León
Trotsky
Estalinismo y bolchevismo
Sobre la cuestión de las
raíces teóricas
e históricas de la IV Internacional
(agosto de 1937)
Las épocas
reaccionarias como la que estamos viviendo no sólo desintegran y
debilitan a la
clase obrera y su vanguardia, sino que también rebajan el nivel
ideológico
general del movimiento y retrotraen el pensamiento político a
etapas ya
ampliamente superadas. En estas circunstancias, la tarea más
importante de la
vanguardia es no dejarse arrastrar por el flujo regresivo, sino nadar
contra la
corriente. Si la relación de fuerzas desfavorable le impide
mantener las
posiciones conquistadas, por lo menos debe aferrarse a sus posiciones
ideológicas, porque éstas expresan las costosas
experiencias del pasado. Los
imbéciles calificarán esta política de “sectaria”.
En realidad, es la única
manera de preparar un nuevo y enorme avance cuando se produzca el
siguiente
ascenso de la marea histórica.
La reacción contra el bolchevismo y el marxismo
Las grandes
derrotas políticas provocan inevitablemente una
reconsideración de los valores,
que generalmente procede de dos direcciones. Por un lado, la verdadera
vanguardia, enriquecida por la experiencia de la derrota, defiende la
herencia
del pensamiento revolucionario con uñas y dientes y, sobre esta
base, trata de
educar a los nuevos cuadros para las próximas luchas de masas.
En cambio, los
rutinarios, los centristas y los diletantes hacen todo lo posible por
destruir
la autoridad de la tradición revolucionaria y por volver en
busca de un “Nuevo
Verbo”.
Podríamos
señalar una gran cantidad de ejemplos de reacción
ideológica la mayoría de los
cuales toman la forma de la postración. Toda la literatura de
las
internacionales Segunda y Tercera y de sus satélites del
Buró de Londres,
consiste esencialmente en tales ejemplos. Ni sombra de análisis
marxista.
Ningún intento serio por explicar las causas de la derrota. Ni
una palabra
nueva acerca del futuro. Nada más que lugares comunes,
conformismo, mentira y,
por encima de todo, preocupación por la supervivencia de la
burocracia. Basta
olfatear diez líneas de Hilferding o de Otto Bauer para sentir
el hedor de
podredumbre1 .
En cuanto a los teóricos de la Comintern, ni siquiera vale la
pena
mencionarlos. El célebre Dimitrov es tan ignorante y trivial
como un tendero
con un jarro de cerveza. Los intelectos de esta gente son demasiado
holgazanes
como para renunciar al marxismo: lo prostituyen. Pero éstos no
son los que nos
interesan aquí. Vayamos a los “innovadores”.
El ex
comunista austríaco Willi Schlamm ha publicado un folleto sobre
los procesos de
Moscú, bajo el título sugestivo de “La dictadura de la
mentira”2 .
Schlamm
es un periodista de talento, que se ocupa principalmente de los
acontecimientos
políticos del momento. Su crítica de los fraudes
judiciales de Moscú, así como
su denuncia del mecanismo psicológico de las “confesiones
voluntarias” son
excelentes. Sin embargo, no se limita a esto: quiere crear una nueva
teoría del
socialismo que nos inmunice contra nuevas derrotas y fraudes en el
futuro. Pero
dado que Schlamm no es un teórico y, aparentemente, no conoce
bien la historia
del socialismo, retorna por completo al socialismo premarxista,
principalmente
a su variante alemana, la más atrasada, sentimental y sensiblera
de todas. Schlamm
renuncia a la dialéctica y a la lucha de clases, por no hablar
de la dictadura
del proletariado. Para él, la cuestión de la
transformación de la sociedad se
reduce a la realización de ciertas verdades morales “eternas”,
con las cuales
quisiera imbuir a la humanidad, inclusive bajo el capitalismo.
El intento de
Willi Schlamm de salvar al socialismo mediante el trasplante de una
glándula
moral fue recibido con alborozo y orgullo en la revista Novaia
Rossiia (vieja
revista provinciana rusa que ahora se publica en París) de
Kerenski: como era
de esperar, la jefatura de redacción proclama que Schlamm ha
llegado a los
principios del auténtico socialismo ruso, el cual mucho tiempo
atrás contrapuso
los sacros preceptos de fe, esperanza y caridad a la austeridad y rigor
de la
lucha de clases. La “nueva” doctrina de los socialrrevolucionarios
rusos es, en
sus premisas “teóricas”, un simple retorno al socialismo
alemán anterior a
marzo... ¡de 1848!3 Sin embargo, sería
injusto exigirle a Kerenski un conocimiento de la historia de las ideas
más
profundo que el de Schlamm. Es mucho más importante
señalar que este mismo
Kerenski que se solidariza con Schlamm, cuando encabezó el
gobierno acuso a los
bolcheviques de agentes del estado mayor alemán y los
persiguió. Vale decir que
organizó los mismos fraudes judiciales contra los cuales Schlamm
moviliza sus
apolillados absolutos metafísicos.
No resulta
difícil desentrañar el mecanismo psicológico de la
reacción ideológica
representada por Schlamm y otros de su especie. Es gente que
participó durante
un tiempo en un movimiento político que juraba fidelidad a la
lucha de clases y
apelaba, si no en los hechos al menos en las palabras, al materialismo
histórico. Tanto en Austria como en Alemania el asunto
culminó en una
catástrofe. Schlamm saca una conclusión global: ¡he
aquí el resultado de la
dialéctica y de la lucha de clases! Y dado que la
elección de revelaciones está
restringida por la experiencia histórica y... por el
conocimiento personal,
nuestro reformador y buscador del Verbo se encuentra con un hato de
ropa vieja
y la opone valientemente al bolchevismo y al marxismo en su conjunto.
A primera
vista, se diría que la reacción ideológica
variante Schlamm es demasiado burda
(de Marx a... ¡Kerenski!.) como para detenerse en ella. En
realidad, es muy
aleccionadora: por su primitivismo, representa el común
denominador de la
reacción en todas sus formas, principalmente de aquellas
expresadas en la
condena total al bolchevismo.
¿“De vuelta al marxismo”?
El marxismo
encontró su expresión histórica más elevada
en el bolchevismo. Bajo la bandera
bolchevique se realizó la primera victoria del proletariado y se
instauró el
primer estado obrero. Pero, dado que en la etapa actual la
Revolución de
Octubre condujo al triunfo de la burocracia con su sistema de
represión,
pillaje y fraude - a la dictadura de la mentira, en la expresión
feliz de
Schlamm - muchas mentes formales y simplistas llegan a la misma
conclusión
sumaria: no se puede luchar contra el estalinismo sin renunciar al
bolchevismo.
Como hemos visto, Schlamm va todavía mas lejos: el bolchevismo,
que degeneró en
estalinismo, surgió del marxismo: por consiguiente, no se puede
combatir al
estalinismo sobre las bases sentadas por el marxismo. Otros individuos,
menos
consecuentes pero más numerosos, dicen lo contrario: “Debemos
volver del
bolchevismo al marxismo.” ¿Cómo? ¿A cual marxismo?
Antes de caer en “bancarrota”
bajo la forma del bolchevismo, el marxismo ya había degenerado
en
socialdemocracia. ¿Significa, entonces, que “de vuelta al
marxismo” es un salto
por encima de las internacionales Segunda y Tercera... a la Primera
Internacional? Pero también ésta se derrumbó en su
momento. Por lo tanto, en
última instancia, se trata de volver... a las obras completas de
Marx y Engels.
Cualquiera puede realizar este salto mortal sin abandonar su gabinete,
sin
siquiera quitarse las pantuflas. Pero, ¿cómo hemos de
pasar de nuestros
clásicos (Marx murió en 1883, Engels en 1895) a las
tareas de nuestro tiempo,
salteando varias décadas de luchas teóricas y
políticas, incluido el
bolchevismo y la Revolución de Octubre? Ninguno de los que
propone renunciar al
bolchevismo como tendencia histórica “en bancarrota” ha
señalado otro camino. Por
consiguiente, el problema se reduce a estudiar El capital. Por
nuestra
parte no hay objeción. Pero también los bolcheviques
estudiaron El capital, y
no con los ojos cerrados. Lo cual no impidió la
degeneración del estado
soviético y la realización de los procesos de
Moscú. Entonces, ¿qué hacer?
¿Es el bolchevismo el responsable del
estalinismo?
¿Es cierto
que el estalinismo es un producto legítimo del bolchevismo, como
sostienen
todos los reaccionarios, como jura el mismo Stalin, como creen los
mencheviques, anarquistas y ciertos doctrinarios de izquierda que se
consideran
marxistas? “Siempre lo hemos predicho - afirman. Al prohibir a los
demás
partidos socialistas, reprimir a los anarquistas e imponer la dictadura
bolchevique en los soviets, la Revolución de Octubre sólo
podía culminar en la
dictadura de la burocracia. Stalin es la continuación y, a la
vez, la
bancarrota del leninismo”.
La falla en
este razonamiento radica en la tácita identificación del
bolchevismo, la
Revolución de Octubre y la Unión Soviética. Se
remplaza al proceso histórico
del choque de fuerzas hostiles por la evolución del bolchevismo
en el vacío. Sin
embargo, el bolchevismo es sólo una tendencia política,
estrechamente fusionada
con la clase obrera, mas no idéntica a la misma. Y en la
Unión Soviética,
aparte de la clase obrera, existen cien millones de campesinos, varias
nacionalidades y una herencia de opresión, miseria e ignorancia.
El estado
construido por los bolcheviques refleja no sólo el pensamiento y
la voluntad
del bolchevismo, sino también el nivel cultural del país,
la composición social
de la población, la presión de un pasado bárbaro y
un imperialismo mundial no
menos bárbaro. Presentar el proceso de degeneración del
estado soviético como
la evolución de un bolchevismo puro, es ignorar la realidad
social en nombre de
uno solo de sus elementos, aislado mediante un acto de lógica
pura. Basta
llamar a este error elemental por su verdadero nombre, para destruirlo
sin
dejar vestigios.
Sea como
fuere, el bolchevismo jamás se identificó con la
Revolución de Octubre, ni con
el estado surgido de ésta. El bolchevismo siempre se
consideró un factor de la
historia, el factor “consciente”, importante pero de ninguna manera el
decisivo. Jamás caímos en el pecado del subjetivismo
histórico. Para nosotros,
el factor decisivo - sobre la base de las fuerzas productivas
existentes- era
la lucha de clases, no a escala nacional, sino internacional.
Al hacer
concesiones a la propiedad privada campesina, establecer reglas
estrictas para
el ingreso y pertenencia al partido, purgar al partido de elementos
extraños,
prohibir otros partidos, introducir la NEP, entregar la
concesión de empresas a
sectores privados, concertar acuerdos diplomáticos con los
gobiernos
imperialistas, los bolcheviques sacaban conclusiones parciales de un
hecho que,
en el terreno teórico, les resultaba claro desde el comienzo:
que la conquista
del poder, por importante que sea, de ninguna manera trasforma al
partido en
soberano del proceso histórico. El partido que se apodera del
estado puede, por
cierto, ejercer su influencia sobre el desarrollo de la sociedad con un
poder
que antes le resultaba inaccesible; pero, a cambio de ello, se
decuplica la
influencia que los demás elementos de la sociedad ejercen sobre
él. Un ataque
directo de las fuerzas hostiles puede arrojarlo del poder. Si el ritmo
del
proceso es más lento, puede degenerar internamente sin perder el
poder. Esta es
precisamente la dialéctica del proceso histórico que se
les escapa a los
lógicos sectarios para los cuales la decadencia del estalinismo
constituye un
argumento aniquilante contra el bolchevismo.
En esencia,
lo que dicen estos caballeros es: el partido que no contiene en
sí mismo la
garantía contra su propia degeneración es malo. Con ese
criterio, el
bolchevismo está condenado, pues no tiene talismanes. Pero el
criterio es
erróneo. El pensamiento científico exige un
análisis concreto: ¿cómo y por qué
se degeneró el partido? Hasta el momento, sólo los
bolcheviques han hecho ese
análisis. Y no les resultó necesario romper con el
bolchevismo: su arsenal les
proveyó de todas las herramientas necesarias para aclarar su
suerte. Llegaron a
la siguiente conclusión: es cierto que el estalinismo “devino”
del bolchevismo,
pero no de manera mecánica, sino dialéctica; no como
afirmación revolucionaria,
sino como negación termidoreana. No es lo mismo.
El pronóstico fundamental del bolchevismo
Sin
embargo, los bolcheviques no tuvieron que esperar a que se produjeran
los
procesos de Moscú para explicar las razones de la
desintegración del partido
gobernante de la URSS. Hace mucho tiempo ya que previeron y
describieron la
posibilidad teórica de ese proceso. Recordemos ese
pronóstico que los
bolcheviques formularon no sólo en vísperas, sino
también muchos años antes de
la Revolución de Octubre. Es posible que, en virtud de una
determinada
alineación de fuerzas nacionales e internacionales, el
proletariado conquista
el poder por primera vez en un país atrasado como es Rusia. Pero
la misma
alineación de fuerzas demuestra de antemano que, sin una
victoria mas o
menos rápida del proletariado en los países adelantados, el
gobierno obrero
ruso no sobrevivirá. El régimen soviético
abandonado a su propia suerte
degenerará o caerá. Más precisamente,
degenerará y luego caerá. Yo mismo lo he
escrito más de una vez, a partir de 1905. En mi Historia de la
revolución
rusa (véase el apéndice del último tomo: “El
socialismo en un solo país”)
están las declaraciones formuladas por los dirigentes
bolcheviques entre 1917 y
1923. Todas llevan a la misma conclusión: sin revolución
en occidente el
bolchevismo será liquidado por la contrarrevolución
interna, la intervención
extranjera, o una combinación de ambas. Lenin subrayó una
y otra vez que la
burocratización del estado soviético no era un problema
teórico u organizativo,
sino el comienzo potencial de la degeneración del estado obrero.
En el
undécimo congreso del partido (marzo de 1922) Lenin habló
del apoyo que ciertos
políticos burgueses, como el profesor liberal Ustrialov,
ofrecían a la Rusia
soviética bajo la NEP. “Estoy a favor de apoyar al gobierno
Soviético dice Ustrialov, a pesar
de haber sido un
demócrata constitucional, burgués y partidario de la
intervención.4 Estoy a favor de apoyar al gobierno
soviético
porque ha tomado un rumbo que lo conducirá al estado
burgués común”. Lenin prefiere
la cínica voz del enemigo a las “sentimentales mentiras
comunistas”. Sobria,
ásperamente, advierte al partido del peligro: “Debemos decir
francamente que
las cosas que dice Ustrialov son posibles. La historia conoce todo tipo
de
metamorfosis. Confiar en la firmeza de las convicciones, en la lealtad
y en
otras magníficas cualidades morales es todo menos una actitud
seria en
política. Algunos pocos poseerán cualidades morales
magníficas, pero los
problemas históricos son resueltos por las grandes masas, las
cuales tratan a
los pocos sin miramientos si éstos no les gustan”. En fin, el
partido no es el
único factor del proceso y, a escala histórica más
amplia, ni siquiera es el
factor decisivo.
“Una nación
conquista a la otra prosigue Lenin en el mismo congreso, el
último al que
asistió. Esto es sencillo, cualquiera lo puede entender. Pero,
¿qué sucede con
la cultura de ambas naciones? Esto no es tan sencillo. Si la
nación
conquistadora es más culta que la vencida, aquélla le
impone su cultura a ésta;
si sucede lo contrario, los conquistados le imponen su cultura al
conquistador.
¿No ha ocurrido algo parecido en la capital (de la
República Rusa)? ¿No ha
sucedido que 4.700 comunistas (casi una división del
ejército, y todos de lo
mejor) se encuentran bajo la influencia de una cultura ajena?” (p. 288)
Esto se dijo
a principios de 1922, y no por Primera vez. La historia no la hacen los
pocos,
ni siquiera “los mejores”. Más aún: los “mejores” pueden
degenerar en el
espíritu de una cultura ajena, es decir, burguesa. Así
como el estado soviético
puede abandonar el socialismo, el Partido Bolchevique puede, en
condiciones
históricas desfavorables, perder su bolchevismo.
La Oposición
de Izquierda surgió definitivamente en 1923 a partir de una
comprensión clara
de este peligro. Al registrar los síntomas de
degeneración día a día, trató de
oponer la voluntad consciente de la vanguardia proletaria al termidor
creciente. Sin embargo, el factor subjetivo resultó
insuficiente. Las “grandes
masas” que, según Lenin, resuelven el resultado de la lucha, se
cansaron de las
privaciones internas y de aguardar a la revolución mundial. Su
estado de ánimo
decayó. La burocracia se impuso. Atemorizó a la
vanguardia proletaria, pisoteó
al marxismo, prostituyó al Partido Bolchevique. El estalinismo
triunfó. El
bolchevismo, bajo la forma de la Oposición de Izquierda,
rompió con la
burocracia soviética y su Comintern. Así fue el verdadero
proceso.
Es cierto
que, en sentido formal, el estalinismo surgió del bolchevismo.
Hasta el día de
hoy la burocracia de Moscú sigue autotitulándose Partido
Bolchevique. Utiliza
el viejo rótulo del bolchevismo para engañar mejor a las
masas. Tanto más
dignos de lástima son los teóricos que confunden el
cascarón con el meollo, la
apariencia con la realidad. Al identificar al estalinismo con el
bolchevismo,
le rinden el mejor de los servicios a los termidoreanos y, precisamente
por
eso, desempeñan un papel evidentemente reaccionario.
Eliminados
todos los demás partidos de la escena política, los
intereses y tendencias
políticas antagónicas de los diversos estratos de la
población deben
expresarse, en mayor o menor medida, en el partido gobernante.
En la
medida que el centro de gravedad político se ha desplazado de la
vanguardia
proletaria hacia la burocracia, se ha alterado tanto la estructura
social como
la ideología del partido. En quince años, el desarrollo
precipitado del proceso
le ha provocado una degeneración mucho más radical que la
sufrida por la
socialdemocracia en medio siglo. Después de la purga, la
demarcatoria entre el
estalinismo y el bolchevismo no es una línea sangrienta, sino
todo un torrente
de sangre. La aniquilación de toda la vieja generación
bolchevique, de un
sector importante de la generación intermedia, la que
participó en la guerra
civil, y del sector de la juventud que asumió seriamente las
tradiciones
bolcheviques, demuestra que entre el bolchevismo y el estalinismo
existe una
incompatibilidad que no sólo es política, sino
también directamente física. ¿Cómo
ignorarlo?
Estalinismo y
“socialismo de estado”
Por su parte,
los anarquistas quieren ver en el estalinismo un producto
orgánico no sólo del
bolchevismo y del marxismo, sino también del “socialismo de
estado” en general.
Están dispuestos a remplazar el concepto patriarcal de Bakunin
de la
“federación de comunas libres” por el concepto más
moderno de federación de
soviets libres.5 Pero, hoy como ayer, se oponen al poder
estatal centralizado. En los hechos, un sector del marxismo “estatal”
la
socialdemocracia, llegó al poder y se convirtió en agente
franco del
capitalismo. Del otro surgió una casta privilegiada. Es evidente
que la raíz
del mal es el estado.
Desde un
punto de vista histórico amplio, este razonamiento contiene una
pizca de
verdad. El estado, en tanto que aparato de coerción, es
indudablemente una
fuente de degeneración política y moral. La experiencia
demuestra que esto
también sucede en el caso del estado obrero. Puede decirse, por
lo tanto, que
el estalinismo es producto de una situación en la cual la
sociedad fue incapaz
de liberarse del chaleco de fuerza del estado. Pero esta
situación no hace a la
evaluación del marxismo y del bolchevismo: caracteriza tan
sólo al nivel
cultural general de la humanidad y, sobre todo,... a la relación
de fuerzas
entre el proletariado y la burguesía. Aun coincidiendo con los
anarquistas en
que el estado, incluyendo al estado obrero, es hijo de la barbarie de
clase y
que la verdadera historia de la humanidad comenzará con la
abolición del
estado, queda planteado, con todo vigor, el siguiente interrogante:
¿cuáles
serán las ‘vías y métodos que conducirán, por
último, a la abolición del
estado? La experiencia reciente nos demuestra que esos métodos
no serán los del
anarquismo, por cierto.
En el momento
critico, los dirigentes de la CNT, la única organización
anarquista importante
del mundo, entraron a un gabinete ministerial burgués.6 Para
justificar su traición a los principios
del anarquismo, invocaron la presión de las “circunstancias
excepcionales”. ¿Pero
acaso los dirigentes socialdemócratas alemanes no invocaron el
mismo pretexto
en su momento? Lógicamente, la guerra civil no es una
situación pacífica, ni
común, sino una “circunstancia excepcional”. Sin embargo, las
organizaciones revolucionarias
serias se preparan para actuar, precisamente, en ‘’circunstancias
excepcionales”. La experiencia de España demostró una vez
más que se puede
“negar” el estado en panfletos publicados en “circunstancias normales”
con el
permiso del estado burgués, pero que las circunstancias de la
revolución no
permiten “negar” el estado; por el contrario, exigen la conquista del
estado. No
tenemos la menor intención de condenar a los anarquistas por no
haber abolido
el estado de un plumazo. La conquista del poder (que los dirigentes
anarquistas
se mostraron incapaces de realizar, a pesar del heroísmo
desplegado por los
obreros anarquistas) de ninguna manera convierte al partido
revolucionario en
amo soberano de la sociedad. Pero sí condenamos severamente la
teoría
anarquista que, aunque aparentemente apta para épocas de paz,
debió ser
abandonada rápidamente cuando aparecieron las “circunstancias
excepcionales”
de... la revolución. Existían en los viejos tiempos
ciertos generales -
probablemente todavía existen- que decían que no hay cosa
más dañina para un
ejército que la guerra. A esa misma categoría pertenecen
los revolucionarios
cuya doctrina es destruida por la revolución.
Los marxistas
coinciden plenamente con los anarquistas en cuanto al objetivo final:
la abolición
del estado. Los marxistas son “estatistas” tan sólo en la medida
en que resulta
imposible abolir el estado ignorándolo. La experiencia del
estalinismo no
refuta las lecciones del marxismo: las confirma por inversión.
Evidentemente,
la doctrina revolucionaria que enseña al proletariado a
encontrar la
orientación justa y a aprovechar activamente cada
situación, no contiene una
garantía automática de victoria. Pero sólo se
puede alcanzar la victoria
mediante la aplicación de esa doctrina. Por otra parte, no se
debe visualizar a
la victoria como un hecho único. Debe proyectársela sobre
la perspectiva de la
época histórica. El primer estado obrero - montado sobre
bases económicas
inferiores a las del imperialismo y rodeado por éste- se
trasformó en la gendarmería
del estalinismo. Pero el bolchevismo auténtico lanzó una
lucha de vida o muerte
contra esa gendarmería. Ahora el estalinismo, para mantenerse en
el poder, se
ve obligado a librar una guerra civil franca contra el
bolchevismo, bajo
el rótulo de “trotskismo”, no sólo en la URSS, sino
también en España. El viejo
Partido Bolchevique ha muerto, pero el bolchevismo levanta cabeza en
todas
partes.
Deducir al
estalinismo del bolchevismo o del marxismo equivale, en un sentido
más amplio,
a deducir la contrarrevolución de la revolución. Esta
perogrullada ha sido una
característica permanente del pensamiento liberal-conservador y
luego del
reformista. Debido a la estructura de clases de la sociedad, las
revoluciones
siempre engendran contrarrevoluciones. ¿No significa esto -dice
el lógico- que
el método revolucionario tiene una falla intrínseca? A
pesar de ello, hasta el
momento ni los liberales, ni los reformistas han podido hallar un
método más
económico. Pero si no es fácil racionalizar el proceso
histórico viviente, no
resulta en absoluto difícil encontrar una interpretación
racional de sus
sucesivas oleadas y deducir, por pura lógica, al estalinismo del
“socialismo de
estado”, el fascismo del marxismo, la reacción de la
revolución, en fin, la
antítesis de la tesis. En este terreno, como en muchos otros, el
pensamiento
anarquista cae en el racionalismo liberal. No puede haber pensamiento
revolucionario auténtico sin dialéctica.
Los “pecados” políticos del bolchevismo como el origen del estalinismo
En ciertas
ocasiones, los argumentos de los racionalistas asumen, al menos en su
forma
externa, un carácter más concreto. No deducen al
estalinismo del bolchevismo en
su totalidad, sino de sus pecados políticos.7 Los
bolcheviques -según Gorter, Pannekoek,
ciertos “espartaquistas” alemanes y otros sujetos8 remplazaron
la dictadura del proletariado por
la dictadura del partido; Stalin remplazó la dictadura del
partido por la
dictadura de su burocracia. Los bolcheviques destruyeron todos los
partidos
menos el propio; Stalin estranguló al Partido Bolchevique en el
altar de su
camarilla bonapartista. Los bolcheviques concertaron acuerdos con la
burguesía;
Stalin se convirtió en aliado y puntal de la burguesía.
Los bolcheviques
sostenían la necesidad de participar en los viejos sindicatos y
en el
parlamento burgués; Stalin buscó y consiguió la
amistad de la burocracia
sindical y de la democracia burguesa. Se pueden hacer comparaciones
semejantes
a voluntad. Con toda su aparente contundencia, su valor es nulo.
El
proletariado sólo puede conquistar el poder por intermedio de su
vanguardia. La
necesidad del poder estatal es, de por sí, un producto del
insuficiente nivel
cultural y de la heterogeneidad de las masas. La vanguardia
revolucionaria,
organizada en partido, cristaliza las aspiraciones de libertad de las
masas. Si
la clase no confía en la vanguardia, si la clase no apoya a la
vanguardia, ni
siquiera puede hablarse de conquista del poder. En este sentido, la
revolución
y la dictadura proletarias son obra de la clase en su conjunto, pero
sólo bajo
la dirección de la vanguardia. Los soviets son sólo la
forma organizada del
vínculo entre la vanguardia y la clase. Sólo el partido
puede darle a esta
forma un contenido revolucionario, tal como lo demuestran la
experiencia
positiva de la Revolución de Octubre y la experiencia negativa
de otros países
(Alemania, Austria, ahora España). Nadie ha demostrado en la
práctica, ni
tratado de explicar en forma articulada sobre el papel, cómo el
proletariado
puede conquistar el poder sin la dirección política de un
partido que sabe lo
que quiere. La subordinación política de los soviets a
los dirigentes del
partido, a través del partido, no abolió el sistema
soviético, de la misma
manera que la mayoría conservadora no ha abolido el sistema
parlamentario
británico.
En cuanto a
la prohibición de los demás partidos
soviéticos, ésta no es producto de
una “teoría” bolchevique, sino una medida de defensa de la
dictadura en un país
atrasado y devastado, rodeado de enemigos. Los bolcheviques
comprendieron
claramente, desde el principio, que esta medida, complementada
posteriormente
con la prohibición de fracciones en el propio partido
gobernante, señalaba un
peligro enorme. Sin embargo, el peligro no radicaba en la doctrina, ni
en la
táctica, sino en la debilidad material de la dictadura y en las
dificultades
internas e internacionales. Si la revolución hubiera triunfado
tan sólo en
Alemania, hubiera desaparecido por completo la necesidad de prohibir
los
partidos soviéticos. Es absolutamente indiscutible que la
dominación del
partido único Sirvió como punto de partida
jurídico para el sistema totalitario
estalinista. Pero la causa de este proceso no está en el
bolchevismo, ni en la
prohibición de los demás partidos como medida transitoria
de guerra, sino en
las derrotas del proletariado en Europa y Asia.
Lo mismo
puede decirse de la lucha contra el anarquismo. Durante el
período heroico de
la revolución los bolcheviques pelearon hombro a hombro con los
anarquistas
auténticamente revolucionarios. Muchos pasaron a las filas del
partido. Más de
una vez, Lenin y el autor de estas líneas discutieron la
posibilidad de
conceder a los anarquistas determinados territorios donde, con el
consentimiento de la población local, pudieran realizar la
experiencia de
abolir el estado. Pero la guerra civil, el bloqueo y la hambruna no
permitieron
dar cabida a tales planes. ¿La insurrección de Kronstadt?
Pero, naturalmente,
el gobierno revolucionario no podía “regalar” la fortaleza que
defendía la
capital a los marineros insurrectos, simplemente porque unos cuantos
anarquistas vacilantes se unieron a la rebelión reaccionaria de
los soldados y
campesinos. El análisis histórico concreto de los
acontecimientos reduce a
polvo todas las leyendas, basadas en la ignorancia y en el
sentimentalismo,
sobre Kronstadt, Majno y otros episodios de la revolución.
Sólo resta el
hecho de que, desde el comienzo, los bolcheviques aplicaron no
sólo la
convicción, sino también la compulsión,
frecuentemente de la manera más brutal.
También es indudable que la burocracia que surgió de la
revolución
posteriormente monopolizó el sistema coercitivo para sus propios
fines. Cada
etapa de un proceso, inclusive cuando se trata esenciales de la casta
de
usurpadores son hostiles a cualquier teoría: no puede rendir
cuentas de su
papel de cambios tan catastróficos como la revolución y
la contrarrevolución,
parte del estado anterior, está enraizada en él y
conserva algunos de sus rasgos.
Los liberales, inclusive los Webb, han dicho siempre que la dictadura
bolchevique es una nueva versión del zarismo.9 Cierran
los ojos ante “detalles” tales como la
abolición de la monarquía y de la nobleza, la entrega de
la tierra a los
campesinos, la expropiación del capital, la introducción
de la economía
planificada, la educación atea, etcétera. Asimismo, el
pensamiento
liberal-anarquista olvida que la revolución bolchevique, con
toda su coerción,
significó un trastocamiento de todas las relaciones sociales en
bien de las
masas, mientras que el trastocamiento estalinista termidoreano
acompaña a la
transformación de la sociedad soviética en bien de los
intereses de una minoría
privilegiada. Evidentemente, el pensamiento que identifica al
estalinismo con
el bolchevismo no contiene un grano de criterio socialista.
Problemas de teoría
Uno de los
rasgos más sobresalientes del bolchevismo ha sido su actitud
severa, exigente,
inclusive irascible con respecto a las cuestiones teóricas. Los
27 volúmenes de
las obras de Lenin permanecerán para siempre como un ejemplo de
la más elevada
seriedad teórica.10 Sin esta cualidad fundamental, el bolchevismo
jamás hubiera podido realizar su misión histórica.
En esta esfera, el
estalinismo, grosero, ignorante y totalmente empírico, se
encuentra en el polo
opuesto.
Hace ya más
de diez años, la Oposición declaró en su programa:
“Desde la muerte de Lenin se
ha creado toda una serie de teorías nuevas, cuya única
finalidad es justificar
el alejamiento de los estalinistas de la senda de la revolución
proletaria
internacional.11 Hace pocos días, el autor norteamericano
Liston. M. Oak, quien participó en la revolución
española, escribió lo
siguiente: “Hoy en día los estalinistas son los mayores
revisionistas de Marx y
Lenín: Bernstein no se atrevió a recorrer ni la mitad del
camino que ha
recorrido Stalin en la revisión de Marx.”12 Es
totalmente cierto. Sólo falta agregar que
Bernstein debía satisfacer ciertas necesidades teóricas:
trató conscientemente
de establecer la relación entre la práctica reformista y
el programa de la
socialdemocracia. La burocracia estalinista, en cambio, es ajena no
sólo al
marxismo, sino también a cualquier doctrina o sistema. Su
“ideología” está
imbuida de subjetivismo policíaco; su práctica es la
empiria de la violencia
desnuda. Por la naturaleza misma de sus intereses esenciales, esta
casta de los
usurpadores es hostil a toda teoría: ella no puede rendir cuenta
de su rol
social ni a sí misma ni a nadie más. Stalin revisa a Marx
y a Lenin, pero no
con la pluma del teórico, sino con la bota de la GPU.
El problema moral
Los que más
se quejan de la “inmoralidad” de los bolcheviques son esas nulidades
jactanciosas a quienes el bolchevismo arrancó sus
máscaras baratas. Los
círculos pequeñoburgueses, intelectuales,
democráticos, “socialistas”,
literarios, parlamentarios y otros de la misma calaña, conservan
los valores
convencionales, o emplean un lenguaje convencional para ocultar su
falta de
valores. Esta vasta y abigarrada cooperativa de protección mutua
- “vivir y
dejar vivir” - no puede soportar el roce del escalpelo marxista en su
sensible
epidermis. Esos teóricos, escritores y moralistas que oscilan
entre los
distintos campos, pensaban y siguen pensando que los bolcheviques
exageran
arteramente las diferencias, que son incapaces de colaborar en forma
“leal” y
que, con sus “intrigas”, rompen la unidad del movimiento obrero. Por su
parte,
el centrista sensible y remilgado siempre ha creído que los
bolcheviques lo
“calumniaban”... simplemente porque desarrollaban los vagos
pensamientos del
centrista hasta el fin: él jamás pudo hacerlo. Pero es un
hecho que sólo la
invalorable cualidad de mantener una actitud intransigente hacia todo
lo que
sea sofisma y evasión le permite al partido revolucionario
educarse y no ser
sorprendido por “circunstancias excepcionales”.
En última
instancia, las cualidades morales de cualquier partido derivan de los
intereses
históricos que éste representa. Las cualidades morales
bolcheviques de
abnegación, desinterés, audacia y desprecio por todo
oropel y falsedad -¡las
más grandes cualidades del ser humano!- derivan de su
intransigencia
revolucionaria al servicio de los oprimidos. En este terreno, la
burocracia
estalinista imita los términos y gestos del bolchevismo. Pero la
“intransigencia” y la “inflexibilidad”, aplicadas por un aparato
policial al
servicio de una minoría privilegiada, se Convierten en fuente de
desmoralización y gangsterismo. Sólo podemos sentir
desprecio por esos
caballeros que identifican el heroísmo revolucionario de los
bolcheviques con
el cinismo burocrático de los termidoreanos.
Hoy en día, a
pesar de los acontecimientos dramáticos del pasado reciente, el
filisteo común
quiere creer que el choque entre el bolchevismo (“trotskismo”) y el
estalinismo
es un mero choque de ambiciones personales o, en el mejor de los casos,
entre
dos “matices” del bolchevismo. Tenemos la expresión más
grosera de esta opinión
en Norman Thomas, dirigente del Partido Socialista Norteamericano:
“Existen
pocas razones para creer –escribe (American Socialist Review, septiembre
de 1937)– que si el ganador (!) hubiera sido Trotsky en lugar de
Stalin, se
hubieran terminado las intrigas, conjuras y el reino del terror en
Rusia.” El
hombre que esto escribe se considera... marxista. Aplicando el mismo
criterio,
podríamos decir: “Existen pocas razones para creer que si el
titular de la
Santa Sede no fuera Pío XI sino Norman I, la iglesia
católica se transformaría
en un bastión del socialismo.”
Thomas se
niega a comprender que no se trata de una pelea entre Stalin y Trotsky,
sino
del antagonismo entre la burocracia y el proletariado. Es cierto que la
burocracia gobernante se ve obligada inclusive hoy a adaptarse a la
herencia de
la revolución, aun no totalmente liquidada, a la vez que prepara
un cambio en
el régimen social a través de la guerra civil (“purga”
sangrienta: aniquilación
en masa de los descontentos). Pero en España la camarilla
estalinista ya actúa
abiertamente como baluarte del orden burgués contra el
socialismo. Ante
nuestros ojos, la lucha contra la burocracia bonapartista se trasforma
en lucha
de clases: dos mundos, dos programas, dos morales. Si Thomas piensa que
la
victoria del proletariado socialista sobre la infame casta de opresores
no
regeneraría política y moralmente al régimen
soviético, entonces demuestra que,
a pesar de sus reservas, evasiones y suspiros piadosos, se encuentra
mucho más
cerca de la burocracia estalinista que de los obreros.
Thomas, al
igual que todos los que se enfurecen con la “inmoralidad” bolchevique,
no está
a la altura de la moral revolucionaria.
Las tradiciones
bolcheviques y la IV Internacional
Los
“izquierdistas” que trataron de “volver” al marxismo pasando por alto
al
bolchevismo, generalmente cayeron en panaceas aisladas: boicot a los
viejos
sindicatos, boicot al parlamento, creación de soviets
“auténticos”. Todo esto
podía parecer muy profundo al calor de los primeros días
de la posguerra. Ahora,
después de las experiencias recientes, semejantes “enfermedades
infantiles” ni
siquiera resultan interesantes como objetos de estudio. Los holandeses
Gorter y
Pannekoek, los “espartaquistas” alemanes, los bordiguistas italianos,
quisieron
demostrar su independencia del bolchevismo: exaltaron artificialmente
una de
sus características y la opusieron a las demás.13 Pero
nada queda de estas tendencias de
“izquierda”, ni en la teoría, ni en la práctica; prueba
indirecta pero
contundente de que el bolchevismo es el único marxismo
posible para
nuestra época.
El Partido
Bolchevique mostró en la acción la combinación de
la mayor audacia
revolucionaria con el realismo político. Mostró por
primera vez cuál es la
única relación entre vanguardia y clase capaz de
garantizar la victoria.
Demostró en la experiencia que la alianza entre el proletariado
y las masas
oprimidas de la pequeña burguesía rural y urbana requiere
la previa derrota
política de los partidos pequeñoburgueses tradicionales.
El Partido Bolchevique
le mostró al mundo entero cómo se debe realizar la
insurrección armada y la
conquista del poder. Quienes contraponen la abstracción de los
soviets a la
dictadura del partido deben comprender que sólo gracias a la
dirección
bolchevique pudieron los soviets elevarse del fango del reformismo y
acceder a
la forma estatal proletaria. En la guerra civil, el Partido Bolchevique
logró
la combinación justa de arte militar y política marxista.
Si la burocracia
estalinista lograra destruir los cimientos económicos de la
nueva sociedad, la
experiencia de la economía planificada bajo la dirección
bolchevique pasará
igualmente a la historia como una de las más grandes lecciones
de la humanidad.
Sólo pueden ignorarlo los sectarios lastimados y ofendidos, que
le han vuelto
la espalda al proceso histórico.
Pero no es
todo. El Partido Bolchevique pudo realizar su magnífica obra
“práctica” porque
iluminó todos sus pasos con la teoría. El bolchevismo no
creó la teoría: se la
proporcionó el marxismo. Pero el marxismo es la teoría
del movimiento, no del
estancamiento. Sólo los acontecimientos de gran envergadura
histórica podrían
enriquecer la propia teoría. El bolchevismo hizo aportes
invalorables al
marxismo: el análisis de la época imperialista como
época de guerras y revoluciones;
de la democracia burguesa en la era de la decadencia capitalista; de la
relación recíproca entre huelga general e
insurrección; del papel del partido,
los soviets y los sindicatos en la revolución proletaria; la
teoría del estado
soviético, la economía de transición, el fascismo
y el bonapartismo en la época
de decadencia capitalista; por último, el análisis de la
degeneración del
propio Partido Bolchevique y del estado soviético.
Nómbrese alguna tendencia
que haya agregado algún aporte esencial a las conclusiones y
generalizaciones
del bolchevismo. En los terrenos teórico y político,
Vandervelde, De Brouckere,
Hilferding, Otto Bauer, león Blum, Zyromsky, ni qué
hablar del mayor Attlee y
Norman Thomas, viven de los restos podridos del pasado.14 La
expresión más grosera de la degeneración de
la Comintern es su descenso al nivel teórico de la II
Internacional. Los grupos
intermedios en todas sus variantes (Partido Laborista Independiente de
Gran
Bretaña, POUM y demás) adaptan retazos tomados al azar de
Marx y Lenin a sus
necesidades de cada semana. Nada pueden enseñar a los obreros.
Sólo los
fundadores de la IV Internacional, que han asumido la tradición
de Marx y
Lenin, mantienen una actitud seria hacia la teoría. Los
filisteos pueden
burlarse de los revolucionarios que, veinte años después
de la Revolución de
Octubre, vuelven a convertirse en modestos grupos de propaganda y
preparación. En
este terreno, como en tantos otros, los grandes capitalistas demuestran
ser
mucho más perspicaces que los pequeños burgueses que se
consideran
“socialistas” o “comunistas”. No es casual que el tema de la IV
Internacional
no desaparezca de las columnas de la prensa mundial. La candente
necesidad
histórica de construir una dirección revolucionaria le
asegura a la IV Internacional
un ritmo de crecimiento excepcionalmente rápido. La mayor
garantía de su futuro
éxito radica en que no ha surgido apartada del gran camino
histórico, sino como
producto orgánico del bolchevismo.
29 de
agosto de 1937
1 Rudolph
Hilferding (1877-1941): dirigente socialdemócrata
alemán antes de la Primera Guerra Mundial, fue pacifista durante
la misma. Fue ministro de Hacienda en los gabinetes burgueses de 1923 y
1928. Murió en un campo de concentración nazi durante la
II Guerra Mundial. Otto Bauer (1882-1938): dirigente de la
socidemocracia austriaca y principal teórico del austromarxismo.
2 Willi
Schlamm (1904-1978): uno de los fundadores de la
Oposición de Derecha austriaca. Después de emigrar a los
EE.UU. en 1938, fue redactor de varias publicaciones de derecha y
ultraderecha.
3 Socialismo anterior a marzo de 1848: se
refiere al socialismo utópico, refutado y repudiado por Marx y
Engels cuando iniciaron la construcción del movimiento
revolucionario.
4 N. V.
Ustrialov (1890-1938): miembro del Partido Demócrata
Constitucional (Cadete), era un liberal, partidario de una
monarquía constitucional o de una república en Rusia. Era
un partido de terratenientes, burgueses medios e intelectuales
burgueses progresivos. Ustrialov se opuso a la revolución
bolchevique, pero luego trabajó para el gobierno
soviético creyendo que éste se vería obligado a
restaurar el capitalismo. Arrestado en 1937, acusado de realizar
actividades antisoviéticas, fue asesinado al año
siguiente.
5 Mijail
Bakunin (1814-1876): contemporáneo de Marx y fundador del
anarquismo. Sus intrigas llevaron a la destrucción de la I
Internacional. Propugnaba por la abolición del estado y la
creación de una federación de comunidades libres a la vez
que se alió con varias fuerzas burguesas.
6 CNT (Confederación Nacional del
Trabajo): federación anarcosindicalista española.
7 Uno de los representantes destacados de esta
corriente de pensamiento es el francés B. Souvarine, autor de una
biografía de Stalin. El lado fáctico y documental de su
obra es producto de una investigación prolongada y seria. Pero
la filosofía histórica de este autor brilla por su
vulgaridad. Busca la explicación de los contratiempos
históricos posteriores en las fallas intrínsecas del
bolchevismo. Para él no existen las presiones del verdadero
proceso histórico sobre el bolchevismo. Taine, con su
teoría del “entorno”, se encuentra más cerca de Marx que
Souvarine. * (Nota de L.T.)
* Hippolyte Taine (1828-1893),
filósofo francés cuyas teorías deterministas
según las cuales el hombre es producto de la herencia, del
condicionamiento histórico y del medio social se convirtieron en
la base de la escuela naturalista.
8 Hermann
Gorter (1864-1927) y Anton
Pannekoek (1873-1960): escritores de la izquierda
socialdemócrata holandesa. Durante la Primera Guerra Mundial
fueron pacifistas e internacionalistas y se vincularon a la izquierda
de Zimmerwald. Ingresaron al PC holandés en 1918, pero se
opusieron a la participación de los comunistas en los sindicatos
y en el parlamento. Criticados por su ultraizquierdismo, se separaron
del PC en 1921. Los primeros espartaquistas dirigidos por Rosa
Luxemburg y Karl Liebknecht tomaron el nombre de Partido Comunista
Alemán el 1° de enero de 1919. Trotsky se refiere
aquí a un grupo oportunista de Alemania de los años 30 y
no al grupo de Luxemburg y Liebknecht, ni a la tendencia espartaquista
contemporánea.
9 Sydney (1859-1947)
y Beatrice (1858-1943) Webb eran socialistas fabianos
británicos y admiradores de la burocracia estalinista.
10 Actualmente las Obras completas (edición en
español) de Lenin (Moscú, Editorial Progreso), totalizan
54 tomos.
11 Véase la “Plataforma de la
Oposición” (septiembre de 1927).
12 Liston Oak (1895-1970): periodista,
rompió con los estalinistas durante la guerra civil
española en 1937. Escribió durante un tiempo para la
prensa trotskista pero luego se afilió a la socialdemocracia. Eduard Bernstein (1850-1932):
principal teórico del revisionismo en la social-democracia
alemana. Sostenía que el marxismo ya no era válido y que
el socialismo no sería producto de la lucha de clases y de la
revolución, sino de una reforma gradual del capitalismo
empleando métodos parlamentarios; por consiguiente, según
Bernstein el movimiento obrero debía abandonar la
política clasista y adoptar la de colaboración de clases.
13 Bordiguistas italianos: grupo
ultraizquierdista dirigido por Amadeo
Bordiga (1889-1970), expulsado del PC italiano por “trotskista” en 1929. Los trotskistas
trataron de trabajar con los bordiguistas, pero no pudieron debido a la
oposición ultraizquierdista de ésto s a cualquier lucha
por demandas democráticas y su rechazo de la táctica del
frente unido como cuestión de principios.
14 Emile
Vandervelde (1866-1938): dirigente del Partido Laborista belga y
presidente de la II Internacional, 1929-1936. Fue ministro durante la
Primera Guerra Mundial y firmó el tratado de Versalles en nombre
de Bélgica. Louis de Brouckere:
dirigente del laborismo belga y belicista durante la Primera Guerra
Mundial. Presidió la II Internacional en 1937-1939. Clement Attlee (1883-1967):
dirigente del Partido Laborista inglés a partir de 1935,
ocupó puestos en el gabinete de Winston Churchill en 1940-1945.
Cuando el laborismo ganó las elecciones de 1945, Attlee fue
nombrado primer ministro y ocupó ese cargo hasta 1951.
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