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diciembre de 2007 ¿Revolución “ciudadana” u obrera? Ecuador
necesita un gobierno obrero, Soldados se aproximan a una barricada de los trabajadores petroleros en huelga en la provincia de Orellana bajo el gobierno de Alfredo Palacio, marzo de 2006. Hoy el gobierno igualmente capitalista de Rafael Correa golpea a los campesinos de Orellana. (Foto: Dolores Ochoa R./AP) ¡Forjar un partido obero revolucionario, leninista-trotskista! ¡Por una federación andina de repúblicas obreras! Durante
las últimas dos décadas, Ecuador se ha encontrado en un
estado
de ebullición y rebeldía casi constante: luchas obreras y
campesinas de los
años 80, levantamientos indígenas de la década de
los 90, derrocamientos
mediante la movilización popular de los gobiernos de Mahuad,
Noboa y Gutiérrez
en lo que va del nuevo siglo. Y sin embargo, prácticamente nada
se ha alterado
en el rumbo del país. Se mantiene el sometimiento a los dictados
del imperialismo
yanqui, la dolarización de la economía, la
ocupación norteamericana de la base
de Manta, el dominio de las regiones amazónicas por petroleras
multinacionales,
el control de la política por los clanes oligárquicos
tradicionales, la pobreza
omnipresente y la migración forzada de más de 10 por
ciento de la población
total. Es a todas luces evidente que Ecuador necesita una
revolución. Pero
surge una interrogante: ¿qué clase de revolución? El actual
presidente, Rafael Correa, un populista
burgués, se ha autoproclamado como “humanista cristiano de
izquierda” mientras
se pronuncia por una “revolución ciudadana” moralizante, para
lograr el “cambio
radical, profundo y rápido del sistema político,
económico y social vigente”.
En qué consiste exactamente ese cambio, es algo en lo que no ha
abundado tanto.
Se opone ferozmente, en cambio, a toda acción de clase y
en particular a
la lucha por una revolución obrera para derrocar el
sistema capitalista.
Y sin embargo, es precisamente eso lo que requiere Ecuador: una lucha
por un
gobierno revolucionario, obrero, campesino e indígena, que se
una a los países
vecinos en una federación andina de repúblicas obreras,
que a su vez forme
parte de unos Estados Socialistas de América Latina. Sin este
programa
proletario e internacionalista, se mantendrá el ciclo infernal
de gobiernos
burgueses militares y “democráticos”, lo que implica que los
trabajadores sigan
en la miseria. Después
de la expulsión del autodenominado
“dictócrata” Lucio Gutiérrez del Palacio de Carondelet en
la así llamada
“rebelión de los forajidos” en abril de 2005, el gobierno de su
vicepresidente
Alfredo Palacio González siguió con la misma
política, al imponer medidas
exigidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y negociar el
Tratado de
Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. Obstaculizado por la
oposición encabezada
por la Confederación de Naciones Indígenas (CONAIE) y
demás organizaciones
indígenas, con multitudinarias manifestaciones y bloqueos de
carreteras,
Palacio decretó el estado de emergencia en marzo de 2006.
Finalmente, de las
elecciones presidenciales en noviembre de 2006 salió electo el
economista
Correa, quien debe su triunfo al apoyo en la segunda vuelta de diversas
organizaciones indígenas y de izquierda, sobre la base de su
programa de corte
frentepopulista. La
oposición de la derecha cavernícola contra el
presidente Correa ha sido tan fuerte que muchos izquierdistas
reformistas,
sindicalistas y activistas indígenas al comienzo dieron su apoyo
al flamante
presidente. Aceptaron sin queja que no hubiera poltronas ministeriales
en el
gabinete para ellos, como sí las hubo en el gobierno de
Gutiérrez. Aceptaron
también que el mandatario se rehusara a incluirlos en las listas
electorales de
su Movimiento/Acuerdo/Alianza PAIS (Patria Altiva y Soberana). Sin
embargo, a
la par que el presidente se ha distanciado de la Casa Blanca y las
instituciones financieras de Washington, y se ha aproximado a fuerzas y
regímenes nacionalistas, en el plano interno, el balance de once
meses del
gobierno de “centro-izquierda” de Correa es de concesiones a la derecha
“moderna” y de ataques violentos contra manifestantes de izquierda.
Ahora con
la derrota de Hugo Chávez en el referéndum constitucional
venezolano, la
derechización de Correa procederá a un ritmo acelerado. No hay por qué acusar a Correa
de traición: él siempre ha sido fiel a su política
burguesa. La
responsabilidad de la actual situación política en que se
encuentran los
trabajadores, campesinos e indígenas ecuatorianos recae en una
izquierda que en
una ocasión tras otra ha buscado encadenarse a uno y otro
politiquero, militar
o economista capitalista, sacrificando a la clase obrera en
aras de una
alianza de colaboración de clases, un “frente popular”. Los
trotskistas de la
Liga por la IV Internacional, que advertimos desde el primer momento
contra las
alianzas del movimiento indígena y la izquierda con el coronel
Gutiérrez y su
logia militar1,
la que al
principio fingió ser de izquierda y ahora es reconocido por
todos como de
extrema derecha; los que advertimos en contra de depositar confianza en
el
movimiento de los “forajidos”, por burgués y potencialmente de
derecha2,
afirmamos de nuevo que la tarea primordial sigue siendo la
construcción de un partido
obrero revolucionario independiente de toda atadura
política con la
burguesía. Asamblea
constituyente y represión: Gobierno de Correa ataca
población amazónica Es
indudable que la elección de Rafael Correa despertó con
su retórica
de izquierda grandes esperanzas entre las empobrecidas masas
trabajadoras, y
también en las capas medias (pequeñoburguesas), hartas
del dominio de los corruptos
gobiernos identificados con la “partidocracia”. Al posesionarse del
cargo a
mediados de enero, Correa se declaró partidario del “socialismo
del siglo XXI”,
favorable a la integración regional “bolivariana” junto con
Venezuela de Hugo
Chávez y Bolivia de Evo Morales, y anunció la
próxima convocatoria de una
Asamblea Constituyente. Su Movimiento PAIS no postuló candidato
alguno para las
elecciones al desprestigiado Congreso, tristemente célebre como
una covacha de
ladrones y oligarcas, pretendiendo barrerlo con la Constituyente por
venir.
Pronto surgió un estruendo de la mayoría parlamentaria
–encabezado por el PRIAN
de Álvaro Noboa, el PSC de Jaime Nebot y el PSP de Lucio
Gutiérrez– amplificado
por los grandes medios, calificando al gobierno de Correa de
“dictadura.” Entonces
ocurrió algo inesperado. Ante el hecho de que la mayoría
del
Congreso rechazó su proyecto para una Asamblea Constituyente, el
Tribunal
Supremo Electoral apoyó al presidente. Cuando los enfurecidos
diputados votaron
a favor de echar al presidente del Tribunal, un derechista tradicional,
el TSE
decretó la expulsión de 57 diputados del Congreso. Luego
se instalaron sendos
diputados suplentes (de los mismos partidos) que aprobaron el
referéndum sobre
la AC. La población respondió a favor de la convocatoria
de una Asamblea por
una abrumadora mayoría de 81 por ciento de los votantes.
Nuevamente, cuando se
eligieron los diputados para la Asamblea en los comicios del 30 de
septiembre,
los candidatos de la oficialista Alianza PAIS arrasaron con 80 de los
130
curules. Con este fuerte respaldo popular, Correa anunció que en
el futuro
Ecuador se quedaría con el 99 por ciento de los ingresos
extraordinarios
derivados de la venta de petróleo por parte de las petroleras
extranjeras. Presidentes nacionalistas
burgues de la región. Desde
la izquierda: Hugo Chávez (Venezuela), Rafael Correa (Ecuador),
Evo Morales (Bolivia). ¡Por una federación andina de
repúblicas obreras! No
obstante, al día mismo de la inauguración de la
Constituyente en
Montecristi (provincia de Manabí), el pueblo natal de Eloy
Alfaro, paladín de
la Revolución Liberal del siglo XIX, el 30 de noviembre, se
desató una brutal represión
militar contra la parroquia de Dayuma (de la provincia Orellana). Los
rebeldes
amazónicos tuvieron la osadía de bloquear un camino, lo
que tuvo como
consecuencia la paralización de la producción en un pozo
petrolero. Esta acción
les granjeó el ser descalificados por el presidente como
“terroristas” y
“mafiosos”. El presidente Correa decretó el estado de emergencia
en la zona.
Los pobladores exigen el cumplimiento de un acuerdo de hace más
de cinco años,
para una carretera pavimentada, energía eléctrica y
puestos de trabajo, “pero
en vez de asfalto, a los habitantes de Dayuma les dieron gas
lacrimógeno, bala,
golpes y cárcel” denunció un boletín (5 de
diciembre) de la Coordinadora de
Movimientos Sociales. La
noticia de la acción militar causó zozobra en todo el
país. Se tiene
reportes de un campesino muerto a bala, de la detención de unas
27 personas, y
de la desaparición de algunas más. La gran mayoría
de los detenidos son campesinos,
que hacen hincapié en que habían votado a favor de Correa
en las elecciones.
Fueron sacados de sus casas, descalzos, trasladados maniatados por
helicóptero
a la cabecera del Coca, mantenidos incomunicados e interrogados con
procedimientos
“robustos”, como suelen decir los esbirros norteamericanos de
Guantánamo (todos
los detenidos de Dayuma llevan señales de tortura). Unas 22
personas siguen
presas. Entre ellas se encuentra la prefecta del cantón,
Guadalupe Llori, quien
súbitamente fue trasladada a Quito, dizque “por su propia
protección”. Hay una
orden de arresto también para la alcaldesa del Coca. El
movimiento obrero debe
exigir la liberación inmediata de todos los detenidos. Lo
más significativo de este incidente es, sin embargo, lo que
revela
acerca del gobierno mismo. No es la primera vez que se procede contra
manifestantes por obstaculizar la producción petrolera. A
principios de marzo,
campesinos de la misma provincia de Orellana ocuparon las instalaciones
del
Bloque Azul, operadas (ilegalmente, según los campesinos) por la
otrora
compañía petrolera estatal de Brasil, Petrobras.
(Después de su
desnacionalización por el gobierno Lula, Petrobras tiene una
mayoría de
acciones privadas que cotizan en la Bolsa de Nueva York.) La
represión tuvo un
saldo de cinco pobladores heridos. “No puedo concebir que en este
gobierno se
reediten las mismas formas de represión de regímenes
neoliberales y que el
Ejército se haya convertido en gendarme de los intereses de las
transnacionales
petroleras”, comentó Fernando Villavicencio del Movimiento Gente
Común. Pero
sí. Y ahora se repite. Primero
hay que rechazar la posibilidad de que todo
esto haya sido un error, que el presidente fuera “mal informado”, como
pretenden algunos seudoizquierdistas adictos al gobierno. Cuando
diputados de
la Asamblea Constituyente anunciaron que tratarían del asunto de
Dayuma, el
mismo Correa amenazó que si la AC, donde sus partidarios tienen
mayoría,
considerara el caso, él renunciaría su cargo de
presidente. En una rueda de
prensa en la Base Aérea “Mariscal Sucre” de la capital
lanzó exabruptos: “en
Orellana la anarquía se acabó”, vociferó. Es “hora
de poner orden”, agregó,
precisando que “esas mafias organizadas se acabaron, ese sabotaje, ese
chantaje
se acabó”. Además de calificar a los luchadores
campesinos y ecologistas
amazónicos de “terroristas”, sospechando hasta una
intromisión de las FARC
(Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), insistió en que
siguieran
presos. Entonces cabe preguntar, ¿por qué este
empeño en satanizar y reprimir a
sus propios seguidores? La clave
es que Correa es un nacionalista,
populista por cierto, pero burgués a fin
de cuentas. En lugar de las políticas “neoliberales” del
“consenso de Washington”, de la globalización que ha resultado
en la
privatización de muchos servicios sociales y grandes sectores
industriales en
América Latina y la compra de muchas empresas por consorcios
imperialistas, el
presidente economista de Ecuador es partidario de las políticas
“desarrollistas” asociadas con la figura de Raúl Prebisch y su
Comisión
Económica para América Latina (CEPAL) que
acompañaron y teorizaron el proceso
de industrialización “por sustitución de importaciones”
en el continente de los
años 50 hasta los 80. Hoy, cuando gente de izquierda critica al
neoliberalismo
y no al capitalismo, eso implica que buscan otro “modelo” capitalista,
y en
particular el que sigue Correa. El mandatario ecuatoriano ha
fustigado contra el imperialismo y tomado represalias contra empresas
que
vulneraron la soberanía del país. Cuando el representante
del Banco Mundial
criticó su política económica, Correa lo
expulsó. Cuando el Pentágono no quiso
aceptar que se anulara el contrato por la ocupación de la base
aérea y el
puerto de Manta por elementos del Comando Sur, que utilizan las
instalaciones
para su intervención contrainsurgente en Colombia, el presidente
reiteró que no
se renovaría, a menos que EE.UU. concede a Ecuador una base en
Miami para
vigilar la actividad militar de la gran potencia del norte. Cuando la
Occidental Petroleum Company – la Oxy, que durante largo tiempo
dominó la producción
del oro negro en la región amazónica – vendió unos
bloques petroleros a una
empresa canadiense sin el permiso del gobierno ecuatoriano, Correa le
canceló
el contrato por completo. Muchos izquierdistas se alentaron al ver un
presidente
que no se arrastraba ante el amo imperialista. Sin
embargo, apostar por una “vía de desarrollo soberano” en
conjunto
con regímenes capitalistas de “Tercer Mundo” como Brasil o
Chile, y con el
estado obrero burocráticamente deformado chino, no
favorecerá a los trabajadores
ecuatorianos. El gobierno de Correa sí podría construir
una carretera amazónica
pavimentada, pero no en beneficio de los moradores de la zona.
Será parte de su
proyecto de construir un puente terrestre entre el puerto de Manta y la
Amazonía
brasileña para facilitar las exportaciones a China. De hecho, la
represión en
Dayuma vino justo después del regreso del presidente ecuatoriano
de su gira por
Asia del Este, y justo antes de su encuentro con los representantes de
Petrobras
para renegociar sus contratos de producción petrolífera.
Quiso probar, manu
militari, que es capaz de imponer sus compromisos contractuales. Aderezado
con fraseología “socialista”, y por sus
roces con la política depredadora del imperialismo
norteamericano, esta
política ha sido abrazada con arrobo por los oportunistas de la
izquierda
reformista. Luego del colapso de la Unión Soviética,
estos señores han abandonado
toda confianza en una revolución socialista (si es que la
tuvieron en algún
momento) para depositar sus esperanzas en nacionalistas burgueses como
Chávez,
Morales o Correa, y hasta en “neoliberales con rostro humano” como
Andrés
Manuel López Obrador en México. En el caso venezolano,
viene acompañado incluso
por los entusiasmos pasajeros del caudillo por la figura y algunas de
las
frases (pero no por su programa de revolución proletaria
internacional) del
gran revolucionario ruso y fundador de la IV Internacional, León
Trotsky. Sin
embargo, el “modelo” económico “desarrollista” no es menos
capitalista que el
“neoliberal”. Y frente a la lucha de clases en el propio país,
está dispuesto a
golpear tan fuerte contra los trabajadores como cualquiera de los
sátrapas de
George Bush. Eso es lo acaban de experimentar en carne propia los
valientes
campesinos de Dayuma. ¡Luchar por la
revolución
permanente – En
agosto Rafael Correa convocó una conferencia
en Quito sobre “los socialismos del siglo XXI”, moderada por ni
más ni menos
que la entonces ministra de “defensa” (o sea, de las fuerzas armadas
burguesas), Lorena Escudero, cuya antecesora Guadalupe Larriva
murió en un
sospechoso “accidente” aéreo. Curioso régimen
“socialista” que manda tropas a
Haití (el nuevo contingente ecuatoriano consta de 60 soldados y
4 oficiales)
bajo mando brasileño y chileno como parte de una
ocupación colonial apenas
disfrazada por los cascos azules de la ONU, que liberó a la
fuerza
expedicionaria norteamericana para la ocupación de Irak. Los
trotskistas
luchamos por la expulsión de las mercenarias fuerzas de
ocupación de Haití,
entre ellas la tropa ecuatoriana. Subsecretario
de guerra del gobierno de Rafael Correa saluda tropas
ecuatorianas que forman parte de las fuerzas de ocupación
de Haití bajo el rótulo de las Naciones Unidas. Los
trotskistas luchan por la expulsión de las fuerzas mercenarias.
(Foto: Ministerio de Defensa Nacional) En su
intervención, el mandatario ecuatoriano
siguió la pauta de su homólogo venezolano al declarar que
“el socialismo del
siglo XXI es un proceso en construcción y abogó por que
sea permanente” según
relata una nota oficial de la presidencia. Para evitar toda
confusión, Correa
subrayó que para este “socialismo”, un “pensamiento propio” de
América Latina,
“es insostenible en el siglo XXI la lucha de clases y el cambio
violento”.
Sostuvo también “que es insostenible la eliminación de la
propiedad privada” y
abogó por “la democratización –no necesariamente la
estatización– de los medios
de producción” que busque “vivir bien, en armonía con la
naturaleza y con
equidad regional, étnica, de género”.
Por su parte, el “izquierdista” presidente de la Asamblea
Constituyente,
Alberto Acosta, jura que “la propiedad privada está garantizada”
(El
Comercio, 5 de diciembre). ¡He
aquí la noble visión armónica que anima al
mandatario “socialista” y
“cristiano humanista de izquierda” al mandar encarcelar
indígenas amazónicos y
mujeres que protestaban contra los desperdicios causados por la
explotación
bárbara del petróleo en sus tierras! Pero no es
sólo de Correa. Toda la gama de
izquierdistas reformistas, desde los estalinistas empedernidos del
Partido
Comunista Marxista-Leninista del Ecuador (PCMLE) hasta los posmarxistas
posmodernos académicos, ha canjeado sus lemas de
revolución socialista por los
de una “revolución democrática”. Así lejos de
llamar por la revolución
socialista mediante la toma de poder de los soviets de obreros y
campesinos, hoy
en día buscan inaugurar una “democracia participativa” por medio
de una Asamblea
Constituyente. Así, por ejemplo, el socialista
académico norteamericano
Roger Burbach escribe: “Con el
derrumbe del marxismo-leninismo y su
principio central, de que el estado burgués sólo puede
ser transformado
mediante la revolución y la toma del poder estatal, las
asambleas
constituyentes de Sudamérica presentan importantes cuestiones
teóricas y
estratégicas.” –R. Burbach, “Ecuador’s Popular
Revolt”, NACLA Report
on the Americas,
septiembre-octubre de 2007 La
consigna “democrática” de la asamblea
constituyente, de moda en todo el continente, no puede eludir el
inevitable
conflicto de clase. Hablar de “refundar” estos
países plenamente capitalistas
sin derribar el dominio del capital es un engaño.3
El único camino para liberar a las masas trabajadoras de la
miseria, y
emancipar a los indígenas de su opresión secular, al
igual que las mujeres, los
negros y demás sectores victimizados bajo el capitalismo, es
mediante la revolución
socialista.4
En esa lucha, el proletariado tiene que fungir como tribuno del pueblo,
tal como
señaló Lenin: debe ponerse a la cabeza y ser un defensor
de todos los oprimidos
y explotados. Además, como subrayó Trotsky en su
teoría y programa de la revolución
permanente, en la época imperialista ninguna de las grandes
tareas de la
revolución democrático-burguesa puede realizarse sin la
toma de poder por la
clase obrera, la cual se verá obligada, en aras a mantener su
dominio de democracia
soviética (la dictadura del proletariado), a realizar tareas
socialistas y
extender la revolución al corazón del imperialismo. Ya desde
la década de los 70 se ha vivido la
experiencia de la gravemente recortada democracia burguesa que es la
única que
se dará en los países semi- o neocoloniales como Ecuador.
La tan odiada
“partidocracia” que ha imperado en las últimas tres
décadas fue el sustituto de
los sanguinarios regímenes militares anteriores. Los gobiernos
de ambas variedades
cumplieron cabalmente los dictados del imperialismo. Si hoy el gobierno
ecuatoriano se alía con el Brasil de Lula, Boliva de Morales,
Venezuela de
Chávez y la Argentina de Néstor Kirchner, el resultado no
será distinto, por
ser todos estos regímenes capitalistas. El actual caso
ecuatoriano es aún
más acuciante que los otros. ¿Cómo va a poder
realizar el gobierno de Correa
una política económica “desarrollista” cuando la moneda
ecuatoriana es el dólar
norteamericano? En todo momento los imperialistas pueden inundar el
país con
billetes verdes y desatar una inflación estratosférica. Como
hemos señalado, el gobierno de Rafael
Correa sólo busca implementar sus intereses de clase burgueses.
Si hay que
reprimir a pobladores amazónicos en Dayuma para abrir la
“Vía Multi-Modal
Manta-Manaos”, o disparar contra manifestantes campesinos para dar un
trato
preferencial a Petrobras en el Bloque Palo Azul, así es como
funciona el capitalismo.
El verdadero obstáculo para una lucha exitosa contra el enemigo
–que
son los gobiernos burgueses, de derecha oligárquica o de
izquierda populista–
lo constituyen los dirigentes reformistas seudosocialistas e
indígenas. Y no se
trata simplemente de una estrategia equivocada. Por su política
de colaboración
de clases, han sido presa fácil para las artimañas de los
“neoliberales”. El
economista Pablo Dávalos ha señalado como las agencias
imperialistas han
comprado, literalmente, a estos dirigentes vendidos: “El Banco Mundial llegó a
crear proyectos
específicos para aquellos
actores sociales que podrían convertirse en sujetos
políticos determinantes en
la resistencia a neoliberalismo. La
intención de estos proyectos era la de neutralizarlos
políticamente, destruir
sus capacidades organizativas, y corromper sus dirigencias y cuadros
políticos
convirtiéndolos en tecnócratas del desarrollo. Para el
movimiento indígena, el
Banco Mundial creó el Proyecto de Desarrollo de los Pueblos
Indígenas y Negros
del Ecuador (PRODEPINE), para los sectores campesinos y rurales
creó el
Proyecto de Reducción de la Pobreza y Desarrollo Rural Local
(PROLOCAL), para
el movimiento de mujeres aplicó el programa de Género e Innovación para
América Latina (PROGENIAL).” –Pablo Dávalos, “La
política del
gatopardo”, América Latina en
movimiento n° 423 (Ecuador en tiempos de cambio), 20 de agosto
de 2007 Y para
el movimiento sindical y
partidos políticos de izquierda (PCMLE y Pachakutik) hubo las
pastas ministeriales
con sus jugosas prebendas en el gobierno de Gutiérrez, hasta el
punto en que la
rebelión popular los obligó a retirarse. Aunque
hay muchos casos de corrupción personal, se trata de un problema
de fondo, sistémico. Sólo pueden resistir la discreta
atracción del poder
capitalista los que están comprometidos en derribarlo. Los
reformistas, incluso
los que por costumbre y memoria defectuosa se autodenominan socialistas
y comunistas,
buscan presionar a los gobernantes burgueses. ¿Qué mejor
manera de tener
influencia que estando dentro? Tal es su razonamiento. Así
cuando se opone al
TLC con Estados Unidos, Luis Macas, presidente de la CONAIE y ex
candidato presidencial
de Pachakutik, subraya que no se trata simplemente de votar contra,
sino que
hay que negociar un mejor acuerdo. Con esa óptica, es
lógico que termine
votando por Correa como presidente. Y el PCMLE, que permaneció
en el gabinete
de Gutiérrez hasta su retiro obligado, no se opone cabalmente a
Correa por la
represión en Dayuma, sino que le da consejos y pide “del
Presidente de la
República la solución más rápida a la
actual situación” (En Marcha, 15
de diciembre). Los
trotskistas que luchamos por el programa de
la revolución permanente insistimos, hoy como ayer, que la
única forma de
liberar a los obreros, campesinos e indígenas, a los
afroecuatorianos y las
mujeres, es mediante la revolución socialista, no como una
“etapa” posterior y
lejana sino como meta actual, producto de la toma de poder por parte de
la clase
obrera, respaldada por los campesinos e indígenas pobres,
erigiéndose en
tribuno de todos los oprimidos. Por eso buscamos construir un partido
obrero
revolucionario, genuinamente comunista, una vanguardia bolchevique
leninista-trotskista, forjada en combate político contra el
reformismo
socialdemócrata y estalinista. Mientras que para los
nacionalistas burgueses y
pequeñoburgueses la forzada migración ecuatoriana no es
nada más que una tragedia,
para los internacionalistas proletarios representa una oportunidad. Los
cientos
de miles de trabajadores ecuatorianos hoy ubicados en España y
los EE.UU.
pueden fructificar con espíritu internacionalista la lucha
obrera en sus países
de residencia y en su tierra natal. En el Viejo Mundo europeo y el Nuevo Mundo americano, desde la semicolonia hasta el corazón del imperialismo, luchamos por refundar la IV Internacional, partido mundial de la revolución socialista. ■ 1
“Dolarización
y militarización masiva: Ecuador se tambalea ante crisis
capitalista”
(disponible en Internet: http://www.internationalist.org/ecuador160100.html), “Nuevo gobierno ecuatoriano: made in U.S.A.”
(disponible en Internet: http://www.internationalist.org/ecuador270100.html),
ambos de enero de 2000, y “Ecuador: el ‘coronel del hambre’ impone los
dictados
del FMI” (disponible en Internet: http://www.internationalist.org/ecuadorcoronel0403.html),
de abril de 2003)
2 “Ecuador: ¡Romper el
ciclo
infernal, luchar por la revolución socialista!” El
Internacionalista n°
5, mayo de 2005 (disponible en Internet: http://internationalist.org/ecuadorforajidos0504.html).
3 Ver nuestro
artículo “El trotskismo versus la manía por asambleas
constituyentes por doquier”, octubre de 2007. 4 Ver nuestro artículo
“El
marxismo y
la cuestión indígena en el Ecuador”, aparecido en el Cuaderno
de El
Internacionalista, “Ecuador: Hervidero al borde del estallido”
(julio de
2003), disponible en Internet junto con los artículos anteriores
en la
dirección http://www.internationalist.org/folletoecuadormat.html.
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