León
Trotsky
Tres concepciones de la
revolución rusa1
(agosto de 1939)
La Revolución de 1905 no fue sólo
“el ensayo
general de 1917” sino también el laboratorio del cual salieron
todos los
agrupamientos fundamentales del pensamiento político ruso, donde
se conformaron
o delinearon todas las tendencias y matices del marxismo ruso.2
El centro
de las polémicas y diferencias lo ocupaba naturalmente la
cuestión del carácter
histórico de la revolución rusa y los caminos que
tomaría su desarrollo en el
futuro. En sí y de por sí esta guerra de concepciones y
pronósticos no se
relaciona directamente con la biografía de Stalin, quien no tuvo
en ella
ninguna participación independiente. Los pocos artículos
propagandísticos que
escribió sobre el problema carecen del menor interés
teórico. Montones de
bolcheviques, pluma en mano, popularizaron las mismas ideas con mucho
más
habilidad La explosión crítica de la concepción
revolucionaria del bolchevismo,
por su misma naturaleza, tendría que haber formado parte de una
biografía de
Lenin.
Sin embargo, las teorías sufren un
destino propio. Si
bien en la época de la primera revolución, y
posteriormente hasta 1923, cuando
se elaboraron y aplicaron las doctrinas revolucionarias, Stalin no
sostuvo ninguna
posición independiente, desde 1924 en adelante la
situación cambia
abruptamente. Se abre la etapa de la reacción burocrática
y de la revisión
drástica del pasado. La película de la revolución
se proyecta al revés. Se
someten las viejas doctrinas a nuevos enfoques y nuevas
interpretaciones. De
manera a primera vista bastante inesperada se traslada el centro de la
atención
a la concepción de “la revolución permanente”, a la que
se presenta como fuente
de todos los desatinos del “trotskismo”. Durante varios años la
crítica de esta
concepción conforma el contenido principal del trabajo
teórico –sit venio
verbo [si es que se puede usar tal palabra]– de Stalin y sus
colaboradores.
Se puede decir que todo el estalinismo, considerándolo en el
plano teórico, se
desarrolló a partir de la crítica a la teoría de
la revolución permanente tal
como fue formulada en 1905. En esta medida, no puede dejar de aparecer
en este
libro, aunque sea en forma de apéndice, la exposición de
esta teoría en sus
diferencias con las de los bolcheviques y mencheviques.
Lo que caracteriza en primer lugar el desarrollo
de
Rusia es el atraso. El atraso histórico, sin embargo, no
significa la mera
reproducción del desarrollo de los países avanzados con
una simple demora de
uno o dos siglos. Engendra una formación social “combinada”
totalmente nueva,
en la que las conquistas más recientes de la técnica y la
estructura
capitalista se entrelazan con relaciones propias de la barbarie
feudal y
prefeudal, transformándolas, sometiéndolas y creando una
relación peculiar
entre las clases. Lo mismo se aplica al terreno de las ideas.
Precisamente a
causa de su retraso histórico, Rusia fue el único
país europeo en el que el
marxismo como doctrina y la socialdemocracia como partido alcanzaron
antes de la
revolución burguesa un poderoso desarrollo. Es entonces natural
que
precisamente en Rusia se haya sometido al más profundo
análisis teórico el
problema de la relación entre la lucha por la democracia y la
lucha por el
socialismo.
Los demócratas idealistas, especialmente
los narodniki,3 se
negaban supersticiosamente a reconocer que la revolución
inminente sería
burguesa. La rotulaban de “democrática”, tratando, con una
fórmula política neutral,
de ocultar a los demás y a sí mismos su contenido social.
Pero, en lucha contra
el narodnikismo, Plejanov, el fundador del marxismo ruso planteó
ya a
principios de la década del 80 del siglo pasado que no
había razón alguna para
suponer que Rusia seguiría un camino privilegiado. Igual
que otras naciones
“profanas” tendría que atravesar el purgatorio del capitalismo;
así
precisamente lograría la libertad política indispensable
para la lucha
posterior del proletariado por el socialismo. Plejanov no sólo
separaba como
tareas la revolución burguesa de la socialista, a la que
posponía para un
futuro indefinido; suponía que en cada una de ellas se
darían combinaciones de
fuerzas totalmente diferentes. El proletariado conquistaría la
libertad
política en alianza con la burguesía liberal;
después de varias décadas, y con
un nivel superior de desarrollo capitalista, realizaría la
revolución
socialista en lucha directa contra la burguesía. Lenin, por su
parte, escribía
a fines de 1904:
“Al intelectual
ruso
siempre le parece que reconocer nuestra revolución como burguesa
significa
desteñirla, degradarla, rebajarla [...] Para el proletariado la
lucha por la
libertad política y la república democrática en la
sociedad burguesa es
simplemente una etapa necesaria en la lucha por la revolución
socialista.”
“Los marxistas están
absolutamente convencidos –escribía en 1905– del carácter
burgués de la
revolución rusa. ¿Qué significa
esto? Significa que las transformaciones democráticas que
se han vuelto
indispensables en Rusia [...] no implican, por sí mismas, la
liquidación del
capitalismo, del gobierno burgués. Por el contrario,
abonarán el terreno, por
primera vez y de manera real. para un desarrollo del capitalismo amplio
y
rápido, europeo y no asiático. Permitirán por
primera vez el gobierno de la
burguesía como clase [...]”
“No podemos saltar por encima
del marco democrático-burgués
de la revolución rusa –insistía– pero podemos
extender este marco en grado
colosal.” Es decir, podemos crear dentro de la sociedad burguesa
condiciones
mucho más favorables para la lucha futura del proletariado.
Dentro de estos
límites Lenin seguía a Plejanov. El carácter
burgués de la revolución fue el
punto de partida de las dos fracciones de la socialdemocracia rusa.
Es bastante natural que en estas condiciones
Koba
[Stalin] no haya ido en su propaganda más allá de esas
fórmulas populares que
forman parte del patrimonio común de bolcheviques y mencheviques.
“La Asamblea Constituyente –escribió en
enero de
1905– electa en base al sufragio igualitario, directo y secreto: por
esto
tenemos que luchar ahora. Sólo esta asamblea nos dará la
república democrática,
que tan urgentemente necesitamos en nuestra lucha por el
socialismo.” La
república burguesa como escenario de una postergada lucha de
clases por la meta
socialista; ésa es la perspectiva.
En 1907, es decir, después de
innumerables
discusiones publicadas en la prensa de San Petersburgo y en la del
extranjero,
y después de un serio análisis de los
pronósticos teóricos en base a las
experiencias de la primera revolución, Stalin escribía:
“Parece que todos están de acuerdo en
nuestro
partido en que nuestra revolución es burguesa, que
concluirá con la destrucción
del orden feudal y no del orden capitalista, que culminará
sólo con la
república democrática.” Stalin no se refería a
cómo comienza la revolución sino
a cómo termina, y de antemano y bastante
categóricamente la limitaba a “sólo
la república democrática”. En vano buscaríamos en
sus escritos siquiera un
indicio de alguna perspectiva de revolución socialista ligada a
un vuelco
democrático. Esta seguía siendo su posición,
todavía a comienzos de la
Revolución de Febrero de 1917,4 hasta la llegada de
Lenin a San Petersburgo.
Para Plejanov, Axelrod y en general todos los
líderes del menchevismo5 la
caracterización sociológica de la revolución como
burguesa era políticamente
válida sobre todo porque prohibía de antemano provocar a
la burguesía con el
espectro del socialismo y “echarla” en brazos de la reacción.
“Las relaciones
sociales han madurado en Rusia solamente para la revolución
burguesa”, decía el
principal táctico del menchevismo, Axelrod, en el Congreso de
Unidad [abril de
1906]. “Ante la liquidación generalizada de los derechos
políticos en nuestro
país ni hablar se puede siquiera de una batalla directa entre el
proletariado y
otras clases por el poder político [...] El proletariado lucha
por lograr las
condiciones que permitirán el desarrollo burgués.
Las condiciones históricas
objetivas determinan que sea el destino de nuestro
proletariado colaborar
inevitablemente con la burguesía en la lucha contra el enemigo
común.” De esa
manera, se limitaba de antemano el contenido de la revolución
rusa a las
transformaciones compatibles con los intereses y posiciones de la
burguesía
liberal.
Es precisamente en este punto que comienza el
desacuerdo
básico entre las dos fracciones. El bolchevismo se negaba
absolutamente a
reconocerle a la burguesía rusa la capacidad de llevar hasta el
fin su propia
revolución. Con una fuerza y una coherencia infinitamente
superiores a las de
Plejanov, Lenin planteó la cuestión agraria como el
problema central del vuelco
democrático en Rusia. “El eje de la revolución rusa
–repitió– es la cuestión
agria (de la propiedad de la tierra). Las conclusiones respecto a la
derrota o
la victoria de la revolución tienen que basarse en el
cálculo [...] de la
situación en que se hallan las masas para luchar por la tierra.”
Igual que
Plejanov, Lenin consideraba al campesinado como una clase
pequeñoburguesa; su
programa agrario como un programa de progreso burgués. “La
nacionalización es
una medida burguesa –insistía en el Congreso de Unidad–.
Dará impulsos al
desarrollo del capitalismo; agudizará la lucha de clases,
favorecerá la
movilidad de la propiedad de la tierra, provocará la
inversión de capitales en
la agricultura, hará bajar los precios de los cereales.” Pese al
indudable
carácter burgués de la revolución agraria, la
burguesía rusa seguía siendo
hostil a la expropiación de los latifundios; precisamente
por eso tendía al
compromiso con la monarquía basado en una
constitución de tipo prusiano. Lenin
contraponía a la idea de Plejanov de una alianza entre el
proletariado y la burguesía
liberal la de una alianza entre el proletariado y el campesinado.
Proclamó como
tarea de la colaboración revolucionaria de estas dos clases la
implantación de
una “dictadura democrática”, único medio de limpiar
radicalmente a Rusia de
toda la basura feudal, crear un sistema de campesinos libres y allanar
el
camino al desarrollo del capitalismo según el modelo
norteamericano, no el prusiano.
El triunfo de la revolución,
escribía, puede
culminar “solamente en una dictadura, ya que la realización de
las
transformaciones que el proletariado y el campesinado necesitan
inmediata y
urgentemente provocará la resistencia desesperada de los
terratenientes, la
gran burguesía y el zarismo. Sin la dictadura será
imposible quebrar esta
resistencia y rechazar los ataques contrarrevolucionarios. Pero no
será, por
supuesto, una dictadura socialista sino una dictadura
democrática. No podrá
afectar (antes de una serie de etapas transicionales del proceso
revolucionario) los fundamentos del capitalismo. Podrá, en el
mejor de los
casos, realizar una repartición radical de la propiedad agraria
en favor del
campesinado, introducir una democracia coherente y plena hasta
instituir la
república, hacer desaparecer todas las
características asiáticas y feudales
tanto de la vida cotidiana de la aldea como de la fábrica,
comenzar a mejorar
seriamente la situación de los trabajadores y a elevar su nivel
de vida, y, lo
que es muy importante, trasladar la conflagración revolucionaria
a Europa.”
La concepción de Lenin representó
un enorme avance
en tanto no partía de las reformas constitucionales sino del
cambio agrario
como objetivo central de la revolución y señalaba la
única combinación de
fuerzas sociales que realmente podía realizarlo. El punto
débil de la concepción
de Lenin, sin embargo, estaba en la idea internamente
contradictoria de “la
dictadura democrática del proletariado y el campesinado”.
El mismo Lenin
subestimaba la limitación fundamental de esta dictadura al
llamarla burguesa. Con esto quería decir que, en
función de
preservar su alianza con el
campesinado, el proletariado, en la revolución que se
aproximaba, tendría que
postergar el planteo directo de los objetivos socialistas. Pero
esto hubiera
significado la renuncia del proletariado a su propia dictadura.
En
consecuencia, la esencia de la cuestión residía en
la dictadura del
campesinado, aunque con la participación de los obreros.
En algunas ocasiones Lenin lo planteó
precisamente
así. Por ejemplo, en la Conferencia de Estocolmo [abril de
1906], al refutar a
Plejanov, que se pronunció en contra de la “utopía” de la
toma del poder, Lenin
dijo: “¿Cuál es el programa que está en
discusión? El programa agrario. ¿Quién
se supone que tomará el poder con este programa? El campesinado
revolucionario.
¿Acaso mezcla Lenin el poder del proletariado con este
campesinado? “ No, dice
refiriéndose a sí mismo: Lenin diferencia
tajantemente el poder socialista del
proletariado del poder democrático-burgués del
campesinado. “Pero –exclama
nuevamente– ¿cómo será posible que triunfe la
revolución campesina sin la toma
del poder por el campesinado revolucionario?” En esta
formulación polémica
Lenin revela con particular claridad la vulnerabilidad de su
posición.
El campesinado está disperso sobre la
superficie de
un enorme país cuyos lugares de concentración claves son
las ciudades. El
campesinado es incapaz de formular siquiera sus propios intereses, en
tanto
aparecen como diferentes en cada distrito. La ligazón
económica entre las
provincias la crean el mercado y el ferrocarril, pero ambos
están en manos de
las ciudades. Al tratar de romper con las limitaciones de la aldea y
generalizar sus propios intereses, el campesinado inevitablemente cae
en
dependencia política de la ciudad. Finalmente, el
campesinado es heterogéneo
en sus relaciones sociales: el sector de los kulaki [campesinos
ricos]
tiende naturalmente a la alianza con la burguesía urbana,
mientras que los
sectores más pobres de la aldea se inclinan hacia el
proletariado urbano. En
estas condiciones el campesinado como tal es totalmente incapaz de
tomar el
poder. Es cierto que en la antigua China las revoluciones llevaron al
poder al
campesinado o, más precisamente, a los dirigentes militares de
las
insurrecciones campesinas. Esto llevaba cada vez a una nueva
división de la
tierra y a la instauración de una nueva dinastía
“campesina”, a partir de la
cual todo empezaba de nuevo; una nueva concentración de la
tierra, una nueva
aristocracia, un nuevo sistema de usura y una nueva
insurrección. En tanto la
revolución conserva su carácter netamente campesino sino
la sociedad es incapaz
de salir de estos círculos viciosos. Esta fue la base de la
historia antigua de
Asia, incluyendo la rusa. En Europa, a partir de fines de la Edad
Media, toda
insurrección campesina que triunfaba no llevaba al poder un
gobierno campesino
sino a un partido urbano de izquierda. Para plantearlo con más
precisión, una
insurrección campesina tenía éxito
exactamente en la medida en que lograba
fortalecer la situación del sector revolucionario de la
población urbana. En
la Rusia burguesa del siglo XX ni hablar cabía de la toma del
poder por el
campesinado revolucionario.
La actitud hacia la burguesía liberal
fue, como ya
lo dijimos, lo que diferenciaba a revolucionarios y oportunistas en las
filas
socialdemócratas. ¿Hasta dónde podía llegar
la revolución rusa? ¿Qué carácter
tendría el futuro gobierno provisional revolucionario?
¿Qué tareas enfrentaría?
¿Y qué orden? Estas cuestiones tan importantes
podían plantearse correctamente
sólo teniendo en cuenta el carácter fundamental de la
política del
proletariado, determinado a su vez por la actitud que asumiría
respecto a la
burguesía liberal. Plejanov, de manera evidente y cobarde,
cerraba los ojos a
la conclusión básica que se extrae de la historia
política del siglo XIX: cada
vez que el proletariado avanza como fuerza política
independiente la burguesía
se vuelca al campo de la contrarrevolución. Cuanto
más audaz es la lucha de
las masas más rápida es la degeneración
reaccionaria del liberalismo. Nadie
inventó todavía una manera de paralizar las
consecuencias de la ley de la
lucha de clases.
“Debemos alegramos por el apoyo de los partidos
no
proletarios –repetía Plejanov durante la primera
revolución– y no alejarlos de
nosotros con acciones poco tácticas.” Con esta suerte de
argumentaciones
monótonas el filósofo del marxismo señalaba que le
era inaccesible la dinámica
viva de la sociedad. “La falta de táctica” puede alejar a un
sensitivo
intelectual individualmente. Lo que atrae y rechaza a las clases y los
partidos
son los intereses sociales. “Puede asegurarse con certeza
–replicaba Lenin a
Plejanov– que los liberales y los terratenientes le perdonarán
millones de
‘acciones poco tácticas’ pero ni un solo llamado a tomar las
tierras.” Y no
sólo los terratenientes. Las capas más altas de la
burguesía están ligadas con
los terratenientes por los intereses que derivan de la propiedad,
y más
estrechamente por el sistema bancario. Las capas más altas de la
pequeña
burguesía y la intelligentzia dependen material y
moralmente de los grandes
y medianos propietarios; todos ellos temen al movimiento independiente
de las
masas. Además, para derrocar al zarismo es necesario decidir a
decenas y
decenas de millones de oprimidos al asalto heroico, abnegado, sin
trabas, que
no se detendría ante nada. Las masas pueden elevarse hasta la
insurrección sólo
bajo el estandarte de sus propios intereses, y en consecuencia de la
hostilidad
irreconciliable hacia las clases explotadoras, comenzando con los
terratenientes. El “alejamiento” de la burguesía opositora
respecto de los
obreros y campesinos revolucionarios era por lo tanto una ley
inmanente de la
revolución, y no se lo podía eludir con la
diplomacia o el “tacto”.
Cada mes que pasaba confirmaba la
caracterización
leninista del liberalismo. Contrariamente a las expectativas de
los
mencheviques, los cadetes no sólo no se disponían a
ocupar su lugar al frente
de la revolución “burguesa”,6 sino
consideraban, cada vez en mayor medida, que su misión
histórica era la de
luchar contra la revolución.
Luego del aplastamiento de la
Insurrección de
Diciembre,7 los
liberales, que gracias a la efímera Duma salieron a la
escena política,
hicieron los mayores esfuerzos para justificarse ante la
monarquía y explicar
lo poco activo de su conducta contrarrevolucionaria en el otoño
de 1905, cuando
se vieron amenazados los fundamentos más sagrados de la
“cultura”. El dirigente
liberal Miliukov,8 que condujo
las negociaciones tras las bambalinas con el Palacio de Invierno,
demostró en
la prensa, de manera bastante correcta, que a fines de 1905 los cadetes
ni
siquiera podían mostrarse ante las masas. “Los que ahora acusan
al partido
[cadete] –escribía– por no haber protestado a tiempo convocando
a
manifestaciones contra las ilusiones revolucionarias del
trotskismo [...] simplemente
no comprenden o no recuerdan los ánimos reinantes en las
reuniones o actos
democráticos de ese entonces.” Por “ilusiones del trotskismo” el
dirigente
liberal entiende la política independiente del
proletariado, que les ganó a
los soviets la simpatía de los sectores más sumergidos de
las ciudades, de los
soldados, los campesinos y todos los oprimidos, que por la misma
razón
rechazaban a la “sociedad educada”. La evolución de los
mencheviques siguió
líneas paralelas. Tenían que justificarse con frecuencia
cada vez mayor ante
los liberales por haber constituido un bloque con Trotsky
después de octubre
de 1905. Las explicaciones de Martov, el talentoso publicista de los
mencheviques,
fueron tan bajas que llegó a plantear que fue necesario
hacer concesiones a
las “ilusiones revolucionarias” de las masas.
En Tiflis los agrupamientos se conformaron sobre
las mismas bases principistas que en San Petersburgo. “Que se aplaste a
la
reacción –escribía Zordania, el dirigente de los
mencheviques caucasianos–9 que se conquiste y se
aplique la constitución, dependerá de la
unificación consciente de las fuerzas
del proletariado y de la burguesía y de su lucha en pro del
objetivo común
[...] Es cierto que el campesinado será arrastrado al movimiento
infiriéndole
un carácter elemental, pero sin embargo el rol decisivo lo
jugarán estas dos
clases, mientras que el campesinado llevará agua a su
molino.” Lenin se
burlaba de los temores de Zordania de que una política
irreconciliable hacia
la burguesía hunda a los obreros en la impotencia. Zordania
“discute el
problema del posible aislamiento del proletariado en la
insurrección
democrática y se olvida... del campesinado! Entre todos los
posibles aliados
del proletariado señala a los terratenientes liberales y se
enamora de ellos. Y
no señala a los campesinos. ¡Y eso en el Cáucaso!”.
La refutación de Lenin, aunque correcta
en esencia,
simplifica la cuestión en un aspecto. Zordania no se “olvidaba”
del
proletariado; como se desprende de la misma cita de Lenin, no
podría haberlo
olvidado en el Cáucaso, donde se estaba rebelando
tumultuosamente bajo las
banderas de los mencheviques. Zordania veía en el campesinado,
sin embargo, no
tanto un aliado político como un ariete histórico que
podía ser utilizado por
la burguesía aliada al proletariado. No creía que el
campesinado pudiera
transformarse en una fuerza dirigente, ni siquiera
independiente,
en la revolución; y en esto no se equivocaba. Pero tampoco
creía que el
proletariado pudiera llevar al triunfo la insurrección
campesina; y aquí
estaba su error fatal.
La idea menchevique de una alianza entre el
proletariado y la burguesía significaba en realidad el
sometimiento de los
obreros y los campesinos a los liberales. El utopismo reaccionario
de este
programa estaba determinado por el hecho de que la avanzada
desintegración de
las clases negaba de antemano a la burguesía la posibilidad de
constituirse en
un factor revolucionario. En este aspecto fundamental tenían
absoluta razón los
bolcheviques: una alianza con la burguesía liberal
inevitablemente pondría a la
socialdemocracia en contra del movimiento revolucionario de los obreros
y
campesinos. En 1905 los mencheviques todavía no
tenían el coraje suficiente
como para sacar todas las conclusiones necesarias de su teoría
de la revolución
“burguesa”. En 1917 llevaron sus ideas hasta sus ultimas consecuencias
y se
rompieron la cabeza.
En el problema de la actitud hacia los liberales
Stalin estuvo del lado de Lenin durante la primera revolución.
Hay que aclarar
que en esta época hasta la mayoría de la base menchevique
estaba más cerca de
Lenin que de Plejanov en lo tocante a la burguesía opositora.
Era una tradición
literaria en el radicalismo intelectual el desprecio a los
liberales. Sería
sin embargo tarea vana buscar en Koba [Stalin] una contribución
independiente
sobre esta cuestión, un análisis de las relaciones
sociales en el Cáucaso,
nuevos argumentos o siquiera una formulación nueva de los
argumentos viejos. Zordania
era mucho más independiente respecto a Plejanov que Stalin
respecto a Lenin. “En
vano intentan los Señores Liberales –escribía Koba
después del 9 de enero–
salvar el trono tambaleante del zar. ¡En vano le tienden la mano!
[...] Las
masas populares rebeladas se preparan para la revolución, no
para la
reconciliación con el zar [...] Sí señores,
vuestros esfuerzos son inútiles.
¡La revolución rusa es inevitable, tan inevitable como que
salga el sol! ¿Pueden
ustedes evitar que salga el sol? ¡Esa es la cuestión!” Y
etcétera, etcétera.
Koba no fue más allá. Dos años y medio
después, repitiendo a Lenin casi
literalmente, escribía: “La burguesía liberal rusa es
antirrevolucionaria. No
puede ser la fuerza motriz ni, mucho menos, la dirigente de la
revolución. Es
el enemigo jurado de la revolución y se impone librar una lucha
audaz contra
ella.” Sin embargo, precisamente alrededor de este problema fundamental
Stalin
iba a sufrir una metamorfosis total durante los diez años
siguientes. La
Revolución de Febrero de 1917 lo encontró participando en
un bloque con la
burguesía liberal y en consecuencia hecho un campeón
del planteo de la unidad
con los mencheviques en un solo partido. Sólo la llegada de
Lenin desde el
extranjero puso punto final a la política independiente de
Stalin, a la que
calificó de caricatura del marxismo.
Los narodniki veían en los
obreros y
campesinos simplemente “trabajadores” y “explotados”, todos igualmente
interesados en el socialismo. Los marxistas consideraban al
campesino
solamente un pequeño burgués que puede volverse
socialista sólo en la medida en
que deja, material o espiritualmente, de ser un campesino. Con el
sentimentalismo que les era peculiar, los narodniki veían
en esta
caracterización sociológica un insulto moral al
campesinado. Estas fueron,
durante dos generaciones, las líneas generales de la principal
lucha entre las
tendencias revolucionarias de Rusia. Para comprender las
polémicas posteriores
entre el estalinismo y el trotskismo es necesario hacer notar una
vez más que
Lenin nunca, ni por un momento siquiera, consideró al
campesinado un aliado
socialista del proletariado. Por el contrario, planteaba la
imposibilidad de la
revolución socialista en Rusia porque partía de la
preponderancia colosal del
campesinado. Esta idea aparece en todos los artículos en los que
se refiere
directa o indirectamente a la cuestión agraria.
“Apoyamos al movimiento campesino
–escribía Lenin
en setiembre de 1905– en la medida en que es un movimiento
democrático
revolucionario. Nos preparamos (ahora, inmediatamente) a luchar contra
él en la
medida en que se desarrollará como un movimiento reaccionario,
antiproletario. La
esencia misma del marxismo reside en esta doble tarea....” Lenin
consideraba
aliados socialistas al proletariado occidental y parcialmente a los
elementos
semiproletarios de la aldea rusa, pero nunca al campesinado como tal.
“Desde el
principio apoyaremos, hasta las últimas consecuencias, apelando
a todas las
medidas, hasta a la confiscación –repetía con la
insistencia que le era propia–
al campesinado en general contra el terrateniente, y posteriormente (y
ni
siquiera posteriormente sino al mismo tiempo) apoyaremos al
proletariado contra
el campesinado en general.”
“El campesinado conquistará la
revolución democrático-burguesa –escribía en
marzo de 1906– y de esta manera agotará
completamente su espíritu
revolucionario. El proletariado conquistará la revolución
democrático-burguesa
y de esta manera desplegará verdaderamente su genuino
espíritu revolucionario
socialista.” “El movimiento campesino –repetía en mayo del
mismo año–
pertenece a una clase diferente. No es una lucha contra los fundamentos
del
capitalismo sino para liquidar los restos del feudalismo.” Se puede
seguir en
Lenin esta posición de uno a otro de sus artículos,
año a año, tomo a tomo. Varían
la forma de expresarse y los ejemplos, pero la idea básica sigue
siendo la
misma. No podía ser de otro modo. Si Lenin hubiera considerado
al campesinado
un aliado socialista, no tendría asidero su
insistencia en el
carácter burgués de la revolución y en la
limitación de la “dictadura
del proletariado y el campesinado” a tareas democráticas. En los
casos en que
Lenin acusó al autor de este libro de “subestimar” al
campesinado no se
refería, en absoluto, a mi no reconocimiento de las tendencias
socialistas de
éste. Por el contrario, lo que tenía en mente era mi no
aceptación, incorrecta
desde su punto de vista, de la independencia
democrático-burguesa de ese
sector, de su capacidad para crear su propio poder y por ende impedir
la
implantación de la dictadura socialista del proletariado.
La reconsideración de los conceptos en
juego
alrededor de este problema se inició recién con la
reacción termidoreana,
cuyos comienzos coincidieron aproximadamente con la enfermedad y la
muerte de
Lenin. Desde entonces se proclamó que la alianza de los obreros
y los campesinos
rusos constituía por sí misma una garantía
suficiente contra los peligros de la
restauración y un testimonio inmutable de la realización
del socialismo dentro
de las fronteras de la Unión Soviética. Al reemplazar la
teoría de la
revolución internacional por la del socialismo en un solo
país, Stalin comenzó
a considerar “trotskismo” la caracterización marxista del
campesinado y, peor
aun, refiriéndose no sólo al presente sino a todo el
pasado.
Es admisible, por supuesto, plantearse si la
concepción marxista clásica del campesinado se
demostró errónea. Este tema nos
llevaría mucho más allá de los límites de
esta revisión. Basta con señalar aquí
que el marxismo nunca otorgó a su caracterización del
campesinado como clase no
socialista un carácter absoluto y estático. El mismo Marx
dijo que el
campesinado no posee sólo supersticiones sino también la
capacidad de razonar. Bajo
condiciones variables también varía la índole del
campesinado. El régimen de
la dictadura del proletariado abrió posibilidades muy amplias de
influir sobre
el campesinado y reeducarlo.10 La
historia todavía no agotó los límites de estas
posibilidades.
Sin embargo, ahora ya está claro que el
creciente
rol que juega la coerción estatal en la URSS no refutó,
sino confirmó
fundamentalmente la actitud hacia el campesinado que
distinguió a los
marxistas rusos desde los narodnikis. Sin
embargo, sea
cual sea la situación actual al respecto, hoy, veinte
años después de
instaurado el nuevo régimen, es indiscutible que hasta la
Revolución de Octubre,
o más correctamente hasta 1924, ningún marxista, y Lenin
menos que nadie,
consideró al campesinado un factor socialista. Lenin
repetía que sin la ayuda
de la revolución proletaria en Occidente la restauración
sería inevitable en
Rusia. No estaba equivocado: la burocracia estalinista no es otra cosa
que la
restauración burguesa en Rusia.
Ya hemos analizado el punto de partida de cada
una
de las dos fracciones fundamentales de la socialdemocracia rusa. Pero
paralelamente se formuló una tercera posición, ya con el
despuntar de la
primera revolución, que casi nadie aceptó en esos
años.
Nos vemos obligados a plantearla aquí con
la
necesaria extensión, en parte porque los acontecimientos de
1917 la
confirmaron. Pero sobre todo porque siete años después de
la Revolución de
Octubre esta concepción, luego de habérsela
distorsionado al máximo, comenzó a
jugar un papel totalmente imprevisto en la evolución de Stalin y
del conjunto
de la burocracia soviética.
A comienzos de 1905 se publicó en Ginebra
un
folleto de Trotsky. En él se analizaba la situación
política tal como se daba
en el invierno de 1904. El autor llegaba a la conclusión de que
la campaña
independiente de los liberales de petitorios y banquetes había
agotado ya todas
sus posibilidades; que la intelligentzia radical. que había
puesto todas sus
esperanzas en los liberales, estaba junto con éstos en un
callejón sin salida;
que el movimiento campesino estaba creando las condiciones favorables
para la
victoria pero era incapaz de garantizarlas– que sólo se
podría llegar a una
definición a través de una insurrección armada del
proletariado; que la fase
siguiente de este proceso sería la huelga general. El
folleto se titulaba Antes
del 9 de enero, porque fue escrito antes del Domingo Sangriento de
San
Petersburgo.11 La poderosa oleada
de huelgas que estalló luego, junto con los enfrentamientos
armados que
complementaron las huelgas, fueron una confirmación
inequívoca de las previsiones
estratégicas de este folleto.
La introducción a mi trabajo la
escribió Parvus, un
emigrado ruso que en ese entonces se destacaba en Alemania como
escritor.12 Parvus era
una personalidad excepcionalmente creativa, tan capaz de asumir
las ideas de
los demás como de enriquecer a los demás con sus ideas.
Le faltaba el
equilibrio interno y el amor al trabajo necesarios para brindar al
movimiento
obrero la colaboración digna de su talento como pensador y
escritor. Ejerció
una influencia indudable en mi desarrollo personal, especialmente en lo
que
hace a la comprensión socialista revolucionaria de nuestra
época. Unos años
antes de nuestro primer encuentro Parvus había defendido
apasionadamente en
Alemania la idea de la huelga general; pero en ese entonces el
país atravesaba
un prolongado boom industrial, la socialdemocracia se
había adaptado al
régimen de los Hohenzollern;13 la
propaganda
revolucionaria de ese extranjero no tuvo más eco que una
irónica indiferencia. Al
conocer, dos días después de los sangrientos
acontecimientos de San
Petersburgo, el manuscrito de mi folleto, Parvus se sintió
cautivado por la
idea del rol excepcional que estaba destinado a jugar el
proletariado en la
atrasada Rusia.
Pasamos conversando esos pocos días que
estuvimos
juntos en Munich, que nos clarificaron muchas cosas a ambos y nos
acercaron
personalmente. La introducción al folleto escrita por Parvus
entró entonces a
formar parte de la historia de la revolución rusa. En pocas
páginas iluminó las
peculiaridades sociales de la Rusia atrasada; es cierto que ya se las
conocía,
pero nadie había planteado las conclusiones que se desprenden
necesariamente de
ellas.
“El radicalismo político
de Europa occidental –escribió Parvus– se apoyaba, como ya
se sabe,
fundamentalmente en la pequeña
burguesía. Esta estaba constituida por los artesanos y, en
general, por ese
sector de la burguesía que había sido atrapado por el
desarrollo industrial
pero al mismo tiempo hecho a un lado por la clase capitalista.... En
Rusia,
durante el período precapitalista, las ciudades avanzaron
más según el modelo
chino que el europeo. Eran centros administrativos, de carácter
puramente
burocrático, sin la menor importancia política, mientras
que en términos
económicos servían sólo de centros comerciales, de
bazares, para los terratenientes
y campesinos ricos de los alrededores. Su desarrollo era
insignificante
todavía cuando irrumpió el proceso capitalista, que
comenzó a crear ciudades
siguiendo su propio modelo, es decir, ciudades fabriles y centros del
comercio
mundial.... El mismo elemento que obstaculizó el avance
de la democracia
pequeñoburguesa favoreció la conciencia de clase del
proletariado ruso, es
decir, el débil desarrollo de las formas de producción
artesanales. El
proletariado se concentró inmediatamente en las
fábricas....
“Los campesinos se
pondrán en movimiento aun más
masivamente. Pero ellos sólo pueden incrementar la
anarquía política del país
y, de este modo, debilitar al gobierno; no pueden constituir un
compacto
ejército revolucionario. Por lo tanto, con el desarrollo de
la revolución el
proletariado tendrá que encarar una tarea política cada
vez mas amplia. Paralelamente,
aumentarán su auto-conciencia y su energía
políticas....
”La socialdemocracia se
verá enfrentada a la
disyuntiva de asumir la responsabilidad del gobierno provisional o
separarse
del movimiento obrero. Los obreros considerarán suyo este
gobierno más allá de
cómo se conduzca la socialdemocracia.... Los únicos que
pueden producir el
cambio revolucionario en Rusia son los obreros. El gobierno
revolucionario
provisional de Rusia será el gobierno de una democracia
obrera. Si la
socialdemocracia encabeza el movimiento revolucionario del proletariado
ruso,
este gobierno será socialdemócrata....
”El gobierno provisional
socialdemócrata no podrá
realizar la revolución socialista en Rusia, pero el mismo
proceso de
liquidación de la autocracia y establecimiento de la
república democrática le
proporcionará un terreno muy fértil para su trabajo.”
Me encontré una vez más con
Parvus, esta vez en San
Petersburgo, en el tumulto de los acontecimientos revolucionarios
del otoño de
1905. Mientras nos manteníamos organizativamente independientes
de ambas
fracciones, editábamos juntos un periódico obrero de
masas, Ruskoie Slovo [La
Palabra Rusa], y en alianza con los mencheviques un
periódico político, Nachalo [El Comienzo]. A
menudo se relacionó la
teoría de la revolución permanente
con los nombres de “Parvus y Trotsky”. Esto era correcto sólo
parcialmente. La
época de apogeo revolucionario de Parvus fue el fin del
siglo pasado, cuando
encabezó la lucha contra el “revisionismo”, es decir la
distorsión oportunista de
la teoría de Marx. El fracaso de sus esfuerzos por empujar a la
socialdemocracia alemana a una política más decidida
minó su optimismo. Ante la
perspectiva de la revolución socialista en Occidente Parvus
empezó a reaccionar
con reservas cada vez mayores. En esa época consideraba que “el
gobierno
provisional socialdemócrata no podrá realizar la
revolución socialista en
Rusia”. Sus
previsiones no señalaban,
por lo tanto, la transformación de la revolución
democrática en socialista sino
el establecimiento en Rusia de un régimen de democracia obrera
del tipo del de
Australia, donde, sobre el fundamento de una economía de
agricultores, surgió
por primera vez un gobierno laborista que no superó los marcos
del régimen
burgués.
Yo no compartía esta conclusión.
La democracia australiana
creció orgánicamente en la tierra virgen de un nuevo
continente y asumió
inmediatamente un carácter conservador, sometiendo a un
proletariado joven pero
bastante privilegiado. La democracia rusa, por el contrario,
surgiría sólo
como resultado de un grandioso vuelco revolucionario, cuya
dinámica en ningún
caso daría lugar al gobierno obrero a permanecer dentro de los
límites de la
democracia burguesa. Nuestras diferencias, que comenzaron poco
después de la
Revolución de 1905, terminaron en una ruptura total. A comienzos
de la guerra,
Parvus, en quien el escéptico había matado al
revolucionario, se puso del lado
del imperialismo alemán, y luego se convirtió en el
consejero e inspirador del
primer presidente de la república alemana, Ebert.14
Comenzando con el folleto Antes del 9 de
enero, volví más de una vez al desarrollo y
justificación de la teoría de la
revolución permanente. En vista de la importancia que esta
teoría adquirió
posteriormente en la evolución ideológica del
héroe de esta biografía, se me
hace necesario presentarla aquí citando con exactitud mis
trabajos de 1905 y
1906.
“El conjunto de la
población de una ciudad moderna,
por lo menos de las ciudades de cierta significación
económico-política, lo
constituye la clase netamente diferenciada del trabajador
asalariado. Es
precisamente esta clase, esencialmente desconocida durante la gran
Revolución
Francesa, la destinada a jugar el rol decisivo en nuestra
revolución... En
un país económicamente atrasado el proletariado puede
llegar al poder antes que
en un país capitalista avanzado. El supuesto de una especie de
dependencia automática
de la dictadura proletaria respecto a las fuerzas y recursos
técnicos de un
país es un prejuicio derivado de un materialismo
‘económico’ en extremo
simplificado. Esa concepción no tiene nada en común con
el marxismo... A
pesar de que las fuerzas productivas de la industria de Estados Unidos
son diez
veces superiores a las nuestras, el rol político del
proletariado ruso, su
influencia en la política del país y su posible
influencia en la política
mundial son incomparablemente mayores que el rol y la
significación del
proletariado norteamericano....
“La revolución rusa,
según nuestro punto de vista,
creará las condiciones bajo las cuales el poder puede (y con el
triunfo de la
revolución debe) pasar a manos del proletariado
antes de que los
políticos del liberalismo burgués tengan oportunidad de
desarrollar al máximo
su genio de estadistas.... La burguesía rusa está
entregando todas las
posiciones políticas del proletariado. Del mismo modo
tendrá que entregar a la
dirección revolucionaria del campesinado. El proletariado
en el poder
aparecerá ante el campesinado como una clase
emancipadora... El
proletariado, apoyándose en el campesinado, pondrá todas
sus fuerzas en juego
para elevar el nivel cultural de la aldea y desarrollar la conciencia
política
de los campesinos.... ¿Pero acaso el campesinado pasará
por encima del
proletariado y ocupará su lugar? Es imposible. Toda la
experiencia histórica se
yergue contra esta presunción. Demuestra que el campesinado es
completamente
incapaz de jugar un rol político independiente....
De lo que ya
dijimos resulta clara nuestra opinión sobre la idea de la
‘dictadura del
proletariado y el campesinado’. El nudo de la cuestión no radica
en si la
admitimos o no en principio, en si consideramos ‘deseable’ o
‘indeseable’ esta
forma de cooperación política. La consideramos
irrealizable, al menos en un
sentido directo e inmediato....”
Lo ya explicado demuestra lo erróneo de
la afirmación,
más adelante indefinidamente repetida, de que la
concepción aquí presentada
“saltaba por encima de la revolución burguesa”.
“La lucha por la
renovación
democrática de Rusia –escribí en esa época–
ha surgido del capitalismo, las
fuerzas que la conducen son producto del capitalismo y está
dirigida directamente
y ante todo contra los obstáculos que opone la servidumbre
feudal al
desarrollo de la sociedad capitalista.” La cuestión, sin
embargo, era: ¿qué
fuerzas y métodos pueden remover estos obstáculos?
“Podemos poner punto
final a las cuestiones que plantea la revolución afirmando que
la nuestra es burguesa por sus fines objetivos y en
consecuencia por sus
resultados inevitables. Corremos
entonces el peligro de cerrar los ojos ante el hecho de que el
principal
agente de esta revolución burguesa es el proletariado, y de que
todo el proceso
de la revolución empujará a éste al poder....
Podemos tranquilizarnos con la
idea de que las condiciones sociales de Rusia no están maduras
todavía para una
economía socialista, y negamos así a considerar el hecho
de que el proletariado,
una vez en el poder, se verá inevitablemente empujado, por la
misma lógica de
su situación, a introducir una economía controlada
por el estado.... El
mismo acto de entrar al gobierno no como huéspedes impotentes
sino como fuerza
dirigente permitirá a los representantes del proletariado
quebrar los límites
entre el programa mínimo y el máximo, es decir, poner
el colectivismo a la
orden del día. En qué punto se detendrá el
proletariado dependerá de la
relación de fuerzas, no de las intenciones originales de su
partido....
“Pero no es demasiado pronto para plantearse
este
problema: ¿Debe inevitablemente restringirse a los
límites de la revolución
burguesa la dictadura del proletariado? ¿No puede plantearse,
sobre las bases histórico-mundiales existentes,
alcanzar la victoria rompiendo esos
límites?... De una cosa
podemos estar seguros: sin el apoyo estatal directo del proletariado
europeo la
clase obrera de Rusia no podrá permanecer en el poder ni
convertir su gobierno
temporario en una dictadura socialista prolongada...” De
aquí, sin embargo,
no se desprende en absoluto un pronóstico pesimista: “La
emancipación política
encabezada por la clase obrera de Rusia la eleva como dirigente a
alturas
históricas sin precedentes, le otorga fuerzas y recursos locales
v la convierte
en pionera de la liquidación mundial del capitalismo, para
la que la historia
creó todos los requisitos objetivos necesarios....”
Sobre las
posibilidades de que la socialdemocracia cumpla con este objetivo
histórico, yo
escribía en 1906: “Los partidos socialistas europeos –sobre todo
el más
poderoso de ellos, el alemán– han elaborado su propio
conservadurismo. A medida
que masas cada vez más amplias se acercan al socialismo y que la
organización y
disciplina de estas masas aumenta, este conservadurismo también
se incrementa.
A causa de ello la socialdemocracia, como organización que
encarna la
experiencia política del proletariado, puede transformarse en un
momento
determinado en un obstáculo directo en el camino del conflicto
abierto entre
los obreros y la reacción burguesa ...” Concluía mi
análisis, sin embargo,
expresando mi plena seguridad de que “la revolución oriental
llenará al
proletariado occidental de idealismo revolucionario y despertará
en él el deseo
de hablar con su enemigo ‘en ruso’...”
Recapitulemos. El narodnikismo, cuando el
surgimiento
de los eslavófilos, partió de ilusiones respecto a los
caminos absolutamente
originales que seguiría el desarrollo ruso y dejaba de lado el
capitalismo y la
república burguesa. El marxismo de Plejanov hacía el eje
en demostrar la
identidad de principios entre las vías históricas de
Rusia y las de Occidente. El
programa que de aquí se derivaba ignoraba el conjunto de las
peculiaridades de
la estructura social y el desarrollo histórico de Rusia, reales
y para nada
místicas. La actitud de los mencheviques hacia la
revolución, jalonada de
desviaciones episódicas o individuales, se reduce a lo
siguiente: el triunfo de
la revolución burguesa en Rusia se concibe sólo bajo la
dirección de la
burguesía liberal y debe entregarle a ésta el poder. El
régimen democrático
permitirá entonces al proletariado ruso aliarse con sus hermanos
mayores de
Occidente en la lucha por el socialismo con un éxito
incomparablemente mayor
que el obtenido hasta entonces.
La perspectiva de Lenin puede expresarse
brevemente
como sigue: la retrasada burguesía rusa es incapaz de llevar
hasta el final su
propia revolución. La victoria total de la revolución por
medio de la
“dictadura democrática del proletariado y el campesinado”
liquidará del país el
medievalismo, investirá el desarrollo del capitalismo ruso de un
ritmo
norteamericano, fortalecerá al proletariado de la ciudad y el
campo y abrirá
amplias posibilidades a la lucha por el socialismo. Por otra parte, el
triunfo
de la revolución rusa dará un fuerte impulso a la
revolución socialista en
Occidente, la que alejará de Rusia el peligro de
restauración y permitirá al
proletariado ruso conquistar el poder en un lapso histórico
relativamente
breve.
La perspectiva de la revolución
permanente puede resumirse
en estas palabras: la victoria total de la revolución
democrática en Rusia es
inconcebible de otra manera que a través de la dictadura
del proletariado
apoyada en el campesinado. La dictadura del proletariado, que
inevitablemente
pondrá a la orden del día no sólo tareas
democráticas sino también socialistas,
dará al mismo tiempo un poderoso impulso a la revolución
socialista
internacional. Sólo el triunfo del proletariado en
Occidente evitará la restauración
burguesa y permitirá construir el socialismo hasta sus
últimas consecuencias.
Esta formulación
concisa revela con idéntica claridad tanto la similitud de las
dos últimas en
su oposición irreconciliable a la perspectiva
liberal-menchevique así como sus
diferencias, en extremo esenciales, sobre la cuestión del
carácter social y las
tareas de la “dictadura” que surgiría de la revolución.
La objeción,
frecuentemente repetida, de los actuales teóricos de
Moscú de que el programa
de la dictadura del proletariado era “prematuro” en 1905 carece
totalmente de
sentido. La experiencia demostró que el programa de la
“dictadura democrática
del proletariado y el campesinado” era igualmente “prematuro”. La
relación de
fuerzas desfavorable en la época de la primera revolución
hacía imposible, no
la dictadura del proletariado como tal sino, en general, el triunfo de
la
revolución. Mientras tanto, todas las tendencias revolucionarias
cifraban sus
esperanzas en la victoria total: sin esa esperanza sería
imposible la lucha
revolucionaria sin trabas. Las diferencias se referían a las
perspectivas generales
de la revolución y a las diferencias estratégicas que de
allí se deducían. La
perspectiva menchevique era falsa hasta la médula;
señalaba al proletariado un
camino totalmente erróneo. La del bolchevismo no era completa:
señalaba
correctamente la orientación general de la lucha pero
caracterizaba
incorrectamente sus etapas. La debilidad de la perspectiva bolchevique
no se
reveló en 1905 sólo porque la misma revolución no
siguió desarrollándose. Pero
a comienzos de 1917 Lenin, en lucha abierta contra los cuadros
más viejos del
partido, se vio obligado a cambiar de perspectiva.
En política no se puede pretender
pronósticos tan
exactos como en astronomía. Es suficiente si indican
correctamente la línea
general de desarrollo y ayudan a orientarse en el curso real de los
acontecimientos, cuya línea básica oscila inevitablemente
a derecha o
izquierda. En este sentido es imposible no reconocer que la
concepción de la revolución
permanente ha pasado bien el examen de la historia. Durante los
primeros años
del régimen soviético nadie la negó expresamente;
por el contrario, se la
aceptaba en cantidad de publicaciones oficiales. Pero, cuando la
reacción
burocrática contra Octubre se abrió paso en la pasiva y
osificada cúpula de la
sociedad soviética, desde un comienzo atacó esta
teoría. Es que ella reflejaba
más acabadamente que ninguna otra la primera revolución
proletaria de la
historia y a la vez el carácter incompleto, limitado y parcial
de ésta. Así,
por oposición, se originó la teoría del socialismo
en un solo país, el dogma
básico del estalinismo. ■
1 “Tres concepciones de la revolución
rusa”. Traducido de la versión en inglés publicada en la
revista Cuarta Internacional,
noviembre de 1942. En otra traducción, aparece como
apéndice a la biografía de
Stalin escrita por Trotsky. La intención original de Trotsky
había sido incluir
el material citado como un capítulo de su biografía de
Lenin, que comenzó
mientras estaba exiliado en Francia, pero que nunca completó.
2 La revolución de 1905 en Rusia se
extendió debido al descontento
por la guerra ruso-japonesa. Culminó con la instalación
del Soviet de Diputados
Obreros de San Petersburgo en octubre, y fue aplastada por el zar en
diciembre
(ver 1905, León Trotsky).
3 Los narodniki
(populistas), el movimiento de
intelectuales rusos que realizó actividades en el campesinado
entre 1876 y
1879, ano en que se dividió en dos partidos: uno anarquista,
quefue aplastado después del asesinato del zar Alejandro II en
1881; el otro conducido por George Plejanov (1856-1918), que se
dividió de nuevo,
convirtiéndose el grupo de Plejanov al marxismo; el otro grupo
constituyó el
Partido Socialista Revolucionario, de base campesina. Plejanov
llegó a ser un
líder de la fracción menchevique en la socialdemocracia
rusa después de 1903.
4 La Revolución de Febrero (de 1917) en
Rusia derribó al zar y
estableció el gobierno provisional burgués, que mantuvo
el poder hasta que la
Revolución de Octubre llevó a los soviets, bajo la
conducción del Partido
Bolchevique, al poder.
5 Paul Axelrod (1850-1925): fue uno de los
primeros dirigentes de la
socialdemocracia rusa y editor de Iskra. Se hizo menchevique en 1903.
6 Los demócratas constitucionales
rusos, llamados cadetes, eran el
partido liberal que promovía una monarquía constitucional
en Rusia o incluso,
finalmente, una república. Era un partido de terratenientes
progresivos, mediana
burguesía e intelectuales burgueses.
7 Después del aplastamiento del Soviet
de Diputados Obreros de San
Petersburgo en diciembre de 1905, los obreros de Moscú y de San
Petersburgo
protestaron a través de huelgas y barricadas estallaron
también revueltas en
Siberia, las provincias bálticas y el Cáucaso. Junto con
el aplastamiento de
los levantamientos, el gobierno preparó las elecciones para la
Primera Duma
(parlamento), que se celebraron en marzo de 1906.
8 Pavel Miliukov (1859-1943): líder de
los cadetes, fue ministro de
relaciones exteriores del gobierno provincial ruso, de marzo a mayo de
1917, y
un prominente enemigo de la revolución bolchevique. El
Palacio de Invierno era
la residencia de invierno del zar. Después de la
Revolución de Febrero, se
convirtió en la sede del gobierno provisional.
9 Noah N. Zordania (1870-1953): líder
menchevique, fue jefe de la
República de Georgia, vasallo de los imperialistas ingleses y
alemanes, después de octubre de 1917. En 1921, luego del triunfo
del Ejército Rojo en Georgia, emigró a París.
10 Dictadura
del proletariado, el término marxista para el dominio de
la clase obrera que sucederá al de la clase
capitalista (la dictadura de la burguesía).
11 Domingo Sangriento: el 9 de enero de 1905,
cuando las tropas
zaristas hicieron fuego sobre una marcha pacífica de obreros de
San Petersburgo
que portaban un petitorio de derechos democráticos para el
zar y mataron a
cientos de personas. Las huelgas masivas que sobrevinieron en toda
Rusia
marcaron el comienzo de la Revolución de 1905.
12 A.L. Parvus
(1869-1924) fue
un prominente propagandista teórico marxista en el
período anterior a la
primera guerra mundial. Trotsky rompió con él en 1914,
cuando se convirtió en
uno de los líderes del ala pro belicista de la socialdemocracia
alemana.
13 Hohenzollern fue el nombre de la familia
gobernante de Prusia y
Alemania hasta 1918.
14 Friedrich Ebert (1871-1925): líder
del ala derecha de la
socialdemocracia alemana. Como canciller dirigió con Scheidemann
el
aplastamiento de la revolución de noviembre de 1918, ejecutando
a Rosa
Luxemburgo, Karl Liebknecht y otros revolucionarios alemanes. Fue
presidente de
la República de Weimar de 1919 a 1925.
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