junio de 2017
Trotskistas italianos sobre el Día Internacional de la Mujer
Lucha revolucionaria por la emancipación
de la mujer
no feminismo del estado de bienestar (capitalista)
La lucha contra la opresión de la mujer es tarea del proletariado en su conjunto. En la imagen, protesta obrera en Petrogrado el Día Internacional de la Mujer en 1917, que inició la Revolución Rusa.
El siguiente artículo ha sido traducido de L’internazionalista No. 2, junio de 2017, periódico del Nucleo Internazionalista d’Italia, sección de la Liga por la IV Internacional.
El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, fue desde el principio, en 1909, una jornada de lucha proletaria, iniciada por socialistas y efecto de huelgas implacables y de luchas por la sindicalización libradas por trabajadoras textiles en Nueva York. Este año se cumple un siglo de que un levantamiento que comenzó el Día Internacional de la Mujer derribó al zar ruso y desembocó en la Revolución Bolchevique de octubre de 1917 y a la formación del primer estado obrero de la historia. El Octubre Rojo no sólo trajo consigo una considerable expansión de los derechos de la mujer, sino también una economía planificada que comenzó a sentar las bases para la eliminación del sustento material de la opresión de la mujer. Sigue siendo el faro que muestra el camino para lograr la emancipación de todos los oprimidos. ¡Liberación de la mujer mediante la revolución socialista!
La “huelga global de las mujeres” convocada por grupos feministas el 8 de marzo pasado, tuvo un carácter muy distinto. Ésta varió de país en país. En Estados Unidos, las protestas estuvieron fundamentalmente marcadas por la oposición al presidente republicano e infame sexista, Donald Trump, mientras el Partido Demócrata se ocultaba tras la pantalla de las protestas de mujeres. Además, hubo marchas y protestas en más de 40 países inspiradas por el movimiento Ni Una Menos de Argentina, que organizó protestas de masas en 2015 y 2016 tras aterradoras violaciones en grupo y asesinatos de mujeres jóvenes. Este movimiento ha sido vitoreado por muchos en la izquierda al considerarlo el inicio de una nueva oleada de feminismo radical.
En Italia el 8 de marzo, los centros Cassa delle Donne (Casa de la Mujer) promovieron manifestaciones de 20 mil personas en Roma, 10 mil en Milán y miles más en otras ciudades importantes. En Roma, varios sindicatos izquierdistas “de base” (USB, Cobas, SLAI-Cobas, etc.) realizaron paros, lo mismo que el sindicato de maestros afiliado a la confederación sindical CGIL. Como en la enorme manifestación de más de 100 mil personas en la capital el 26 de noviembre pasado, el principal foco de crítica lo representó la “violencia masculina en contra de las mujeres” perpetrada por individuos, así como las apelaciones al estado capitalista. Non Una di Meno, vinculada al movimiento argentino Ni Una Menos, llamó a las Naciones Unidas y a la Corte Europea de Derechos Humanos a proteger a la mujer y organizó reuniones con políticas burguesas.
Naturalmente, fuerzas burguesas intentaron sacar el mayor provecho de esto. La presidenta de la Cámara de Diputados, Laura Boldrini, ordenó que las banderas italianas de Montecitorio (asiento del parlamento) ondearan a media asta; el presidente de la república, Sergio Matarella, exmiembro de Forza Italia,1 pronunció píos discursos en contra de la violencia en contra de la mujer; y el alcalde de Milán del Partido Democrático declaró que las “proporciones rosas [de mujeres] ya no son suficientes”. La policía de Boloña incluso participó con un acto “contra la violencia”, organizando una iniciativa denominada “Esto no es amor”. Nondasola (12 de marzo), un sitio web asociado con Non Una di Meno, dijo: “Es una importante responsabilidad del estado poner en juego todo lo necesario para prevenir, cuidar y proteger a la mujer de la violencia”.
En lugar de presentar un programa para la lucha revolucionaria contra el estado capitalista –la maquinaria de la clase dominante para la imposición violenta de su dominio sobre los trabajadores, mujeres y todos los oprimidos– estas feministas buscan trabajar con el estado. La plataforma de los “ocho puntos para el 8 de marzo” de Non Una di Meno se pronuncia por un “ingreso para la autodeterminación”, es decir, un ingreso garantizado que permita escapar a las mujeres de relaciones violentas, así como de “bienestar para todos, sobre la base de las necesidades de las mujeres, que las libere de la obligación de trabajar más y más”.
Cuando en los “Ocho puntos” llaman a favor de escuelas públicas sean el “nexo crucial para prevenir y combatir la violencia masculina contra las mujeres” y cuando llaman a erradicar los “estereotipos misóginos, sexistas y racistas” en los medios de comunicación, están esparciendo la ilusión de que esto puede realizarse bajo el capitalismo como si se tratara de un asunto educativo. ¿Cómo podría lograrse? He aquí su respuesta: “Exigimos la inmediata acción del gobierno para establecer una Contraloría de Medios capaz de intervenir y de impedir el sexismo en los medios” (Non Una di Meno, “No es (sólo) la RAI”, 24 de marzo). De este modo, llaman al gobierno a que ejerza una censura feminista sobre los medios [¡!]. Todos estos llamados consideran al estado burgués como amigo o aliado, como socio de la mujer, y no como el principal enemigo.
En pocas palabras, lo que las organizadoras buscan es una especie de feminismo del estado de bienestar capitalista. Aunque presenta algunas reivindicaciones correctas y necesarias, como la de aborto libre y gratuito a quien lo solicite, así como el fin de la cláusula de “objetor de conciencia” en la Ley 194 (que permite a doctores y hospitales socaven el derecho al aborto), la plataforma las considera en un marco puramente democrático burgués. El suyo es un programa reformista utópico y socialdemócrata que subordinaría la lucha por los derechos de la mujer al estado capitalista, el mayor enemigo de las mujeres. Por añadidura, ignora exigencias económicas elementales que van más allá de los límites del capitalismo, como la colectivización del trabajo doméstico, el cuidado de los niños y los servicios de alimentación, que son fundamentales para la liberación de las trabajadoras de una opresión social omnímoda.
Como cabría esperar, las feministas del estado de bienestar de Non Una di Meno, son visceralmente anticomunistas y exigen que los sindicatos y partidos se abstengan de llevar a las manifestaciones sus símbolos y banderas (es decir, no banderas rojas ni hoces y martillos). Esto, sin embargo, no ha impedido que grupos de la izquierda oportunista se pongan a su cola. El Partito dell’Alternativa Comunista (PdAC, parte de la corriente internacional de los seguidores del difunto Nahuel Moreno, la LIT) dio “la bienvenida” de manera enfática a Non Una di Meno, aunque calificaba a la dirección de “feminista” y “reformista” y consideraba que la proscripción de las banderas representaba “un paso atrás”. Pero los morenistas son ellos mismos feministas y reformistas, y la colaboración de clases es la parte esencial de su inventario político.
El Partito Comunista dei Lavoratori (PCL, Partido Comunista de los Trabajadores, vinculado hasta ahora al Partido Obrero argentino de Jorge Altamira) adoptó una postura ligeramente más izquierdista sin abandonar el marco meramente feminista. En vísperas de la manifestación en Roma del año pasado en contra de la violencia masculina, el PCL publicó una declaración (21 de noviembre de 2016) en la que llama “Por la construcción de un feminismo radical, anticapitalista y anticlerical”. Aunque se ha informado que sus camaradas mujeres fueron tratadas de manera antidemocrática en una reunión de Non Una di Meno los días 2 y 3 de febrero, la respuesta del PCL consistió en publicar una plataforma paralela de “Ocho Puntos de Clase para el 8 de marzo”, intentando darle un barniz obrero al feminismo añadiendo llamados a abolir la Ley de Empleos (que ha desembocado en la proliferación de contratos laborales de corta duración), restaurando el Artículo 18 (que impedía los despidos en masa) y otras cosas parecidas.
En los medios, la palabra “feminista” es frecuentemente usada de un modo ambiguo para referirse a cualquiera que apoye los derechos de la mujer –o que falsamente diga hacerlo. Pero el feminismo es un programa político, que por su propia naturaleza es burgués, como lo son todas las formas de la “política de identidad”. Se contrapone a la política obrera revolucionaria del marxismo. Al presentar al género como la principal línea divisoria en la sociedad –llegando en algunos lugares a subrayar esto al excluir a los varones de las protestas del 8 de marzo o a ordenarles que marchen en la retaguardia– desvía la lucha de la fuente de la opresión de la mujer, el capitalismo.
Y esto vale para todos los “feminismos”. Pegar unas cuantas reivindicaciones favorables a unas reformas “pro obreras” y el adjetivo “anticapitalista” (o “proletario” o “socialista” al programa feminista, incluso si de vez en cuando se hace alguna referencia a una eventual “transformación radical de la sociedad”, cuando mucho lo hace como una fórmula para la colaboración de clases reformista. Al enfocarse en la exigencia de hacer al capitalismo más aceptable, especialmente para ciertas capas de mujeres burguesas y pequeñoburguesas, el feminismo se contrapone a la genuina liberación de la mujer en general, y de las pobres y las trabajadoras, en particular.
El que se enfoquen en lo que se ha llamado “feminicidio” no se debe a que las mujeres sean asesinadas con mayor frecuencia que los hombres (lo opuesto es el caso: la tasa de asesinatos de hombres es del más del doble que de las mujeres en Italia, cinco veces mayor en EE.UU. y seis veces mayor en Argentina). Tampoco ha habido un repentino incremento en los asesinatos de mujeres (en Italia y EE.UU. han caído en la última década). Por otra parte, un lugar en el que la tasa de asesinatos –incluidos notablemente los de mujeres– se ha incrementado es México, donde se duplicaron entre 2005 y 2012. La causa es la “guerra contra las drogas”, en la que las mujeres han sido masacradas sanguinariamente por el ejército, la policía y los traficantes por igual. Aun así, los hombres tienen diez veces más posibilidades de ser asesinados que las mujeres.
La campaña en torno al “feminicidio” es otra elección política feminista. Se enfoca en un importante aspecto de la opresión de la mujer en el que los opresores directos son varones individuales, esto es, la violencia doméstica. Aunque hay muchas menos mujeres asesinadas que hombres, las mujeres tienen mayores probabilidades de sufrir ataques violentos, particularmente en la casa. Pero incluso a ese nivel, las feministas no tienen ningún programa real para combatirla. Llamar a la policía en contra de una pareja abusiva en México podría resultar suicida, toda vez que la policía podría muy bien apoyar a los criminales, además de que es tristemente célebre por haberse involucrado en abusos sexuales, violaciones y asesinatos de mujeres. Para los negros en EE.UU. implicar a la policía lleva con frecuencia a asesinatos policíacos de varones, y ocasionalmente, víctimas femeninas.
Por razones similares, los centros en contra de la violencia contra las mujeres en Italia no quieren que la policía ronde en sus cercanías. Los tribunales capitalistas que administran los “derechos familiares” pueden inclusive arrebatar a los niños tanto de manos de la madre como del padre, para colocarlos en cuidado temporal (como ha ocurrido con una pareja pobre de Casale Monferrato, únicamente porque eran “muy viejos”). El mismo sistema de “justicia” condena a los pobres a prisión de por vida mientras absuelve a los ladrones de altos vuelos que visten con saco y corbata.
El centro neurálgico y la fuente de la violencia doméstica es la institución de la familia, la unidad social fundamental de la sociedad burguesa. Pero la mayor parte de las feministas no quiere llamar por el remplazo de la familia, y en la actualidad incluso recela de desafiar los “valores familiares”. Esto significa, al menos, que capitulan ante la iglesia católica, que es una de las principales responsables de la opresión de la mujer, instando a las mujeres durante siglos a someterse a relaciones abusivas. Sin embargo, la primera manifestación de Ni Una Menos en Argentina no sólo recibió el respaldo de políticas y políticos burgueses, sino también de la iglesia, de la mismísima jerarquía católica (que incluye al actual papa Francisco) que solapó el robo de hijos de izquierdistas asesinados por parte de la Junta Militar. Pero más importante es el hecho de que el problema de la violencia doméstica en contra de la mujer plantea la necesidad de una revolución socialista que provea las bases materiales para trascender la dependencia económica inherente en la familia bajo el capitalismo.
Los marxistas luchamos por remplazar la familia mediante la socialización de las tareas domésticas, la crianza de los niños y la alimentación. Las feministas no llaman por nada de esto. Si hablan de la “familia patriarcal” es tan sólo porque sostienen que “otra familia es posible”, igualitaria y no patriarcal, por así decirlo, tal como los manifestantes antiglobalización decían que “otro mundo es posible” bajo el capitalismo. Se trata de ilusiones funestas. Ni siquiera paliativos como el “ingreso para la autodeterminación” (o sea un “ingreso ciudadano” o un salario garantizado como el de que se está hablando en el Parlamento Europeo) son la respuesta. Al igual que las recetas reformistas de “salarios para el trabajo doméstico”, de ser implementados no sólo reforzarían los roles tradicionales de la mujer y su subyugación al trabajo doméstico, sino que probablemente alejarían aún más a la mujer del trabajo social, bloqueando su emancipación del confinamiento doméstico.
La crisis económica capitalista impacta a las mujeres
Miles de trabajadores mal pagados de limpieza y de los comedores, en su mayoría mujeres, desataron una huelga en toda Italia, el 31 de marzo de 2017. Para derrotar la tercerización y ganar un verdadero contrato nacional requiere la acción unida de todos los trabajadores de los hospitales y las universidades, apuntalados por los sindicatos industriales.
La crisis económica del mundo capitalista ha erosionado las condiciones de vida de los trabajadores en Italia y el resto del mundo, además de que ha incrementado el número de desempleados, pobres y ancianos sin recursos económicos y la escasez de servicios médicos. La añeja política burguesa de “sangre y lágrimas” de brutal “austeridad” para los pobres y la clase obrera, y de obsceno enriquecimiento para los patrones, ha empeorado desde el inicio de la depresión en 2007-2008. Ha habido recortes a las pensiones y a los servicios sociales, así como un incremento en las restricciones al derecho al aborto. El progresivo desmantelamiento del sistema de salud y de los servicios sociales significa que la mayor parte del peso del cuidado de los enfermos, los ancianos y los niños cae en los hombros de las mujeres.
Cuando la clase obrera sufre reveses, las mujeres se llevan la peor parte. El número de guarderías se ha reducido y éstas son cada vez más prohibitivamente caras. El desempleo es masivo, especialmente para los jóvenes, pero es incluso peor para las mujeres, que con frecuencia son las últimas en ser contratadas y las primeras en ser despedidas. Los salarios han bajado en general, y son aún más bajos para las mujeres; las pensiones son cada vez más difíciles de obtener, pero esto es incluso más difícil para las mujeres, dado en particular que sus cargas familiares son mayores; la ley de empleos, junto con otras medidas, ha hecho de la precariedad laboral algo prácticamente universal, pero es aún peor para las mujeres. Las mujeres conforman una parte desproporcionadamente alta de los trabajadores a tiempo parcial y representan a más de la mitad de los que reciben “cupones” (“contratos” laborales con salarios muy bajos, limitados a unas cuantas horas).
Así, aunque las trabajadoras ganan por el mismo trabajo un promedio 17 por ciento menos que sus contrapartes masculinas, las mujeres ganan en general 42 por ciento menos que los hombres, debido a que representan una fracción desproporcionadamente grande de los trabajadores a tiempo parcial involuntarios, que querrían laborar jornadas completas. Un número significativo de trabajadoras son madres solteras y muchas perdieron sus trabajos de tiempo completo cuando se embarazaron: tan sólo en 2008-2009, unas 800 mil madres reportaron haber sido despedidas tras embarazarse. Cuando fueron contratadas, a muchas se les pidió que firmaran cartas de renuncia, que se activarían en caso de embarazo. O no fueron contratadas en lo absoluto. Entretanto, los divorcios y los juicios por pensión alimenticia, cuidado de los niños o custodia, causan grandes tensiones en las familias, especialmente en las más pobres. Además, el abuso doméstico se incrementa considerablemente en tiempos de angustia económica. Y entonces, las mujeres pagan el precio más alto como víctimas de la violencia doméstica.
No es un misterio cómo resolver esto. Durante la Gran Depresión de los años 1930, León Trotsky presentó la reivindicación de escala móvil de salarios y de horas de trabajo, para reducir la jornada laboral sin disminución en el pago, para así proveer trabajo para todos. Esto, sin embargo, no va a darse en virtud de una legislación “ilustrada” en los parlamentos burgueses ni mediante amistosas negociaciones con los patrones. Hasta la modesta reducción de la jornada laboral en Francia de 39 a 35 horas semanales (la Loi Aubry, aprobada en 2000) está ahora siendo desmantelada por una patronal henchida de ganancias que clama pobreza. Esa ley no causó ninguna mella en el desempleo masivo, pero recortar la jornada semana a 25 horas sin disminución en la paga podría ser muy distinto. Naturalmente, los patrones se oponen a esta medida: necesitan lo que Marx llamó el “ejército de reserva de los desempleados” para mantener los salarios bajos.
Los trotskistas luchamos también por guarderías y lavanderías gratuitas, disponibles las 24 horas; por comedores con bajos precios y alta calidad que sirvan a los pobres y a los trabajadores; por programas masivos de obras públicas bajo control obrero; por el derecho a la vivienda pública, con habitaciones adecuadas para los niños; por servicios médicos gratuitos y de alta calidad (medicina socializada) y transporte público gratuito. Estas reivindicaciones son clave para una genuina liberación de las trabajadoras. Apuntan hacia una economía centralmente planificada, colectivizada y socialista en la que la que la producción esté determinada por las necesidades sociales, no por la rentabilidad en el mercado capitalista. Esta es la razón de que reivindicaciones como las antedichas sólo pueden conquistarse mediante una dura lucha de clases que desemboque en una revolución socialista. Éste es el objetivo del Programa de Transición de Trotsky de 1938, por el que luchamos hoy.
¡Aborto libre y gratuito! ¡Eliminar la cláusula de “objetor de conciencia”!
8 de marzo de 2017: El punto de arranque de la marcha del Día Internacional de la Mujer frente al Coliseo en Roma, en la que participaron unas 20 mil personas.
La cuestión del aborto es fundamental para la mujer, así como un pararrayos para las fuerzas de la reacción que pretenden mantenerla esclavizada.
La sombría realidad de las mujeres trabajadoras y oprimidas en Italia ha avivado ira e indignación ampliamente extendidas en torno a la manera en que la cláusula de “objetor de conciencia” ha causado la muerte de Valentina Miluzzo, de 32 años, en el hospital Cannizzaro en Catania, Sicilia. Embarazada de gemelos, Valentina fue enviada al hospital el 15 de octubre con fiebre alta, dolor y baja presión sanguínea, toda vez que estaba sufriendo un aborto espontáneo. En dos entrevistas, el esposo de Valentina dijo que “Ese doctor me dijo que era un objetor y que no podía intervenir mientras hubiera vida en esos fetos; me decía esto mientras mi esposa gritaba de dolor. Me lo dijo a mí y a otras personas…”. Valentina murió unas horas más tarde.
Alrededor del 70 por ciento de los ginecólogos y casi la mitad de los anestesiólogos y del personal no médico son “objetores de conciencia”. Estas cifras son mucho mayores en el sur de Italia, además de que menos de dos terceras partes de los hospitales con departamentos de ginecología a nivel nacional pueden practicar abortos. La capacidad de estos “objetores de conciencia” médicos de superar sus “escrúpulos morales” y practicar abortos en clínicas privadas a cambio de grandes cantidades de dinero es bien conocida. En los años 1970, esta capacidad les ganó el nombre de “cucchiai d’oro” (cucharas de oro).
Los directores de los hospitales y otros en posiciones de poder en el sistema de salud son frecuentemente elegidos sobre bases políticas en el marco de un sistema clientelar. Un criterio fundamental es su disposición a librar cruzadas antiaborto. Un ejemplo muy visible es el de Roberto Formigoni, presidente de la región de Lombardía de 1995 a 2013, dirigente también de Comunione e Liberazione (Comunión y Liberación, un importante grupo de presión clerical-reaccionario). Los seguidores de CL de Formigoni en el hospital Mangiagalli en Milán perseguían a los doctores que practicaban abortos. Esto desembocó en un largo juicio con acusaciones criminales en contra de seis doctores. El mensaje era muy claro: doctores y personal médico que se rehúsen a declararse “objetores de conciencia” pueden poner en serio riesgo su carrera, quizás incluso su trabajo, y hasta pueden terminar en la cárcel.
La actual Ley 194 que regula el aborto fue aprobada en mayo de 1978 en un tumultuoso período en el que la clase obrera estaba demostrando algo de poder social real y vastos sectores de la sociedad se encontraban en abierta revuelta. La cláusula de “objetor de conciencia”, junto con otras restricciones que limitan severamente el derecho al aborto, fueron el resultado de la traición de colaboración de clases de los estalinistas del Partido Comunista de Italia (PCI). En aquella época, el PCI apoyaba al gobierno del democratacristiano Giulio Andreotti. También respaldaba la “antiterrorista” Ley Reale que envió a cientos de militantes izquierdistas a la cárcel, y llamó a los miembros del PCI a actuar como espías del gobierno. Todo esto fue hecho en nombre de su “Compromiso Histórico” con el capitalismo, que implicaba la conciliación con los democratacristianos, el Vaticano y la OTAN. Las mujeres y muchos otros siguen pagando el precio de esta traición.
Tres años más tarde, en 1981, el PCI se opuso al referéndum propuesto por el burgués Partido Radical, que habría ampliado de manera significativa el acceso al aborto. Los auténticos trotskistas llamaron a votar “sí”, en tanto que varios grupos feministas y la Lega Comunista Rivoluzionaria (la actual Sinistra Anti-Capitalista [Izquierda Anticapitalista], de los seguidores italianos del difunto Ernst Mandel), se pusieron a la cola del PCI, oponiéndose al referéndum. En éste, el país del Vaticano, la constitución rechaza el fundamental principio de la separación de la iglesia y el estado, enarbolado por las revoluciones democrático-burguesas. Quien fuera el dirigente estalinista del PCI por varias décadas, Palmiro Togliatti, insistió en que el infame Pacto de Letrán firmado por Mussolini y el papa Pio XI en 1929 fuera incorporado a la constitución, garantizando así amplios privilegios para la religión estatal, que en buena medida se mantienen hasta hoy en día.
La verdad es que conseguir un aborto en Italia actual es muy difícil, o imposible, para las trabajadoras, las mujeres pobres y la mayor parte de las menoresde edad. Quienes pueden pagarlo, pueden viajar a Inglaterra, pero muchas otras han muerto como resultado de abortos clandestinos que ponen sus vidas en riesgo. Exigimos: ¡Iglesia fuera de los hospitales, las escuelas y las recámaras! ¡Por la completa separación de la iglesia y el estado! ¡Abajo el Pacto de Letrán y el Concordato con el Vaticano! ¡Abolir la cláusula del “objetor de conciencia”! ¡Aborto libre y gratuito a quien lo solicite!
Las bases materiales de la opresión de la mujer … y de su liberación
El socialista utópico Charles Fourier comentó a principios del siglo XIX que el nivel de progreso de una sociedad puede medirse por el grado de libertad que tiene la mujer en ella. La lucha por la liberación de la mujer es parte integral e inseparable de la lucha por la revolución socialista. La defensa de hasta los más elementales derechos democráticos como el aborto, el cuidado de los niños y las licencias por maternidad implica necesariamente una confrontación con el estado capitalista y el poder atrincherado del Vaticano, y exige una movilización clasista. Únicamente el derrocamiento del capitalismo mediante una revolución obrera garantizará estos derechos y sentará las bases materiales para la plena emancipación de la mujer.
Como escribió Friedrich Engels en El Origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1883), las raíces materiales de la opresión de la mujer están inextricablemente vinculadas al advenimiento de la división de la sociedad en clases. La opresión de la mujer comenzó con el inicio de la sociedad de clases y la propiedad privada, particularmente con la agricultura y la domesticación de animales, cuando por primera vez hubo acumulación de riqueza. Las nuevas familias patriarcales eran unidades económicas establecidas para asegurar una cierta línea de descendencia para transferir la riqueza por medio de la herencia. Se dio una división del trabajo en la familia: los hombres eran los propietarios y las mujeres debían dedicarse al cuidado de los niños y a las labores domésticas, además de ser los medios de reproducción –difícilmente una relación amorosa y libre.
Con el paso de los siglos, en la medida en que el modo de producción pasó de la esclavitud a la servidumbre y más tarde al capitalismo mercantil, la naturaleza de la familia se modificó. Al extenderse la economía monetaria, la formación de familias se convirtió en una transacción económica con dotes y precios de la novia. Bajo el capitalismo industrial, la familia dejó de ser una unidad de producción y comenzó a resquebrajarse, especialmente entre los proletarios. Sin embargo, fuerzas reaccionarias siguen manteniéndola como estándar para imponer la atrofiante moral burguesa en los “estratos bajos”. Así, a pesar de que la entrada de la mujer a la fuerza laboral para integrarse al trabajo social representó un enorme paso hacia adelante, ésta aún sigue bajo el fardo del trabajo doméstico, el infame “doble turno” que lleva a muchas al paroxismo.
La verdadera emancipación de la mujer es imposible en una sociedad basada en la opresiva institución de la familia. La precondición para la liberación de la mujer es la sustitución de la familia como unidad económica con la socialización del trabajo doméstico. Como escribió la dirigente bolchevique Alexandra Kollontai en su artículo “El comunismo y la familia” (1920)2:
“En una sociedad comunista, la trabajadora tampoco tendrá que gastar sus raras horas de ocio al final del día en cocinar, porque habrá restaurantes públicos y cocinas colectivas donde todo mundo podrá ir a tomar sus comidas…. La sociedad comunista liberará a la mujer de su esclavitud doméstica para hacer su vida más rica, y más alegre….”
“La familia está desapareciendo no porque el estado la esté destruyendo por la fuerza, sino porque la familia está dejando de ser necesaria…. Sobre las ruinas de la vieja relación entre hombres y mujeres surge una forma nueva, que será la unión de afecto y de camaradería, la unión de miembros iguales de la sociedad comunista, ambos libres, ambos independientes, ambos trabajadores. ¡No más servidumbre doméstica para las mujeres! ¡No más desigualdad en el seno de la familia! No más temor de la mujer de quedar sin apoyo ni ayuda, con pequeños en los brazos.”
Hay en la actualidad una extendida conciencia de que la opresión de la mujer no se debe simplemente a las actitudes individuales de varones sexistas, sino que es una cuestión social profundamente arraigada en la sociedad. Aun así, predomina una perspectiva sectorialista en la izquierda italiana según la cual las mujeres deben luchar por los derechos de las mujeres y las minorías, los gays y otros por sus respectivos derechos. Como resultado del haber sido marginadas en organizaciones de izquierda, muchas mujeres sienten que es necesario organizarse por separado para luchar en contra de la opresión que sufren. Esto podría ser comprensible, pero juega en contra de la genuina liberación de la mujer, que exige una lucha común de todos los oprimidos y los trabajadores.
En Italia, las mujeres inmigrantes son triplemente explotadas y oprimidas: como trabajadoras, como inmigrantes y como mujeres. Con la notable y honorable excepción del sindicato SI Cobas, que ha luchado para organizar a los brutalmente explotados trabajadores del transporte, el almacenaje y la agricultura, nadie más en la izquierda habla mucho sobre esto. El Nucleo Internazionalista es la sección italiana de la Liga por la IV Internacional, que ha concentrado buena parte de su trabajo en medios de inmigrantes y minorías. En agosto del año pasado fue formada Nueva York una organización transicional de trabajadores inmigrantes vinculada al Grupo Internacionalista, Trabajadores Internacionales Clasistas, . Su programa incluye una sección titulada “Liberación de la mujer: tarea de todos los trabajadores”:
“El 8 de marzo es del Día Internacional de la Mujer, que conmemora la muerte de más de 100 trabajadoras inmigrantes en el incendio del taller de sudor Triangle Shirtwaist en Nueva York en 1911, que fue la chispa para la sindicalización de la industria costurera. Hoy las trabajadoras cumplen una doble jornada de trabajo, tanto en sus empleos como antes y después en la casa, donde se les impone la responsabilidad de hacer las tareas domésticas de la familia. Están constantemente acosadas por el hostigamiento sexual y un trato desigual. Se les niega hasta el control sobre sus propios cuerpos. Las y los Trabajadores Internacionales Clasistas exigimos: a trabajo igual, salario igual. En el mundo entero, reivindicamos el derecho al aborto libre y gratuito, a decisión exclusiva de la mujer. Exigimos guarderías gratuitas abiertas las 24 horas al día. Tal como el machismo, los prejuicios homofóbicos son un arma de la clase explotadora: es deber de todo trabajador consciente defender los derechos democráticos de gays, lesbianas, personas transgénero y todos los oprimidos.”
La lucha por la liberación de la mujer es parte integral de la lucha de clases. Para dirigir esta lucha de clases, se debe construir un partido leninista de vanguardia que pueda actuar como “tribuno del pueblo”. Como escribió Lenin en el ¿Qué hacer? debe ponerse a la cabeza y ser el defensor de todos los oprimidos y explotados. En un partido genuinamente leninista la totalidad de la organización se moviliza para luchar en contra de la opresión de la mujer. Sólo mediante la lucha por la liberación de la mujer, por verdaderos derechos iguales para gays y lesbianas, por plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes con o sin “papeles”, puede un genuino partido comunista dirigir la lucha por el poder obrero. ■