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diciembre de 2007   

¿Revolución “ciudadana” u obrera?

Ecuador necesita un gobierno obrero,
campesino e indígena


  Soldados se aproximan a una barricada de los trabajadores petroleros en huelga en la provincia de
Orellana bajo el gobierno de Alfredo Palacio, marzo de 2006. Hoy el gobierno igualmente capitalista
de Rafael Correa golpea a los campesinos de Orellana. (Foto: Dolores Ochoa R./AP)

¡Forjar un partido obero revolucionario, leninista-trotskista!
¡Por una federación andina de repúblicas obreras!

Durante las últimas dos décadas, Ecuador se ha encontrado en un estado de ebullición y rebeldía casi constante: luchas obreras y campesinas de los años 80, levantamientos indígenas de la década de los 90, derrocamientos mediante la movilización popular de los gobiernos de Mahuad, Noboa y Gutiérrez en lo que va del nuevo siglo. Y sin embargo, prácticamente nada se ha alterado en el rumbo del país. Se mantiene el sometimiento a los dictados del imperialismo yanqui, la dolarización de la economía, la ocupación norteamericana de la base de Manta, el dominio de las regiones amazónicas por petroleras multinacionales, el control de la política por los clanes oligárquicos tradicionales, la pobreza omnipresente y la migración forzada de más de 10 por ciento de la población total. Es a todas luces evidente que Ecuador necesita una revolución. Pero surge una interrogante: ¿qué clase de revolución?

El actual presidente, Rafael Correa, un populista burgués, se ha autoproclamado como “humanista cristiano de izquierda” mientras se pronuncia por una “revolución ciudadana” moralizante, para lograr el “cambio radical, profundo y rápido del sistema político, económico y social vigente”. En qué consiste exactamente ese cambio, es algo en lo que no ha abundado tanto. Se opone ferozmente, en cambio, a toda acción de clase y en particular a la lucha por una revolución obrera para derrocar el sistema capitalista. Y sin embargo, es precisamente eso lo que requiere Ecuador: una lucha por un gobierno revolucionario, obrero, campesino e indígena, que se una a los países vecinos en una federación andina de repúblicas obreras, que a su vez forme parte de unos Estados Socialistas de América Latina. Sin este programa proletario e internacionalista, se mantendrá el ciclo infernal de gobiernos burgueses militares y “democráticos”, lo que implica que los trabajadores sigan en la miseria.

Después de la expulsión del autodenominado “dictócrata” Lucio Gutiérrez del Palacio de Carondelet en la así llamada “rebelión de los forajidos” en abril de 2005, el gobierno de su vicepresidente Alfredo Palacio González siguió con la misma política, al imponer medidas exigidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y negociar el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. Obstaculizado por la oposición encabezada por la Confederación de Naciones Indígenas (CONAIE) y demás organizaciones indígenas, con multitudinarias manifestaciones y bloqueos de carreteras, Palacio decretó el estado de emergencia en marzo de 2006. Finalmente, de las elecciones presidenciales en noviembre de 2006 salió electo el economista Correa, quien debe su triunfo al apoyo en la segunda vuelta de diversas organizaciones indígenas y de izquierda, sobre la base de su programa de corte frentepopulista.

La oposición de la derecha cavernícola contra el presidente Correa ha sido tan fuerte que muchos izquierdistas reformistas, sindicalistas y activistas indígenas al comienzo dieron su apoyo al flamante presidente. Aceptaron sin queja que no hubiera poltronas ministeriales en el gabinete para ellos, como sí las hubo en el gobierno de Gutiérrez. Aceptaron también que el mandatario se rehusara a incluirlos en las listas electorales de su Movimiento/Acuerdo/Alianza PAIS (Patria Altiva y Soberana). Sin embargo, a la par que el presidente se ha distanciado de la Casa Blanca y las instituciones financieras de Washington, y se ha aproximado a fuerzas y regímenes nacionalistas, en el plano interno, el balance de once meses del gobierno de “centro-izquierda” de Correa es de concesiones a la derecha “moderna” y de ataques violentos contra manifestantes de izquierda. Ahora con la derrota de Hugo Chávez en el referéndum constitucional venezolano, la derechización de Correa procederá a un ritmo acelerado.

No hay por qué acusar a Correa de traición: él siempre ha sido fiel a su política burguesa. La responsabilidad de la actual situación política en que se encuentran los trabajadores, campesinos e indígenas ecuatorianos recae en una izquierda que en una ocasión tras otra ha buscado encadenarse a uno y otro politiquero, militar o economista capitalista, sacrificando a la clase obrera en aras de una alianza de colaboración de clases, un “frente popular”. Los trotskistas de la Liga por la IV Internacional, que advertimos desde el primer momento contra las alianzas del movimiento indígena y la izquierda con el coronel Gutiérrez y su logia militar1, la que al principio fingió ser de izquierda y ahora es reconocido por todos como de extrema derecha; los que advertimos en contra de depositar confianza en el movimiento de los “forajidos”, por burgués y potencialmente de derecha2, afirmamos de nuevo que la tarea primordial sigue siendo la construcción de un partido obrero revolucionario independiente de toda atadura política con la burguesía.

Asamblea constituyente y represión:  Gobierno de Correa ataca población amazónica

Es indudable que la elección de Rafael Correa despertó con su retórica de izquierda grandes esperanzas entre las empobrecidas masas trabajadoras, y también en las capas medias (pequeñoburguesas), hartas del dominio de los corruptos gobiernos identificados con la “partidocracia”. Al posesionarse del cargo a mediados de enero, Correa se declaró partidario del “socialismo del siglo XXI”, favorable a la integración regional “bolivariana” junto con Venezuela de Hugo Chávez y Bolivia de Evo Morales, y anunció la próxima convocatoria de una Asamblea Constituyente. Su Movimiento PAIS no postuló candidato alguno para las elecciones al desprestigiado Congreso, tristemente célebre como una covacha de ladrones y oligarcas, pretendiendo barrerlo con la Constituyente por venir. Pronto surgió un estruendo de la mayoría parlamentaria –encabezado por el PRIAN de Álvaro Noboa, el PSC de Jaime Nebot y el PSP de Lucio Gutiérrez– amplificado por los grandes medios, calificando al gobierno de Correa de “dictadura.”

Entonces ocurrió algo inesperado. Ante el hecho de que la mayoría del Congreso rechazó su proyecto para una Asamblea Constituyente, el Tribunal Supremo Electoral apoyó al presidente. Cuando los enfurecidos diputados votaron a favor de echar al presidente del Tribunal, un derechista tradicional, el TSE decretó la expulsión de 57 diputados del Congreso. Luego se instalaron sendos diputados suplentes (de los mismos partidos) que aprobaron el referéndum sobre la AC. La población respondió a favor de la convocatoria de una Asamblea por una abrumadora mayoría de 81 por ciento de los votantes. Nuevamente, cuando se eligieron los diputados para la Asamblea en los comicios del 30 de septiembre, los candidatos de la oficialista Alianza PAIS arrasaron con 80 de los 130 curules. Con este fuerte respaldo popular, Correa anunció que en el futuro Ecuador se quedaría con el 99 por ciento de los ingresos extraordinarios derivados de la venta de petróleo por parte de las petroleras extranjeras.

Presidentes nacionalistas burgues de la región. Desde la izquierda: Hugo Chávez (Venezuela), Rafael Correa (Ecuador), Evo Morales (Bolivia). ¡Por una federación andina de repúblicas obreras!
(Foto: Fernando Llano/AP)

No obstante, al día mismo de la inauguración de la Constituyente en Montecristi (provincia de Manabí), el pueblo natal de Eloy Alfaro, paladín de la Revolución Liberal del siglo XIX, el 30 de noviembre, se desató una brutal represión militar contra la parroquia de Dayuma (de la provincia Orellana). Los rebeldes amazónicos tuvieron la osadía de bloquear un camino, lo que tuvo como consecuencia la paralización de la producción en un pozo petrolero. Esta acción les granjeó el ser descalificados por el presidente como “terroristas” y “mafiosos”. El presidente Correa decretó el estado de emergencia en la zona. Los pobladores exigen el cumplimiento de un acuerdo de hace más de cinco años, para una carretera pavimentada, energía eléctrica y puestos de trabajo, “pero en vez de asfalto, a los habitantes de Dayuma les dieron gas lacrimógeno, bala, golpes y cárcel” denunció un boletín (5 de diciembre) de la Coordinadora de Movimientos Sociales.

La noticia de la acción militar causó zozobra en todo el país. Se tiene reportes de un campesino muerto a bala, de la detención de unas 27 personas, y de la desaparición de algunas más. La gran mayoría de los detenidos son campesinos, que hacen hincapié en que habían votado a favor de Correa en las elecciones. Fueron sacados de sus casas, descalzos, trasladados maniatados por helicóptero a la cabecera del Coca, mantenidos incomunicados e interrogados con procedimientos “robustos”, como suelen decir los esbirros norteamericanos de Guantánamo (todos los detenidos de Dayuma llevan señales de tortura). Unas 22 personas siguen presas. Entre ellas se encuentra la prefecta del cantón, Guadalupe Llori, quien súbitamente fue trasladada a Quito, dizque “por su propia protección”. Hay una orden de arresto también para la alcaldesa del Coca. El movimiento obrero debe exigir la liberación inmediata de todos los detenidos.

Lo más significativo de este incidente es, sin embargo, lo que revela acerca del gobierno mismo. No es la primera vez que se procede contra manifestantes por obstaculizar la producción petrolera. A principios de marzo, campesinos de la misma provincia de Orellana ocuparon las instalaciones del Bloque Azul, operadas (ilegalmente, según los campesinos) por la otrora compañía petrolera estatal de Brasil, Petrobras. (Después de su desnacionalización por el gobierno Lula, Petrobras tiene una mayoría de acciones privadas que cotizan en la Bolsa de Nueva York.) La represión tuvo un saldo de cinco pobladores heridos. “No puedo concebir que en este gobierno se reediten las mismas formas de represión de regímenes neoliberales y que el Ejército se haya convertido en gendarme de los intereses de las transnacionales petroleras”, comentó Fernando Villavicencio del Movimiento Gente Común. Pero sí. Y ahora se repite.

Primero hay que rechazar la posibilidad de que todo esto haya sido un error, que el presidente fuera “mal informado”, como pretenden algunos seudoizquierdistas adictos al gobierno. Cuando diputados de la Asamblea Constituyente anunciaron que tratarían del asunto de Dayuma, el mismo Correa amenazó que si la AC, donde sus partidarios tienen mayoría, considerara el caso, él renunciaría su cargo de presidente. En una rueda de prensa en la Base Aérea “Mariscal Sucre” de la capital lanzó exabruptos: “en Orellana la anarquía se acabó”, vociferó. Es “hora de poner orden”, agregó, precisando que “esas mafias organizadas se acabaron, ese sabotaje, ese chantaje se acabó”. Además de calificar a los luchadores campesinos y ecologistas amazónicos de “terroristas”, sospechando hasta una intromisión de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), insistió en que siguieran presos. Entonces cabe preguntar, ¿por qué este empeño en satanizar y reprimir a sus propios seguidores?

La clave es que Correa es un nacionalista, populista por cierto, pero burgués a fin de cuentas. En lugar de las políticas “neoliberales” del “consenso de Washington”, de la globalización que ha resultado en la privatización de muchos servicios sociales y grandes sectores industriales en América Latina y la compra de muchas empresas por consorcios imperialistas, el presidente economista de Ecuador es partidario de las políticas “desarrollistas” asociadas con la figura de Raúl Prebisch y su Comisión Económica para América Latina (CEPAL) que acompañaron y teorizaron el proceso de industrialización “por sustitución de importaciones” en el continente de los años 50 hasta los 80. Hoy, cuando gente de izquierda critica al neoliberalismo y no al capitalismo, eso implica que buscan otro “modelo” capitalista, y en particular el que sigue Correa.

El mandatario ecuatoriano ha fustigado contra el imperialismo y tomado represalias contra empresas que vulneraron la soberanía del país. Cuando el representante del Banco Mundial criticó su política económica, Correa lo expulsó. Cuando el Pentágono no quiso aceptar que se anulara el contrato por la ocupación de la base aérea y el puerto de Manta por elementos del Comando Sur, que utilizan las instalaciones para su intervención contrainsurgente en Colombia, el presidente reiteró que no se renovaría, a menos que EE.UU. concede a Ecuador una base en Miami para vigilar la actividad militar de la gran potencia del norte. Cuando la Occidental Petroleum Company – la Oxy, que durante largo tiempo dominó la producción del oro negro en la región amazónica – vendió unos bloques petroleros a una empresa canadiense sin el permiso del gobierno ecuatoriano, Correa le canceló el contrato por completo. Muchos izquierdistas se alentaron al ver un presidente que no se arrastraba ante el amo imperialista.

Sin embargo, apostar por una “vía de desarrollo soberano” en conjunto con regímenes capitalistas de “Tercer Mundo” como Brasil o Chile, y con el estado obrero burocráticamente deformado chino, no favorecerá a los trabajadores ecuatorianos. El gobierno de Correa sí podría construir una carretera amazónica pavimentada, pero no en beneficio de los moradores de la zona. Será parte de su proyecto de construir un puente terrestre entre el puerto de Manta y la Amazonía brasileña para facilitar las exportaciones a China. De hecho, la represión en Dayuma vino justo después del regreso del presidente ecuatoriano de su gira por Asia del Este, y justo antes de su encuentro con los representantes de Petrobras para renegociar sus contratos de producción petrolífera. Quiso probar, manu militari, que es capaz de imponer sus compromisos contractuales.

Aderezado con fraseología “socialista”, y por sus roces con la política depredadora del imperialismo norteamericano, esta política ha sido abrazada con arrobo por los oportunistas de la izquierda reformista. Luego del colapso de la Unión Soviética, estos señores han abandonado toda confianza en una revolución socialista (si es que la tuvieron en algún momento) para depositar sus esperanzas en nacionalistas burgueses como Chávez, Morales o Correa, y hasta en “neoliberales con rostro humano” como Andrés Manuel López Obrador en México. En el caso venezolano, viene acompañado incluso por los entusiasmos pasajeros del caudillo por la figura y algunas de las frases (pero no por su programa de revolución proletaria internacional) del gran revolucionario ruso y fundador de la IV Internacional, León Trotsky. Sin embargo, el “modelo” económico “desarrollista” no es menos capitalista que el “neoliberal”. Y frente a la lucha de clases en el propio país, está dispuesto a golpear tan fuerte contra los trabajadores como cualquiera de los sátrapas de George Bush. Eso es lo acaban de experimentar en carne propia los valientes campesinos de Dayuma.

¡Luchar por la revolución permanente –
Vamos por el camino de Lenin y Trotsky!

En agosto Rafael Correa convocó una conferencia en Quito sobre “los socialismos del siglo XXI”, moderada por ni más ni menos que la entonces ministra de “defensa” (o sea, de las fuerzas armadas burguesas), Lorena Escudero, cuya antecesora Guadalupe Larriva murió en un sospechoso “accidente” aéreo. Curioso régimen “socialista” que manda tropas a Haití (el nuevo contingente ecuatoriano consta de 60 soldados y 4 oficiales) bajo mando brasileño y chileno como parte de una ocupación colonial apenas disfrazada por los cascos azules de la ONU, que liberó a la fuerza expedicionaria norteamericana para la ocupación de Irak. Los trotskistas luchamos por la expulsión de las mercenarias fuerzas de ocupación de Haití, entre ellas la tropa ecuatoriana.

Subsecretario de guerra del gobierno de Rafael Correa saluda tropas ecuatorianas  que forman parte de las fuerzas de ocupación de Haití bajo el rótulo de las Naciones Unidas. Los trotskistas luchan por la expulsión de las fuerzas mercenarias.
(Foto: Ministerio de Defensa Nacional)

En su intervención, el mandatario ecuatoriano siguió la pauta de su homólogo venezolano al declarar que “el socialismo del siglo XXI es un proceso en construcción y abogó por que sea permanente” según relata una nota oficial de la presidencia. Para evitar toda confusión, Correa subrayó que para este “socialismo”, un “pensamiento propio” de América Latina, “es insostenible en el siglo XXI la lucha de clases y el cambio violento”. Sostuvo también “que es insostenible la eliminación de la propiedad privada” y abogó por “la democratización –no necesariamente la estatización– de los medios de producción” que busque “vivir bien, en armonía con la naturaleza y con equidad regional, étnica, de género”.  Por su parte, el “izquierdista” presidente de la Asamblea Constituyente, Alberto Acosta, jura que “la propiedad privada está garantizada” (El Comercio, 5 de diciembre).

¡He aquí la noble visión armónica que anima al mandatario “socialista” y “cristiano humanista de izquierda” al mandar encarcelar indígenas amazónicos y mujeres que protestaban contra los desperdicios causados por la explotación bárbara del petróleo en sus tierras! Pero no es sólo de Correa. Toda la gama de izquierdistas reformistas, desde los estalinistas empedernidos del Partido Comunista Marxista-Leninista del Ecuador (PCMLE) hasta los posmarxistas posmodernos académicos, ha canjeado sus lemas de revolución socialista por los de una “revolución democrática”. Así lejos de llamar por la revolución socialista mediante la toma de poder de los soviets de obreros y campesinos, hoy en día buscan inaugurar una “democracia participativa” por medio de una Asamblea Constituyente. Así, por ejemplo, el socialista académico norteamericano Roger Burbach escribe:

“Con el derrumbe del marxismo-leninismo y su principio central, de que el estado burgués sólo puede ser transformado mediante la revolución y la toma del poder estatal, las asambleas constituyentes de Sudamérica presentan importantes cuestiones teóricas y estratégicas.”

–R. Burbach, “Ecuador’s Popular Revolt”, NACLA Report on the Americas, septiembre-octubre de 2007

La consigna “democrática” de la asamblea constituyente, de moda en todo el continente, no puede eludir el inevitable conflicto de clase. Hablar de “refundar” estos países plenamente capitalistas sin derribar el dominio del capital es un engaño.3  El único camino para liberar a las masas trabajadoras de la miseria, y emancipar a los indígenas de su opresión secular, al igual que las mujeres, los negros y demás sectores victimizados bajo el capitalismo, es mediante la revolución socialista.4 En esa lucha, el proletariado tiene que fungir como tribuno del pueblo, tal como señaló Lenin: debe ponerse a la cabeza y ser un defensor de todos los oprimidos y explotados. Además, como subrayó Trotsky en su teoría y programa de la revolución permanente, en la época imperialista ninguna de las grandes tareas de la revolución democrático-burguesa puede realizarse sin la toma de poder por la clase obrera, la cual se verá obligada, en aras a mantener su dominio de democracia soviética (la dictadura del proletariado), a realizar tareas socialistas y extender la revolución al corazón del imperialismo.

Ya desde la década de los 70 se ha vivido la experiencia de la gravemente recortada democracia burguesa que es la única que se dará en los países semi- o neocoloniales como Ecuador. La tan odiada “partidocracia” que ha imperado en las últimas tres décadas fue el sustituto de los sanguinarios regímenes militares anteriores. Los gobiernos de ambas variedades cumplieron cabalmente los dictados del imperialismo. Si hoy el gobierno ecuatoriano se alía con el Brasil de Lula, Boliva de Morales, Venezuela de Chávez y la Argentina de Néstor Kirchner, el resultado no será distinto, por ser todos estos regímenes capitalistas. El actual caso ecuatoriano es aún más acuciante que los otros. ¿Cómo va a poder realizar el gobierno de Correa una política económica “desarrollista” cuando la moneda ecuatoriana es el dólar norteamericano? En todo momento los imperialistas pueden inundar el país con billetes verdes y desatar una inflación estratosférica.

Como hemos señalado, el gobierno de Rafael Correa sólo busca implementar sus intereses de clase burgueses. Si hay que reprimir a pobladores amazónicos en Dayuma para abrir la “Vía Multi-Modal Manta-Manaos”, o disparar contra manifestantes campesinos para dar un trato preferencial a Petrobras en el Bloque Palo Azul, así es como funciona el capitalismo. El verdadero obstáculo para una lucha exitosa contra el enemigo –que son los gobiernos burgueses, de derecha oligárquica o de izquierda populista– lo constituyen los dirigentes reformistas seudosocialistas e indígenas. Y no se trata simplemente de una estrategia equivocada. Por su política de colaboración de clases, han sido presa fácil para las artimañas de los “neoliberales”. El economista Pablo Dávalos ha señalado como las agencias imperialistas han comprado, literalmente, a estos dirigentes vendidos:

“El Banco Mundial llegó a crear proyectos específicos para aquellos actores sociales que podrían convertirse en sujetos políticos determinantes en la resistencia a neo­liberalismo. La intención de estos proyectos era la de neutralizarlos políticamente, destruir sus capacidades organizativas, y corromper sus dirigencias y cuadros políticos convirtiéndolos en tecnócratas del desarrollo. Para el movimiento indígena, el Banco Mundial creó el Proyecto de Desarrollo de los Pueblos Indígenas y Negros del Ecuador (PRODEPINE), para los sectores campesinos y rurales creó el Proyecto de Reducción de la Pobreza y Desarrollo Rural Local (PROLOCAL), para el movimiento de mujeres aplicó el programa de Género e Innovación para América Latina (PROGENIAL).”

–Pablo Dávalos, “La política del gatopardo”, América Latina en movimiento n° 423 (Ecuador en tiempos de cambio), 20 de agosto de 2007

Y para el movimiento sindical y partidos políticos de izquierda (PCMLE y Pachakutik) hubo las pastas ministeriales con sus jugosas prebendas en el gobierno de Gutiérrez, hasta el punto en que la rebelión popular los obligó a retirarse.

Aunque hay muchos casos de corrupción personal, se trata de un problema de fondo, sistémico. Sólo pueden resistir la discreta atracción del poder capitalista los que están comprometidos en derribarlo. Los reformistas, incluso los que por costumbre y memoria defectuosa se autodenominan socialistas y comunistas, buscan presionar a los gobernantes burgueses. ¿Qué mejor manera de tener influencia que estando dentro? Tal es su razonamiento. Así cuando se opone al TLC con Estados Unidos, Luis Macas, presidente de la CONAIE y ex candidato presidencial de Pachakutik, subraya que no se trata simplemente de votar contra, sino que hay que negociar un mejor acuerdo. Con esa óptica, es lógico que termine votando por Correa como presidente. Y el PCMLE, que permaneció en el gabinete de Gutiérrez hasta su retiro obligado, no se opone cabalmente a Correa por la represión en Dayuma, sino que le da consejos y pide “del Presidente de la República la solución más rápida a la actual situación” (En Marcha, 15 de diciembre).

Los trotskistas que luchamos por el programa de la revolución permanente insistimos, hoy como ayer, que la única forma de liberar a los obreros, campesinos e indígenas, a los afroecuatorianos y las mujeres, es mediante la revolución socialista, no como una “etapa” posterior y lejana sino como meta actual, producto de la toma de poder por parte de la clase obrera, respaldada por los campesinos e indígenas pobres, erigiéndose en tribuno de todos los oprimidos. Por eso buscamos construir un partido obrero revolucionario, genuinamente comunista, una vanguardia bolchevique leninista-trotskista, forjada en combate político contra el reformismo socialdemócrata y estalinista. Mientras que para los nacionalistas burgueses y pequeñoburgueses la forzada migración ecuatoriana no es nada más que una tragedia, para los internacionalistas proletarios representa una oportunidad. Los cientos de miles de trabajadores ecuatorianos hoy ubicados en España y los EE.UU. pueden fructificar con espíritu internacionalista la lucha obrera en sus países de residencia y en su tierra natal.

En el Viejo Mundo europeo y el Nuevo Mundo americano, desde la semicolonia hasta el corazón del imperialismo, luchamos por refundar la IV Internacional, partido mundial de la revolución socialista. ■


1 “Dolarización y militarización masiva: Ecuador se tambalea ante crisis capitalista” (disponible en Internet: http://www.internationalist.org/ecuador160100.html),  “Nuevo gobierno ecuatoriano: made in U.S.A.” (disponible en Internet: http://www.internationalist.org/ecuador270100.html), ambos de enero de 2000, y “Ecuador: el ‘coronel del hambre’ impone los dictados del FMI” (disponible en Internet: http://www.internationalist.org/ecuadorcoronel0403.html), de abril de 2003)

2 “Ecuador: ¡Romper el ciclo infernal, luchar por la revolución socialista!” El Internacionalista n° 5, mayo de 2005 (disponible en Internet: http://internationalist.org/ecuadorforajidos0504.html).

3 Ver nuestro artículo “El trotskismo versus la manía por asambleas constituyentes por doquier”, octubre de 2007.

4 Ver nuestro artículo “El marxismo y la cuestión indígena en el Ecuador”, aparecido en el Cuaderno de El Internacionalista, “Ecuador: Hervidero al borde del estallido” (julio de 2003), disponible en Internet junto con los artículos anteriores en la dirección http://www.internationalist.org/folletoecuadormat.html.


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