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noviembre de 2006 Maestras de educación bilingüe y otras indígenas de Oaxaca en plantón en el D.F., agosto de 2006. (Foto: El Internacionalista) La discriminación y
exclusión
de la población indígena es uno de los motivos
fundamentales de la rebelión oaxaqueña.
Nadie puede ignorarlo en la tierra de Benito Juárez, el
indígena zapoteco que
llegó a ser presidente de México en 1858 y
encabezó la Guerra de la Reforma contra
el poder eclesiástico y la resistencia al imperio de
Maximiliano. La Asamblea
Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) lo reconoció en los
resolutivos del
foro sobre la “gobernabilidad” que convocó a mediados de agosto.
Sin
embargo, la cuestión indígena no se limita al marco
jurídico o de los derechos
democráticos, ni a la remoción de uno que otro cacique y,
ni siquiera, del
sistema de cacicazgo priísta por sí mismo. Liberar a los
descendientes de los
habitantes originarios del peso de medio milenio de expoliación,
sobreexplotación y hasta genocidio, colonial y republicano,
exige toda una
revolución social. Sólo con la toma de poder por parte de
la clase obrera
mexicana será posible hacer pedazos el poder de una clase
dominante burguesa, y
hasta oligárquica en los estados como Oaxaca, donde extrae sus
ingresos
fabulosos del sudor de los trabajadores indígenas. La casta
criolla que domina Oaxaca está íntimamente ligada entre
sí: sus integrantes se
ven en las suntuosas cenas en los hoteles de lujo y en los restaurantes
exquisitos que abundan en esta ciudad colonial; visitan sus fincas para
admirar
sus toros y caballos de pura sangre. Los caciques mantienen pistoleros
y
guaruras a órdenes de sus corruptos diputados y congresistas
para asesinar a
maestros rebeldes. Ostentan sus vehículos SUV último
modelo con vidrios
polarizados y llantas de gran rodada (garcamóviles, como los llamaban en El Salvador
durante la guerra civil de los años 80), de donde bajan
damiselas en traje de
noche para sus elegantes fiestas. Su prole practica la endogamia, y
todos
externan un desprecio abiertamente racista hacia los de tez morena. Estos
son los “grupos de poder fácticos” que dominan en el estado de
Oaxaca, y fueron
ellos los que salieron a la calle el 1o. de noviembre en una marcha
priísta de
apoyo al gobernador Ulises Ruiz Ortiz. Querían una ciudad
“limpia”, dijeron
unas damas a un reportero norteamericano, alegando que la
mayoría de los
“appos” son de Chiapas o Guatemala, y que el dirigente sindical de la
Sección
XXII es un muxe (travesti). El reportero, James Daria,
señala los
“profundos conflictos económicos y raciales subyacentes en los
actuales
disturbios sociales” (Narco News Bulletin, 1o. de noviembre). Y
el más
hondo de estos conflictos es la cuestión indígena. “Ya
estamos avisados ... ya tienen listos los cuernos [de chivo, rifles
AK-47] para
cuando vengan esos pinches indios de la APPO” dijo un rico ganadero del
Bajo
Mixe, según relata Carlos Beas Torres, dirigente de la UCIZONI (La
Jornada,
16 de octubre). Los maestros en huelga han planteado en sus
reivindicaciones la
defensa de la educación bilingüe en contra de recortes
presupuestales decretados
por el gobierno estatal que han perjudicado la instrucción en
lenguas
indígenas. Mientras tanto los priístas han amenazado de
muerte a los
coordinadores de Radio Huave (la más poderosa radio comunitaria
del Istmo de Tehuantepec),
Radio Ayuuk y Radio Umalalang. Esta
“otra guerra” contra los indígenas no se limita a las amenazas:
a principios de
agosto cuando una delegación del Movimiento de
Unificación y Lucha Triqui
Independiente (MULTI) se dirigía a la capital estatal para
reforzar el plantón,
cayó en una emboscada, con un saldo de tres indígenas
triquis muertos (Andrés
Santiago Cruz, Pedro Martínez Martínez y el menor Octavio
Martínez Martínez) y
cuatro heridos. Y el 18 de octubre el maestro de primaria bilingüe
Pánfilo
Hernández (de Zimatlán) fue asesinado al salir de una
reunión de la APPO. Esta
guerra tampoco es nueva. La región triqui, enclavada en la
Mixteca oaxaqueña,
ha sido blanco de una agresión constante por parte de los
gobiernos federal y
estatal en apoyo a los caciques priístas, resultando en el
asesinato de muchos
luchadores por los derechos indígenas desde los años 70,
entre ellos Guadalupe
Flores Villanueva, Luis Flores García, Nicolás
López Pérez, Eduardo González
Santiago, Efrén Zanabriga Eufrasio, Pedro Ramírez, Javier
Santiago Ojeda,
Paulino Martínez Delia y Bonifacio Martínez. Otro de los
asesinados en años
anteriores fue Bartolomé Chávez del CIPO. Manta del
MULTI en el Zócalo de Oaxaca, agosto de 2006. Oaxaca, con 1.6 millones de
indígenas, más de la mitad de la población total,
es el estado con el mayor
porcentaje de la población que habla lenguas indígenas
(37 por ciento, en
comparación con 24 por ciento en Chiapas) entre zapotecos,
mixtecos, mazatecos,
chinantecos, mixes, triquis y otras diez etnias más. De los 570
municipios del
estado, 412 se rigen por los “usos y costumbres” indígenas,
donde los puestos
municipales están determinados por un sistema de cargos
rotativos y asambleas
generales en las que las decisiones se toman por consenso. Aunque
son menos corruptos que muchos otros ayuntamientos, no hay que
idealizar los
gobiernos indígenas tradicionales. Hay caciques indígenas
priístas también, y
en un número importante de comunidades indígenas
(alrededor del 20 por ciento)
hasta finales de los años 90, las mujeres no tenían el
derecho a voto. Es
evidente también la poca presencia de mujeres en las instancias
directivas de
la Sección XXII, a pesar de que el magisterio oaxaqueño
tiene una clara mayoría
femenina. La
centralidad de la opresión de los indígenas en la actual
lucha oaxaqueña es
ampliamente reconocida. En el foro de la APPO, los resolutivos
pedían que una
nueva constitución del estado incluya el “reconocimiento
jurídico de los
pueblos originarios y sus derechos entre ellos el uso de la lengua
indígena y
aceptar los acuerdos de San Andrés Larráinzar”. Sin
embargo, ni el
reconocimiento jurídico ni la autonomía codificada en los
acuerdos de San
Andrés, negociados con el EZLN luego de la rebelión
chiapaneca de 1994, darán
solución a la profunda opresión social de los pueblos
indígenas. Y es que esta
opresión tiene sus raíces en el capitalismo. Citemos unas cifras
indicativas: las zonas de población indígena de Oaxaca
son las más rezagadas en
términos de educación, con un 27 por ciento de las
mujeres analfabetas y 34 por
ciento de los niños que no asisten a la escuela. La pobreza es
enorme: más del
70 por ciento de la población ocupada gana menos de 70 pesos
diarios. El 55 por
ciento de los hogares carece de alcantarillado o de cualquier sistema
de
drenaje, mientras el 40 por ciento de las casas tienen suelo de tierra,
según
información del censo del INEGI de 2000. Actualmente los
indígenas pobres se
sienten muy amenazados por el Plan Puebla-Panamá, que ha llevado
a la compra
masiva de tierras por especuladores que quieren adueñarse de un
corredor al
lado de la supercarretera. Hemos escrito extensamente
sobre la lucha contra la opresión de los pueblos
indígenas en América Latina,
llamando en varios de los países andinos por un gobierno obrero,
campesino e
indígena (ver “El marxismo y la cuestión indígena
en el Ecuador”, El
Internacionalista No. 4, mayo de 2004). Esta consigna sería
apropiada
también al nivel del estado de Oaxaca. En México como
conjunto, donde el peso
de la población indígena es bastante menor, las demandas
del EZLN y del
Congreso Nacional Indígena (CNI) se han centrado en torno a la
autonomía
indígena, codificada en los Acuerdos de San Andrés que
fueron desechados por el
Congreso nacional (con la anuencia, dicho sea al paso, del PRD). Como
señalamos
con respecto a Chiapas: “Los marxistas apoyamos el
derecho de los pueblos indígenas a decidir su propio destino. En
las áreas de
concentración indígena, apoyamos la reivindicación
del derecho a la
autonomía regional y local. Para que esto sea real debe
incluir el control
sobre los recursos naturales, incluyendo la tierra, el agua y el
petróleo. Esto
encontraría la resistencia enérgica de los gobernantes
capitalistas de México,
puesto que el estado de Chiapas, donde los indígenas mayas viven
en una miseria
generalizada, produce el 21 por ciento del petróleo del
país, el 47 por ciento
del gas natural y entre el 55 y el 60 por ciento de toda la fuerza
eléctrica,
principalmente en estaciones hidroeléctricas.... “La autonomía efectiva
para
los pueblos indígenas sólo será posible mediante
una revolución socialista que
establezca una economía planificada.” –“México: Régimen
en crisis”,
2da. parte, Cuadernos de El Internacionalista, enero de 1999 Oaxaca no tiene enormes
recursos naturales como Chiapas, pero hay otra razón por la que
una verdadera
autonomía regional no puede realizarse en el marco
burgués. Es que la economía
de los campesinos indígenas está profundamente amenazada
por el mercado capitalista,
que es en último término la causa de la miseria en que
viven los pueblos
indígenas. Esto ha sido el caso desde el triunfo del capitalismo
en el campo
mexicano en la última mitad del siglo XIX, pero sus efectos se
han visto
acentuados en la última década por el Tratado de Libre
Comercio con Estados Unidos
que ha llevado a la importación de cantidades masivas de
maíz y a la ruina de
la agricultura campesina oaxaqueña. A pesar de su
identificación
retórica con la Revolución Mexicana, el PRI surgió
de la capa de grandes
rancheros del norte (Obregón, Carranza) responsables del
asesinato de Emiliano
Zapata y Francisco Villa y de la derrota de los campesinos pobres y sin
tierra.
Los mismos rancheros siguen en el poder en Oaxaca y por sus intereses
de clase
se identifican con el hacendado guanajuatense Vicente Fox. Expropiar
sus fincas
y haciendas sería uno de los primeros pasos de cualquier
revolución social. Ni siquiera el viejo programa
de Zapata, “la tierra es de quien la trabaja”, sería suficiente
para responder
a esto. Casi la mitad de la tierra cultivada de Oaxaca se encuentra
bajo un
régimen comunal, otra cuarta parte bajo el sistema ejidal y
apenas un poco más
de la cuarta parte es propiedad privada. Aún con el cultivo
colectivo de la
tierra, la urgente revolución agraria en el campo
mexicano exige la
industrialización de la producción agrícola, lo
que sólo se llevará a cabo en
beneficio de los campesinos indígenas en el marco de una
economía socializada. Es imprescindible también
romper con todos los partidos burgueses. La mayor lucha de los
indígenas
oaxaqueños en el pasado fue la de la COCEI (Coalición
Obrera Campesina
Estudiantil del Istmo), centrada en Juchitán, que data de
mediados de los años
70. Durante un tiempo la COCEI se alió con el Partido Comunista
Mexicano, en
tanto que los integrantes de la COCEI siempre fueron tratados como
comunistas
por los caciques priístas. Con la disolución de los
restos del PC en el Partido
de la Revolución Democrática, la COCEI también se
integró al PRD. Después
de muchos años de movilización, la COCEI alcanzó
el poder local. Sin embargo,
como miembros de un partido capitalista, los perredistas juchitecos se
han
aliado con los mandatarios del estado y juegan un papel marcadamente
conservador
– a tal punto, que en la actual movilización un número
importante de maestros
de Juchitán han roto la huelga. Salta a la vista que el
único lugar del estado
donde hubo esquirolaje en grado significativo fue precisamente este
baluarte
del PRD. La lucha
en defensa de los pueblos originarios tampoco se identifica con el
zapatismo,
aunque la irrupción del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional en 1994 sí
atrajo mucha atención a la condición indígena en
México. El apoyo político que
durante muchos años dio el EZLN al PRD no ayudó en nada a
los indígenas
chiapanecos ni a los del resto del país, como admitió el
mismo Subcomandante
Marcos en su Sexta Declaración de la Selva Lacandona de junio de
2005. En agosto de 2005 hubo una
reunión de representantes indígenas de todo México
en una comunidad zapatista,
donde los voceros del Consejo Indígena Popular de Oaxaca
“Ricardo Flores Magón”
se quejaron: “Da tristeza de que el EZLN
dice algo cuando le pasa algo a los muy conocidos y cuando nos dan
(golpes) a
las comunidades, organizaciones y personas pequeñas y sencillas,
desconocidas,
no hablan nada. “Se percibe un trato
diferenciado del EZLN, por un lado prioriza su relación con el
mundo de ONGs y
organizaciones con poco o nulo trabajo de base y deja de lado al
movimiento
indígena de base, que es quien finalmente hemos salido y
saldremos a la calle a
luchar con ellos y nosotros.” No es casualidad, pues, que en la actual huelga de masas
en Oaxaca, pese a que ha involucrado cientos de miles de
indígenas, el EZ y su
“Otra Campaña” han sido un factor absolutamente nulo. La
liberación de los y las indígenas del yugo de su
opresión secular no será
posible en un régimen burgués, por muy
“democrático” que finja ser. Lo que hace
falta es la dirección de un partido obrero revolucionario que
derroque al
capitalismo. n Léase
también:
Para contactar el Grupo Internacionalista y la Liga por la IV Internacional, escribe: internationalistgroup@msn.com |
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