora los republicanos quieren traer de vuelta a sus hombres, de modo que rápidamente reaparecen fuerzas militares y policíacas que vuelven del exilio al otro lado de la frontera de la República Dominicana. Los trabajadores y pobres de Haití y de otros países no deben dar apoyo político a ninguno de los bandos en esta contienda entre un desgastado régimen populista instalado por los imperialistas y una escuálida oposición impopular respaldada por el imperialismo. Los chimères de Aristide, reclutados entre el lumpenproletariado de los desempleados, atacarían a revolucionarios proletarios con afán como con el que han golpeado a estudiantes y manifestantes de la “sociedad civil”.

Sin embargo, frente a la amenaza de un regreso de los escuadrones de la muerte y los asesinos de masas de la policía y el ejército, los obreros y campesinos haitianos deben intentar organizar sus propios órganos clasistas de autodefensa, haciendo un bloque militar temporal con las “organizaciones populares” que apoyan a Aristide para poner alto a la marcha de la reacción ultraderechista. En Rusia en agosto de 1917, el débil gobierno burgués encabezado por Aleksander Kerensky fue atacado por el ex general zarista Kornilov, quien marchó sobre Petrogrado con su ejército. Los bolcheviques no dieron ningún apoyo político a Kerensky, cuyo gobierno provisional había encarcelado a Trotsky y obligado a Lenin a pasar a la clandestinidad. No obstante, los bolcheviques comprendieron que una victoria de Kornilov hubiera significado la aniquilación de los obreros revolucionarios en la capital, así como la derrota de la revolución. En consecuencia, las milicias obreras y los soldados dirigidos por los bolcheviques hicieron un bloque militar con las fuerzas de Kerensky, aunque siguieron oponiéndosele políticamente en los soviets. Esto permitió a los revolucionarios movilizar a la masa de trabajadores en lucha en contra de la contrarrevolución que se avecinaba, abriendo así el paso para la victoria de la Revolución de Octubre un par de meses más tarde.

En la Guerra Civil Española en la segunda mitad de los años 30, Trotsky hizo un llamado a los obreros a que combatieran militarmente en coordinación con el Ejército Republicano y las milicias izquierdistas en contra del ejército de Franco y los fascistas, mientras seguían luchando políticamente a favor de la revolución proletaria en contra del gobierno republicano burgués. No obstante, gracias a la traición de los dirigentes obreros reformistas (estalinistas, socialdemócratas y anarquistas), el gobierno del Frente Popular aplastó las movilizaciones obreras, arrestando y asesinando a combatientes izquierdistas, preparando de este modo el camino para la victoria de Franco, con un saldo de decenas de miles de ejecuciones. Todavía no queda claro si la lucha podría alcanzar el nivel de una guerra civil en Haití, o si en cambio las masas, en su gran mayoría desarmadas, han sido desmoralizados por el régimen de Aristide a tal grado que se mantienen pasivas. Pero incluso en situaciones extremadamente desfavorables, los comunistas deben decir la verdad a las masas y señalar el camino hacia adelante para intervenir independientemente de las contiendas entre las facciones burguesas y librar una lucha de clases revolucionaria. Ello incluye el hacer llamados a favor de la formación de milicias obreras y campesinas, el control obrero de las fábricas y empresas que aún existen (la compañía telefónica, el transporte), la expropiación de las prósperas fincas cafetaleras y el establecimiento de granjas colectivas que superarían la devastación ecológica y resucitarían la producción agrícola.

Sobre todo, es necesario formar un partido obrero revolucionario construido sobre la base del programa trotskista de la revolución permanente, transformando la lucha por conquistas democráticas en una lucha por el poder obrero, por un gobierno obrero y campesino que emprenda tareas socialistas y extienda la revolución internacionalmente. En la vecina República Dominicana, los sindicatos han convocado una huelga general para mediados de marzo en contra del gobierno pro imperialista de Hipólito Mejía, quien ha implementado las mismas políticas antiobreras que Aristide. Ésta es la tercera “huelga general” dominicana en tres meses. Durante la última, del 29 al 30 de enero, el gobierno detuvo a cientos de sindicalistas e izquierdistas, mientras que soldados recién llegados de Irak, donde sirvieron como auxiliares neocoloniales en la ocupación norteamericana, ejecutaron a sangre fría a nueve huelguistas. Estas “huelgas generales” apenas son un poco más que protestas simbólicas, cuando se precisa una movilización masiva de la clase obrera contra el gobierno de Mejía y sus patrones imperialistas. Un combativo movimiento obrero en República Dominicana bloquearía la transferencia de tropas en las zonas fronterizas y detendría los suministros que están siendo enviados a los rebeldes derechistas haitianos. También defendería a los obreros haitianos en las plantaciones dominicanas de caña de azúcar, quienes trabajan en infames condiciones cercanas a la esclavitud mientras son sojuzgados por la racista represión policíaca y militar.

Pero los pasos decisivos para defender a las empobrecidas masas trabajadoras haitianas deben emprenderse en los Estados Unidos. Tan sólo en la ciudad de Nueva York hay medio millón de inmigrantes haitianos, trabajadores en su inmensa mayoría, que han mostrado su fuerza de vez en vez al marchar por Wall Street. El movimiento obrero neoyorquino debe unirse en oposición a toda intervención norteamericana en Haití, cualquiera que sea su pretexto y supuesto propósito. Al mismo tiempo, debe exigir que EE.UU. abra sus fronteras a los refugiados haitianos (ayer, guardacostas de EE.UU. llevaron a 531 balseros haitianos a Puerto Príncipe, donde enfrentan el acechante terror del ejército de los escuadrones de la muerte que se aproxima). Debería exigir la independencia de Puerto Rico, la principal base militar de EE.UU. en el Caribe, y de las colonias franceses; la devolución de la base naval de Guantánamo a Cuba y la liberación de los cientos de prisioneros ahí recluidos; y defender a Cuba contra las amenazas imperialistas. Hay que romper con los partidos imperialistas de la guerra, el Demócrata y el Republicano y con todos los partidos burgueses, para construir un partido obrero revolucionario que forme parte de una IV Internacional reforjada sea capaz de barrer con el imperialismo mediante una revolución socialista internacional.

En la Revolución Haitiana de 1791-1804, una revuelta de esclavos dirigida por Toussaint Louverture envió ondas de choque a lo largo del Caribe, hizo temblar a la esclavocracia del Sur en los EE.UU. y afectó el curso de la Revolución Francesa. La creación de la primera república negra de América constituyó un importante episodio de la era de las revoluciones democrático-burguesas. Napoleón terminó asesinando a Toussaint, mientras tropas francesas reocupaban en vano la colonia de Saint-Domingue. Incluso después de la independencia de Haití, la república negra de ex esclavos fue económicamente estrangulada, cercada y boicoteada por las potencias capitalistas, sumergiendo así al país en la miseria que lo mantiene hasta el día de hoy como el país más pobre del hemisferio. Mientras los voceros estadounidenses hablan con suficiencia de “estados fallidos” para justificar su nueva empresa colonialista, el hecho es que los imperialistas yanquis han hecho su mejor esfuerzo para destruir a Haití. Esto no podrá repararse mediante una quijotesca demanda por reparaciones a sus antiguos amos coloniales. Pero incluso en las desesperadas condiciones actuales, ¡la chispa de una nueva rebelión que desencadene un levantamiento obrero en toda la isla de La Española, podría nuevamente encender las Antillas, sentando las bases para una federación socialista del Caribe, y ser un faro revolucionario para el mundo!
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