León
Trotsky
El control obrero de la
producción
(1931)
El texto que reproducimos a
continuación es la traducción de
una carta de Trotsky dirigida aun grupo de opositores alemanes el 20 de
agosto
de 1931. Se publicó por primera vez en ruso en el nº 24 del Biulleten
Oppozitsii de septiembre de 1931.
Al contestar a su pregunta debo esforzarme por
apuntar aquí, como preludio a un intercambio de opiniones,
algunas consideraciones
generales con respecto a la consigna del control obrero de la
producción.
La primera pregunta que surge en relación
con esto
es la siguiente: ¿podemos presentar el control obrero de la
producción como un
régimen estable, por supuesto que no eterno, pero de una
duración bastante
larga? Para contestar a esta pregunta es preciso determinar más
claramente la
naturaleza de clase de este régimen. El control se encuentra en
manos de los
trabajadores. Esto significa que la propiedad y el derecho a enajenarla
continúan en manos de los capitalistas. Por lo tanto, el
régimen tiene un
carácter contradictorio, constituyéndose una especie de
interregno económico.
Los obreros no necesitan el control para fines
platónicos, sino para ejercer una influencia práctica
sobre la producción y
sobre las operaciones comerciales de los patronos. Sin embargo, esto no
se
podrá alcanzar a menos que el control, de una forma u otra,
dentro de ciertos
límites, se transforme en gestión directa. En
forma desarrollada, el control
implica, por consiguiente, una especie de poder económico
dual en las
fábricas, la banca, las empresas comerciales, etc.
Si la participación de los trabajadores
en la
gestión de la producción ha de ser duradera, estable,
“normal”, deberá apoyarse
en la colaboración y no en la lucha de clases. Tal
colaboración de clases
solamente puede llevarse a cabo a través de los estratos
superiores de los
sindicatos y las asociaciones capitalistas. No han faltado los
experimentos de
este tipo en Alemania (la “democracia económica”), en Inglaterra
(el “mondismo”),
etcétera. No obstante, en todos estos casos, no se trataba del
control de los
obreros sobre el capital, sino de la subordinación de la
burocracia del trabajo
al capital. Esta subordinación, como lo muestra la experiencia,
puede durar
mucho tiempo: depende de la paciencia del proletariado.
Cuando más se aproxima a la
producción, a la
fábrica, al taller, menos viable resulta un régimen de
este tipo, porque aquí
se trata ya de los intereses inmediatos y vitales de los trabajadores y
todo el
proceso se despliega ante sus mismos ojos. El control obrero a
través de los
consejos de fábrica sólo es concebible sobre la base de
una aguda lucha de
clases, no sobre la base de la colaboración. Pero esto significa
en realidad la
dualidad de poder en las empresas, en los trusts, en todas las ramas de
la
industria, en la totalidad de la economía.
¿Qué régimen estatal
corresponde al control obrero
de la producción? Es obvio que el poder no está
todavía en manos de los trabajadores,
pues de otro modo no tendríamos el control obrero de la
producción, sino el
control de la producción por el estado obrero como
introducción a un régimen de
producción estatal basado en la nacionalización. De lo
que estamos hablando es
del control obrero bajo el régimen capitalista, bajo el poder de
la burguesía. En
cualquier caso, una burguesía que se sienta firmemente asentada
en el poder
nunca tolerará la dualidad de poder en sus empresas. El control
obrero, en
consecuencia, solamente puede ser logrado en las condiciones de un
cambio
brusco en la correlación de fuerzas desfavorable a la
burguesía por la fuerza,
por un proletariado que va camino de arrancarle el poder, y por tanto
también
la propiedad de los medios de producción. Así pues, el
régimen de control
obrero, un régimen provisional y transitorio por su misma
esencia, sólo puede
corresponder al período de las convulsiones del Estado
burgués, de la ofensiva
proletaria y el retroceso de la burguesía, es decir, al
período de la
revolución proletaria en el sentido más completo del
término.
Si la burguesía no es ya la dueña
de la situación
en su fábrica, si no es ya enteramente la dueña,
de ahí se desprende que
tampoco es ya enteramente dueña de su Estado. Esto significa que
el régimen de
dualidad de poder en las fábricas corresponde al régimen
de dualidad de poder
en el Estado.
Esta correspondencia, de todos modos, no
debería
ser entendida mecánicamente, esto es, no en el sentido de que la
dualidad de
poder en las empresas y la dualidad de poder en el Estado nazcan en un
mismo y
solo día. Un régimen avanzado de dualidad de poder, como
una de las etapas
altamente probables de la revolución proletaria en todos los
países, puede
desarrollarse de forma distinta en distintos países, a partir de
elementos
diversos. Así, por ejemplo, en ciertas circunstancias (una
crisis económica
profunda y persistente, un fuerte grado de organización de los
trabajadores en
las empresas, un partido revolucionario relativamente débil, un
Estado
relativamente fuerte manteniendo un fascismo vigoroso en reserva,
etcétera) el
control obrero sobre la producción puede ir considerablemente
por delante del
poder político dual desarrollado en un país.
En las condiciones señaladas a grandes
rasgos más
arriba, especialmente características de Alemania en estos
momentos, la dualidad
de poder en el país puede desarrollarse precisamente a
partir del control
obrero como fuente principal. Hay que detenerse en este hecho, aunque
sólo sea
para rechazar ese fetichismo de la forma soviética que han
puesto en
circulación los epígonos de la Comintern.
De acuerdo con el punto de vista oficial que
prevalece en la actualidad, la revolución proletaria solamente
puede llevarse a
cabo por medio de los soviets; éstos, por su parte, deben ser
creados
específicamente para el propósito del levantamiento
armado. Este cliché no
sirve para nada. Los soviets son únicamente una forma
organizativa; el problema
se decide por el contenido de clase de la política, en modo
alguno por su
forma. En Alemania hubo unos soviets de Ebert y Scheidemann. En Rusia
los
soviets conciliadores atacaron a los obreros y soldados en julio de
1917. Después
de esto, Lenin pensó durante un tiempo que habríamos de
llegar al levantamiento
armado apoyándonos no en los soviets sino en los comités
de fábrica. Este
cálculo fue rechazado por el curso de los acontecimientos, ya
que fuimos
capaces, en las seis u ocho semanas anteriores al levantamiento, de
ganarnos a
los soviets más importantes. Pero este mismo ejemplo muestra
qué poco inclinados
nos sentíamos a considerar los soviets como una panacea. En
otoño de 1923,
defendiendo contra Stalin y otros la necesidad de pasar a una ofensiva
revolucionaria, luché al mismo tiempo contra la creación
por encargo de soviets
en Alemania, pegados a los consejos de fábrica que estaban
comenzando ya de
hecho a cubrir el papel de los soviets.
Se podrían decir muchas cosas en favor de
la idea
de que, en el actual ascenso revolucionario, igualmente, los consejos
de
fábrica alemanes, al llegar a un cierto estadio, serán
capaces de jugar el
papel de los soviets y remplazarlos. ¿En qué baso esta
suposición? En el
análisis de las condiciones en que surgieron los soviets en
Rusia en
febrero-marzo de 1917, y en Alemania y Austria en noviembre de 1918. En
los
tres sitios, los principales organizadores de los soviets fueron los
mencheviques y socialdemócratas, que se vieron forzados a ello
por las
condiciones de la revolución “democrática” en tiempo de
guerra. En Rusia, los
bolcheviques tuvieron éxito en ganar los soviets a los
conciliadores. En
Alemania no lo lograron, y es por esto que los soviets desaparecieron.
Hoy, en 1931, la palabra “soviet” suena bastante
diferente de como sonaba en 1917-1918. Hoy es sinónimo de la
dictadura de los
bolcheviques, y por lo tanto una pesadilla en los labios de la
socialdemocracia. Los socialdemócratas alemanes no sólo
no tomarán la
iniciativa en la creación de los soviets por segunda vez, ni se
unirán
voluntariamente a esta iniciativa, sino que lucharán contra ella
hasta el fin. A
los ojos del estado burgués, en especial de su guardia fascista,
el que los
comunistas pongan manos a la obra en la creación de soviets
será equivalente a
una declaración directa de guerra civil por parte del
proletariado, y en
consecuencia podría provocar un choque decisivo antes de que el
partido
comunista lo juzgue conveniente.
Todas estas consideraciones nos empujan
fuertemente
a dudar que se pueda llegar a tener éxito, antes del
levantamiento y la
toma de poder en Alemania, en la creación de soviets que agrupen
realmente a la
mayoría de los trabajadores. En mi opinión, es más
probable que los soviets
nazcan al día siguiente de la victoria, pero entonces ya como
órganos directos
de poder.
El problema de los consejos de fábrica
es
enteramente otro asunto. Éstos existen ya hoy. Los están
construyendo
comunistas y socialdemócratas. En cierto sentido, los consejos
de fábrica son
la realización del frente único de la clase obrera.
Ampliarán y profundizarán
esta función con el ascenso de la ola revolucionaria. Su papel
crecerá, como lo
harán sus incursiones en la vida de la fábrica, de la
ciudad, de las ramas de
la industria, de las regiones y, finalmente, de todo el Estado. Los
congresos
provinciales, regionales y nacionales de los consejos de fábrica
pueden servir
como base para los órganos que desempeñarán de
hecho el papel de los soviets,
esto es, para los órganos de doble poder. Arrastrar a los
trabajadores
socialdemócratas a este régimen por medio de los consejos
de fábrica será mucho
más fácil que llamar a los obreros directamente a
construir los soviets un día
determinado y a una hora dada.
El cuerpo central de los consejos de
fábrica de una
ciudad puede cumplir ampliamente el papel del soviet de la ciudad. Esto
pudo
observarse en Alemania en 1923. Extendiendo sus funciones, abordando
por sí
mismos tareas cada vez más audaces y creando sus propios
órganos federales, los
consejos de fábrica pueden convertirse en soviets, uniendo
estrechamente a los
trabajadores socialdemócratas y comunistas; y pueden servir como
base
organizativa de la insurrección. Después de la victoria
del proletariado, estos
consejos de fábrica/soviets tendrán naturalmente que
separarse en consejos de
fábrica propiamente dichos y soviets, éstos como
órganos de la dictadura del
proletariado.
Con todo esto no queremos decir que la
creación de
soviets antes del levantamiento proletario en Alemania esté
completamente
excluida de antemano. No es posible prever todas las variantes
concebibles del
desarrollo. Si la desmembración del estado burgués
viniese mucho antes de la
revolución proletaria, si el fascismo llegase a ser aplastado y
hecho añicos o
se quemase antes del alzamiento del proletariado, entonces se
podrían crear las
condiciones para la construcción de los soviets como
órganos de la lucha por el
poder. Desde luego, en ese caso los comunistas tendrían que
percibir la
situación a tiempo y lanzar la consigna de los soviets.
Ésta sería la situación
más favorable que se pueda imaginar para la insurrección
proletaria. Si cobra
cuerpo, tiene que ser utilizada hasta el final. Pero contar con ella
por
adelantado es casi imposible. Mientras los comunistas tengan que
entendérselas
con un Estado burgués todavía lo bastante fuerte, con el
ejército de reserva
del fascismo a sus espaldas, el camino que pasa por los consejos de
fábrica, en
vez de por los soviets, se presentará como mucho más
probable.
Los epígonos han adoptado de una forma
puramente
mecánica la noción de que el control obrero de la
producción, así como los
soviets, solamente puede ser realizado en condiciones revolucionarias.
Si los
stalinistas intentasen plasmar sus prejuicios en un sistema definido,
argumentarían probablemente así: el control obrero, como
forma de poder
económico dual, es inconcebible sin el poder político
dual en el país, que a su
vez es inconcebible sin la oposición de los soviets al poder de
la burguesía:
en consecuencia -se sentirán inclinados a concluir los
stalinistas- avanzar la
consigna del control obrero de la producción es admisible solo simultáneamente
con la consigna de los soviets.
De todo lo que se ha dicho arriba se desprende
claramente cuán falsa, esquemática y falta de vida es
semejante construcción. En
la práctica, se ha transformado en el ultimátum
único que le partido plantea a
los trabajadores: yo, el partido, os permitiré luchar por el
control obrero
sólo en el caso de que estéis de acuerdo en construir
simultáneamente los
soviets. Pero esto es precisamente lo que está en
cuestión: que estos dos
procesos no tienen necesariamente que desarrollarse paralela y
simultáneamente.
Bajo la influencia de la crisis, el desempleo y las manipulaciones
rapaces de
los capitalistas, la clase obrera puede llegar a estar preparada en su
mayoría
para luchar por la abolición del secreto comercial y por el
control sobre la
banca, el comercio y la producción antes de haber llegado a
entender la
necesidad de la conquista revolucionaria del poder.
Después de tomar el camino del control de
la
producción, el proletariado presionará inevitablemente en
el sentido de la toma
del poder y de los medios de producción. Los problemas de
crédito, materiales
de guerra, mercados, extenderán inmediatamente el control
más allá de lo
límites de las empresas individuales. En un país tan
altamente industrializado
como Alemania, los problemas de las exportaciones importantes
deberían elevar
directamente el control obrero a los órganos oficiales del
estado burgués. Las
contradicciones del régimen de control obrero, irreconciliables
en su esencia,
se verán inevitablemente agudizadas en la medida en que se
amplíen su esfera y
sus tareas, y se volverán pronto intolerables. Se puede
encontrar una salida a
estas contradicciones o bien en la toma del poder por el proletariado
(Rusia) o
bien en la contrarrevolución fascista, que establece la
dictadura abierta del
capital (Italia). Es precisamente en Alemania, con su poderosa
socialdemocracia, donde la lucha por el control obrero de la
producción será
con toda probabilidad la primera etapa del frente único
revolucionario de los
trabajadores, que precede a su lucha abierta por el poder.
¿Es posible avanzar precisamente ahora,
de todos
modos , la consigna del control obrero? ¿Ha madurado la
situación
revolucionaria lo bastante para ello? La pregunta es difícil de
contestar desde
la barrera. No existe ningún termómetro que permita
determinar de forma
inmediata y precisa, la temperatura de la situación
revolucionaria. Es
obligatorio determinarla en la acción, en la lucha, con la ayuda
de los más
variados instrumentos de medida. Uno de estos instrumentos,
quizás uno de los
más importantes en las condiciones existente, es precisamente la
consigna del
control obrero de la producción.
La significación de esta consigna se basa
principalmente en el hecho de que sobre su base puede ser preparado el
frente
único de los trabajadores comunistas con los
socialdemócratas, los sin partido
y los cristianos. La actitud de los obreros socialdemócratas es
decisiva. El
frente único revolucionario de los comunistas y los
socialdemócratas, esa es la
condición política fundamental que falta en Alemania para
una situación
directamente revolucionaria. La presencia de un fascismo fuerte es sin
duda un
obstáculo serio en el camino hacia la victoria. Pero el fascismo
solamente
puede conservar su capacidad de atracción gracias a que el
proletariado está
dividido y es débil, y porque le falta la posibilidad de
conducir al pueblo
alemán por el camino de la revolución victoriosa. El
frente único
revolucionario de la clase obrera significa ya, en sí mismo, un
golpe político
fatal para el fascismo.
Por esta razón, dicho sea de paso, la
política de
la dirección del partido comunista alemán sobre la
cuestión del referéndum
tiene un carácter especialmente criminal. A su peor enemigo no
se le habría
ocurrido una forma más segura de incitar a los obreros
socialdemócratas contra
el partido comunista y detener el desarrollo de la política de
frente único
revolucionario.
Este error debe ser corregido ahora. La consigna
del control obrero puede ser extraordinariamente útil en este
aspecto. De todos
modos, debe ser abordada correctamente. Avanzada sin la
preparación necesaria,
como una orden burocrática, la consigna del control obrero puede
no solamente
mostrarse como un disparo de fogueo sino que, más aún,
puede comprometer al
partido a los ojos de las masas obreras socavando la confianza en
él, incluso
entre los trabajadores que hoy le votan. Antes de lanzar oficialmente
esta
consigna fundamental, se debe medir bien la situación y
prepararle el camino.
Debemos empezar desde abajo, desde la
fábrica,
desde el taller. Los problemas del control obrero deben ser puestos a
prueba y
adaptados al funcionamiento de ciertas empresas industriales, bancarias
y
comerciales típicas. Debemos tomar como punto de partida casos
especialmente
claros de especulación, lock-out encubierto, ocultación
pérfida de beneficios
destinada a reducir los salarios o exageración mendaz de los
costes de
producción con el mismo propósito, etc. En una empresa
que haya caído víctima
de tales maquinaciones, debe ser a través de los trabajadores
comunistas como
se sienta el estado de ánimo del resto de las masas obreras,
sobre todo de los
obreros socialdemócratas: en qué medida estarían
dispuestos a responder a la
exigencia de abolir el secreto comercial y establecer el control obrero
de la
producción. Utilizando la ocasión proporcionada por casos
individuales
particularmente claros, debemos comenzar estableciendo directamente el
problema
y continuar con una propaganda persistente, y medir de este modo la
fuerza de
resistencia del conservadurismo socialdemócrata. Ésta
sería una de las mejores
formas de establecer en qué medida ha madurado la
situación revolucionaria.
El tanteo preliminar del terreno supone una
elaboración simultánea, teórica y
propagandística, de la cuestión del partido,
una instrucción seria y objetiva de los trabajadores avanzados,
en primer lugar
de los miembros del consejo de fábrica, de los obreros
sindicalistas
prominentes, etc. Solamente el desarrollo de este trabajo preparatorio,
esto
es, el grado en que tenga éxito, puede sugerir en qué
momento puede pasar el
partido de la propaganda a la agitación abierta y a la
acción práctica directa
bajo la consigna del control obrero.
La política de la Oposición de
Izquierda sobre este
problema se desprende con suficiente claridad de lo que se ha
planteado, al
menos en sus rasgos esenciales. En el primer período, es
cuestión de propaganda
sobre el modo correcto en los principios de plantear la cuestión
y, al mismo
tiempo, de estudio de las condiciones concretas de la lucha por el
control
obrero. La oposición, en pequeña escala y al modesto
nivel que corresponde a
sus fuerzas, debe abordar el trabajo preparatorio que fue caracterizado
antes
como la próxima tarea del partido. Sobre la base de esta tarea,
la oposición
debe buscar el contacto con los comunistas que están trabajando
en los consejos
de fábrica y en los sindicatos, explicarles nuestra
caracterización de la
situación en su conjunto y aprender de ellos cómo debe
ser adaptada nuestra correcta
visión del desarrollo de la revolución a las condiciones
concretas de la
fábrica y el taller.
Postscriptum
P.S.: Quería terminar con esto,
pero se me ocurre
que los stalinistas podrían presentar la siguiente
objeción: vosotros estáis
dispuestos s “minimizar” la consigna de los soviets para Alemania, pero
nos
criticasteis duramente y nos estigmatizasteis porque en otro tiempo nos
negamos
a lanzar la consigna de los soviets en China. En realidad, semejante
“objeción”
pertenece a la más baja sofística, basada en el mismo
fetichismo organizativo,
es decir, en la identificación de la esencia de clase con la
forma
organizativa. Si los stalinistas hubiesen declarado entonces que
había razones
en China que dificultaban la aplicación de la forma
soviética, si hubiesen
recomendado otra forma organizativa del frente único
revolucionario de las
masas, habríamos prestado, naturalmente, la mayor
atención a esa propuesta. Pero
se nos recomendaba sustituir los soviets por el Kuomintang, esto es,
por el
encadenamiento de los obreros a los capitalistas. La polémica
era sobre el
contenido de clase de una organización, y en absoluto sobre su
“técnica”
organizativa. Pero debemos añadir a esto que, precisamente en
China, no había
obstáculos subjetivos en absoluto para la construcción de
soviets, si es que
tomamos en consideración la conciencia de las masas y no la de
los aliados de
Stalin por aquel entonces, Chiang Kai-chek y Wang Tin-wei. Los
trabajadores
chinos no tienen tradiciones socialdemócratas y conservadoras.
El entusiasmo
por la Unión Soviética era realmente universal. Incluso
en la actualidad, el
movimiento campesino en China se esfuerza por adoptar formas
soviéticas. Todavía
más general era el esfuerzo de las masas en favor de los soviets
en los años
1925-27.
|